RESERVADOS LOS DERECHOS DE AUTOR.

Capítulos anteriores:


Pincha en este enlace para acceder a la.......

Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 55. Penúltimo.


Resumen de lo publicado- Carlos Roldán, primo de Alicia y hermano de Mati, se ha presentado en la casa de los Iniesta. Nunca estuvo muerto, fue una estratagema que urdió para desaparecer temporalmente y así evitar líos. Es un hombre consumido por la droga y maltratado por la vida. Nunca llegó a superar el trágico acontecimiento que vivió al tener que matar a su padre. Le pide dinero a Alicia, pero ésta le ofrece el cuadro de “SUSANA Y LOS VIEJOS”, para saldar deudas. Carlos desaparece con él.


“…Dime por favor dónde pueda caminar
sin ver tus huellas,
dónde puedo correr sin recordarte
y dónde descansar con mi tristeza”...

Jorge Luis Borges

Capítulo 55. Penúltimo.
Madrid, Mayo de 1.989. Dormitorio de Alicia.

-Mamá….
 Ana ayudaba a su madre a echarse. Temía que se alterase demasiado tras  los recientes acontecimientos. La visita intempestiva del desaparecido primo Carlos no era lo que más convenía a Alicia en su estado actual.
-¿Cómo estás? Te voy a poner un calmante, ¿de acuerdo?

Alicia estaba mirando a la puerta, ensimismada en sus pensamientos, mientras su hija Ana le hacía amago de reconocimiento médico improvisado. Alicia se sacudió con energía.

-No… déjame… estoy bien, estoy bien… no te preocupes. Ya he toreado en las suficientes plazas como para lidiar con lo que ha salido esta tarde.  No hija, no, no me pongas ningún calmante,  no necesito ninguna droga para vivir, y menos para morir.  Mira lo que hacen las drogas, ahí lo tienes.   Ahora, por favor, dejadme tranquila un rato, necesito estar sola. Y en mis cabales, sin drogas.

  Alicia miró a su hija con determinación. No quería ningún calmante en la botella de suero. Ana obedeció. Alicia siguió hablando.

-¿Sabes? No sé por qué, pero este encuentro no me ha cogido de sorpresa, es más, hasta lo esperaba. Incluso se puede decir que me voy a quedar más tranquila después de hoy, ya he visto lo que tenía que ver. No, Mati, no…

Alicia ahora se dirigía a su prima, que estaba deshecha en lágrimas. Su hija Mercedes fue a rodearla con un brazo, mientras la acercaba con Alicia. Rocío asomaba tímidamente desde el pasillo y se acercaba a la puerta del dormitorio.

-No llores, Mati. Ya lo has visto, ya sabemos dónde está, ya se nos ha terminado la incertidumbre. Está ahí porque no quiere otra cosa, ya lo has visto por tí misma. Mati, debemos de seguir adelante. Carlos tiene el remedio en su mano y lo deja ir.

-Alicia….
-No. No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado. Pobre Carlos…

Alicia desvió la mirada.

-En el fondo me da pena. ¿Quién sabe por qué?... por orgullo, por dignidad… con lo fácil que hubiera sido. Sabía que aquí tendría las puertas abiertas, y ha pasado de largo…. Carlos no pudo soportar el pasado.  El remordimiento por la muerte de su padre  le consumió. ¡Cuánto daño nos pueden hacer las personas, aún después de muertas!

La reflexión en voz alta le hizo darse cuenta de lo que suponía que Carlos estuviese vivo a nivel legal. Alicia se dirigió a su hija Mercedes, la abogada.

-Ya sabes lo que tienes que hacer. Pedro te ayudará. Mañana mismo poneis la denuncia. Será la única posibilidad que tenéis de recuperar el cuadro cuando se deshaga de él, porque estoy segura de que lo hará. Necesita su dosis con urgencia. Seguramente esta misma noche venderá el cuadro.  Y ya sabes lo que viene luego.

Mercedes asintió con la mirada. Carlos vendería el cuadro por cuatro perras al primer traficante de medio pelo que se lo comprara. Con suerte, la policía daría con él en algún registro rutinario, algún día. Con la denuncia de su robo, el cuadro podría volver a sus legítimos dueños. Eso en el mejor de los casos. En el peor, no  verían el cuadro nunca más.

-Seguramente tu hermano Pedro sabrá donde guardó tu padre toda la documentación relativa al cuadro. Pregúntale, él sabrá más del tema, por sus años y sus circunstancias. Y te ayudará, hija, lo que os queda por resolver no va a ser fácil y necesitareis estar enteros.

