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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 39


Capítulo 39.
Madrid, 1.960.



“Haz lo necesario para lograr tu más ardiente deseo, y acabarás lográndolo”.

Compositor y músico alemán.

-¿Así, mejor?
-Un poco más arriba. Que no la tape la gente y se vea bien.
-¿Así?

Camilo ayudaba a sostener la placa en la puerta de la casa de los Iniesta.
-¡Sí! ¡Ahí queda perfecta! ¡No te muevas, espera!

Camilo se quedó con los brazos en alto, en espera de que Alicia se subiera a la escalera para hacer una marca con el lápiz.
-Me estoy cansando…
-¡No seas quejica!, ya va, ya va…
-Ya.
-Toma.

-Pásame el taladro. ¡Anda que no es listo ni nada tu marido! Mira como me ha dejado a mí el trabajo sucio, jajaja…
-¡Ja, ja, ja..! Camilo…  como eres….-Alicia le dio un beso en la mejilla-. Eres un sol. ¿Te lo he dicho alguna vez?
-Sí, un sol de medianoche. Anda, tira…

Tras calcular el sitio,  Camilo se dispuso a realizar en la pared del portal los cuatro agujeros correspondientes. Tras terminar, se retiró unos pasos, como un pintor orgulloso de su trabajo, que se retira a mirar su obra con perspectiva.
-Parece que han quedado derechos, ¿no? Pásame los tornillos y el destornillador.
-¿Cómo está Álvaro?

Alicia le facilitaba lo que pedía, de la caja de herramientas, al tiempo que le contestaba.
-Bien, muy contento. Ayer llamó después de su primera conferencia. Dijo que había sido un éxito y que a pesar del idioma, le habían entendido muy bien.

Álvaro se encontraba en Coimbra, impartiendo unos seminarios sobre Derecho Romano, junto con profesores de otras universidades.

-Está muy contento. Dice que aquello está lleno de catedráticos y expertos, se siente como pez en el agua, todo el día entre legajos, ya lo conoces. Además, supone mucho para él este viaje. Es la primera vez que lo hace. Y lo han llamado los organizadores del Congreso, no lo olvidemos.

Después de haber estado represaliado varios años, el haber sido invitado a un curso internacional sobre Derecho Romano hacía estar pletórico a Álvaro, que veía como su trabajo profesional estaba empezando a ser reconocido en los ámbitos académicos más prestigiosos, después de tantos años de lucha, sinsabores y zancadillas políticas.

-Bueno, esto ya está. Vamos a limpiarlo un poco… así… ¿qué tal?
Alicia y Camilo se alejaron para contemplar la flamante placa dorada que ahora lucía en la puerta de la casa.


Dª ALICIA  PEÑA CABALLERO.
Abogada.
4º B.


Alicia no pudo evitar un leve brillo en su mirada. ¡Al fin!  Su sueño y el de su padre. Ahora podía ejercer por su cuenta, tener despacho propio y elegir los clientes y los casos.

-¡¡Enhorabuena, Alicia!!

Camilo dio un abrazo a su amiga y antigua compañera de estudios, que no pudo disimular su alegría, justo en el mismo momento en que salían del portal la señora del tercero junto a su hermana, la soltera, que se quedaron mirando a la placa, luego a los presentes, y de nuevo a la placa, con cara de pasmo.

-Buenas tardes, señoras- saludó Alicia.

-A sus pies- siguió Camilo.

-Buenas tardes- las señoras se cruzaron el abrigo, se engancharon del brazo y se alejaron de allí mirándolos de soslayo y cuchicheando.

-¿Pero quiénes son estos loros?- rió Camilo mientras las veía alejarse.

