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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 21-22-23-24-25

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Capítulo 21.
Madrid. Noviembre de 1951.

"Sostengo que quien infringe una ley porque su conciencia la considera injusta, y acepta voluntariamente una pena de prisión, a fin de que se levante la conciencia social contra esa injusticia, hace gala, en realidad, de un respeto superior por el derecho".
(Martin Luther King)




-Pedro….
Pedrito se había sentado en un sillón, apoyándose en uno de los brazos, con la cabeza metida entre las manos para que su padre no le viera llorar.


-Pedro, hijo, escúchame bien….-de rodillas junto a él, Álvaro llamaba a su hijo sin diminutivo. En el recibidor de la casa, los dos policías le estaban esperando. Alicia aguardaba de pie, sin moverse, con un nudo en la garganta, mientras Doña Marcela se precipitó adentro de la casa a no se sabe dónde, mientras murmuraba algo de buscar ropa de abrigo para su hijo.

-Pedro, me tengo que ir con estos señores. Estaré fuera varios….-Álvaro se detuvo. No quiso mentir a su hijo-… varias semanas, seguramente. No sé cuando volveré.
Álvaro respiró hondo y tragó saliva. Al intentar explicárselo a su hijo de aquella manera tan simple, se dio cuenta de que estaba verbalizando todos sus temores.
-Quiero que te portes bien y que le hagas caso en todo a tu abuela. Y a Alicia.

-… Papá…- Pedrito se le echó al cuello- ¿Por qué te llevan a la cárcel?

Álvaro se quedó mudo ante la pregunta directa de su hijo. Durante su estancia anterior en Carabanchel, Pedrito había estado la mayor parte del tiempo en casa de la tía Gertrudis, que tuvo al niño quitado de la vorágine que había en la casa. Pedrito supo que algo pasaba, y que Alicia estaba en el Hospital, y aunque preguntaba por su padre, siempre le contestaban con evasivas, o aludiendo a un viaje de trabajo. Pero las malas noticias vuelan en boca de todos, están en el aire, y un niño como Pedro no tardó en pescarlas. Y más cuando en el colegio siempre habría hijos de sus padres que le recordarían que el suyo había estado entre rejas por rojo. Estos últimos días habían sido muy tensos en la familia Iniesta, que estaban viendo venir el encarcelamiento de Álvaro, así que cuando llamaron al timbre y aparecieron aquellos dos hombres, Pedro supo de sobra quienes eran y a qué venían.

-…Hijo….-Álvaro intentó mantenerse sereno- no pasará nada, te doy mi palabra. Tu padre no ha hecho nada malo. No soy un ladrón, ni nada peor…

Para un jurista acostumbrado a hacer razonar a toda una clase de estudiantes de Derecho, era difícil explicarle a un niño de 10 años que lo iban a llevar a la cárcel por pensar de manera distinta a la de los que ostentaban el poder en su país.

Mientras miraba a su hijo llorando con la cabeza entre las manos, apoyado en el brazo del sillón, Álvaro se quedó helado cuando recordó de repente que eso ya lo había vivido antes: exactamente, cuando soñó con su propio fusilamiento. Ahora, aquella imagen premonitoria que vio en sueños, la tenía delante suya. La premonición se estaba cumpliendo.

Doña Marcela salió con dos jerséis de lana gruesa, mas otras tantas bufandas y guantes.
-Toma, hijo, póntelos encima unos de otros.
Álvaro sonrió condescendiente ante la ingenuidad de su madre. Marcela le seguía hablando en voz baja.
-…. así entrarás con ellos puestos y no pasarás frío.
Marcela quería evitar a toda costa que Álvaro volviera a caer enfermo en el frío invierno de Madrid. . Álvaro se puso encima los jerséis, para que su madre se quedara tranquila. Actos seguido, la abrazó mientras ella no podía evitar romper a llorar.
-Mamá… no me pasará nada, te lo prometo.

Ahora Álvaro se dirigió hacia su mujer. Alicia estaba clavada de pie en el recibidor. Con las lágrimas en los ojos, le cogió de la cara, hasta que ambos no pudieron más y se abrazaron con desesperación, como el que se va a caer por al abismo y busca agarrarse a cualquier cosa que le sostenga. Los policías, mirando en la puerta, aguardaban pacientemente. No fue una detención violenta, como más tarde recordaría Álvaro, al que ni siquiera esposaron en el trayecto hacia la Puerta del Sol. Cada uno de los policías se puso a su lado, y tras bajar a la calle, le subieron al coche que estaba esperando en la puerta del edificio. Ni siquiera hablaron. Los tres, policías y detenido, guardaron silencio durante todo el camino. Sabían de sobra cuales eran los procedimientos y por qué estaban ahí. Mientras Álvaro veía pasar la gente por las calles de Madrid, ajena a todo, recordó a Alicia, su mujer, la noche anterior. Con la casa en silencio, casi a oscuras, con Marcela y Pedrito acostados, Álvaro y Alicia se agarraban de la mano en el sofá del salón mientras las palabras les pesaban como una losa que estaba a punto de caerles encima.

-Vámonos lejos…
-Alicia…
-Álvaro, vámonos. Cojamos las maletas y vayámonos. Me da igual dónde sea. Pero juntos. Los cuatro.

Álvaro cerró los ojos. Ya habían hablado de esto antes. Ni Alicia ni su madre se resignaban a admitir la suerte le esperaba en breve y a nadie más que a él le estaba costando dar este paso.
Era la segunda vez que reclamaban a Álvaro. Tras haber cumplido el plazo de la fianza anterior, y aún sin salir el juicio, Álvaro tuvo que depositar otra considerable suma de dinero para poder seguir en libertad. La venta del coche fue providencial para afrontar un pago aún más cuantioso que el anterior, pero el tiempo corría y el juicio seguía sin salir: de nuevo le solicitaban otra fianza. Hasta que Álvaro decidió dejar de huir a golpe de fianza, darse la vuelta, y disputar el último asalto de un régimen que lo había puesto contra las cuerdas, en una mezcla de asuntos políticos y tráfico de influencias políticas y universitarias. Jugaría la partida antes que dejar a su familia en la ruina total.

Tras muchas tardes, demasiadas, sentados los tres adultos alrededor de la mesa, haciendo cuentas que por mil veces no salían, Álvaro no vio más solución que la que había tomado ya, de forma unilateral, a pesar de la insistencia de su madre y su mujer.

-Podemos hipotecar la casa- le había dicho Doña Marcela-. O venderla, y mudarnos a otra más pequeña. Con la diferencia iremos tirando hasta que…

-¿Hasta cuándo?- se preguntaba Álvaro- Él sabía que esto solo supondría ganar tiempo. Un tiempo que iría contrayendo cada vez más los plazos, hasta que a la familia no le quedara más que lo que llevaban puesto. Y si de todas formas iba a dar con sus huesos en la cárcel, al menos las dejaría con un techo digno.

-Alicia, es un juego de poder. Ahora son ellos los que tienen la sartén por el mango. Y dar otra nueva fianza no va a servir nada más que para prolongar una situación que ya de por sí es agónica y de la que solo podemos salir perdiendo. Si nos adelantamos, les forzamos a ellos a dar el siguiente paso. Lo contrario sería jugar al ratón y al gato.

Solo que en este caso, el ratón era David contra y el gato, Goliat. Y este David no tenía ni siquiera una mísera honda con la que defenderse.

Ambas mujeres se habían lamentado de poder disponer ellas de firma en la cuenta bancaria. El único que podía decidir sobre la casa era Álvaro, y este se negaba a dejar a su familia en la calle, por prolongar un tiempo limitado su libertad.

-Álvaro, por favor, piénsalo otra vez, prométeme que te lo vas a volver a pensar- le decía Alicia- no es justo lo que haces, no puedes decidir tú solo en esto. Nos afecta a todos.

Alicia se lamentaba de unas leyes en las que el marido tenía la única palabra en los asuntos de negocios. Fue la única vez en toda su vida que Álvaro asumió él solo el timón.

Álvaro le prometía que lo reconsideraría, pero por su parte era inamovible. No iba a jugarse el futuro de su familia, por su libertad. El futuro de una familia que ya empezaba a crecer. Alicia ya estaba embarazada de cinco meses.

-Alicia, sabes tan bien como yo que no queda otra solución.
-Sí que la hay- le decía ella pensativa
-¿Dejaros en la ruina? ¿En la indigencia?
-¿Qué ruina? Me da igual estar en la calle que debajo de un puente, pero CONTIGO. ¿Qué más me da a mí la casa, si tú no estás? Álvaro, por favor… no vayas.

En el fondo, Alicia sabía que Álvaro llevaba razón, pero también muy en el fondo se resistía con todas sus fuerzas a lo que le esperaba.
- vámonos… lejos.

Él sonreía.
-¿Y a donde?
-A París.. a Francia. Podemos empezar allí, como hizo mi padre.
-Sabes que es imposible, Alicia, no tengo pasaporte.
-Pues sin pasaporte.

Álvaro la miraba.
-No, escucha, escúchame….me encuentro bien, aguantaré el viaje. Y ayudaremos a tu madre y a Pedrito. ¡Podremos hacerlo!

Álvaro sonreía, por la valentía e ingenuidad de lo que le proponía su mujer. Hasta su madre le había dicho algo parecido, cuando veía que estaba próximo un nuevo encarcelamiento de su hijo:

-Mira, hijo, quiero hablarte con franqueza. Haz lo que tengas que hacer. Solo, con Alicia, con quien sea. Pero no vuelvas a prisión.

Doña Marcela se había ofrecido a quedarse sola en Madrid, para que ellos se fueran, cruzaran la frontera clandestinamente, sin la preocupación de ser una carga para ellos. Incluso les habló de quedarse ella con Pedrito en Madrid. O los tres, mientras Álvaro huía.

-Viviríamos con la tía Gertrudis, y ya iríamos saliendo adelante como pudiéramos. Pero tú libre. Y ya llegará el día en que podamos vernos todos juntos.

Marcela quería que decidieran con total libertad su futuro, sin ser un condicionante en su decisión.

Pero Álvaro se negó. Sabía de sobra que si él se iba de forma clandestina, la siguiente que daría con sus huesos en la DGS sería Alicia. O su madre. O puede que ambas. Por no hablar de las represalias futuras contra ellas y su hijo. No había nada que pensar o discutir. Irían los cuatro juntos, a donde hubiera que ir, aunque desgraciadamente, no había muchas alternativas: su pasaporte le había sido retirado. Y cruzar la frontera clandestinamente, como le proponía Alicia, atravesar los Pirineos nevados con un niño, una mujer mayor y Alicia embarazada no dejaba de ser una temeridad. Semejante cuadro familiar no hubiera llegado ni a Guadalajara sin que les dieran el alto. No había otra. Álvaro se negó a seguir pagando fianzas imposibles. Iría a prisión.

-Es todo tan injusto… Todavía no entiendo por qué tienes que ir a la cárcel. ¿Cómo pueden ser así las leyes?- Alicia preguntaba sabiendo que su pregunta no tenía respuesta.
Álvaro miraba al vacío.
-Todo es relativo. “La ley es lo que hacen…
-…lo que hacen los jueces”- ella terminó la frase. Ya había oído a su marido en multitud de ocasiones decir eso, en clase y fuera de ella. Era una de sus frases favoritas, cuando algún alumno le preguntaba por la relatividad de las leyes en los sistemas.

Alicia pensaba en voz alta, mirando al vacío, mientras Álvaro le acariciaba el pelo.
-Ojalá fuera ya abogada.
Álvaro le dio un beso en la mejilla.
-Lo serás. Ya verás como lo serás.

Alicia le miró con cariño. Ahora, con Álvaro sin trabajo, no estaba el asunto como para pensar en matrículas universitarias ni en otros gastos. Ahora mismo, eso era algo que a ella ni se le pasaba por la cabeza. Las prioridades eran otras, indudablemente.

Entre caricias, Alicia cerró los ojos cuando notó la mano de su marido palpando con sumo cuidado la redondez de su vientre, buscando en su cuerpo la nueva vida que estaba por venir. Álvaro rompió el silencio para preguntar.

-¿Cómo le vas a llamar?

Alicia le miró con pavor. Al decir aquello, su marido estaba asimilando que no vería nacer a su hijo. Negó con la cabeza.

-Ya pensaremos el nombre cuando le veamos la cara, aun es pronto. Y lo pensaremos los dos- Alicia recalcó “los dos”, con vehemencia. No quería ni pensar en la posibilidad de que su marido no estuviera a su lado en ese momento. Pero Álvaro insistió.

-¿Cómo se va a llamar? ¿Si es un niño?
Alicia se le echó al cuello.
-Si es niño se llamará como tú.
-No… mejor que no…-sonrió Álvaro mientras mecía a su mujer y la apretaba contra sí- mi padre también era Álvaro y nos confundíamos. Por eso no se lo pusimos a Pedrito.

-¿Joaquín?- inquirió él.

Alicia sacudió la cabeza.
-Tampoco. Ya te he dicho que se llamará como tú.
-Eres una cabezona- Álvaro la besó en el pelo y no insistió más.–¿Y si es niña?- Ahora cambió la pregunta.
-Si es niña, tú se lo pones- Alicia se acomodaba en su hombro y le besaba con los ojos cerrados.