Mercedes volvió a asentir. En efecto, ahora quedaba por delante la difícil tarea de dar por vivo al primo Carlos. Su tumba sería exhumada, la tumba donde actualmente reposaban los restos de un pobre infeliz anónimo al que le colocó su documentación.  La tarea recaería en los abogados de la familia, Mercedes y Pedro. Alicia confiaba en que Pedro, al no tener ninguna relación familiar con el primo Carlos, estaría más templado  que su hija para llevar los trámites y el engorroso papeleo, como de hecho, así fue.


Mercedes abrazó a su tía Matilde, que sollozaba en su hombro, rendida. Como decía Alicia,    Mati fue el vivo ejemplo de la superación. Con la ayuda de su prima consiguió aprender a vivir y a tener ilusión por levantarse cada mañana, y el recuerdo de su funesto padre llegó a ser apenas una leve sombra, ya muy lejana. En casa de los Iniesta, Matilde aprendió a vivir, a reír y a sentir,  y enseñó a hacerlo a sus sobrinos, que la adoraban, sobre todo el pequeño, Miguel, que todas las tardes iba a la academia de baile de la mano de su tía Mati, tras prepararle su cartera  con las mallas de ballet y el bocadillo de nocilla, para ir a recogerlo por la tardes después de clase. Mati fue una segunda madre para sus sobrinos, cuando la suya propia llegaba por las noches rendida después de un día entero bregando en los círculos legales más importantes de Madrid, al igual que se convirtió en la mano guía de Doña Marcela cuando la pobre mujer estaba casi ciega, ya de mayor. La prima Mati pudo dejar en el suelo el pesado fardo que cargaba en su torturado interior, para poder seguir andando en la vida libre de equipaje, sin ataduras del pasado que lastraran su vida.  Todo lo contrario que su hermano Carlos, que desde que el destino le hizo ser el brazo ejecutor del “suicidio” convenido de su padre,   había convertido ese fardo en una pesada carga que él mismo se resistía a abandonar, y que le había hecho contemplar al mundo y a los demás a través de la ventana del rencor y la amargura. Tan solo la droga le hacía olvidar momentáneamente sus desgracias. Pero la droga pasa factura a sus acólitos, a quienes consume lentamente, dejando un reguero de familias destrozadas y almas sin rumbo. Cuántas veces ignoró la llamada desesperada de su hermana y su prima, realizada a través de terceras personas, de otros drogadictos en la cárcel, del padre Ángel, desde El Pozo. Y todas esas veces miró para otro lado, recreándose en su propio victimismo y anclado por siempre en su propia desgracia.




Rocío entró tímidamente en el dormitorio de su abuela. Alicia estaba semitumbada, apoyada en dos almohadas, con los ojos cerrados. Pero no dormía.

-Abuela…

Al oírla, Alicia abrió los ojos y sonrió.
-Mi niña… ¿te has asustado?

Rocío asintió. Aún tenía el miedo en el cuerpo. 

-Ay…. Carlos… Ese hombre que ves ahí, fue en su día un joven lleno de vida, de fuerzas… con sus ilusiones, y sus ganas de comerse el mundo. Pero escogió el camino equivocado, y lo que es peor, no quiso rectificar. Ahí lo tienes, la muestra de cómo una persona puede destrozar su vida ella sola…

Alicia bajó la voz para añadir:

-… y destrozársela a los demás. Sólo Mati sabe el calvario que ha pasado buscando a su hermano sin éxito. Ella sí que aprendió a vivir. Su hermano, no.

-Abuela… está así por … la droga, ¿verdad?

-Sí, Rocío. Carlos en estos momentos, sólo piensa en una cosa: conseguir su dosis. Es un enfermo. Para él, ahora, su dosis de heroína es incluso más importante que comer. Mira, ni siquiera ha hecho caso de Mati, con lo que lleva pasado, la pobre… las drogas son algo horrible, Rocío. Se empieza por un mal porro, te crees que no te vas a enganchar, que tú controlas. Y cada vez quieres más. Y más. Y del porro pasas a otra, y luego a otra. Hasta que llegas al “caballo”.  Y piensas que controlas, que lo puedes dejar en cualquier momento, pero no, llega un día en que ella te controla a ti. Y empiezas a engañar a tu familia, a mentir en tu casa, a conseguir dinero de donde sea, porque tu única meta es conseguir una dosis.

Rocío escuchaba callada a Alicia.

-Y otra, y otra…. Ya necesitas la droga más que la comida. Y no piensas en otra cosa. Abandonas tu familia, tu trabajo, robas para conseguir más dinero para comprar droga…. Y un buen día te encuentran muerto, de una sobredosis, con una jeringuilla pinchada en el brazo, con la cabeza metida en el wáter de un bar de mala muerte.