-La vecina de abajo. Su marido es un “camisa vieja”. Supongo que tendrán tema de conversación para varias tardes, después de ver lo de hoy. Una mujer abogada es algo que no entra en sus esquemas mentales. De hecho, ya me ponen como hoja de perejil todos los días, cuando me ven  salir de casa para ir a trabajar. No paran de preguntarme por mis tres hijos, mi marido, si está contento… Más de una vez les he pegado algún corte, pero son incansables. Bueno, mejor no hacer ni caso. Esa mujer lo único que ha hecho en la vida es casarse con un hombre con posición. Pero sólo por eso, se cree con derecho a mirar a los demás por encima del hombro.

Camilo sonrió. Él conocía muchas así.
-¿Te acuerdas de Piluca? Nuestra antigua compañera de curso, cuando estabas  en primero de carrera…
-¡Claro que me acuerdo! Cómo para no acordarse… si su marido ocupó la plaza de Álvaro cuando él… cuando lo apartaron de la facultad. 

Alicia evitaba la palabra “cárcel”. Esos capítulos de su vida los había borrado de su mente. No le era grato recordarlos, al igual que a Álvaro. Fue una época de mucha angustia y sufrimiento.

- Y encima iba diciendo a los demás que su marido era “catedrático”. No hija, no. “Ocupa la plaza del catedrático”, que no es lo mismo.

-¿Qué sabes de ella? ¿Alguna novedad destacable?
-Pues sí. 

Camilo se hizo el interesante.
-¡Ehh! ¡Cuenta, cuenta! ¡Soy toda oídos!
-Ja, ja, ja… eres una cotilla chismosa.
-¡Camilo! ¡Ahora no me dejes con la miel en la boca! ¡Cuéntalo ya!
-Está bien. Pero porque tú me insistes.

Alicia le hizo un mohín.
-¡Venga! Ahora no te hagas de rogar, no seas “quemasangre”.
-Ya sabes que su marido es también abogado, al igual que el resto de su familia. Y también sabes las influencias que tienen. Pues bien.

Camilo puso cara de misterio y bajó la voz. Alicia se acercó a él para escuchar mejor.
-paaa….. se rumorea que tiene una querida. Le ha puesto un pisito muy coqueto, en el barrio de Salamanca.

-¡Anda ya, ahora eres tú el cotilla! ¿Y tú cómo sabes eso?
-Mujer… Es mi trabajo…jaja, ya sabes que en el periódico se entera uno de todo.

Alicia recordó con sorna a Piluca y sus conversaciones cuando ambas eran estudiantes, sobre sus respectivas metas en la vida. La de Piluca era pescar un marido abogado. La de Alicia era terminar su carrera y ejercer. Al parecer, ambas ya habían conseguido lo que se habían propuesto. “Alicia, tus estudios son el mejor equipaje que puedas llevar. Eso no te lo quitará nadie nunca”, le dijo una vez su suegra, antes de casarse con Álvaro. “Hija mía, estudia, lábrate un porvenir, que no dependas económicamente de nadie”, le decía su padre cuando ella aún era una niña. Ahora Alicia era abogada en ejercicio, aunque según las leyes españolas, dependía de su marido para poder ejercer y firmar documentos, algo que a ella le sacaba de sus casillas.

-Si somos iguales, ¿por qué yo tengo que pedir permiso a mi marido para gestionar mi trabajo? Ni siquiera el dinero que gano es mío. Las leyes son totalmente injustas, las mujeres estamos atadas de pies y manos.

Álvaro asentía. “Debo de ser el marido que más permisos te firmo, cariño”, le decía.

-Lo sé, Álvaro, pero es que me subleva tener que pedírtelos.
-¿Y las niñas? ¿Te imaginas a tus hijas, dependiendo de alguien que no sea tan comprensivo como tú? ¿Alguien que las tuviera en sus manos? 