Álvaro hablaba despacio, mientras le acariciaba el vientre con delicadeza. De repente, se paró.
-¿Lo has notado?

Alicia se emocionaba cuando notaba los primeros movimientos de la criatura dentro de ella. Álvaro también miró emocionado la cara de su mujer. Quería llevarse consigo todos esos recuerdos. Con una sonrisa, recordó a aquella niña que hacía tres años tomaba el café con él en la cafetería de la facultad, mientras hablaban de sueños e ideales. Aquella niña era ahora su mujer, y esperaba un hijo suyo.

-Mi madre se llamaba Ana…- Alicia habló con un hilo de voz.
-Ana. Me gusta. Ana Iniesta Peña- sonreía él-. Entonces tendríamos las mismas iniciales.
Efectivamente, no en vano, él se llamaba Álvaro Iniesta Pérez.

-Es verdad…- Alicia acariciaba el brazo de su marido.-Pues si te gusta, Ana. O mejor aún, dejaré a Pedrito que lo elija.

Aquello provocó un mohín gracioso en la cara de Álvaro.
-No, mejor que no. Es capaz de ponerle el nombre de su último héroe del tebeo de los Domingos.
Alicia no pudo evitar sonreír. Su marido quería aliviar la tensión del momento.

-¿Ves? Estás más guapa cuando te ríes- dijo mientras la volvía a besar en la frente.

-Pues yo no quiero reírme ahora. Ni quiero que me hagas reír. ¿Cómo voy a reírme?
Álvaro le hablaba con la boca cerca del oído, susurrándole en el pelo.
-Pues yo si quiero que te rías. Me gusta cuando te ríes. Quiero llevarme tu risa de aquí.

Alicia se le echó al cuello rodeándole con sus brazos.
-No podré soportar estar lejos de ti…- Alicia se descomponía ante la evidencia-. Otra vez no.

Esta vez, Álvaro cerró los ojos, con amargura. Aunque no lo dijera, la sola idea de volver a la cárcel le producía pánico. La imagen de la celda de aislamiento con la bombilla encendida día y noche le martilleaba incesantemente.

-Alicia…- paró y le cogió la cara, mirándola a los ojos. Ahora su gesto era de dolor y pena- tendrás que ser fuerte… porque si tú no lo soportas, yo tampoco lo podré soportar.
Alicia adivinó en los ojos de su marido el terror que él quería ocultar, y se echó a su cuello, ahogando un sollozo. No podía mostrarse débil cuando su marido le pedía ser fuerte.

-Te quiero…
-Sabes que yo también- Álvaro hizo una pausa y alargó el brazo para coger una flor del florero que estaba en la mesa. Una rosa blanca de una ramita de un rosal de casa de la tía Gertrudis, que su madre había traído esa mañana y había puesto en agua-.

- ¿Vendrás a verme, verdad?- dijo él mientras le ofrecía la rosa.
-Todos los días que haya, mi vida. Aunque no me dejen entrar, estaré en la puerta. Y sabré que estás al otro lado. Y aunque no puedas verme, yo sí que te estaré viendo.-Alicia le cogía de las manos cada vez que hablaba- Aunque no me dejen pasar, yo estaré allí, y pensaré que tú estás al otro lado del muro.

Álvaro la abrazó.
-¿Sabes?- se sonrió, al revivir el recuerdo que le venía, mirando la flor que había cogido-. En Carabanchel una vez, en el patio, en una esquina, en la tierra, brotó una mata de hierba. Y lo curioso es que le salió una flor. Sí, con el frío que hacía, en pleno Febrero, una flor. Una flor blanca, parecida a esta. Los presos no la tocaron, la mirábamos crecer cada día. Nos parecía que aquella flor que brotaba era un trozo de libertad que se había colado dentro de la cárcel.

Álvaro sabía la predilección de Alicia por las flores blancas, desde que supo que había sido ella la que llevó el ramo de rosas a la tumba de su primera mujer, cuando ambos eran todavía profesor y alumna. Sin ser muy consciente de lo que estaba haciendo, Alicia, en su inocencia de aquellos días, sólo quería consolar a su entonces profesor, a quien veía triste, y ayudarle a sobrellevar ese día duro para él.

-Te llevaré una rosa blanca siempre que vaya a verte. Y si no me dejan pasar allí estaré yo. Cada vez que huela la rosa, me estaré acordando de ti…. Álvaro, escúchame…

-Dime- dijo Álvaro mientras la miraba, conteniendo la emoción.
-… si es día de visita y no te sacan, si no te dejan salir, mira al muro: te prometo que yo estaré allí, con tu flor en la mano, cada vez que la vea te veré a ti. Cada vez que huela la rosa me estaré acordando de ti. Te lo prometo, mi vida…

Abrazados de nuevo, Álvaro recordaría con el tiempo que la imagen de Alicia oliendo la rosa le ayudó a hacer más llevadero su encierro y su falta de visitas cuando los guardias daban paso a otros presos a la reja donde recibían a los familiares, y le dejaban a él aguardando noticias que esa vez no llegaban. Cuando eso sucedía, él pensaba en Alicia, al otro lado de los muros monolíticos de la cárcel, y soñaba que ahí estaba ella, con su rosa en la mano.


Más serenos, Álvaro continuó hablando.
-Le he dejado a Eduardo todos los papeles por si…-Álvaro hizo una pausa- …por si pasara algo.
-No te va a pasar nada-dijo Alicia abrazándolo de nuevo.
-Le he pedido que sea el padrino del niño ….. o de lo que venga- Álvaro intentaba sonreír, a pesar de su tristeza- puede ser una niña.
-No le hará falta ningún padrino. Tendrá a su padre.
-Sí. Pero sabes que tendréis problemas si no dejo todo preparado.

Alicia besó a su marido. Le besó largamente, y se sintió temblar como una hoja cuando él respondía a sus besos cada vez más encendidos. Esa noche, Alicia y Álvaro hicieron el amor conscientes de que no volverían a tenerse en mucho tiempo.
A la mañana siguiente,sábado, dos días antes de cumplir el plazo establecido, vinieron a llevarse a Álvaro.

Fin del Capítulo.
Continuará…..

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Capítulo 22.

Penal de Ocaña. Cuatro meses después. Marzo de 1.952,
Vísperas del Congreso Eucarístico de Barcelona.

“Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”.
(Montesquieu)




Eduardo sacó de su portafolios los ansiados papeles, y se los tendió a Álvaro, su amigo y defendido.
-Una firma tuya y se acabó todo.

De nuevo frente a frente, los dos abogados se miraban en la sala de idem de la cárcel. Antes siquiera de mirar el contenido de los documentos que Eduardo le traía, Álvaro no puedo evitar preguntar con insistencia.

-Eduardo… ¿Y mi familia?
-Bien, están todos bien, no te preocupes. Ayer estuve en tu casa y me dieron recuerdos para tí, hasta Pedrito. Tu hijo me dijo que de mayor quiere ser abogado, como tú.

Álvaro tragó saliva.
-¿…y Alicia, cómo está Alicia?- Álvaro sabía que el momento estaba cerca y no veía la hora de que su amigo le diera noticias sobre su mujer. La falta de novedades le hacía los días exasperadamente largos.

-Bien, está bien, Álvaro. Sabes que no ha podido venir la semana pasada, pero está bien. Tu madre no la deja salir mucho de casa, dice que está a punto de venir. Bueno, en realidad… yo no sé…..son las mujeres las que entienden de estas cosas.

Eduardo se excusaba por su torpeza masculina para explicarse en asuntos de embarazos y partos. En efecto, a Doña Marcela no se le había pasado por alto el cambio de volúmenes que había experimentado Alicia en la última semana, y no quería dejarla sola mucho tiempo. La criatura estaba a punto de nacer, como ya le advirtió ella misma en su última visita a su hijo. Álvaro se había quedado extrañado al ver aparecer en la reja a su madre, en vez de a Alicia, que era lo acostumbrado. Marcela se apresuró a tranquilizarlo.

-Álvaro, todo va bien, pero el médico le ha recomendado que no haga viajes largos. Podría nacer en cualquier momento, aunque aún le queden unos días para salir de cuentas. Alicia está ya muy pesada y le cuesta moverse. Eso sí, ella insistía en venir. He tenido que ser más cabezona que ella.

Marcela le contó brevemente a su hijo la discusión que tuvieron el día de antes:
-¿Qué quieres? ¿Ponerte de parto en el tren? ¿O peor aún, en la cola de la cárcel, con todos los guardias allí delante?
Alicia reconoció que haría mejor en quedarse en Madrid y dejar que su suegra fuera sola a Ocaña. Doña Marcela siguió hablando.
-Va todo bien. Tu amigo Eduardo nos está ayudando mucho. Y el otro… se me acaba de olvidar el nombre…el del periódico…
-¿Francisco?
-¡Ese! ¡Francisco! El otro día Francisco nos bajó la cuna del altillo del armario, y nos ayudó a montarla. Ya está todo preparado. Lo ha hecho Alicia, ¿sabes? Ha aprendido a coser. Y no se le da nada mal.

En un intento de traer dinero a casa, Marcela estaba cogiendo encargos de un taller de costura, encargos con los que Alicia colaboraba en lo más sencillo, tras pedirle a su suegra que le enseñara a manejar la aguja con la suficiente destreza como para poder ayudarla. Sin madre desde los ocho años, Alicia no había tenido quien le enseñara a hacerlo, como al resto de las chicas de la España de aquellos años. En su juventud en París, ella no había pasado de remendar calcetines y a coser botones junto a su padre. Así que ahora ayudaba a su suegra a pasar hilvanes y unir piezas. La necesidad es la madre del ingenio, y Alicia tenía mucho: aprendió rápido, así que ni corta ni perezosa, cuando supo juntar con más o menos acierto dos piezas de tela sin que se notaran las costuras, ella misma vistió la cuna para el futuro hijo que estaba a punto de venir.

Doña Marcela no quiso preocupar más a Álvaro y no le dijo que el recibo de la contribución se lo había pagado Eduardo. Los Iniesta no podían afrontar un pago tan alto, y su amigo, en cuanto lo supo, se apresuró sin dudarlo un momento. Eduardo insistió para que lo aceptaran, a pesar de que ellas, al principio, no quisieron.
-Es mucho dinero, hijo…
-Doña Marcela, por favor, que ya hay mucha confianza.
-Te lo devolveremos enseguida…
-No se preocupe por eso ahora.
Marcela lo aceptó agradecida, y resignada. No era tiempo para orgullos.

Doña Marcela siguió hablando.
-Pedrito está creciendo muchísimo, ¿sabes? La ropa se ha quedado pequeña. No para de crecer, le está pasando como a ti.
Marcela sonreía al contarle que Pedrito ya le quedaban cortas las mangas de los jerséis y las perneras del pantalón, al igual que él a su misma edad. Y que la mujer de Eduardo les estaba pasando la ropa que iba dejando su hijo, dos años mayor que Pedrito, pero ambos con la misma talla. Marcela se lo agradeció. No estaban las cosas en casa para renovar vestuario.
- Ayer mismo -siguió contando-, cuando Eduardo vino, se le acercó y le dijo que quería ser abogado para…. -Marcela hizo una pausa- ….para ayudarle a sacarte de la cárcel.

Ahí Álvaro se rompió en pedazos. Con Alicia aguantaba el tipo para no preocuparla, pero al mencionar su madre a Pedrito se vino abajo. Marcela estaba al otro lado de la reja tragando saliva. Era la primera vez en todos estos meses que veía a su hijo. Hasta entonces ella le había cedido su lugar a su nuera, cuando les llegaba el turno de la visita e invariablemente el guardia decía con voz autoritaria:

-¡SOLO UNA!
Y las dos mujeres se miraban. Aquello era duro para las dos
-Pase usted..
-No hija, pasa tú.
-Marcela…yo….
-Mira hija- Marcela cogía de las manos a Alicia- yo tengo muchísimas ganas de verle, y tú también, ¿verdad?
-…pero… usted es su madre…yo entré la otra vez…
-Si, pero se va a quedar más tranquilo si te ve a ti y ve que todo va bien. Y mantendrá mejor el ánimo. ¿Y tú también tienes ganas de verle, verdad?

Alicia bajaba la mirada. Su suegra tenía razón. Seguramente Álvaro se quedaría intranquilo si no la veía, quizás podía pensar que había pasado algo, zozobra que no se le quitaría hasta la siguiente visita y la viera a ella. Así que Marcela le estuvo cediendo su puesto a su nuera en todas las visitas.
-Mándale un saludo de mi parte. Y mira como está y si le falta algo. A ver si le han llegado las cosas que le mandamos la otra vez. Mira si pasa frío y si come…
Y Alicia echaba a andar por el pasillo sola detrás del guardia, con la cesta de mimbre en la que su suegra y ella habían preparado las cosas que le podían mandar: algo de comida, ropa de abrigo.