Rocío tembló por dentro sólo de pensar en eso.

-He visto muchos casos así, Rocío, te lo aseguro. En mi trabajo no me ha quedado más remedio que verlos. Todos los días. Siempre te decían que no volverían a caer, pero…. casi todos volvían.

Rocío seguía en silencio.

-La droga convierte a las personas en marionetas. Destroza familias, siega vidas en flor. Rocío… quiero que me escuches muy claramente.

-Dime abuela…

-Si alguna vez alguien te ofrece drogas, la que sea, por pequeña cantidad que sea…por favor, di que no. Sé firme, no te dejes engañar por cantos de sirena que prometen el paraíso. Di que no.

Rocío sacudió la cabeza.
-Abuela… ya he dicho dos veces que no.
Alicia miró orgullosa a su nieta y le acarició la cara. La niña se quedó muy seria.
-Mi niña… serás una gran mujer, ya verás.

Rocío se sonrojó hasta las orejas.
-No, abuela, sólo soy una chica joven. Aún me queda mucho para crecer del todo. Y me queda muchísimo por aprender.
-¡Ay, mi niña!… ya eres lo suficientemente madura para reconocer eso.

No hacía ni una semana, Rocío insistía a toda la familia  que ya era mayor. Ahora ella misma reconocía su propia pequeñez ante el mundo. En esos momentos, Rocío se veía a sí misma como una pequeña gota en la inmensidad del océano, océano que parecía devorarla.

Alicia se incorporó un poco en la cama.

-Rocío, necesito que me hagas un favor…
-Sí, abuela, lo que tú quieras.
-Abre el armario, por favor.
Rocío obedeció.

-En el cajón de abajo, la caja metálica…
Rocío apartó la ropa y buscó donde su abuela decía. Una caja antigua, vetusta, con la solera de los años, como si guardase un tesoro valioso para el que lo va a abrir.



-Tráemela.

Rocío obedeció. Alicia abrió la caja junto a ella, y tras apartar unas cuantas tonterías, sacó un sobre tamaño folio, con papeles dentro.
-Toma esto.
-¿Qué es?
-Míralo tú misma.

Rocío abrió con cuidado los amarillentos legajos.

-¿Son los papeles del libro? ¿El capítulo que falta? ¿El que escribisteis el abuelo y tú en Salamanca hace muchos años, cuando mi madre era un bebé?  Y luego el abuelo los tuvo que esconder esa noche que os fuisteis a Ávila, cuando estabas embarazada de las tías, ¿no? ¿Son esos? ¿Los que escondió el abuelo dentro del osito “Pepe”?


-Los mismos- Alicia sonrió al acordarse del oso de peluche-. Después del 56 tu abuelo los estuvo escondiendo en varios sitios. Hasta encargó a un carpintero un doble fondo para el cajón y los tuvo un tiempo ahí. Cuando llegó la democracia, en el 78, Álvaro los metió ahí, en el armario, y los estuvo repasando. Pensó en publicarlos y sacarlos a la luz, pero una cosa por otra, nunca lo hacía. Le empezaron a llamar para dar cursos extraordinarios, conferencias… Ya estaba jubilado pero lo seguían llamando como ponente de honor. Se llenaba la sala con sus conferencias...-recordó Alicia en voz alta-.  Y luego estaban los viajes, a Toulusse, a Coimbra, cuando le hicieron Doctor “Honoris Causa”, cómo se alegró… a pesar de que él siempre decía que no se lo merecía… pero yo sé que estaba contento de un justo reconocimiento a su labor de muchos años. Recuerdo que se emocionó pensando en su madre, y lo orgullosa que se hubiera sentido si lo  hubiera visto, después de todo lo que sufrió cuando lo metieron en la cárcel y lo echaron de la facultad.  Y luego estabais vosotros, los nietos, con vuestros juegos y vuestras risas. A tu abuelo y a mí se nos olvidó por completo todo esto. Y aquí están ahora los papeles que faltan. Es el trozo que le falta al libro de Joaquín Peña, junto con un pequeño resumen.


Rocío cogió el sobre con los folios manuscritos. Se emociono al acordarse su abuelo, y sus paseos dominicales por el Retiro, con todos los nietos alrededor, y la parada obligada en el kiosko del estanque para comprar  almendras garrapiñadas que la chiquillería de los Iniesta no paraba de festejar.

-Dáselos a tu tío Pedro. Él sabrá qué hacer con ellos.

Alicia cerró los ojos mientras suspiraba. Rocío pensó que se acababa de quitar un peso de encima y ganaba un rato de paz. Su abuela siguió hablando. Alicia sacó un objeto plateado de la caja. Un guardapelo con una cadena.