Alicia siempre insistió en que todos sus hijos tuvieran estudios, pero más todavía en el caso de sus hijas, pese a tenerlo todo en contra: cada vez que se cruzaba con alguien, se sorprendía de que Alicia aún siguiera trabajando en vez de dedicarse en cuerpo  alma a su casa. Y no sólo eso: ahora Alicia quería más, quería progresar, llegar más lejos, tener su propio despacho.  En una sociedad que lo único que esperaba de las mujeres era que fueran buenas esposas y amantísimas madres, Alicia era un bicho raro en algunos círculos, en los que como poco se la tachaba de ambiciosa. Sólo en un selecto y reducido círculo de amistades que mantenían los Iniesta, Alicia se sentía a gusto. Uno de sus mejores amigos era Camilo.

-Gracias, Camilo! ¡Siempre recordaré que tú fuiste el que me hiciste abogada! Jaja
-Que gran honor, francesita…si yo sólo te he ayudado a colgar la placa.
-¡Bobo!... Vamos arriba, te invito a una limonada.

-No esperaba menos, después de tenerme toda la tarde herramientas en ristre, haciendo el trabajo sucio, del que se ha librado tu eminente marido experto en cosas romanas…

Alicia reía mientras Camilo recogía las herramientas y ambos entraban en el portal de la casa.

Alicia empezó su andadura profesional en solitario, a la par que Álvaro empezaba a ver publicados sus primeros libros, sus primeros artículos. Mientras él acudía a cursos de perfeccionamiento por toda la geografía española, Alicia se dejaba las pestañas en los casos que tenía entre manos. Mientras a Álvaro empezaron a llamarlo de universidades fuera de nuestras fronteras, Alicia se vestía la toga para defender los casos indefendibles, los que acudían a ella buscando desesperadamente una solución, los que habían llegado a confiar en una mujer abogada como último recurso. Y sorprendentemente, Alicia empezó a ascender en su profesión, pese a lo difícil que era todo.


Los primeros casos de Alicia tardaron en llegar, a pesar de que ya la conocían de su anterior bufete y de que Eduardo, su antiguo jefe, le desviaba numerosos clientes. Incluso en los casos de oficio encontraba el rechazo de muchos presos,  que pensaban que si su caso lo llevara un hombre, obtendrían un acuerdo más ventajoso. Había veces que Alicia tenía que claudicar y aceptar que el preso de turno no la aceptaba, y que no confiaría en ella por el mero hecho de llevar faldas y no pantalones. Aunque le costó, pronto se acostumbró a ello y llegó un momento en que el rechazo no le afectaba. Simplemente se lo tomaba como un gaje más del oficio,  daba carpetazo y pasaba al siguiente caso. Y cosa curiosa, cuando dejó de importarle dicho rechazo, encontró menos dificultades en su tarea que antes. Eso le hacía recordar las palabras de su padre: “No dejes que te afecte lo que digan de ti. Al fin y al cabo, todo lo que nos ocurre es un reflejo de lo que proyectamos fuera de nosotros”.


 Tras la desconfianza inicial de los clientes, pronto llegó el momento en que  la buscaban a ella, precisamente a ella. Solían ser mujeres, que acudían a ella como último recurso, a menudo sin conocimiento de sus maridos, que no le habrían permitido hacerlo. Otras eran viudas, solteras, o mujeres casadas a las que un día el marido les dijo que se iba a por tabaco y nunca más se supo. Muchas de ellas eran caras conocidas de la cola de familiares de las reclusas, de la cárcel de Yeserías. Alicia se las encontraba cuando iba a visitar periódicamente a su prima Matilde. Las mujeres entraban en su despacho asustadas, con la mirada huidiza, y con el sentimiento de inferioridad que siempre tenían los que llevaban años de su  bregando con la máquina jurídica del Régimen. A menudo hacían la misma pregunta:

-¿No le va a contar a nadie lo que hablamos aquí? ¿Ni siquiera a mi marido?

Y Alicia las tranquilizaba, le hablaba del secreto profesional y de la confidencialidad entre abogado y cliente, y de muchas cosas más hasta que las mujeres cogían la confianza suficiente para revelarle el motivo de su visita. Muchas no terminaban de creerse que aquella mujer menuda se pudiera poner delante de un tribunal, y pensaban que ella era la secretaria de su marido.
-¿Pero de verdad es usted abogada?
-Sí, señora. Con más de cien juicios asistidos.

