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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

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Capítulo 26-27-28-29

-28+18





Capítulo 26.
Salamanca, años 1.952 al 54.


"Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!"

Miguel de Unamuno.






Alicia abrió con sumo cuidado la puerta de su casa, sabedora del peligro que había en los últimos días de poder hacer daño con las bisagras de la puerta a unos deditos muy tiernos, unos deditos que desconocían los peligros del mundo. No se equivocaba. Algo a cuatro patas estaba detrás de la puerta, algo que avanzó hacia ella torpemente dando gritos de alegría en cuanto vio aparecer a su madre, cargada con los libros de la Facultad.

-¡Ay, mi gordi, que parece un gatito….!
Tiró la cartera al suelo y levantó en volandas a su hija, que se estremecía al verla.
-Marcela- Alicia saludó a su suegra con un beso.
-Hola, hija. ¡Ay, el gatito, el gatito!-Doña Marcela hizo una carantoña de abuela a su nieta- Me he descuidado un momento en el jardín, y cuando me he querido acordar, el “gatito” estaba encima de un hormiguero, relamiéndose…. Menos mal que dicen que lo que no mata engorda….
Alicia miró la cara de su hija. Los mofletes reventones de la niña le decían que no había motivo excesivo de preocupación por unas cuantas hormigas de más o de menos en la lista de cosas que Ana se llevaba a la boca.

-Venga, vamos a decirle hola a papá.
-papapapapapa- Ana empezaba a parlotear con su media lengua mientras señalaba con el dedo hacia la puerta de la garita donde estaba su padre. La niña ya conocía la rutina de la casa.
-Sí, allí dentro está papá. ¡Loro, que estás hecha un loro!-rió.

Alicia fue con su hija en brazos al otro extremo del salón, para acceder a la garita donde estaba Álvaro. La niña se criaba viva y espabilada, y no perdía detalle de la vida, mirando todo con unos ojos negros grandísimos.

Los días fluían con suavidad en Salamanca, desgranándose tranquilos, como un rosario de cuentas que caían lentamente una tras otra. Poco a poco fueron quedando atrás las angustias y preocupaciones pasadas, para ir dejando paso a la normalidad de una vida, que, sin ser excesivamente desahogada, sí que les reportaba otras satisfacciones nuevas. Alicia y Álvaro se habían adaptado sin problemas al encanto que tiene la vida en una ciudad más pequeña, donde casi todo está al alcance de la mano, donde todos se conocen y las distancias se hacen más cortas y por ende, la vida más fácil. Alicia solo tenía que cruzar la plaza para acceder a sus clases, clases que le permitían de vez en cuando asomarse en los ratos libres para ver cómo estaba su hija. Muchas veces la veía sentada al sol de invierno, en el patio, con Doña Marcela, tomando su plátano machacado de media mañana.

-Que no te vea- le decía su suegra- si te ve querrá irse contigo y se quedará triste.

Y Alicia se iba con un nudo en la garganta, pero tranquila por haber visto a su hija feliz, no sin antes robarle un beso furtivo a su marido, antes de volver a encaminarse hacia la Facultad para la siguiente clase. Álvaro también se adaptó sin mayores problemas a su nuevo trabajo. En la pequeña habitación del acceso al Colegio, el nuevo conserje veía desfilar cada mañana por delante suya toda una promoción de chicos de entre dieciocho y veintitantos años, una generación de estudiantes a quienes la guerra ya les resultaba lejana, y que cargaban todas las mañanas con sus caras de sueño recién levantadas, la ilusión de quien empieza a vivir y el ideal de cambiar el mundo metido en sus carpetas de apuntes. Ahora a Álvaro le tocaba observar los toros desde el otro lado de la barrera, y le hacía gracia ese bullir incesante de alumnos que le iban y le venían con todos sus asuntos. Los colegiales pronto cogieron una respetuosa confianza con el nuevo bedel, del que intuían sabía más de lo que aparentaba por su cargo, y al que veían pasear con su familia todos los Domingos, por la Plaza Mayor, tan impecablemente vestidos y con tanta elegancia.