Alicia se alegraba al ver aparecer a Álvaro tras su reja, con la ropa que le habían traído en la anterior visita, para de esa forma hacerles saber que le estaban llegando las cosas. Y se tranquilizaba al verlo bien, algo más delgado y pálido, pero al fin y al cabo bien de salud. A pesar de que llevaba más tiempo encarcelado, el semblante actual de Álvaro no era ni con mucho el que tenía cuando salió de Carabanchel.
-¿Cómo estás?...




Y los dos se quedaban mirándose un rato, contentos, antes de empezar a contarse cosas. Álvaro le hacía saber que le llegaba casi toda la comida, que estaba en una celda con otros presos políticos, y que los días iban pasando mientras se acordaba de ella, a quien veía cada vez más redonda. Y ella le contaba todo lo que podía, que su madre estaba bien y se tenía que quedar fuera porque no la dejaban entrar los guardias, que Pedrito estaba mejor de ánimo y que Eduardo y Francisco les iban ayudando a salir adelante. Que Pedrito no paraba de espigar, y que la mujer de Eduardo, con mucha amabilidad y disposición, les pasó los pantalones y jerséis de su hijo. Esos años, Pedrito se tuvo que vestir de prestado, como muchos otros niños de su quinta. Alicia obvió todas las veces que aquel invierno ella se quedaba mirando tras los visillos de la ventana, viendo la lluvia caer, con la mirada en blanco, mientras pensaba en si su marido estaría mojándose o pasando frío, si estaría enfermo mientras ellas estaban allí, o quizás… hasta que llegaba Marcela y la abrazaba pasándole el brazo por los hombros.
-Venga, hija… tenemos que seguir viviendo. No pienses cosas malas. Los pensamientos tristes hacen que la criatura se ponga triste. Y atraen la mala suerte. Piensa en cosas buenas.

Y Alicia sonreía levemente a su suegra, antes de dejar la ventana y seguir a su tarea. Además de coser, Alicia había encontrado una editorial que le proporcionaba textos para traducir del francés, que aunque no eran muchos, si los pagaban bien cuando los había. Las dos mujeres iban tirando adelante como podían, como otras tantas mujeres de presos encarcelados.
-¿Hay hoy dibujo?- preguntó Álvaro.
-Sí, espera- le sonrió Alicia, acordándose de lo que llevaba en el bolsillo. Cada vez que había visita a Ocaña, Pedrito le hacía un dibujo a su padre. Aquello se había convertido en una costumbre, en una especie de intercambio epistolar entre padre e hijo. Alicia era la mensajera.
-Aquí está.

Y Alicia tras su reja, desdoblaba el folio donde esta vez había pintado el niño dos figuras, una más alta y otra más pequeña, de la mano, junto con letras bien grandes:
“Papá, ven pronto. Te quiero mucho.
Pedro”.
Álvaro sonreía en el otro lado de la reja, sin querer dejar salir todas las emociones que se le agolpaban en la mente, para no preocupar a su mujer. Solo él sabía las noches que, tras ver los dibujos de su hijo, se había pasado la noche llorando en su litera, al acordarse de las palabras de su hijo escritas en el folio.




-Pedrito está más animado. Pregunta por ti todos los días. Y seguimos saliendo los domingos al parque, a echar de comer a los patos- sonreía Alicia-. Dice tu madre que así se anima y viene más contento, aunque no para de hablar de ti en todo el camino, y de las cosas que vais a hacer cuando te vea.
Álvaro tragaba saliva.
-¿Y qué hay de ti? ¿Cómo estás?-preguntó él.

Alicia nunca hablaba de sí misma en las visitas hasta que Álvaro no le preguntaba directamente. Le parecía muy egoísta empezar por ella habiendo tantos que se quedaban fuera, sin poder verle.
-Bien. Yo estoy bien, mi amor.
-Cuéntame cosas.
El guardia paseaba arriba y abajo del pasillo que había entre las rejas, interrumpiendo de vez en cuando la intimidad de la conversación con sus taconazos.

-El otro día estuve en el médico. Dice que va todo bien. Cada día se mueve más, a veces no para, no sé qué hace- sonreía ella- creo que va a ser futbolista, por las patadas que me da. Cada día lo noto más fuerte.
Y a Álvaro se le iluminaba el semblante. Algunas veces Alicia se desabrochaba el abrigo tras la reja, disimuladamente, para que su marido viera a la criatura moverse bajo su camisa.
-A lo mejor es niña- sonreía él.

Y Alicia sacaba de nuevo la rosa blanca del bolsillo de su abrigo, la rosa que le dio su marido antes de irse. Álvaro y ella se quedaban mirando sin decirse nada. Las palabras estaban de más en aquel momento.

La mitad de las veces, ambas mujeres se daban el viaje en balde. Tras pasar media mañana metidas en el tren y esperar de pie durante un buen rato en la cola de la cárcel, el guardia no las dejaba pasar.
-¡HOY NOOO!
Y sin dar más explicaciones, las dos mujeres se quedaban mirando impotentes como las demás entraban y ellas se quedaban fuera. A veces conseguían que otro familiar de preso les metiese la cesta de cosas que le traían a Álvaro, cesta que, afortunadamente, le llegaba. Cuando esto ocurría, Alicia tiraba de su suegra y la llevaba fuera, a dar una vuelta alrededor de la cárcel. Sabía bien lo que tenía que hacer.
-Vamos…
-Alicia, que nos van a pegar un tiro un día de estos..

Doña Marcela se refería a los guardias de las torretas que las miraban con aire intimidatorio desde su atalaya. Tras la sorpresa inicial, ya se habían acostumbrado a la presencia de aquellas dos mujeres que se quedaban mirando a los muros de la prisión con la mirada perdida, por tiempo indefinido, mientras la más joven sacaba una flor blanca del bolsillo y se quedaba mirando el muro de la cárcel, a una prudencial distancia. En el otro lado del patio, uno de los presos también se quedaba mirando hacia arriba, como si quisiera saltar con la mirada por encima del muro. Y los guardias se entretenían mirando las evoluciones de ambos, cada uno en su lado del muro, sin verse, como quien mira las hormigas que ha metido en un frasco de cristal, que están ajenas a todo sin saber que están siendo observadas.

-Marcela, está allí, seguro, aunque no podamos verlo. Y él sabe que estamos aquí.
Y Doña Marcela acompañaba a su nuera alrededor de la cárcel mientras cada una a su manera, pensaban en Álvaro. De todas formas no había otra cosa que hacer hasta por la tarde, cuando cogían el tren de vuelta para Madrid. Alicia se había preguntado muchas veces si el traslado de Álvaro a Ocaña no era otra vuelta de tuerca del Régimen, en un intento de endurecer las condiciones de vida del preso, y forzarle a firmar un acuerdo aún menos ventajoso para él. Ahora, gracias a las negociaciones de Eduardo, ese acuerdo por fin había llegado, y Álvaro lo tenía delante suya.

En la ciudad de Madrid, el ……… 4 de Marzo de 1.952…..

Álvaro, en silencio, leyó despacio el pliego de condiciones del acuerdo, mientras esgrimía la pluma que le tendía Eduardo, más que por desconfianza en su amigo, por pura deformación profesional y rutina, de leer todo lo que tenía delante antes de firmar nada.

PRIMERO- el abajo firmante …..es cesado en su puesto en la Universidad de Madrid como catedrático de la asignatura de Derecho Romano…. absteniéndose de reclamar ni de emprender ninguna otra acción…

SEGUNDO- ……se dará de baja en el Colegio Oficial de Abogados de Madrid…

Álvaro tragó saliva. Sabía que iban a llegar a esto, pero ver plasmado en un papel el alto precio que tendría que pagar por su libertad definitiva le estaba resultando duro. Estaba renunciando a más de veinte años de vida profesional, que quedaban borrados de un plumazo, a golpe de firma y decisión arbitraria del Régimen. Todo el que le resultara molesto, era apartado del sistema. Así de sencillo. El Catedrático de Derecho y el abogado dejarían de existir en cuanto él estampara su firma en aquellos papeles.
-…inhabilitación para cualquier cargo público .…-siguió leyendo por encima.

Álvaro reparó en las sutilezas Eduardo había podido deslizar en el acuerdo. Después de todo se lo esperaba peor. El “cese” en su puesto le dejaba la puerta entreabierta a una futura y seguramente muy lejana, reincorporación, cosa que no habría sido posible con una “renuncia”.
-¿Aquí era donde querías llegar, no?-preguntó Eduardo.

Álvaro asintió. No se equivocó en sus predicciones. Tras el acoso económico al que le había sometido el Régimen fianza tras fianza, el ingreso en la cárcel no había sido sino una manera de forzar al Régimen a dar el siguiente paso: Negociar un acuerdo a cambio de no llegar a juicio, juicio al que ninguna de ninguna de las dos partes quería llegar. Al Régimen no le interesaba la propaganda negativa que hubiera supuesto condenar a un Catedrático de Derecho, y por otra parte, Álvaro estaba seguro que no habría podido salir victorioso de dicho juicio, cuando le estaban poniendo unas condiciones tan leoninas en el acuerdo a cambio de su libertad. Además, estaba Eduardo, que ya estaba bastante comprometido en su caso, y meterlo en un juicio habría supuesto exponerle demasiado. Con toda seguridad habría tenido consecuencias negativas en su carrera, si es que no las tenía ya.

-Sí me esperaba algo así- contestó Álvaro con un deje de resignación-. Esto es lo que hay.
-No hemos salido mal, Álvaro, podía haber pasado cualquier cosa. Y cuando te digo cualquier cosa, es cualquier cosa.
-Lo sé-asintió Álvaro-. ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? –preguntó. Quizás le tranquilizaba saber por boca de su amigo que su decisión era la única posible, la correcta.

-No lo sé, Álvaro. Sabes que es muy difícil dar consejos en situaciones así, y más con una implicación tan personal. Al final ha salido bien, pero por las mismas, podía haber salido de forma totalmente distinta, te la has jugado con esto, y ha salido bien. Hasta me asombra ver lo rápido que se ha resuelto. Te podían haber tenido mucho más tiempo en la cárcel, como les ha pasado a otros. Ha sido una suerte. Ahora, con el Congreso, están soltando presos políticos a mansalva.

Eduardo se refería al Congreso Eucarístico que se iba a celebrar en Barcelona dentro de dos meses. En su víspera, fueron amnistiados decenas de presos, se suprimieron las cartillas de racionamiento, y se prodigaron las obras públicas y de acondicionamiento. Álvaro estaba al tanto, aunque sin conocer los detalles. En el mismo penal ya habían tenido sueltas de presos, y era algo que se comentaba entre los reclusos en los largos ratos de soledad en los patios.

Con el pulso firme, Álvaro empuñó la pluma y estampó su firma.
-Ya está.

Álvaro intentó forzar una sonrisa, para quitarle importancia. Por ahora, lo único que le interesaba era verse fuera de la cárcel cuanto antes. No podía quitarse a Alicia de la mente.
-¿Cuánto tiempo…?-preguntó él.
-No sé… varios días, puede que tarde incluso varias semanas. Ahora mismo le voy a dar curso. Y me voy a ocupar personalmente de que se acelere todo. Pero con cautela, ya sabes que a veces querer correr sirve para todo lo contrario. Pero siempre hay algún ordenanza que me debe algún favor, ya sabes..

Álvaro asintió. Sabía cómo funcionaba la burocracia y el favoritismo en los despachos del Régimen, aunque confiaba en la capacidad de su amigo para nadar entre dos aguas.
-Eduardo, te quería pedir un ultimo favor…
-Dime. Sabes de antemano que sí.
-Cuida de ellas, por favor… Alicia…
-Descuida. Álvaro, todo va a salir bien. Estamos todos avisados. Y espero que pronto las veas por ti mismo.

Los dos amigos se dieron el último abrazo en la sala, antes de que Eduardo, raudo y veloz, fuera como una exhalación a llevar el acuerdo. En cuanto le dieran curso desde las altas instancias, Álvaro sería libre.
Esa noche, cerca de su inmediata liberación, Álvaro no paraba de pensar en Alicia.




Fin del Capítulo.
Continuará…

Pasillo:
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Preso: http://revistafast.files.wordpress.com/2009/11/prision.jpg

Presos: http://2.bp.blogspot.com/_KHpOtg410M0/SF6YHUGo7kI/AAAAAAAAAiY/SRvQMvBZpp0/s400/presos+oca%C3%B1a+o+el+puerto.jpg








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Capítulo 23:
Madrid. Mayo de 1.989.

“Como una gran tormenta
sacudimos nosotros
el árbol de la vida
hasta las más ocultas
fibras de las raíces.”
Pablo Neruda
“Cuando vemos a nuestros nietos jugar,
estamos recordando a nuestros hijos”.
(Autor desconocido)


Rocío estaba absorta tras la ventana abierta del dormitorio de su abuela. La niña respiraba hondo, captando todos los sútiles matices que tenía el aire impregnado de energía tras la tormenta de primavera que acababa de descargar. Tras la incipiente lluvia, Madrid recuperaba el pulso con sus atascos interminables, su ruido en las calles antes desiertas mientras llovía, y sus gentes saliendo de los negocios y portales para retomar la circulación de la ciudad. Rocío miraba salir la gente desde la ventana, como hormigas, mientras el bar de la plaza peatonal de abajo volvía a colocar sus mesas en la terraza. La luz del atardecer estaba cerrando el día.