Alicia pronto empezó a tramitar documentos y papeles de esas mujeres que habían perdido todo y se encontraban totalmente desamparadas en el maremágnum legal de la época, que era implacable con el bando de los perdedores. Pronto empezó a poner orden en escrituras ajenas, a reclamar propiedades y a ordenar herencias que no terminaban de llegar. A liberar transacciones bancarias y autorizaciones de trabajo. A buscar la manera de engañar a las leyes, sin dejar de cumplirlas.

-A veces hay que bordear la legalidad, para atenerse a ella- le decía Álvaro-. Eso también lo hacían los romanos. Recuerda el caso de Cayo Valerio contra…

Muchas veces Alicia se desesperaba al ver que no podía hacer nada con lo que tenía entre manos.
-¡Es inaudito! ¡Cómo se puede consentir eso? Esa mujer lleva toda su vida trabajando, y ahora no tiene nada.

Y no había nada que hacer. La ley era así. Lo que más le dolía de ello era tener que comunicárselo a las mujeres, decirles que no había ninguna salida legal a su caso, que estaba fuera de alcance, mientras siguieran bajo el amparo de esas leyes que consideraban a la mitad de España como menor de edad o incapacitadas.
De esta manera, sin proponérselo, Alicia llegó a estar cada vez más especializada en temas de derecho de familia. Ya se conocía al dedillo todos  los vericuetos legales en lo relativo a herencias, custodias, documentos, nacionalidades… Y ya no sólo acudían mujeres, sino también sus hijos o hermanos. Poco a poco, Alicia fue teniendo una nutrida cartera de clientes. A menudo se encontraba con problemas de conciencia, a la hora de cobrar la minuta.

-Pero si estas mujeres no tiene nada, ¿cómo voy a cobrarles? Acuden a mí como último recurso. Han venido temblando por si se enteran sus maridos, no son dueñas ni de su propio dinero…

Álvaro, y el mismo Eduardo, con quien no dejó de mantener contacto profesional, le aconsejaban lo mismo:
-Tu trabajo es como el de cualquier otro. A veces, no cobrar ofende a la otra persona. Sé sútil, no temas pedir lo que te corresponde. Pero a la vez sé flexible.

Y Alicia, guiada por los consejos ajenos y por el instinto propio, acababa haciendo lo que ella creía conveniente.  A menudo decía lo mismo, cuando las mujeres preguntaban qué cuanto le debían.
-No es nada. Este tipo de consultas no las cobro.

Y las mujeres salían de allí dando mil gracias y bendiciones. Pronto Alicia empezó a recibir docenas de huevos, pavos para navidad, bizcochos caseros y todo tipo de pasteles hechos en casa, saquitos de almendras, nueces y castañas, y cuando empezaron a ver a la abogada embarazada, todo tipo y variedad de baberos, jerséis,  botitas y toquillas. Los dos hijos varones de Alicia que llegaron después, tuvieron  un ajuar completo, hecho por las clientas agradecidas de su madre. A veces, hasta tenía que ceder las cosas que tenía, de tantas como llegaban en Navidades. Alicia  nunca tuvo problemas con el pago. Aquellas mujeres eran cumplidoras hasta la última peseta. Pagaban la minuta completa, aunque tardaran uno o dos años en ello.


Al cabo de los años, de muchas idas y venidas en esos ambientes, Alicia acabó teniendo su propia red de contactos de los que conseguía información privilegiada: su amigo Camilo, Francisco, el antiguo compañero de celda de Álvaro, que ya era jefe de redacción en un periódico, Eduardo, su antiguo jefe, a quien acudía de vez en cuando en busca de consejo…  Con los años, Alicia llegó a moverse como pez en el agua entre los pasillos de los juzgados, ataviada con su toga negra. Pronto Alicia dejó de ser la “mujer del profesor”, con la misma intensidad que Álvaro empezó  a ser el “marido de la abogada”, indistintamente. Muchas veces él le aportaba la visión pragmática de los casos, le ayudaba a distanciarse y a tomar resoluciones en frío.