-Toma, esto es para ti.
Alicia lo abrió, y, mirándolo unos segundos emocionada, se lo llevó a los labios para besarlo delicadamente.
-¿qué es abuela?
-Era la medalla de mis padres. Siempre la llevé conmigo. Guárdala tú. Cuando se fue tu abuelo, le puse su foto ahí, junto con la de mi padre.
Rocío la cogió de manos de su abuela, con los ojos brillantes. Alicia prosiguió.

-Ahora te llega el turno a ti…
-¿Qué turno, abuela?
-Ahora es tu tiempo, el tuyo y el de tu generación.  Rocío, yo ya he cumplido… y estoy cansada, te toca a ti coger el testigo y continuar la batalla…
-Abuela, también es tu tiempo.
-No hija, no. Yo ya no tengo nada que hacer en el mundo, salvo veros crecer felices. Yo ya cumplí con creces todo lo que tenía que hacer. Ahora os toca a vosotros, a los jóvenes.
-¡Y tú estarás conmigo, abuela!… aún eres muy joven. Verás esto publicado, ya lo verás.
Alicia sonrió ante los ánimos que le infundía su nieta. Su ilusión juvenil le daba más fuerzas para seguir respirando que todas las medicinas que le administraban, pero aún así, no era suficiente.

-Yo ya estoy cansada de vivir. ¿No me ves? Ni siquiera me tengo en pie. He aguantado el tipo delante de mi primo, pero en realidad estaba hecha un flan. Ahora estoy sin fuerzas. Esto me ha agotado más de lo que pensaba…



Rocío estaba conteniendo un nudo en la garganta.
-Pero te pondrás bien, abuela, ya lo verás. Esto ha sido una recaída. Mamá te dará medicinas y…
Alicia la besó en el pelo. Su nieta aún no aceptaba la muerte, cosa que ella ya había hecho exactamente hace un año.


-¡Mi niña!… a ti te de miedo el dolor, la soledad, lo desconocido. Tienes miedo a sufrir. Pero no debes de tener miedo a ello. Rocío, la muerte forma parte de la vida, todos tenemos que dejar este mundo algún día.
-Pero cuando seamos muy viejos, abuela. A ti aún te queda mucho para eso. Mira la bisabuela, lo mayor que era cuando…
Alicia puso su mano en la mejilla de su nieta, interrumpiéndola dulcemente.

-Rocío… no quiero que sufras por mí, quiero que seas feliz, porque yo me voy contenta, sabiendo que tengo unos nietos maravillosos. Y no voy a estar sola, Rocío.  El abuelo está conmigo, ¿sabes?  Y te ve todos los días cuando cuidas al canario y le pones el bizcocho todas las tardes, igual que él hacía antes.


Rocío se frotaba la cara sobre la que se deslizaban las lágrimas.
-Mira, ¿ves ahí?
-¿Dónde?
Alicia miraba a la esquina, junto a la puerta.
-Ahí.
-No veo nada, abuela…
Alicia sonrió mientras acariciaba la cabeza de Rocío.
-Mira- dijo refiriéndose al canario, a quien oía piar a través de la puerta entreabierta del dormitorio. Él si lo ve…


-¿A quién, abuela?

-Es el abuelo. Nos está mirando ahora mismo. Y me está esperando a que me vaya con él.  Rocío, él ya no sufre.
-Abuela….
Rocío se volvía a emocionar vivamente al recordar a su abuelo. Pensó que las palabras de su abuela eran para consolarla. En ningún momento las tomó al pie de la letra.

-¿Oyes  al canario? Pues lo mira todos los días. Y sabe que tú le cuidas por él. Está muy contento, mi niña… y sabe que pronto estaré con él…. lo echo tanto de menos…

Al otro lado de la puerta, una Ana que estaba escuchando la conversación sin atreverse a entrar, lloraba a lágrima viva. Alicia seguía hablando con Rocío.


-Está esperándome que llegue mi hora… pronto… muy pronto….pero no le digas eso a tu madre. Seguro que pensaría que es efecto de la medicación…
Rocío sonrió, entre sus lágrimas, por la tierna complicidad de su abuela.
-No, abuela, no se lo diré.
-Rocío… yo ya no puedo estar más tiempo aquí….

Al otro lado de la puerta, Ana tragaba saliva mientras se enjugaba las lágrimas en silencio. El resto de los hermanos se habían ido, excepto Mercedes, que estaba con la tía Mati en su habitación, haciéndole compañía. Javier, su hijo, ya había llegado del instituto y estaba en su cuarto estudiando. Ana atravesó el salón dando marcha atrás y pisando de puntillas para que no la oyeran. Entonces, fue al despacho y tras cerrar la puerta, cogió su agenda y buscó un teléfono. Pronto esperó el tono.