-¡Qué bien huele después de la lluvia!- exclamó la niña respirando hondo y volviéndose a mirar a su abuela.

Alicia le sonrió desde la butaca del dormitorio. Se había levantado de la cama, y estaba sentada en una de las dos butacas gemelas que tenía el dormitorio, con la mesita entre ellas. Se encontraba muy animada esa tarde, con su nieta Rocío escuchándole todas las historias de la familia mientras la tormenta tronaba fuera. Pero ahora había cesado de llover y Alicia le había pedido a su nieta que abriera la ventana. A ella también le gustaba el olor de la humedad en el aire. Encima de la mesa estaba la vieja lata con los recuerdos familiares que Pedro le había acercado a Alicia, tras sacarla de la cómoda. Alicia se la puso en las rodillas, encima de la bufanda de Álvaro que tenía en el regazo, y siguió buscando cosas en su interior.

-No cierres, deja abierta la ventana- le dijo a su nieta, que tras obedecer, se sentó en el suelo al lado de su abuela, mirando todo lo que hacía.

-Madre mía….-dijo Alicia emocionada mientras sacaba un pequeño libro, dentro de cuyas páginas había una flor seca.

-¿Qué es, abuela?
-Esta flor…- Alicia estaba emocionada. Todos los recuerdos se le agolparon en su mente de repente, como si hubieran sucedido ayer.

-¿…es la flor que…?

Alicia asintió. La flor blanca que Álvaro le dio la noche que hicieron el amor, la noche antes de volver a la cárcel. Alicia la secó entre las hojas de un libro y allí seguía. Nunca la tiró. Recordó como muchas noches, en la soledad de su dormitorio, ella abría el libro y aspiraba el perfume que tenían los pétalos suaves metidos entre las hojas. La voz de su nieta la sacó de sus pensamientos.

-¡Mira esto, abuela! ¡Mira que pequeños!
Rocío sacaba un estuche de joyería con unos pendientes de oro diminutos dentro de él. Alicia sonrió.


-Son unos abridores- contestó ella.
-¿Abridores? ¿Y eso qué es, abuela?

-Son unos pendientes de bebé- contestaba Alicia-. ¿Ves lo pequeños que son? Y sirven para abrirles los agujeros en las orejas a las niñas, cuando nacen.

-¡¡UY!!- Rocío dio un respingo mientras se tocaba el dedo.
-Cuidaaado, que pinchan. ¿Ves como tienen aquí un pincho? Por eso son abridores, tienen la punta afilada. Es para perforar la oreja de los bebés y que se queden puestos.

Rocío se chupaba la punta del dedo, tras haberse pinchado. Con una sonrisa, Alicia le pasó la mano por la cabeza, acariciando el pelo de su nieta.
-Cuando eras pequeña los llevaste te los pusimos a tí- le dijo sonriendo, mientras le tocaba cariñosamente el lóbulo de la oreja.

-¿A mí, abuela?
-Sí. Y también tu madre, y luego tus tías. Estos abridores son muy antiguos. Eran de tu bisabuela Marcela, y ella a su vez los heredó de su abuela, creo. Es posible que tengan casi cien años. Como son de oro, están como si fueran nuevos.

-¿Siiii?
Rocío estaba asombrada de que algo pudiera durar tanto. De la abuela de su bisabuela, nada más y nada menos.

-Si. Mira, mira como brillan todavía…
-¿Y las primas? ¿Las del tío Pedro? ¿También se los pusieron?

-No- Alicia sonrió. En la casa, la herencia sentimental se iba transmitiendo por vía materna-. Las primas del tío Pedro se pusieron los pendientes de su madre, tu tía política.

Rocío se quedó hipnotizada por el brillo de la pequeña joya familiar que estaba allí guardada.
-Oye, abuela..
-Dime.

-¿Y qué pasó con el bebé? El bebe que ibas a tener- dijo Rocío sonriendo, mientras se apoyaba en el reposabrazos de la butaca de su abuela.

-¡Ay mi niña!- Alicia rió-. ¡Si el bebé era tu madre!

Rocío bajó la mirada. El pensar en su madre como un bebé le resultaba, cuanto menos, extraño.
-¿Pero qué pasó, abuela? ¿Y qué pasó con el abuelo? ¿Salió de la cárcel?

Rocío miró de soslayo a la puerta del dormitorio. Su madre estaba en la cocina, preparando la cena, y sabía que no le gustaba que hablaran de esas cosas con la abuela. No quería que se alterara más de la cuenta. Pero ese día, Alicia estaba animada contándole a su nieta la historia. Como su madre la oyese hablar otra vez de cárceles, se acababa la conversación.

-Sí, salió…. hace tanto tiempo….-Alicia empezó a recordar pensativa, con la mirada perdida- Imagínate…. yo ya estaba casi de cinco meses cuando vinieron a llevárselo. Él ya estaba preparado para esa posibilidad, pero a mí se me hizo muy difícil. Era mi primer hijo, y me quedaba sola, sin saber que pasaría…

Rocío escuchaba atenta.

-Iba a verle todas las semanas. Y siempre me decía estaba más guapa, el pobre… con lo mal que lo pasó en la cárcel -Alicia recordó la cara de Álvaro, al otro lado de la reja del pasillo para las visitas-. Dejó que le volvieran a encerrar porque si no, nos hubiéramos quedado todos en la calle…

Alicia suspiraba recordando. Por un momento, Rocío se arrepintió de haber sacado el tema al ver en la cara de su abuela un deje de tristeza, pero ya era tarde para cambiar.


-Estuve viéndole catorce días antes de nacer tu madre. Imagina cuando me entraron los dolores de parto, y estaba yo sola en la cama. Lo eché en falta como nunca. Pensé que el niño nunca conocería a su padre, e incluso llegué a pensar que a última hora me flaquearían las fuerzas para traer al mundo a la criatura que venía.

Rocío se había quedado quieta, sentada de rodillas en el suelo, apoyando los codos en el apoyabrazos del sillón, mirando a su abuela.

-Afortunadamente, y a pesar de las circunstancias, Ana nació muy bien. Era una niña muy redondita y rosada. La comadrona me la dio en brazos nada más nacer, y tu bisabuela la bañó enseguida y la vistió de rosa. Tenía muchas ganas de tener una niña en casa, y había tejido ese jersey por si venia una niña- se sonrió al recordarlo-. Tenía una mata de pelo moreno y los ojos grises muy abiertos, como tú. Luego le pincharon en las orejas para ponerle los pendientes.… ¡ay, mi niña, lo que lloró, con lo chiquitita que era!- Alicia recordó sonriendo con ternura.

Alicia acarició la frente de su nieta, que tenía los ojos húmedos por la emoción del relato de su abuela.

-Esa noche la pasé llorando, con mi hija al lado, en la cama- su nieta la escuchaba con un nudo en la garganta- la miraba dormir tan pequeñita y solo podía pensar en su padre que estaba en la cárcel. Solo de pensar que no conocería a su padre, me llenaba de miedo.

Bajando la mirada, Alicia toco la bufanda que tenía en el regazo.

-Le puse la bufanda de su padre, para que lo conociera desde el primer día- musitó bajando la mirada y acariciando el paño que tenía en sus rodillas.


Alicia le contó a su nieta el vuelco que le dio al corazón cuando en medio de los días de angustia, recibieron la llamada de Eduardo comunicándoles que el acuerdo había sido tramitado y esa mismo día liberaban a Álvaro, libre al fin de toda pena. Le contó como el mismo Eduardo intervino para acelerar los trámites y que saliera de prisión cuanto antes, y de esta manera pudo conocer a su hija a las tres semanas de nacer. En ausencia de su padre, fue Eduardo el que inscribió a la niña en el Registro, y cinco días más tarde, él y su mujer fueron sus padrinos en la pila de bautismo.


Alicia le contó a su nieta la alegría que le dio cuando vio aparecer a su marido por la puerta, que venía con Doña Marcela, quien había ido a recogerlo a prisión. A Álvaro le dio un vuelco el corazón, cuando al salir por la puerta del penal, vio a lo lejos las figuras de su madre y su amigo, Eduardo. En su recién estrenada libertad, no se permitió a sí mismo alegrarse hasta que su madre no le comunicó la buena nueva.

-¡Enhorabuena, hijo, tienes una niña preciosa! -exclamó ella al abrazarle.
-¡Mamá!...
Doña Marcela acariciaba la cara de su hijo, feliz de verle, después de tanto tiempo.

-Pero… ¿y Alicia, mamá?
-Bien, está bien- dijo ella, sonriéndole tranquilizadora-. Están las dos en casa, esperándote.

-Álvaro…- Eduardo abrazó a su amigo fraternalmente. Él también estaba contento de finalizar aquello…

Sin terminar de creérselo, Álvaro se pasó todo el viaje de vuelta en el coche de Eduardo preguntando por su hijo, por Alicia, por cómo había sido todo y qué había pasado, mientras su madre le repitió todas las veces que hizo falta que sí, que todo había salido bien, que el parto transcurrió sin problemas, e incluso vino Pelayo a llevarse a Pedrito a su casa a jugar con sus nietas hasta que todo hubiese terminado, mientras Manolita, que tenía ya la experiencia de haber asistido a varios partos, se quedó para ayudar a calentar agua y preparar sábanas. Doña Marcela le siguió contando a su hijo que la niña era morenita, como ellos, que dormía muy bien y comía con ganas, que apenas lloraba, que no era pasión de abuela, pero que era muy guapa la criatura…. Al llegar a Madrid y aparcar frente a su puerta, Álvaro no pudo esperar a su madre y subió de dos en dos las escaleras de los cuatro pisos.

Alicia recordó con emoción cuando, al oir el timbre, se levantó a abrir la puerta, y allí estaba él, al fin libre, y el abrazo en el que ambos se enlazaron durante no se sabe cuánto tiempo, hasta que apareció un poco más tarde Doña Marcela, quien con la excusa de ir a buscar a Pedrito, al que habían dejado en casa de la tía, se volvió a retirar discretamente por la puerta, para dejar a la pareja recibir en la intimidad la nueva situación familiar, a solas con su nueva hija.



Se le volvieron a saltar las lágrimas al recordar como llevó de la mano Álvaro hasta el dormitorio, sacó a su hija de la cuna y la puso en sus brazos. La pequeña, recién comida, hacía esos ruidos borboteantes que hacen los lactantes cuando están satisfechos mientras sonreía en sueños y abría y cerraba sus deditos.


Alicia recordó la emoción que sintió Álvaro cuando su hija, todavía dormida, agarró con su manita uno de los dedos de su padre, cerrando el puño en torno a él, y como luego estuvieron abrazados los tres en el sofá del salón, mirando arrobados a la niña que seguía durmiendo ajena a todo, mientras los minutos iban pasando sin que se dieran cuenta, hasta que llegó Marcela con su nieto. Pedro también estaba muy afectado al abrazar a su padre por segunda vez, y con una aplastante lógica infantil, el niño expreso sus sentimientos de la manera más concisa y razonable que le permitieron sus pocos años:
-Papá, no vuelvas a irte. Si vienen a por ti escápate. No te vayas más a la cárcel.


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En ese momento, Ana entró en la habitación.

-Mamá, ya es hora de descansar- Ana miró a su hija-. Rocío, venga, que ya está hecha la tortilla.

Rocío miró cómplice a su abuela, sin muchas ganas de irse. Tenía que ser precisamente ahora que el relato estaba en lo más interesante…
-Mamá, ¿puedo cenar aquí con la abuela? Me está contando cosas de vosotros…
-Rocío, la cena está en la mesa y tu padre y tu hermano están esperando- contestó Ana. la madre.
-Por favor, mamá….

Ana acomodó a su madre en la cama, y tras ver su semblante sereno, y la emoción de su hija, pensó que por un día que no cenaran en la mesa no pasaba nada. Tras meditar un instante, accedió, no sin antes ayudarla a acomodarse en la cama y arreglarle las sábanas.

Recordando vivencias pasadas, las tres generaciones cenaron juntas alrededor de la cama de Alicia.

Fin del Capítulo.

Continuará…

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Capítulo 24.


Madrid. Junio de 1.952.


“Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor,
sin amargura, sin la herida abierta;
perdonar es recordar sin andar cargando eso, sin respirar por la herida,
entonces te darás cuenta que has perdonado”.




“...Querida Juana, queridos hijos míos:
Cuando leáis estas líneas, si os llegan, yo ya no estaré entre vosotros. Se me hace muy difícil despedirme y deciros adiós, pero no puedo dejar de pasar mis últimas horas sin teneros en mi pensamiento…”

Alicia y Álvaro caminaban en silencio, guiando el cochecito de la niña por la accidentada calle llena de socavones. Tras buscar con la mirada en los números de la calle, Álvaro se detuvo frente a una de las puertas, esperando que esta vez fuera la definitiva, tras varios intentos por encontrar la casa. Ya era la tercera vez que le habían dicho lo mismo:
-No, esa familia ya no vive ahí. Se mudó, pero no sabemos dónde. Tal vez los otros vecinos les puedan decir algo…

Y los Iniesta volvían sobre sus pasos, buscando en otro barrio, en otra calle. Tras muchas pesquisas de Álvaro, muchas idas y venidas de unos y otros, parecía que la búsqueda llegaba a su fin después de todos estos meses.