-Eres más cerebral que yo- le solía decir ella-. Se nota que eres profesor, eres un  teórico del Derecho.
-En la abogacía es necesaria la cabeza fría, Alicia- solía decir él.
A Alicia le gustaba el contrapunto de su marido, esa mezcla que hacían los dos entre la parte visceral, y la parte teórica, ambas complementarias.


Doña Marcela,  memoria viva de la familia, fue fiel testigo del cambio. A la  buena mujer, le parecía que fue ayer cuando Álvaro tuvo que repartir periódicos y trabajar en el marcado para poder comer. Ahora, el susto del año 56 era ya un lejano recuerdo, y Marcela  veía a su hijo solicitado desde otras universidades, fuera de Madrid, fuera de España, Coimbra, Toulusse …. Álvaro empezó a ver sus artículos publicados, sus libros editados, y a ver como profesores más jóvenes que él le cedían el paso en la Facultad, al  igual que él lo hizo en su tiempo. Las canas y la experiencia ya eran un grado . Doña Marcela no pudo evitar sentir un pellizco de orgullo cuando Pedro, el nieto mayor, terminó el Bachiller y dijo que quería seguir los pasos de su padre.

-Quiero estudiar Derecho, papá. Como tú.

Y Álvaro hinchaba el pecho de mal disimulado orgullo mientras la abuela se enjugaba una lágrima disimuladamente al oírlo desde la cocina. Sus nietos crecían. La vida pasaba volando.


Las tres niñas eran una piña alrededor de su madre y su abuela, con quien gustaban de pasear e ir al cine los fines de semana. Las tres hermanas se criaban sanas y fuertes, y acudían a abrazar a su padre cuando llegaba a casa después de una agotadora jornada de trabajo. Alicia les insistía en la importancia de estudiar, de sacar una carrera, y  aunque todavía era muy pronto para descubrir futuras inclinaciones en ellas, a la mayor, Ana, ya la gustaba observar a su abuela cuando traía un pollo al poyete de mármol de la cocina para destriparlo.

-Mira abuela, eso es el hígado. Y esos los riñones, déjame… mira las venas, esta es la arteria…

Y Ana se quedaba mirando el montón de casquería que su abuela le quitaba al pollo, ante el asombro de su progenitora.
-¡Pero hija! ¡Qué cosas dices! Anda, ve a tu cuarto a jugar, que no tienes edad…

Las gemelas aún eran muy pequeñas, pero a Mercedes  le gustaba mucho leer, y a Claudia le gustaba mucho los juegos de su hermano, los de construcciones.

-Lo mismo nos sale arquitecta- decía Alicia, al ver a la niña armando el mecano con sorprendente destreza-. Tendría gracia, una arquitecta en la familia.

-No sé de qué te extrañas. Tú eres una mujer que estudiaste Derecho. Tu hija puede estudiar Arquitectura, si se lo propone. - le decía Álvaro.



Y la niña se lo propuso. Las tres niñas estudiaron carreras superiores: Ana, medicina, Claudia, Arquitectura, y Mercedes, Derecho, al igual que Jesús, el cuarto hermano. Tan sólo el último de la saga, Miguel, se desmarcó de la familia con otras pretensiones más bohemias que sorprendieron a todos.

En el 60, Pedro se matriculó en Derecho en la Universidad Central de Madrid, la Complutense, a pesar de la reticencia inicial de Álvaro a que realizase allí sus estudios. Su padre quería mandarlo  a Salamanca.