Lejos de sus casas, y en ausencia de sus familias, los chicos pronto acudieron a él para contarle todas sus cuitas, cuitas que el procuraba arbitrar con la picardía de quien ya ha estado subido en una tarima, y juega con ventaja. Le pedían consejo sobre los libros, sobre las asignaturas, sobre los exámenes, sobre sus amores, amores que a más de uno le traían por la calle de la amar gura y le robaban alguna que otra noche de sueño:
-No descuides tus estudios- les decía Álvaro, mientras Alicia sonreía al escucharle desde dentro de la casa.


Álvaro no tardó en hacerse un hueco en el intenso ambiente cultural del colegio, que era mucho y muy bueno. Además de asumir alguna que otra función administrativa y de asesoramiento que él, por sus estudios, dominaba, pronto empezó a participar en las numerosas actividades culturales: organización de actos académicos, obras de teatro, recitales, lectura… Incluso se asomó a algún que otro ensayo de la tuna.


-No, eso os lo dejo a vosotros- les había dicho divertido cuando le ofrecieron una bandurria en uno de los ensayos –yo ya he rondado todo lo que tenía que rondar.




Pasados los meses, la universidad salmantina contempló la puesta en escena de “Miles Gloriosus”, la obra de Plauto, dirigida por D. Álvaro Iniesta, el conserje, que ensayaba con los chicos en el salón de actos del Colegio mientras su madre se hacía cargo de la portería en su ausencia. Muchas tardes, tras estudiar, Alicia se acercaba con su hija en brazos a mirar los ensayos, y se asombraba de lo increíblemente bien que se portaba la niña, todavía un bebé, pero que no perdía detalle de las evoluciones de los actores y las indicaciones que veía dar a su padre a quien miraba con los ojos muy abiertos, mientras rompía las encías mordiendo su chupete de goma. Al ver a los chicos actuando, Alicia recordaba con una sonrisa sus ya pasados ensayos, cuando ella todavía era una estudiante de primer curso, y la obra fue retirada de cartel por el decano de la facultad, por considerarla subversiva. Por suerte, esta vez eso no sucedió: ese año, los estudiantes de Salamanca aplaudieron a Plauto, mientras Álvaro sonreía con orgullo entre las bambalinas.

-¡Excelente la obra! ¡Y excelente el trabajo realizado!- le dijo el profesor de Literatura, que acudió a felicitar a los actores y su director.
Álvaro agradecía cortésmente los aplausos recibidos.

-¿Es usted el nuevo bedel del “Fray Luis”, no? El sustituto de Don Tarsicio, el pobre…-preguntaba otra voz.
Y Álvaro volvía a contestar con diplomacia a quien inquiría más información sobre él.
-Así es. Muchas gracias…

-Perdone, usted es Don Álvaro Iniesta, ¿no? – preguntó otra voz.
-Aha…
-Buenas tardes, me llamo Enrique. Soy profesor en la facultad. De derecho, al igual que usted. De derecho político. Ya tenía ganas de conocerle….

Poco a poco, con mucha discreción, los Iniesta fueron rodeándose de un pequeño círculo de amistades, con las que pudieron debatir con confianza sobre diversos temas: derecho, literatura, historia, el colegio de los niños….

En una ciudad distinta, Ambos tuvieron la prudencia de no comentar nada sobre el pasado de Álvaro como profesor. Encontrarse a todo un ex catedrático universitario en la puerta de una residencia de estudiantes habría despertado las suspicacias de los sectores franquistas de la ciudad. Ninguno de los dos hablaba del pasado de Álvaro en la Complutense. Salamanca supuso para todos un “empezar de nuevo”, una tabla rasa con todo lo pasado, mirando hacia adelante con renovada energía. Incluso Pedrito se adaptó sin problemas a un colegio desconocido, cuya cercanía le permitía ir y venir solo por la calle, y donde no tenía compañeros que le recordasen que su padre había estado en la cárcel. El niño, que cada vez estaba más listo y espabilado, remontó sin problemas los estudios, tras las dejar atrás las angustias pasadas que por poco le hicieron perder el curso. Por las tardes, Pedrito se metía en la garita de su padre a hacer los deberes escolares sentado en con él en el brasero, mientras lo veía escribir folios a lápiz, folios que luego guardaba en una carpeta que ponía a buen recaudo dentro de la casa. Muchas veces, Alicia se le unía en la tarea de escribir y comentar sobre esos folios que Pedrito nunca llegó a entender bien lo que contenían, pero que a juzgar por cómo los manejaban sus padres, le parecía que eran algo muy serio e importante. En la tranquilidad de Salamanca, el niño pegó un estirón, espigó como un junco, cogió peso, volvió el color a su cara y dejó de tener por las noches aquellas pesadillas que había tenido muchas noches en Madrid, pesadillas en las alguien llamaba a la puerta de casa para llevarse a su padre. Hasta Álvaro dejó de tener esas pesadillas.