-Me gustaría acompañarte- le había dicho Alicia esa tarde al verlo prepararse.

Álvaro asintió en silencio. Él también prefería ir acompañado. Alicia se arregló con discreción y luego preparó a la niña y la acomodó en su cochecito. Tras un buen rato de viaje en tranvía, los Iniesta se bajaron al final de la línea para continuar su camino andando. El carrito de la niña se iba atascando en el accidentado camino sin asfaltar. Descalzos, unos chiquillos jugaban en la calle.


“…Juana, mujer, no sabes cuánto te he añorado. No hay día que pasara ni cosa que hiciera que no me acordara de ti, qué hubieras dicho, o qué hubieras hecho tú. Ahora mismo estoy sonriendo al acordarme de los paseos que dábamos cuando éramos novios, y paseábamos junto al río, con tus primas. Te tendré siempre presente hasta el último minuto. Cuida de nuestros hijos, no dejes que crezcan alimentando rencor ni deseos de venganza. No llores por mí, sé feliz. Me iré en paz si sé que dejo una familia digna capaz de mirar a los ojos a la persona que tienen delante…”

Alicia y Álvaro se sacudieron un poco la tierra de los pies al llegar frente a aquella casa. Tenía que ser ahí, en aquella vivienda mucho más pequeña y humilde que las anteriores, de una sola planta, donde le habían llevado las nuevas señas que le habían dado las gentes, al ver la insistencia de Álvaro por encontrar a aquella familia que se había quedado sin padre. La puerta, cerrada a cal y canto, la fachada cuidada y limpia, algunas macetas de geranios…



-Es aquí- dijo él frente a la puerta de madera. Tras llamar al picaporte, una voz de niña mayor se escuchó dentro.
-¿Quién va?
-Eh… Perdone, ¿es la casa de la señora Juana? Vengo de parte de su marido.
- ¿Quién es?
Dentro se oyó ruido de pasos y voces.
-¿Qué está pasando? ¿Quién es?
-No lo sé mamá. Preguntan por ti. Dicen algo de papá…

“….Hijos míos, Remedios, Fermín, sabed que no muero por criminal ni por ladrón, voy a morir por ser buena persona. Lo único que siento al dejar este mundo es que voy a dejar de veros.
Fermín, hijo, seguro que ya casi eres tan alto como tu madre. Pórtate bien, hazte un buen hombre, que tu madre esté orgullosa de ti. No dejes que nadie te pise, pero no pises tú tampoco a nadie por ser distinto. Lleva siempre la cabeza bien alta, pero no permitas tampoco que nadie la tenga que bajar cuando te vea. Piensa en lo maravillosa que es la vida y lo que nos regala…”

“…Reme, mi niña, pronto serás una mujer. Lleva con orgullo a tus hijos a ver la tumba de su abuelo, pero no hagas que odien innecesariamente.
No guardéis deseos de venganza. Devolver el mal sólo nos iguala a los verdugos. Sed personas honradas, como ya intenté serlo yo. Hijos míos, vuestro futuro sólo dependerá de vosotros. Intentad ser felices, como yo lo fui. La vida es un regalo precioso que se nos concede cada día y que no debemos empañar con malos pensamientos. Apurad hasta el último sorbo de vuestra existencia y sed personas de bien. En vosotros está la esperanza…”

Vuestro padre y marido, que os quiere:
Diego.


Álvaro oyó desatrancar la puerta y correr el cerrojo. En el marco, una mujer enlutada de pies a cabeza miró con precaución al recién llegado que preguntaba por ella.
-Buenos días. Me llamo Álvaro Iniesta, y esta es Alicia, mi mujer.
Álvaro hizo una pausa antes de continuar.
-Estuve con su marido Diego en Carabanchel, hasta el día en que…en que murió.
Álvaro bajó la mirada y se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta.
-Me dio una carta para usted- dijo.

Llevándose las manos a la cara en un estremecimiento nervioso, Juana dejó caer el manojo de llaves al suelo mientras  rompía a llorar, abriendo la puerta para que pasaran.

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Con las manos temblorosas, Juana sostenía la carta con los últimos pensamientos de su marido. Milagrosamente, los guardias de la cárcel no registraron la suela de los zapatos de Álvaro, donde éste había escondido la carta, cuidadosamente doblada y metida en una especie de funda que había hecho Álvaro con un resto de cartón sacado de un paquete. Andaba un poco incómodo de aquella manera, hasta que se acostumbró. Además, no tuvo que andar mucho, en su celda de aislamiento. Y de todas formas, Álvaro conocía de sobra el contenido de esa carta. Como bien le prometió a Diego la noche que se la confió, tuvo tiempo suficiente para leerla y memorizarla más que de sobra, si los guardias se la hubieran quitado.

-¿Saben? Yo le decía que no lo hiciera, que le podía pasar algo… si él nunca hizo nada malo- decía ella entrecortadamente, con la mirada perdida. El sufrimiento de la mujer durante todos estos años era evidente.

-Ese día cogió un saco con comida y mantas, ¿saben?-la pobre mujer repetía esa muletilla insistentemente-. Era para los de la montaña. Todo el mundo sabía que pasaban hambre allá arriba, pero nadie se atrevía a nada. La Guardia Civil vigilaba los caminos y el bosque. Si cogían a alguien…

Alicia la tomó de la mano, en un intento de confortarla.
-Esa noche nevó-continuó Juana –. Hizo muchísimo frío. Y Diego no pudo aguantar más. Reunió ese saco con comida y mantas, ni siquiera era uno de ellos, solo quería evitar que se murieran de hambre, como animales… ,yo le dije que tuviera mucho cuidado- Juana rompió otra vez en llanto en el hombro de Alicia, al acordarse de la última vez que vio a su marido con ella.

Fermín y Remedios, los dos hermanos, estaban sentados en dos sillas, un poco retirados. Los dos niños no decían ni media palabra, pero no perdían detalle de todo lo que contaba su madre. Fermín debía de ser tres o cuatro años mayor que Pedrito, y su hermana un poco más pequeña.

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Camino del cementerio, Alicia y Álvaro marchaban en silencio mientras Ana dormitaba silenciosamente en su cochecito. La niña no había despertado en toda la visita, afortunadamente, y ahora entreabría los ojos con el traqueteo del carrito entre las irregularidades del camino.

Al llegar a la puerta del cementerio, continuaron hasta el final del camino que rodeaba la tapia, doblando la esquina y andando frente a uno de sus muros, Álvaro se paró a respirar hondo. Esa era la tapia que había visto en su sueño, aquel amanecer en el que en su pesadilla miró al cielo en la que creyó sería su última vez. Alicia se dio cuenta de la afectación de su marido y detuvo el paso para recuperar el aliento. Habían sido muchas emociones.


-¿Estás bien?- le preguntó, mientras le pasaba la mano por la espalda.

Álvaro miró a su mujer y asintió. Por un tiempo indefinido, ambos se quedaron mirando hacia delante, hacia la tapia rota del cementerio. La quietud de la tarde de verano no les quitaba el nudo en la garganta que sintieron allí delante. Por un momento, les parecía que aquellas piedras les devolvían, como en un eco, toda la tristeza que habían guardado dentro. Todos los muertos anónimos que guardaba aquella tapia se les antojaban extrañamente cercanos.

Acercándose al cochecito de su hija, Álvaro sacó un ramo de flores blancas del interior de una bolsa de papel. Despacio, acercó el ramo hasta la tapia y lo depositó allí. Luego volvió sobre sus pasos respetuosamente, sin dar la espalda al muro. En esos momentos, las mentes de ambos estaban entonando algo lo más parecido a una oración, una plegaria de homenaje hacia aquellos que ya no estaban allí, una letanía universal de respeto.

Con los ojos brillantes, Alicia miró a su hija, ahora dormida plácidamente en el cochecito, ajena a todo, con su chupete de goma en la boca.
-No quiero esto para ella.

Mientras Alicia reflexionaba en voz alta, Álvaro volvió interrogativamente la cabeza hacia su mujer.
-Quiero que crezca libre, en paz, sin rencores, sin odio ni remordimientos….
Álvaro se quedó pensativo un rato antes de contestar.
-Ana vivirá en el país que le dejemos. Y también en el que ella construya. Nosotros le daremos todo lo que podamos. Y lo demás… dependerá de ella.

Alicia seguía pensando en voz alta.
-La gente sigue odiándose, Álvaro. Han pasado casi veinte años y parece como si la guerra aún no hubiera terminado. Todavía hay gente que mira con odio al que fue antes su vecino. Todavía hay gente que no soporta al que piensa de otra manera.

Por un momento, a Alicia se le vino el recuerdo de sus tíos, sus padres y toda su historia familiar.

-A mi madre la mató la guerra. ¿Qué más da quien tirara la bomba? Si no hubieran sido unos, habrían sido los otros, una guerra es una guerra. No puedo tener rencor contra nadie. Fue una guerra absurda, que nunca tuvo que producirse… Cuántas familias se rompieron, cuántos hijos separados de sus padres para no volver a verse nunca más… Cuántas luchas de hermano contra hermano… Esto no puede volver a repetirse. España es un país que no se levanta porque tiene miedo de hacerlo. España es un país lleno de heridas, Álvaro…

Alicia miró a su marido. En cierto modo, ellos dos también formaban parte de esa herida, esa sangría que tenía España, que goteaba intelectuales y gente capaz sin hacer nada por evitarlo, como en su día ocurrió con su padre, profesor en la Universidad, y obligado a marchar al exilio a Francia durante la guerra, y a otros tantos como él: escritores, catedráticos, hombres de ciencia…. Ahora ellos también tenían ante sí un futuro incierto, aunque en ese momento su falta de perspectivas laborales y sus problemas económicos les parecieron nimios al contemplar la monstruosidad congelada en los impactos de bala de la tapia de los fusilamientos.


Álvaro la cogió de la mano, entrelazándola con la suya. Ambos volvieron a mirar el muro del cementerio, y recordaron en silencio a todos los que se habían ido allí, de forma anónima: Diego, Luisa, Ignacio… Fernando también tuvo su recuerdo en sus pensamientos. A Alicia le pareció que si el muro de piedra fuera un objeto animado y pudiera cobrar vida de repente, se estremecería con todo lo que habrían visto pasar por delante de sus ladrillos viejos.


 En la cabeza de Álvaro todavía resonaban las últimas palabras de Diego en aquella carta. Carta que tuvo oportunidad de repetir y memorizar más de cien veces cada día, cuando estaba confinado en la celda de aislamiento de Carabanchel. Tal y como le prometió a Diego en su última noche, le haría llegar esas palabras a su mujer fuese como fuese. Si los guardias hubieran encontrado la carta entre sus zapatos y se la hubieran quitado, su memoria de Catedrático de Derecho le habría permitido a Álvaro transcribirla de arriba a abajo. Diego estaba vivo con esas palabras.


Alicia y Álvaro se quedaron un rato más junto a las flores, conteniendo el nudo en la garganta y sobrecogidos por la atmósfera del lugar, que aun sin tener ningún símbolo exterior, imponía un respetuoso recogimiento por lo que habían visto esas tapias. Allí se terminaron las ilusiones de muchas personas cuyo único delito fue vivir.


Álvaro se volvió a adelantar hacia la tapia. Se arrodilló junto al ramo que había dejado y cuidadosamente cogió una rosa blanca, que se metió en el bolsillo del abrigo después de olerla despacio con los ojos cerrados, antes de volver junto a Alicia. Ésta lo miró y luego volvió la cabeza hacia el cochecito de la niña. Dentro, Ana se daba restregones en la cara con las manos, desperezándose. Los bostezos de la niña les hicieron volver al mundo.

-Ya mismo va a pedir de comer- dijo ella sonriendo levemente, y mirando a su hija con dulzura.
Lentamente, los Iniesta empujaron el cochecito para salir de allí y buscar un sitio tranquilo donde Alicia pudiera darle de comer a la niña.

La vida seguía en Madrid…

Fin del Capítulo.
Continuará…

Casa: http://www.urbegranada.com/wp-content/uploads/sacromonte1.jpg
Tapia cementerio: http://www.afar2rep.org/memoria/fotos/CementerioEste.gif

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Capítulo 25.
Julio de 1.952.

“En el corazón de todos los inviernos
vive una primavera palpitante,
y detrás de cada noche
viene una aurora sonriente.” (1)


Alicia miraba por la ventanilla de su compartimento del tren, absorta por la inmensidad del paisaje castellano. Atrás ya quedaron las últimas vistas de Madrid, las curvas interminables del puerto de Navacerrada, la estación de Ávila… Los postes de la luz pasaban por delante suya siguiendo una cadencia rítmica y perfecta, con el fondo de los campos de trigo amarillos, salpicados de encinas, mientras ella se adormilaba después de casi toda una agotadora jornada de viaje.

A su lado estaba Doña Marcela, que también se había quedado adormilada por el traqueteo del viaje en tren. No hacía ni quince días que su vida en Madrid había dado un giro de ciento ochenta grados, cuando a Álvaro le comunicaron que lo aceptaban para el trabajo y que se incorporase cuanto antes.