-Es muy buena Universidad, ya la conoces. Además, hay en ella muy buenos profesores que conocimos hace unos años: Enrique Tierno, Ruiz Giménez…. Y el ambiente está menos tenso, perderás menos clases. Y te puedes alojar en el colegio Fray Luis, ya lo conoces de sobra. Es donde estuve yo de bedel hace varios años. Aún se acuerdan de nosotros.

Desde el 56, el ambiente estudiantil en Madrid andaba revolucionado, día sí, día también. Álvaro deseaba que su hijo se centrara, y no viese perjudicados sus estudios por el momento político que les tocaba vivir.

-También aprenderá de las revueltas Álvaro. Así es la vida. No todo se aprende en los libros.

Quizás, de manera inconsciente, Álvaro quería alejar a su hijo del ambiente politizado de la universidad, en un intento de protegerlo y mantenerlo al margen.

-Además, no me hace gracia ser su profesor. Ya sabes lo que te pasó a ti. Te quitará méritos propios.

Pero al final Pedro acabó matriculado en la Complutense, compartiendo pasillos con su padre. En parte por su abuela, que insistió para que su nieto no se fuera sólo, tan lejos, y en parte por Pedro, que ya había empezado a entablar relaciones con una chica, una antigua vecina de la Plaza de los Frutos, y no le hacía ninguna gracia irse. Además, tal y cómo recalcó Alicia, A Pedro le vendría bien continuar en contacto con la misma ciudad en la que luego ejercería como abogado. Los contactos que hiciera en su época estudiantil le serían muy útiles, como le habían sido a ella.


Los años iban pasando, mientras la televisión llegó a España, los frigoríficos se compraban a plazos en los Almacenes Rivas, y los Iniesta hicieron, a juicio de Alicia, la mejor inversión  vida: la lavadora.

-¡Mira, es increíble! ¡La de tiempo que nos vamos a ahorrar!

Alicia y Álvaro miraban dar vueltas el tambor, con las sábanas dentro lavándose solas. La abuela Marcela era más escéptica a los adelantos del progreso.

-¡Pero si de toda la vida de Dios se han lavado las cosas a mano! ¿Cómo va una máquina a lavar, si no sabe dónde hay que frotar? ¿Cómo va a sacar las manchas?

-Mira, mira, a la velocidad que gira….

Alicia seguía ensimismada. Se acabó el estar con los barreños llenos de pañales. Aquella compra, cuando las gemelas apenas tenían un año, fue providencial.

-Vosotros diréis lo que queráis, pero yo, los jerseys de las niñas los seguiré lavando en la pila- decía Doña Marcela, mientras dejaba a la familia contemplando el espectáculo de las sábanas dando vueltas en el tambor. Además, Juana ya nos ayuda mucho, no necesitamos más cacharros…

Y dicho y hecho, Doña Marcela aún pasó varios años lavando las prendas delicadas en un barreño, con jabón Lagarto.
-Esto va a ser el invento del siglo. Mucho más que el motor diesel, donde va a parar…- decía Alicia.


Y los nietos iban creciendo, la familia aumentaba y la casa se iba quedando pequeña. Alicia y Álvaro necesitaban cada vez más sitio para sus libros, y los niños sitio para sus juegos y sus estudios. Alicia pronto necesitó ayuda en el despacho: Pilar, la eficiente secretaria que le acompañaría durante el resto de su carrera, fue providencial. Ella hacía el trabajo mecánico, avisaba de los juicios y se ocupaba de llevar la agenda al día. La casa empezaba a quedarse pequeña cuando llegó la prima Matilde, y tras ella, el primer hijo varón de Alicia. Jesús, el cuarto hijo, fue el muñeco de  su  hermana Ana, más crecidita, que le acunaba cuando su madre estaba ocupada trabajando. El nuevo hermano ya nació en la casa nueva: el vecino de al lado  había puesto un cartel de “SE VENDE” unos meses antes. No se lo pensaron, la casa vecina fue adquirida y pronto comenzaron las obras. 

A las pocas semanas, Alicia llegó con las buena nuevas:   estaba de nuevo embarazada. Su primer hijo varón, Jesús,  nacería a los pocos meses.