-¿Alfredo?
-Sí, soy yo.
-Hola, soy Ana. Perdona por llamar a estas horas, pero es que…
-¡Hola, Ana! ¿qué tal todo? ¿Estás bien? ¿Ha sucedido algo? ¿Cómo está tu madre?

Alfredo fue compañero de promoción de Ana. La vida profesional les deparó caminos distintos, a la una como cirujana, y al otro como psiquiatra. Pero se seguían cruzando por los pasillos del Hospital y manteniendo el contacto. Ahora Ana había sentido el súbito impulso de llamarlo para desahogarse.

-No, no pasa nada… bueno, en realidad….
-..dime…
-..oye, perdona las molestias, pero… necesito hacerte una consulta personal, yo…
-dime, dime…no te preocupes.. te escucho.
-¿Recuerdas lo que hablamos la última vez? En el último congreso donde estuvimos varios especialistas juntos… en una de las ponencias…hablaban de que el sistema nervioso y el sistema inmunitario estaban muy relacionados, e incluso se estaban aportando evidencias médicas sobre eso…

-Así es. Es una línea de investigación nueva, que lleva mi colega de departamento. Yo le he ayudado a algún estudio. En realidad, los médicos de pueblo, los de toda la vida, saben de sobra que el estado de ánimo puede influir en la calidad de vida del paciente e incluso en la predisposición a padecer determinadas patologías. Pero es ahora, en estos últimos años, cuando se está estudiando el tema con rigor más científico. Y parece ser que hay una relación muy directa entre ambos sistemas.

-Verás… es que…no sé bien por dónde empezar… imagínate una paciente sana. Está bien de salud, no le pasa nada… y de repente se muere su esposo, y ella empieza a enfermar. Su ánimo decae, le faltan las fuerzas, aparecen problemas que antes no había…
-¿Es alguien que conoces?
-Bueno… más o menos… en realidad… ¿Cuál sería tu diagnóstico? ¿qué pensarías sobre ello?
-A ver… Ana… no sé, me das muy pocos datos, pero… ¿te refieres a tu madre?
Ana mintió a su amigo.

-No, no, no… es otra persona que conozco.  Es que… es solo por curiosidad, es que no padecía nada, era una persona perfectamente sana hasta que su marido murió y…
-¿ los riñones?
-Estaban perfectamente.
-¿Y de hígado?
-Nada.
-¿Tendencia a la depresión?
-Hasta ese día, nada de nada.
-¿Tensión?
-Totalmente normal.
-¿Sobrepeso?
-En absoluto. Alfredo, en realidad, yo… te quería preguntar…
-Dime…
Ana  metió la directa y preguntó a bocajarro.


-¿Puede alguien dejarse morir de melancolía?


Fin del capítulo.
Continuará…





Capítulo 54. Antepenúltimo.



Resumen de lo publicado- En el capítulo anterior, Rocío es importunada  en la calle por un vagabundo. Ya en  la casa, llaman a la puerta. En ella aparece el vagabundo, a quien Mati reconoce como su hermano Carlos, dado por muerto hacía once años (CAP. 49). En el dormitorio de Alicia, se halla el cuadro de “SUSANA Y LOS VIEJOS”, en su funda. Rocío lo descubrió en el altillo de un armario, guardado, y ahora accidentalmente, lo ha descubierto su abuela (CAP. 48). Con el cuadro,  que sirvió para sufragar numerosos gastos a lo largo de los años de la familia, volvieron a la mente los recuerdos de Alicia. Ahora el cuadro está en su funda, apoyado en una pared al lado de la cama de Alicia.

Los remordimientos se adormencen en la prosperidad
y se agudizan en los malos tiempos.*



Capítulo 54. Antepenúltimo.
Madrid, Mayo de 1.989. Casa de los Iniesta.


Carlos Roldán Caballero, el hermano de Mati y primo de Alicia, después de años buscándole por media España, de darle por muerto, de celebrar su entierro y hacerse la idea de que ya no lo volverían a ver, allí estaba. En la puerta, mirando a su hermana, treinta años después. Treinta años en los que su madre había muerto, su hermana había salido de la cárcel y había logrado ser una mujer feliz, y treinta años en los que él no había parado de dar tumbos en la vida.
Mati seguía con la boca abierta, petrificada. Era incapaz de articular palabra.
-¿No me vas a invitar a pasar?