La situación en Madrid estaba siendo ya asfixiante, con Álvaro apartado de la docencia y de la abogacía, y sin esperanzas a corto plazo de volver a ellas. Había empezado a dar clases particulares a alumnos, alumnos que sus padres se ocupaban de retirar en cuanto descubrían que había estado en la cárcel por motivos políticos, si bien otros, los menos, mantenían a sus hijos precisamente por eso, por poder ofrecerles otro horizonte intelectual que no les podía ofrecer el colegio. A veces se acercaba al mercado bien temprano, y ayudaba a descargar cajas a cambio de un jornal o de lo que le quisieran dar. Álvaro ya conocía cual era el día que llegaban más camiones de fuera, y se necesitaban más brazos. A veces le pagaban en especie, y Alicia y su madre se las ingeniaban para quitar el trozo picado de la col o de las patatas, y hacer un guiso con ellas.

-Parece que estamos otra vez como hace diez años- se lamentaba Doña Marcela, al recordar el racionamiento de la postguerra.

El dinero que les quedaba de sus ya exiguos ahorros lo estaban estirando como si fuera chicle, pero ya no podían hacer más milagros con el presupuesto familiar que se destinaba casi exclusivamente a la cesta de la compra. Muchas veces Doña Marcela iba a casa de la tía Gertrudis, quien les apartaba unas raciones del potaje que habían preparado y se las llevaba. Otras veces era la misma tía la que les acercaba ella la olla con el guiso, o un bizcocho casero que había preparado. Los parientes hacían lo que podían y ellos agradecían todo lo que les llevaban. Incluso la familia del Asturiano, el bar de la plaza, era consciente de las dificultades por las que estaban pasando:

-¡Para la nueva mamá!- Manolita se les presentó de esa guisa un buen día en la puerta de su casa, llevando una olla con arroz con leche, bien cargado de canela.
-Pero Manuela…-acertaba a decir Doña Marcela-, mujer, que vosotros sois muchos de familia…
-Quite, quite, pero si nosotros ya estamos servidos. Que no es ninguna molestia, al contrario. Es que verá usted, nos habían hecho un encargo, pero al final no se ha presentado nadie, y claro, no vamos a dejar que se desperdicie, ya sabemos el arroz lo que tiene, que se pasa… Nosotros ya hemos apartado nuestra parte, y Pelayo me dijo: ¿y si llevamos un poquito a Alicia, con lo que le gusta la canela? Y yo he dicho, pues mira, no es mala idea, y dicho y hecho, he cogido este cacharro y les he apartado un poquito del arroz que nos ha sobrado, y así aprovecho y veo a la criatura. Porque… ¿cómo está la niña, Doña Marcela?...
Y entre el parloteo de Manolita, Doña Marcela sacaba a Ana de su cuna, para que la viera, agradeciéndoles los pequeños detalles de buena voluntad que los vecinos tenían con ellos.


No siempre les salieron las cuentas en casa. Hubo noches que Marcela y Álvaro se quedaron sin cenar, aduciendo falta de apetito, para darle sus raciones a Pedrito y a Alicia, quien en plena lactancia comía como una lima. Alicia callaba, pero a veces se sentía culpable de no sentirse nunca saciada, pese a que se había hartado de comer su ración y la de su suegra o marido. Tenía miedo de que, ella, que siempre había sido de carácter nervioso, se le retirase la leche cuando era la única cosa que le podía dar a su hija pequeña.


Una de las noches, una de tantas en las que se había quedado a repasar cuartillas interminables de cuentas que no salían, a Álvaro se le cayó el alma a los pies cuando apareció su hijo Pedro en la puerta del despacho, en pijama, con la hucha del cerdito en sus manos:

-Toma, papá, rómpela y saca el dinero, que yo tengo ahorrado. Es que Ana necesita ropa y no le sirve la mía… y no me des más la peseta del tebeo, que ya tengo muchos. Guárdala para cuando Ana sepa leer…



Casi todos los objetos susceptibles de empeño habían desaparecido de la casa: los marcos de plata, los pendientes de oro que Álvaro le había regalado a Alicia en su aniversario de bodas, la pulsera, el sonajero de plata de la niña, regalo de sus padrinos en su bautizo… solo se resistían a empeñar los pendientes de oro de su hija, los pequeños abridores de bebé.


-No merece la pena. No nos van a dar casi nada por ellos, pesan muy poco, y es lo único que tiene mi nieta- había dicho Doña Marcela con pena. Los abridores eran herencia familiar, e iban pasando de bebé en bebé femenino desde hacía dos o tres generaciones de los Iniesta, desde la abuela de Doña Marcela.

Álvaro había pensado en vender sus libros de Derecho antiguos, idea que desechó enseguida
-¿Quién va a querer unos libros de antes de la guerra? Al contrario, comprometerían a quien los comprase o vendiese.


No obstante y a pesar de todas las dificultades, Alicia estaba más feliz que en otro momento de su vida. Se sentía contenta simplemente por pasear al sol de la calle y respirar el tibio sol de la primavera junto a su marido. Los Domingos sacaban por la tarde a sus hijos al parque, y Álvaro y ella se hacían compañía en silencio, sin necesidad de decirse nada. La niña se quedaba dormida en el cochecito mientras le calentaba el sol y Álvaro y ella la miraban cogidos de la mano, agradecidos de que, a pesar de las angustias y preocupaciones que estaban pasando sus padres, la niña crecía fuerte y sana.

A Alicia le resultaba curioso que pese a no saber ni que comerían al día siguiente, ella estaba asombrosamente serena. Tal vez porque ahora apreciaba mas los pequeños detalles de la vida, la felicidad de gozar del minuto que estás viviendo sin angustiarte por el que vendrá. Problemas que antes le habían preocupado, ahora le parecían insignificantes, y detalles nimios que antes le pasaban desapercibidos, ahora le parecían un regalo que la vida les daba cada día que amanecían todos juntos. Ajena a las angustias de los adultos, la sonrisa de la niña era el barómetro de la normalidad dentro de sus vidas.











Doña Marcela estaba cogiendo encargos de un taller de costura, además de tejer punto, encargos que Alicia le ayudaba con los botones y los bajos. De vez en cuando, los de la editorial le encargaban a Alicia algún texto, o algún contrato en francés, para traducirlo, lo cual resultaba un pequeño balón de oxígeno para sus mermados ingresos. En cuanto a los estudios de Alicia, ni soñarlos, ni pensar en costear la matrícula universitaria cuando no tenían ni para comprarle zapatos a Pedrito. La carrera de Derecho de Alicia había quedado en el aire a falta de dos cursos para terminarla.


Un día se les presentó Francisco en casa. El teléfono lo habían cortado, así que todos los recados que daban o recibieran eran en persona.

-He hablado esta mañana con un antiguo compañero mío de estudios. Está en Salamanca, a cargo del colegio mayor. Han perdido al bedel y me he tomado la libertad de hablarle de tí. Saben que has estado en la cárcel y no le importa. Al contrario.

Francisco había hablado de la solvencia de su antiguo compañero de prisión, su formalidad y su preparación, así como sus aptitudes para el cargo. Y para no alentar falsas expectativas, no había ocultado nada del pasado de Álvaro.

-… el sueldo no es muy alto, pero es un trabajo relativamente cómodo y tienes vivienda. Me ha dicho que, si te interesa, te pongas en contacto con él y le digas si….

Álvaro no estaba en situación de hacerle ascos a ningún empleo mínimamente estable. Estaba interesado aun sin saber las condiciones. Cuando llamó, éste le pidió una entrevista personal para el día siguiente. Álvaro accedió, y luego, tragándose la vergüenza de quien tiene dos bocas infantiles que llenar, fue a pedirle a su amigo dinero adelantado a costa de su primer sueldo para el billete del tren. Dinero que Francisco se lo dio sin pestañear. Él más que nadie se sentía en deuda con los Iniesta y le dolía ver la situación que estaban pasando.


Esa noche, Alicia no necesitó preguntarle a su marido cómo le había ido, cuando lo vio entrar en la casa, cansado del viaje, pero con una sonrisa en su cara. De igual modo, Álvaro tampoco necesitó preguntarle nada a Alicia, cuando ella le devolvió la sonrisa desde la puerta. Ese día, las cosas iban a empezar a cambiar para los Iniesta.


Era un empleo prorrogable por un año, en la portería del Colegio mayor. Habían perdido al bedel de forma inesperada, y necesitaban a alguien de forma urgente para la puerta. El currículum de Álvaro, junto con la impresión que había dado en la entrevista personal, fueron suficientes. Además, las referencias que había dado Francisco eran inmejorables y habían sido el factor determinante para que le contrataran. Dispondrían además de una pequeña vivienda anexa al Colegio, vivienda que cuando se la enseñaron a Álvaro ya la estaban vaciando de los objetos del anterior propietario. Al día siguiente los Iniesta ya estaban empaquetando bultos y haciendo maletas sin perder más tiempo.


Cerraron su piso de Madrid con un nudo la garganta. Tenían pena por lo que dejaban atrás, pero en el fondo se alegraban de cambiar de aires, los de un Madrid que les estaban resultando asfixiantes por momentos.
-Mejor no mirar atrás -dijo Álvaro antes de cerrar con llave la puerta de su casa, hasta no se sabía cuándo. Sintieron pena al dejar aquello, pero a la vez alivio al alejarse de un aire que ya se les había vuelto demasiado espeso.


Álvaro levantó la cabeza en su asiento del tren para mirar a Alicia y comprobar que todo iba bien. Pedrito se había quedado también dormido apoyado en el hombro de su padre.
-“¿En qué piensas?”- parecía decir Álvaro al mirarla.
Ella le sonrió y besó la frente de su hija, que dormía en sus brazos.


La falta de solvencia hacia que sus enseres viajaran en transporte prestado: nuevamente Francisco localizo a otro antiguo compañero de cárcel, que se dedicaba a ello, y les ayudó sin dudarlo. Eso sí, hasta el día siguiente no llegaría. Álvaro ayudó a cargar el camión de la mudanza con sus bultos y los Iniesta tomaron el tren rumbo a Salamanca. Viajaban con la incertidumbre del que no sabe dónde va, del que va prácticamente con lo puesto, dispuestos a adaptarse a cualquier sitio por malo que les pareciese, con tal de tener un plato caliente que ponerle a sus hijos, con la incertidumbre del que no sabe lo que le espera, pero al mismo tiempo con la esperanza del que por fin vislumbra un atisbo de luz al final del túnel.


El cansino traqueteo del tren llegó a su fin. Los Iniesta se desperezaron y se alegraron de estirar las piernas. Álvaro cogió el par de maletas que llevaban con lo básico y Marcela cogió los bultos de los niños, para dirigirse hacia el centro de la ciudad.



Desorientados, con la ciudad a oscuras, sin saber exactamente donde habían aterrizado, las sombras de los edificios, se les antojaban fantasmagóricas bajo la luz mortecina de las farolas y el silencio de las calles húmedas por la tormenta que acababa de descargar. Los Iniesta escuchaban el eco de sus pasos al cruzar la desierta Plaza Mayor, percibiendo los bultos y sombras de los edificios señoriales como si fueran fantasmas tétricos.



El aire de la ciudad era fresco esa noche de nubes, y Alicia recogió con una toquilla a su hija. Tras la tormenta, las calles estaban desiertas. Pedro iba pegado al brazo de su padre, con sus maletas, y Ana lo miraba todo desde los brazos de su madre, con los ojos muy abiertos y su chupete de goma en la boca.





Como le dijeron, Álvaro recogió la llave en la casa de enfrente, y abrió la puerta de su casa a oscuras, oyendo resonar en todas las paredes blancas el chirrido de las bisagras al deslizarse. Los Iniesta extendieron en el suelo unas mantas que habían sacado de las maletas, en espera de que al día siguiente llegara el camión con sus muebles, y se dispusieron a dormir esa noche sobre el suelo de piedra, después de calentar en un cazo un poco de sopa con pan que les había llevado la vecina y un poco de agua para medio lavotear a la niña.

Sin conocerles de nada, la mujer había visto llegar a la familia con el bebé, e intuyó que necesitarían algo. Los Iniesta agradecieron esa cálida bienvenida de quien llega a un sitio extraño a horas intempestivas y no tiene a quien acudir ni qué llevarse a la boca. La buena mujer, al ver donde se iban a tumbar esa noche, no dudó en alargarles un par de colchones usados que tenía en su casa.

-Vamos a ser vecinos, y entre los vecinos nos ayudamos- le quitó importancia - . Seguramente ya habrá otras ocasiones.
Doña Marcela se lo agradeció infinitamente, en nombre de toda la familia.


El día siguiente amaneció con otra luz. El sol entraba a raudales por todas las ventanas de la casa, que Alicia y Marcela se dispusieron a adecentar mínimamente antes de que llegara el camión con los muebles. La casa era pequeña, con solo dos habitaciones y salón, pero la luz y las ganas de cambio les hacía verla como si fuera un palacio. La vivienda tenia anexo un pequeño patio, con un par de árboles frutales en un pequeño huerto, cuyas naranjas fueron aprovechadas debidamente en el desayuno de ese día. Álvaro fue a presentarse a su puesto y a comunicar su llegada. Tenía el día libre para acomodarse, aunque le pidieron por favor que echase un ojo a la puerta de vez en cuando. Esa noche ya durmieron en su cama, y aun con los muebles desordenados y los enseres a medio colocar, las cosas iban tomando rumbo.