Doña Marcela fue testigo mudo de todos aquellos cambios que iba viendo en su nieto, en su hijo y en su nuera. Toda una señora, siempre fue una mujer muy discreta, que estuvo al lado de sus hijos cuando la necesitaban, y que se sabía retirar cuando intuía que la pareja necesitaba en ese momento un rato de intimidad.

Una de muchas tardes de primavera, en las que los niños jugaban en el patio bajo la tibieza del sol del atardecer, Alicia hizo un alto en sus estudios para levantarse con sigilo y mirar calladamente por la ventana a su hija, que sentada en una sillita trona, tiraba la pelota a su hermano Pedro, y se carcajeaba de todas las evoluciones que este hacía tras ella, riéndole sus gracias. Alicia esbozaba una sonrisa, tras el cristal, mientras sus ojos empezaban a brillar cada vez más, y Álvaro, que entraba en el salón en ese momento, se acercaba a ella, con preocupación.

-Alicia…-Álvaro la miró interrogativamente, acercándose por detrás y cogiéndola por los hombros.
-No es nada- Alicia se enjugaba una lágrima- es … es de la emoción, ¿sabes? Los miraba jugar… ufff… debo parecer tonta… es que… míralos……

Y Alicia miraba por la ventana a los niños, que seguían con sus juegos ajenos a todo. Al verlos riendo juntos, por un instante recordó de golpe lo sola que se sintió cuando se quedó huérfana, acogida en casa de sus tíos, y en lo más profundo de su interior, Alicia dio infinitas gracias de que los dos hermanos crecieran juntos y felices. A lo largo de su vida, Alicia siempre se alegría de su numerosa familia, de los cinco hijos que llegó a tener, y de todos los nietos que luego fueron llegando. “Un bebé es una alegría en una casa”, solía decir su suegra, Doña Marcela, cada vez que le ponía el primer pañal a otra nueva criatura. Y cada vez que los miraba, jugando juntos de pequeños, o reuniéndose, de mayores, Alicia siempre pensaba que afortunadamente ninguno de sus hijos sentiría nunca el vacío que sintió ella cuando vino a España con su padre, y este murió súbitamente, dejándola sola.

-…mira Pedro, lo alto que está… y Ana, también está creciendo… Y tú estás bien…y tu madre… estamos todos aquí, ….y tú estás aquí, y…- Alicia se enjugaba una lágrima emocionada- ….¿sabes? …he pensado en mi padre… seguramente estaría orgulloso de su nieta, si la pudiera ver….

Y Álvaro abrazaba suavemente por la espalda a su mujer y la apoyaba calladamente en su pecho, mientras ambos miraban juntos a través del cristal transparente a sus hijos, riendo en el jardín, mientras Doña Marcela recogía su labor y se escabullía discretamente al patio a cuidar de los niños y vigilar que no fueran inoportunos.

Apoyada en el pecho de Álvaro, Alicia se preguntaba si ser feliz consistía en esa suma de pequeñas cosas aparentemente insignificantes.

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«Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla,
académica palanca de mi visión de Castilla».
Miguel de Unamuno.



La cercanía de su casa a la facultad le facilitó mucho las cosas a Alicia, quien disfrutó de cada piedra, de cada libro de aquella universidad por siete veces centenaria. No se cansaba de contemplar una por una todas las figuras talladas en aquella fachada plateresca que, cual tapiz pétreo, remataba la fachada del edificio y cada vez que iba a clase y traspasaba el zaguán que daba acceso al Claustro, sentía que se había transportado a otra época.


Alicia asistió a clase en los mismos muros que habían escuchado las palabras de Fray Luis de León, Francisco Salinas, Beatriz Galindo “ La Latina”, Antonio de Nebrija, Miguel de Unamuno… y rozó con sus las yemas de sus dedos, la misma madera que vio sentarse a Hernán Cortés, Calderón de la Barca, Luis de Góngora, y tantos otros. Cada rincón del edificio, cada banco de madera vieja, emanaba historia por sus cuatro costados.