Mati se echó a un lado. Estos treinta años habían dejado huella en el ya maltrecho cuerpo de su hermano, consumido por la heroína, las juergas, las borracheras y la vida de la calle. Carlos estaba avejentado, con la piel cetrina y los ojos vidriosos de alguien que ya perdió el timón de su vida hace mucho tiempo.

Ana, Pedro, Miguel y Mercedes  se levantaron inmediatamente de sus sillas. Ambos, sobre todo Pedro, sabían perfectamente quien era Carlos. Rocío también se quedó con los ojos como platos al reconocer al hombre que la había importunado en la calle, convertido ahora en el hermano de su tía Mati.

-Rocío, sal de aquí, vete a tu cuarto- ordenó Ana a su hija.

La niña, impresionada por la presencia de aquel hombre extraño y su aspecto, obedeció a su madre, pero se quedó de pie, en el pasillo, observando la escena sin ser vista, apoyada en la pared. Estaba asustada, aunque quería ver qué ocurría. No había duda, era él. Ése era el hombre que la había molestado en la calle.

-Así que aquí es dónde vives…- dijo Carlos mientras observaba todo aquello. 

-Carlos, dios mío… te hemos estado buscando todo este tiempo…-Mati  se acercó a su hermano tendiéndole los brazos. Veía a su hermano, envejecido, con la ropa gastada y arrastrando la miseria en la planta de sus pies. Pero Carlos no la veía. Parecía que tenía ya un plan prefijado.

-¿Qué quieres?- preguntó Pedro poniéndose en pie delante de él. Ana callaba, seria.
-Y tú serás su hijastro, el hijo de su marido, cuando ella se casó…

Carlos entornaba los ojos como para ver mejor. Ana se adelantó con resolución. Había visto a mucha gente así en su trabajo, en la sala de Urgencias del Hospital. Gente que llegaba en pleno síndrome de abstinencia, y que podía llegar a ser imprevisible.

-Soy Ana, la hija mayor de Alicia. Tú debes de ser Carlos, su primo. Bienvenido a casa. Mi madre y Matilde te han estado buscando todos estos años. Creyeron que habías muerto. De hecho, la policía nos avisó.

-Carlos… si te ví muerto… no puede ser… Te ví allí mismo, me dijeron que…

Mati aún necesitaba asimilar que su hermano estaba vivo delante de ella. Tal vez la visión descompuesta de Carlos le había impresionado más aún que su presunta muerte. 

-No. No era yo. Necesitaba desaparecer por un tiempo, así que qué mejor que un pobre desgraciado a quién coloqué mi cartera con mi documentación. De no haberlo hecho, el muerto hubiese sido yo.

Rocío se replegó en su escondite del pasillo. Aquello le daba escalofríos.
-¡Buena casa!… con los cuchitriles que yo he tenido-murmuró el primo Carlos, contemplando los cuadros que colgaban de las paredes.

-¡Carlos, por favor!…- Mati le llamaba, sin éxito. Carlos miraba al vacío, buscando no se sabe qué.
-¿Dónde está ella?

Mati volvió la cabeza, asustada. Ana se tensó. Pedro contestó con aplomo.
-Ahora no está. Ha salido.

-¡Mentira! Sé que está aquí. Y también sé que lleva muchos días sin salir, y que la trajo una ambulancia, debe de estar muy enferma, así que no me contéis una milonga. ¿Dónde está mi primita?

Mati  se llevó la mano a la cara para contener un sollozo. Su hermano no experimentaba el menor sentimiento al verla. Pedro volvió a contestar  en nombre de todos.
-Sí, está aquí, pero ahora mismo está descansando, no puede salir. Dinos qué quieres y se lo diremos.

Carlos oteó el aire.
-Quiero verla- sentenció.
-Ya te he dicho que ahora no puede ser.
-¡Quiero verla ahora, maldita sea! No me he jugado el tipo viniendo aquí para esto.
-Carlos por favor…- Mati llamaba en vano a su hermano.

-Ya te hemos dicho que ahora está descansando. Mi madre está enferma  y necesita descansar. Dinos en qué podemos ayudarte.

Ni Pedro ni Ana iban a consentir que Alicia se alterase más de la cuenta en estos momentos tan delicados para ella.
-Dinos qué podemos hacer por ti.

-Está ahí dentro, ¿verdad?- dijo Carlos señalando la puerta cerrada del dormitorio.

-Carlos…-Mati se acercó a él, quien la apartó al avanzar. Pedro y Miguel se interpusieron  entre Carlos  la puerta del cuarto de Alicia.
-No, Carlos. Ahora no. Y si continuas así, llamaré a la policía.