La sorpresa para todos llegó a los pocos días, cuando al poco de instalarse, el cartero les trajo un aviso urgente de su amigo Francisco, recién ascendido en el periódico, para recoger en la oficina de correos. Un poco alarmado, Álvaro acudió al aviso. A la vuelta venia sin palabras. Se trataba de un giro postal más una carta de su amigo. Tendiéndosela a Alicia, ésta la leyó en voz alta, si bien la emoción al ir descubriendo su contenido no le dejó terminarla.


“Apreciados Alicia y Álvaro:
No me preguntéis de donde lo he sacado, porque no os lo puedo decir. Solo os diré que es mío y lo conseguí de forma totalmente legal. Os pido por favor que no me hagáis un desaire y lo aceptéis. No quiero que se malogre el porvenir de una futura abogada.
Sería bonito que Alicia terminara su carrera en la Universidad más antigua de España.

                                                                       Francisco Anaya “



El giro era por importe más que suficiente para la matrícula universitaria de Alicia.


Fin del Capítulo.
Continuará…

Fotos:
Tren-
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Pendientes:
http://www.abridoresrm.com.ar/.%5Cmercaderia%5CabridoresOro%5C005%20-%20Bolita%205.jpg
Bebé: capturas personales 5ª temporada AETR.
Salamanca:
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http://cristina-tecno-fortuna.blogspot.com/2008_11_01_archive.html
http://ketari.nirudia.com/photos/normal/ketari-20070825134957.jpg
Cita: (1) Khalil Gibran

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66 comentarios:

Maria dijo...

CAPÍTULO 21.

Disfrutad! ;)

purivilla dijo...

MUJER LO DE DISFRUTAR ES UN DECIR, LES HACES PASAR MÁS CALAMIDADES QUE A UN CURA EN LOS INFIERNOS, TEN UN POCO DE COMPASIÓN Y DEJA QUE COMIENCEN A VIVIR UN POCO, DE TODAS FORMAS MARÍA ME LO PASO MUY BIEN CON EL RELATO TE LO AGRADEZCO MUCHO

Sacha dijo...

María, PRECIOSO EL CAPITULO, cuanta ternura has sabido reflejar entre ambos, si hay un personaje que siempre me gustó fue D.MARCELA, por su generosidad y buen hacer hacia los demás..

Refleja muy bien lo que fueron aquellos años de plomo, el que se salía de lo establecido, ya sabía cual era el camino. QUE NO VUELVA AQUELLA BARBARIE, NUNCA MÁS.

"""SUBLIME""

Azalea dijo...

María un capítulo precioso,donde vemos a un Iniesta que toma una decisión que le parece la correcta,y por dolorosa que sea,la pone en práctica,como nos lo mostraron en la 3ª temporada. Magnífico todo el relato y la despedida de los dos,perfecta. A él le describes tal cual era,una continuación estupenda y creible.Te felicito de nuevo y te agradezco lo que me haces disfrutar.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Muchas gracias por este nuevo relato, en el que Alvaro está llevando a cabo el contenido del pensamiento de Martin Luther King, que citas al principio del capítulo, aunque nosotras no consideramos que haya infringido ninguna ley.

De poco ha servido vender el cuadro y el coche para pagar la fianza.

Nuestra referencia era el caso de su Colega, Mario Ayala, pero tal como pintan las cosas, vemos un Alvaro abandonado a su suerte y a su amigo Eduardo poco implicado en el caso.

No nos tengas mucho tiempo en esta situación, pues sentimos mucho afecto por el profesor Iniesta y familia y no queremos verles sufrir tanto.

Muy bonito el diálogo del relato.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

Maria dijo...

GRacias, por vuestros comentarios.

Y no, ÁLvaro no ha infringido ninguna ley, pero en aquella época, hacían y deshacían como querían, recordemos que no era un estado de DErecho. Y MArio, creo que acabó no muy bien, tampoco. ASí que de momento, están apretando las clavijas a Álvaro, cuyas lógicas reivindicaciones se estaban volviendo incómodas.
Además, en la vida real, no creo que nadie que se hubiera significado por un asunto como el de Fernando, hubiera salido de rositas. Incluso a Alicia la pongo que la examina un tribunal, con el yerno del REctor de presidente, y tampoco la dejan asistir a clase en la universidad. Eran tiempos difíciles, no lo olvidemos.

En cuanto a Eduardo, el abogado, recordemos que consiguió la liberta bajo fianza en tiempo record, y que sigue batallando bajo cuerda por ÁLvaro, su amigo. Pero no siempre puede conseguir todo. De todas formas, aún seguirá a su lado y será decisivo en los próximos capitulos para sacar a ÁLvaro de la cárcel. Es un abogado que se mueve en esos ambientes, y lño aprovecha cuando puede, como es este el caso.

PRonto más!

Roser dijo...

Qué bonito y triste a la vez, María!
Sólo espero que lo saques pronto y no nos hagas sufrir más...

Slayer is watching dijo...

Vaya unas despedidas describes, María... Estoy deseando verles jugando al parchís, algo que sea relajado y bajo de intensidad, porque un día de estos vas a matar a las alvaristas de un disgusto, nena.
Ahora en serio, logras que cualquier lector empatice e incluso se implique en la tragedia de Álvaro y eso lo veo dificilísimo de hacer. ENHORABUENA!!! Espero que cuando termines este relato te arranques a escribir otro, del tema que sea, pero no dejes la escritura!!!
Un beso!

ainhoa dijo...

Otra vez nos tienes en vilo con este hombre, María. Menos mal que esta vez parece que Álvaro se va a prisión en mejor estado anímico, a ver cómo se resuelve ese ´pulso´con el poder en el que has puesto al personaje. Tendrá que salir un juicio o algo, no le podrán tener ahí indefinidamente.

Se ve que tienes diseñada la trama de principio a fin, ha salido ya la primera premonición de Álvaro, el sueño-pesadilla de la cárcel no lo pusiste al tuntun, jeje.

apm dijo...

Me ha encantao Maria, opino como las demás... jolín, otra vez con el alma en un hilo, pero hija, que bien descrito y que bien argumentao y que bien desarrollao y que bien de tó: !genial chiquilla!, lo malo es que ahora lo tenemos en la carcel otra vez y con la situación apurailla en casa, menos mal que se espera nacimiento que, entre todas las coas es un hecho hermosisimo donde los haya.

Un besote enorme, esperando quedo impaciente el 22

Maria dijo...

GRacias por vuestras palabras!!

CAPÍTULO 22.

Maria dijo...

Dedicado A PURIVILLA,
(y a alguien a quien por poco le da un soponcio durante la final del Mundial).

purivilla dijo...

Muchas gracias María, de mi parte y de parte de la bella Lisa .
Me ha gustado muchísimo el capítulo de hoy, ya parece que las cosas van mejorando para estos pobres, me temía que con la calor te enajenaras y le pasara algo gordo al bello, sigue así de positiva que ya se merecen algo de sosiego .

Maria dijo...

Jaja, gracias, Puri.
Bueno, como veis, los capitulos me salen larguisimos, va a hacer falta un blog-rollo-persiana, a este paso.

Poco a poco, les irá yendo mejor, aunque no será fácil. Álvaro ya se despide definitivamente de la cárcel (os prometo que no volverá a ella jjjj), pero a costa de su carrera de abogado.

Y la mini-boinas está a punto de asomar el rabillo de la idem...

elenapita dijo...

que bien te esta quedando, es emocionante y que generosidad la de doña marcela al cederle a alicia siempre su lugar para visitar a alvaro

clavemas dijo...

Muy bueno! Finalmente todo apunta a que saldrá de la cárcel pero a costa de su carrera y de su trabajo que tanto quería.

Me ha emocionado lo referente a Pedrito que es un cielo de niño y que adora a su padre y me ha conmovido la fortaleza y buen hacer de Marcela.

Espero que se recomponga la familia de una vez y espero que Álvaro encuentre un trabajo y la felicidad que tanto se merece.

ainhoa dijo...

María, ¿pero qué dices de rollo-persiana?, por mí como si lo escribes doble o triple de tamaño...anda que...para rollos-persiana los que nos hemos tragado en otros sitios, no se te vuelva a ocurrir ni por asomo llamar así a tu relato!!!

Lo que sí es que nos has vuelto a dejar al borde de otro momento emocionante,qué ganas tengo de ver cómo lo describes!!

Fanálvaro dijo...

Muy bueno María!
Qué bien que ya lo saques de allí. Ahora a ver a qué le pones a trabajar...

apm dijo...

Me ha encantao Maria, enhorabuena.
Menos mal que ya por fin va a salir de la trena, por dios, y, espero que vuelva un poquito el sosiego y la felicidad a los Iniesta... con un bebé a puntito de nacer, es cosa asegurada, pero yo digo como Fanálvaro -a la que sigo en los comentarios-, !a ver a que lo pones a trabajar!!!, que, quitarle de un plumazo la cátedra y el ejercicio de la profesión es fuerte de narices, pero que trabajar en aquellos tiempos después de pasar por la cácel, era también dificilillo... enfin, espero que le den trabajo en el periódico de su amigo, por ejemplo, o si no, a lo grande: hazlo entrenador del Atletic, que ya existía por entonces... o actor de cine y teatro, o... bueno, tu ya decidirás.

Un besote gordísimo, y como siempre, ya estoy a la espera del 23

Slayer is watching dijo...

María, el capítulo en conjunto me ha gustado, pero unas de las escenas me ha parecido... casi cinematográfica: la escena en la que Alicia y Marcela se quedan mirando el muro y, en el otro lado "un preso" mira hacia arriba, como intuyendo que hay gente al otro lado que le espera.
Una escena preciosa.
Un beso!!

Slayer is watching dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Isabel dijo...

MARIA qué maravilla de capítulo, que bien retratas el momento y lo importante que es la familia para Alvaro, al final ha tenido que ceder ante el régimen como era de esperar y a cambio de su libertad, sumamente importante`para la familia sobre todo en este momento ha perdido 20 años de su vida, todo el esfuerzo para convertirse en profesor y luego en catedrático a cambio de la libertad que le quitaron por su significación. Marcela como siempre magnífica llevando las riendas de la familia. En cuanto a lo largo, creo que por muy largo que te parezca a tí a nosotras siempre nos va a parecer corto. Ya estoy impaciente por ver como continúa.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Muy buena la narración pero nos llama la atención que siendo "alvarista" le hayas llevado a esta situación.

Nos ha sorprendido el hecho de que volviera a la cárcel, estando en libertad, pendiente de que saliera el juicio, con una fianza que nunca se terminaba de pagar, y con una estancia por un tiempo bastante superior a la primera vez, sin que se probara nada acerca de su inocencia; llegando a un acuerdo tan duro, como el de ser cesado como abogado y lo que es peor, como catedrático; pues para la persona que se dedica a la enseñanza, no solo como profesión, sino de forma vocacional, como es el caso del Profesor Iniesta, es como destruirle moralmente y sin embargo tanto él como su abogado piensan que es un buen acuerdo para recuperar una libertad perdida injustamente....

Nos sentimos más desanimadas que el propio Alvaro.

Esperamos que la vida le depare todo lo mejor y le pueda compensar de tanta injusticia y tanto sufrimiento.

Muchos saludos
Un grupo de Alvaristas

Sacha dijo...

GRACIAS MARIA,,por este magnifico relato, mi sensibilidad a flor de piel con todo lo que les pasa a la familia INIESTA, ha hecho que alguna lágrima asomase,,

GRACIAS Y ESPERO QUE ALGUNOS DE LOS PROTAGONISTA TE FELICITE,,

PIPI dijo...

MARÍA ¡ESTUPENDO!PERO ESPERO LAS PENAS ACABEN PRONTO¡POR FAVOR!

Azalea dijo...

Como siempre estupendo y de largo nada,María. A pesar de la injusticia y la tristeza,me ha encantado,pero espero que pronto veamos a la familia reunida y por fin ,aumentada.
El personaje de Dña Marcela,como en la serie,fuerte,animosa y siempre con las palabras acertadas.

Maria dijo...

CAPÍTULO 23.

AUMENTA LA FAMILIA.

Como veis, he modificado algunas imágenes anteriores, así como el texto de introducción del Relato, en la página del CAPITULo 1.

Fanálvaro dijo...

PRECIOSO MARÍA!!!
Me ha encantado, ya tenía yo ganas de un capítulo así, con la alegría de ver aumentar la familia.
LO relatas estupendamente y me gusta mucho el papel que le das a Rocío pera irnos contando lo que pasó.

Maria dijo...

GRacias.
Si os fijais, sale la segunda imagen que vió Álvaro en su pesadilla en la cárcel del Cap. 11: ALicia llorando en la cama con una criatura a su lado.

Sacha dijo...

MARIA, precioso en capitulo, emocionante, como no podía ser de otra manera. Me ha gustado mucho sobre todo la ternura que emana de este hombre..