Fin del Capítulo.
Continuará…




10 comentarios:

Maria dijo...

Muchas gracias a todas por vuestros comentarios. Con lectoras así da gusto.

Aquí teneis, el CApítulo 39. Dedicado a Clavemas, ella sabe por qué, y al resto de foreras, a ver si levantan el ánimo.

Maria dijo...

Rodas, gracias por tus palabras en el capítulo anterior, y por seguir la historia desde donde estás.

ESpero que no te haya diluviado mucho.

clavemas dijo...

Estupendo! María, un pantallazo de la vida y el mundo en que les tocó vivir!! Lo he disfrutado mucho.

Sobre todo admiro tu atención al detalle, a lo cotidiano siempre entrañable y tan bien contado como descripto.

No puedo evitar reflexionar y con ello comparar, todo lo que se han dejado de contar en la Serie, una pena en verdad.

Gracias por la dedicatoria! la aprecio en mucho por venir de ti y por la generosidad y el cariño que muestras ahora y siempre!

Isabel dijo...

María estupendo el capítulo como siempre, que bien explicas la vida cotidiana de antonces, como iba cambiando el panorama de la España de aquellos tiempos y coincido con Clavemas en que es una pena que en la serie hayan dejado de contar cosas tan importantes como las que tú relatas en tu historia, insisto en que deberías publicarlo. Gracias por las molestias que te tomas para hacerla más creible y documentada.

purivilla dijo...

Fantástico María, una descripción perfecta de la vida en aquellos años.
Bien podían tomar nota los responsables de la serie y no martirizarnos con sandeces y payadas sin pies ni cabeza.
Con lo que adornaría este bello profesor la sobremesa.
Pues que si quieres arroz, Catalina, seguimos ojo avizor por si las moscas.
Al loro, nenas.

Sacha dijo...

FELICIDADES MARIA..Cómo siempre magnifico capitulo y muy bien estructurado..

La aparición de Camilo me ha parecido genial, lo describes como era el personaje, y la relación que tenía con Alicia..

Muy bueno el trueque que mencionas como pago de servicios, puedo dar fe, que hasta muchos años después se seguía practicando,sobre todo, como bien dices que aquellos que no tenían recursos..

Y que tengan una hija arquitecta, me ha gustado mucho....

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Gracias por este capítulo, que tanto hemos disfrutado.

Nos encanta ver como la vida va mostrando su cara buena en casa de la familia Iniesta; ya teníamos ganas de ver a Alvaro en el puesto que le corresponde, al igual que Alicia, persona luchadora, que le tocó vivir unos tiempos difíciles para la mujer y a su vez nos alegra verla disfrutar de los nuevos electrodomésticos, como en tanto hogares de aquella época.

Se abre también una vida con más posibilidades para las nuevas generaciones, que podrán disfrutar sus hijos, en fin un relato lleno de esperanza, cuidando como siempre los detalles, incluso en lo cotidiano.

Los "guionistas" de la Serie podían tomar nota.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

Anónimo dijo...

María muy bien el capitulo. Lo he disfrutado de lo lindo. Y ya veo por los comentarios que no solo yo. Pero para que no te crezcas entre tanto elogio te voy a hacer una apreciacion : los romancistas no nos perdemos entre leyes sino entre legajos. Un abrazo Hermana...!

Anónimo dijo...

María muy bien el capitulo. Lo he disfrutado de lo lindo. Y ya veo por los comentarios que no solo yo. Pero para que no te crezcas entre tanto elogio te voy a hacer una apreciacion : los romancistas no nos perdemos entre leyes sino entre legajos. Un abrazo Hermana...!

Azalea dijo...

María,me ha encantado el capítulo,la forma de narrar lo cotidiano,y la aparición de Camilo.
Es tan real! LO voy leyendo y lo visualizo a la perfección,sería un magnífico guión.
Ya tengo ganas del próximo.