-Pedro…- Ana temía que Carlos se pusiera violento. Sabía de sobra que el primo de su madre estaba bajo los efectos de un incipiente síndrome de abstinencia, que pronto iría a más.
-¿qué policía? Adelante, llámala si tienes cojones…

-¡Vamos! ¡Fuera de aquí!- Pedro sacaba a empujones a Carlos del pasillo, mientras Mati gritaba asustada. Rocío temblaba agazapada en su escondite del pasillo, oyendo todo.
El sonido de la campanilla de Alicia sonó dentro del dormitorio. Estaba despierta. Todos enmudecieron.
-¿Lo ves? Sé que está ahí.

Carlos empujó de nuevo a Pedro, avanzando hacia delante, mientras la campanilla volvía a sonar. Carlos abrió la puerta de un empujón. Lo primero con lo que tropezó fue con la mirada de su prima, incorporada en la cama. Treinta años después, a Carlos le parecieron los mismos ojos que cuando la conoció.

-Hola, Carlos. Pasa, te estaba esperando.




*********************


Alicia estaba serena, mirando a su primo fijamente. Asombrosamente, no se extrañó de verlo con su actual aspecto, quizás porque se esperaba algo así. A su lado, entraba Mati entraba hecha un mar de lágrimas. Ana también entró en el dormitorio.

-Mamá, no hace falta que…
Un gesto de Alicia la cortó en seco.

-No, Ana. Sabía que llegaría este momento. Hasta me alegro de que sea así. Por favor, dejadnos solos.
-Pero mamá, está…

-He dicho que nos dejéis solos. Por favor, hija, pronto voy a dejar este mundo,  no hay nada malo que nadie pueda hacerme ya a estas alturas de la película.

Ana y Pedro retrocedieron ante la determinación de su madre, y salieron del dormitorio entornando la puerta. Ambos se quedaron alertas desde el descansillo, atentos a lo que pasaba en el dormitorio, por si tenían que intervenir. Dentro, Alicia miró a su primo a los ojos.
-Me alegro de verte, Carlos.

Mati sollozaba en una esquina, mientras su hermano parecía ignorarla.
-Bonita casa. No has pasado calamidades en todos estos años. Pescaste un buen marido, prima….

Alicia ignoró los comentarios hirientes de un drogadicto. Pronto vio que su primo llevaba todos estos años acumulando resentimiento,  y había venido a soltarlo delante suya.

-Carlos, te hemos estado buscando todo este tiempo. No sabes lo que ha sufrido Mati. En cárceles, hospitales… siempre que te localizábamos ya no estabas. Hemos dejado innumerables recados con nuestro teléfono  nuestra dirección. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?

-…mientras yo me pudría en el infierno…
-Estábamos deseando encontrarte.

-Tú aquí, viviendo a todo tren, feliz, mientras mi madre se moría, mi hermana estaba en la cárcel, y yo…
-¡Carlos, no digas eso!- gritó Mati.
-….y yo malvivía sin que nadie se compadeciera una sola vez de mí. ¿Te parece justo?
-¡Carlos!


-…toda la vida, arrastrado como una colilla, para no tener que soportar la vergüenza de ver a mi  propia familia deshecha…
-Carlos, ésta también es tu familia. Te ayudaremos.
-…mi padre muerto, y mi madre trabajando para poder comer…

-Carlos, eso ya forma parte del pasado.
-…mi propia hermana, en la cárcel…

-¡Carlos! Cállate, por dios- sollozaba Mati.

Alicia dejó que descargase toda la ira que traía. Sabía que su primo había venido para algo.

-Carlos, Mati pasó página hace mucho tiempo. Ha aprendido a vivir después de aquel horror. Tú también lo harás, pero tienes que dejar que te ayudemos. No puedes seguir así, te vas a consumir sin remedio.

Carlos la miraba con los ojos vidriosos. A pesar de la enfermedad, Alicia seguía siendo ella, la misma que hace cuarenta años, muy en el fondo de su alma podía ver a la niña que él conoció, resuelta y segura, la que en su día le agitó una tormenta de sentimientos en su corazón, y que ahora le hablaba con seguridad, a pesar de la enfermedad. Interiormente, Carlos no hacía sino comparar su vidas, y mientras veía la de Alicia como la culminación de una felicidad ideal, con su familia numerosa, sus hijos y sus nietos, veía como la suya propia había pasado con más mala que buena fortuna.

-Mírame, como me he quedado. No soy nadie. ¡Soy una basura por vuestra culpa!
-Carlos, eso no es verdad. Aún estás a tiempo de rectificar, no es tarde. Tan solo tienes que quererlo.