FELICIDADES, CADA VEZ TE SUPERAS, Y CADA CAPITULO ES MEJOR AL ANTERIOR.

AH, las fotos preciosas, todas muy acordes con el relato..

Slayer is watching dijo...

Qué maravilla de descripción la que has puesto al principio del capítulo. Y la parte emotiva no le va a la zaga, mira que soy fernandista hasta las trancas, pero tengo que reconocer que me ha aliviado ver que Álvaro ya ha sido liberado y seguro que con esa manita asiéndole el dedo se le han olvidado todos los males ;P
Un beso y ENHORABUENA, MARÍA!!!

Anónimo dijo...

mariarm

qué bonito y qué emoción, María, No me pierdo ni un capítulo. Siempre me quedo con ganas de más.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

mariarm

qué bonito y qué emoción, María, No me pierdo ni un capítulo. Siempre me quedo con ganas de más.
Un abrazo.

clavemas dijo...

Estupendo!!! por fin todos juntos con su niña, su amor y en su hogar.

Me he emocionado con tus tiernas descripciones así como de los detalles tan oportunos como encantadores que le dan un toque tan emotivo como dulce al relato!

Felicidades María!!!!

Maria dijo...

GRacias a todas por vuestras palabras!
MARIARM!! que cara te vendes, jamía!!

elenapita dijo...

maria, que bonito, que emocionante, que maravilla de verdad
mil gracias

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Gracias por este bonito capítulo; nos ha encantado la descripción.

Estamos seguras que Alvaro será un buen padre para el nuevo bebé, lo mismo que lo es para Pedrito.

Una vez más, nos has hecho sentir la ternura de las diferentes situaciones de la narración.

Nos alegra que Alvaro, por fin, pueda disfrutar de este momento de felicidad, pues nosotras todavía no nos hemos repuesto del capítulo anterior.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

Isabel dijo...

MARIA, en cuanto he podido conectarme lo primero ha sido leer tu capítulo, maravilloso, la descripción del reencuentro con su familia y en especial con Alicia y conocer a su nueva hija me ha parecido extraordinaria, cuando Ana ha cerraod su puñito alrededor del dedo de su padre a éste se la ha abierto el cielo y ha olvidado de un golpe todo lo pasado, maravilloso relato. Ah y me han gustado mucho las frases que has añadido así como las nuevas i mágenes. Ya estoy deseando leer la continuación.

apm dijo...

María, enhorabuena... un capítulo precioso, muy tierno y dulce !que ya era hora!. Me ha encantao, y, como Isabel, en cuanto que he podido -pues estoy de vacaciones- me he conectao... muy pero que muy bonito.
Millonazo de gracias, estoy ya esperando al siguiente capítulo que, promete !eh!

Un besote enormísimo desde la France

Maria dijo...

GRacias a todas por vuestras palabras!!
Disfrutad, las que estais de vacaciones!

Maria dijo...

CAPÍTULO 24.

ESte capítulo es un poco especial. Disfrutad.

DEDICADO A SLAYER Y AMARAN, dos ilustres fernandistas que me siguen ;)

clavemas dijo...

Cada capítulo está por encima del que precede en delicadeza narrativa, en el tratamiento de los sentimientos que afloran y el cuidado de los personajes. Se nota la sensibilidad expresiva puesta al servicio del hilo conductor de la historia.

En resumen: EXCELENTE!!!

Slayer is watching dijo...

Me ha recordado también a la carta de Blanca Brisac: "Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena".

Ha sido un capítulo muy emotivo, pero hay una parte que no me encaja con Alicia, lo de "a mí madre la mató una bomba, qué más da quien la tirara". Primero no da igual, unos estaban atacando a un estado democrático y otros estaban defendiendo lo que el pueblo votó, y segundo, si fue en Madrid, esa bomba era de los nacionales. Alicia le da importancia a la justicia, a la erdad, por eso no me encaja con ella ese comentario.

Por lo demás me ha encantado, la atmósfera del lugar (el simple hecho de decir que era un camino no asfaltado, que unos niños jugaban descalzos... ya da una idea del sitio) y, no sé si lo has hecho a propósito, pero la historia de Diego me ha recordado vagamente a la de Francisco Escribano, un hombre al que acusaron de robar a los del monte y que fue asesinado por ello con tan sólo 18 años.

Bueno, lo dejo ya que menudo rollo te he soltado.
Un beso!!

purivilla dijo...

Muy bueno María, me gusta especialmente lo de vivir sin rencor, olvidar la revancha y por supuesto que hacer lo que hicieron contigo nos iguala e equipara a los verdugos .
Por tanto yo, tan amante de la paz y contraria de manera frontal a la violencia ¡ de justificar asesinatos, ya ni te cuento ¡ me siento reflejada en este capítulo, sigue así querida y nosotras esperando el próximo .

Maria dijo...

Matizo:
En una guerra 'incivil', como la calificó Pelayo en su último Encuentro Digital, todos son víctimas.
¿y si la bala/bomba hubiese sido del otro bando, ? ¿hubiera cambiado algo?

A Diego no le pongo ideología, simplemente era una buena persona que quiso ayudar a otros semejantes en una situación dificil. Como ellos hubo cientos. Como hubo muchos españoles que les tocó luchar en uno u otro bando simplemente porque les tocó hacer la mili allí.
Alicia recoge el mensaje de paz que deja Diego. Y el matrimonio recuerda delante de la tapia del cementerio a todos los que murieron de forma anónima e injusta, en una especie de homenaje sincero.
No desean que se repita la historia.

GRacias por vuestras palabras.

Slayer is watching dijo...

OK, ahora lo entiendo mejor. Desde luego el personaje de Diego me ha enamorado...
En fin, enhorabuena, maría, que eres muy grande qué coño!!
Por cierto, yo ya he empezado uno "nuevo" (es que llevo años con él, así que lo de nuevo no sé si le pega mucho), a ver qué tal con este.
Un beso!!!

Isabel dijo...

MARIA, qué maravilla de capítulo, cada nuevo capi que escribes es aún mejor que el anterior, que bien describes los sentimientos y que bonita la carta entremezclada con la historia, muy hermosas las palabras de Diego sobre el rencor y el perdón. Precioso.

Sacha dijo...

María, no tengo adjetivos para calificar este capitulo, me parece precioso, lleno de una ternura y vivencias que solos los perdedores de aquella época pueden juzgar.

Como te he dicho en el foro de tve, muy buena prosa, cada vez mejor.

!!FELICIDADES!!

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Muchas gracias por este precioso capítulo, acabamos de regresar de vacaciones y ha sido una agradable sorpresa.

Excelente la composición de la narración, combinando el contenido de la carta con el relato.

Nos ha encantado el mensaje de paz, perdón y esperanza.... y nos ha emocionado toda la ternura con la que has tratado a los personajes y sus sentimientos.

Deseamos que la libertad de Alvaro, sea el comienzo de una nueva vida para la pareja y familia.

También queremos compartir y comentar contigo y todas las personas que forman parte de estos comentarios, que hemos visto la Obra de Teatro "Confidencias muy Intimas" y tuvimos la suerte de saludar y felicitar a Jesús Cabrero, al que no conocíamos personalmente, y nos pareció una persona muy amable, atento, sencillo y muy cordial, en fin, que nos encantó.

Gracias de nuevo y esperamos con mucho interés el próximo capítulo.

Recibe un cariño saludo
Un grupo de Alvaristas

AZALEA dijo...

Después de las vacaciones,lo primero tu relato,María. Fantástico,estupendo tanto en el fondo como en la forma,me ha emocionado consigue captar la atención del lector como ninguno. Te superas en cada entrega,de verdad,pero éste te salió redondo. Gracias. Ya espero el proxímo con verdaderas ganas.

Maria dijo...

GRacias por vuestras palabras!
Que bien que le pudisteis ver y accedió a saludaros. Yo no sé si sería capaz de ello...

ESpero que los siguientes capitulos os gusten. Hay cambios de aires.

Maria dijo...

CAPÍTULO 25.
CAMBIO DE AIRES.

¡Disfrutad!

clavemas dijo...

Conmovedor, tristísimo y muy realista, este capítulo 25.

Sigues de maravilla el relato desde la sensibilidad y la ternura, añadiendo detalles que por momentos se me hacen entrañables a la vez que me traen recuerdos muy dolorosos imposibles de olvidar. Gracias!!

Me quedo expectante por el próximo!!

Sacha dijo...

JOER MARIA, me has hecho llorar, no hay derecho..BUAHH, lo digo en serio! que injusto, a la vez que bonito.

MUY BUENO, no tengo palabras para decirte todo lo que me ha gustado..

Azalea dijo...

Que bien le va la cita a este capítulo,María. Triste,realista,pero se vislumbra la esperanza de tiempos mejores.Y juntos y unidos pueden con todo. Precioso.

purivilla dijo...

Muy realista y ajustado a la realidad María, me ha gustado muchísimo, es triste sí, pero refleja de una manera fiel lo que sucedía .
Los castillos en el aire y los vendedores de humo no valen, eso está bien para cuando se tiene poca cabeza, o ninguna, la vida real era esta y así lo has reflejado .

Roser dijo...

Qué bien escrito María! Muy real y bien detallado, me ha gustado mucho, sobretodo porque ya salen del túnel, que buena falta les hacía.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Nuestra felicitación por la narración tan bien escrita, que nos permite imaginar con todo detalle cada momento del relato.

Es muy triste y muy injusto, pues no se corresponde lo que están sufriendo con el motivo que les ha llevado a esta situación, ya que no está implicado en los hechos y no ha tenido un juicio que demuestre tampoco nada en su contra.

Desconocemos lo que cada uno piensa; tal vez por no lastimarse, no exponen lo que verdaderamente sienten; pero si nos gustaría saber qué piensa Alvaro personalmente y como abogado, DªMarcela en su corazón de madre y Alicia imaginamos que de forma indirecta, tal vez se sienta responsable de esta situación.

Pedrito siempre encantador, es el que más deja ver sus sentimientos.

Esperamos que Alvaro, dada su condición de abogado, aunque ahora no pueda ejercer, no solo asuma los hechos sino que trate de luchar por defender la justicia y con ello su inocencia, él sabe como hacerlo y conoce a personas que le pueden ayudar, en fin, estamos deseando que de alguna manera "remonten el vuelo".

Gracias por este capítulo y ahora dada la situación, esperamos el próximo con mucho interés.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

ALMEJA dijo...

MARÍA¡ESTUPENDO! ESTO SE VA PONIENDO CADA VEZ MEJOR ....SIGUE,SIGUE ¡QUE ME IMPACIENTO!

ALMEJA dijo...

MARÍA¡ESTUPENDO! ESTO SE VA PONIENDO CADA VEZ MEJOR ....SIGUE,SIGUE ¡QUE ME IMPACIENTO!

Slayer is watching dijo...

De nuevo, un capítulo lleno de sensaciones, te superas en cada frase!!
me ha dado una tranquilidad el hecho de que Ali pueda terminar la carrera -aunque ya sabía que de algún modo la terminaba-.
Un beso, María!!

Isabel dijo...

Maria qué bonito el capitulo 25, cada nuevo capítulo es mejor que el anterior o al menos a mí me lo parece, me alegra que por fín puedan ir saliendo del tunel, qué triste y que real. El relato te está quedando maravilloso y ya estoy deseando leer el siguiente.

apm dijo...

Uff María, que bonitos!!!, y lo digo en plural porque acabo de leer el anterior y éste (cuando me fuí de vacaciones, me quedé en el 23)... que maravilla de narración, María, !que me han gustao!, especialmente este último, que considero que está lleno de sensibilidad y de sentimiento y que refleja perfectamente esa época y la situación por la que tuvieron que pasar -como los Iniesta- muchas familias.
Es emocionante tu relato, de verdad, y un placer inmensisimo leerte, de veras que es un enorme placer leerte... y, decir que te superas y superas es poco: eres genial trasladando situación y emociones, absolutamente genial, chiquilla... por favor, no dejes de escribir.

Mientras espero el siguiente capítulo, te mando un besote supergordísimooooo

Slayer is watching dijo...

Ese "decíamos ayer", mítico!!
Por cierto una muy buena descripción, como siempre del ambiente de los personajes de la universidad, como curiosidad diré que la universidad de Salamanca es la más antigua, pero no la primera que fue construída en España.
Y por lo menos las cosas van bien, es bueno tener un respiro, pero ¿Va a tener algún otro encontronazo con el Régimen? ya sabes que a mí los personajes me gustan en función de la guerra que den el dictador.
Ah, Ana, otra lora!

Slayer is watching dijo...

Uff, casi me haces llorar, me ha acordado de cosas de mi vida que ya casi no recordaba, fíjate!
Se te dan genial las escenas familiares, casi me da la impresión de que nos estás contantdo la historia con un álbum de fotos entre las manos.
Fantástico capítulo, con un comienzo maravilloso.
UN beso María, enhorabuena. Y perdona que haya tardado tantísimo!!

Maria dijo...

GRacias, Slayer, no te pregunto qué recuerdos te ha traido por prudencia, pero me dejas intrigada, que lo sepas!
Veo que has puesto el comentario en el sitio equivocado. No pasa nada.