-Yo sufría por mi familia mientras tú eras feliz…

-Yo también he sufrido, Carlos, y tu hermana. No menosprecies lo que los demás han hecho por ti. Y ahora mismo nos estás haciendo sufrir más de lo que te crees. Déjanos ayudarte.

-No quiero tu ayuda, ¡maldita sea!

La reacción violenta de Carlos precedió a un silencio sepulcral. Pedro, que estaba oyendo todo lo que pasaba desde detrás de la puerta,  estuvo a punto de entrar, pero Ana lo contuvo poniéndole la mano en el pecho. Alicia seguía controlando la situación.

Carlos volvió a otear el dormitorio.
-Dinos qué quieres.
-Has dicho que me vas a ayudar, ¿No? Pues bien, sí, necesito ayuda, y la necesito ahora. Mi vida corre peligro. Me están buscando, tengo una deuda pendiente, y si no la liquido pronto, vendrán a por mí.

Alicia se detuvo. Negó con la cabeza.
-No, Carlos, no. Esa ayuda no. Quédate aquí. Sabes que no será fácil, pero nos tienes a nosotros. Te ayudaremos a denunciar y saldrás de esta. Tienes a tu hermana.

-¡Maldita sea! ¿Es que no te enteras de nada? ¡He dicho que mi vida corre peligro! ¡Y lo digo en serio!

Pedro entró de golpe y se aprestó a cogerlo de la camisa.
-No, Pedro, por favor.
Alicia le detuvo.

Agarrado aún por Pedro por el pecho de la camisa, Carlos desvió la mirada para no encontrarse con los ojos del hijastro de Alicia. Al otear alrededor, Carlos reparó en un bulto que le resultaba familiar. Alicia se percató de ello. Era el cuadro de SUSANA Y LOS VIEJOS, metido en su funda, y apoyado en el armario del dormitorio. Allí se quedó, cuando Rocío lo sacó del armario para enseñárselo a su abuela, hacía tres días. Alicia le increpó decidida.




-¡Cógelo! –le dijo. Carlos parecía dudar, mientras miraba los uno  noventa metros  imponentes de Pedro a su lado.

-¡Cógelo! ¿No es eso lo que querías? Puedes llevártelo. Yo no lo quiero para nada. Puedes sacar un buen dinero si lo vendes.

Carlos dudó, pero al notar relajarse el agarre de Pedro, aprovechó para zafarse y dirigirse hacia el tubo de cartón que contenía el lienzo de “Susana y los viejos”. Le pareció reconocer a un viejo amigo, como si no hubieran pasado todos estos cuarenta años entre Alicia y él. Alicia siguió hablando. Ella también había visto a muchos hombres así en su profesión. Las vidas destrozadas, las familias rotas. A Carlos le brillaban los ojos al agarrar el cuadro. El pobre iluso pensaba que con él se acabarían sus males.

-Es tuyo. Te sacará del apuro en el que andas metido. Pero sabes de sobra que sólo te arreglará de forma provisional. Si no sales tú mismo del fango, volverás a necesitar más, y más… 

Carlos no contestaba. Se aferraba al embalaje del cuadro como si fuese su tabla de salvación. Ni él mismo se esperaba que las cosas hubieran sido tan fáciles. Alicia le suplicó por última vez.

-Quédate, por favor,  Carlos. Mati te necesita. Todos te necesitamos.

Carlos retrocedió en la habitación, con el cuadro en las manos. El tropiezo con su hermana le hizo volverse y encontrársela directamente cara a cara, con sus ojos llorosos mirándole. Por un momento fugaz, la voluntad de Carlos se tambaleó.

-¡Carlos, por favor!...- le imploró ella.

-Mati… volveré a por ti… cuando termine con esto vendré a por ti y nos iremos los dos…

-¡¡CARLOS!!


Carlos les miró a todos, agarró el cuadro, y salió corriendo de la sala, dando un portazo tras de sí en la puerta de la calle, volando como una exhalación portal abajo.
Con el eco del portazo aún retumbando en la sala, la familia Iniesta se quedaba momentáneamente sin capacidad de reacción.


Mati lloraba en la esquina, mientras Alicia se quedaba con la vista fija en la puerta por donde había visto  alejarse a su primo. Seguramente sería la última vez que lo vería con vida, mientras musitaba para sí:

--¡Ay, Carlos! ¿Por qué te destrozas la vida de esta manera? Tienes la posibilidad y el remedio delante de ti,  pero tú mismo te lo niegas. Y sin embargo, tengo la impresión de que pronto, muy pronto,  nos volveremos a ver de nuevo….


Fin del capítulo.
Continuará…


Cita:  Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.