Muchas tardes le gustaba asomarse a su biblioteca, depositaria de numerosos incunables, y respirar aquel olor a libro viejo que tanto les gustaba a ella y a Álvaro, quien solía acompañarla a estudiar en numerosas ocasiones, siempre que podía.




Alicia también contemplaba con respeto aquellos vítores rojos pintados en las paredes, vítores que celebraban con orgullo la alegría de aquellos recién estrenados licenciados, que algún día, hacía cientos de años, fueron simples estudiantes como ella, y también como ella tuvieron sueños de llegar lejos en sus carreras mientras se hincaban de codos en la universidad más antigua de España.



Y aunque sus compañeros de curso eran todos masculinos, Alicia encajó en aquel ambiente estudiantil con menos problemas de los que esperaba, incluso menos de los que había tenido en Madrid, cuando cursó su primer curso de Derecho. Sus compañeros de Salamanca, pasada la sorpresa inicial al ver a toda una mujer casada y con una hija cursando la difícil carrera de leyes, y tras algún que otro comentario despectivo del que hizo caso omiso, pronto se acostumbraron a su presencia con naturalidad y camaradería. Alicia superó los temores del inicio de curso, y se adaptó sin problemas a los que serían sus compañeros de promoción, con lo que compartió trabajos y debates en los que disfrutaron de sus aportaciones mutuas a las clases tanto como ella.



-Es una pena que estudies para nada, Alicia- le decía sinceramente Adolfo, uno de sus compañeros, dos cursos menor que ella, con quien compartía numerosos ratos de biblioteca y algún que otro café entre clase y clase, así como de charlas sobre Derecho en la garita de Álvaro.
Efectivamente, en la España de Franco, las mujeres tenían vetados los accesos a determinados puestos de la judicatura.
-Bueno. Espero que no será así siempre. Algún día las cosas cambiarán. Y ahí estaremos.
-Eso espero, eso espero- le sonrió- y allí te veré. Mejor dicho, Nos veremos.
Alicia lograría sacar brillantemente el curso para licenciarse al año siguiente con una media de notable alto. El título que Alicia colgó en su despacho de Madrid, llevaba el sello de la Universidad de Salamanca.

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Con la niña en brazos, Alicia entró en la portería y besó a su marido.
-¿Cómo estás?
Álvaro le devolvió el beso, y acarició a su hija.


-Enseguida voy a comer. ¿Todo bien?
Ella le acarició la cara mirándole a los ojos. Ana jaleaba, moviendo los brazos.
-¡Vamos, vamos…!- rió Alicia- ya me está pidiendo de comer.

Antes de atravesar el quicio de la puerta, dio un sonoro beso a su hija, y recordó con emoción el día en que Álvaro llegó una tarde de Domingo con un paquete en sus manos.
-Hoy tenemos una sorpresa- anunció.
Había comprado una bandeja de pasteles para la merienda en la pastelería de la Plaza Mayor. El primer capricho que se podían permitir los Iniesta después de mucho tiempo. Las privaciones pasadas les hacían valorar pequeños gestos como este de una forma especial. Alicia recordaba el silencio respetuoso que guardaron los tres adultos, mirando un largo rato la bandeja tan bien colocada sin atreverse a coger ninguno, como si de un ritual ceremonial se tratase, ritual que interrumpió Pedrito saltándose el protocolo y cogiendo el de chocolate sin guardar tanta ceremonia, y Ana, que se apresuró a pedir también su parte del banquete golpeando la mesa con una cuchara desde su trona y llenándose de nata la manga, ante las risas de todos.


Para Alicia, la ciudad de Salamanca quedó inevitablemente ligada a los recuerdos de los primeros años de su hija, sus primeras palabras, sus primeros pasos, cuando Ana estrenaba sus zapatitos de bebé corriendo tras los patos por la ribera del Tormes, de la mano de su hermano Pedro. Luego Ana se soltaba con decisión de las manos de todo el mundo, para salir corriendo detrás de los patos, y entonces todo el mundo salía corriendo detrás de Ana. Tan pequeña, la niña ya daba muestras de un incipiente genio de bebé que hacía las delicias de todos, al verla tan despierta y vivaracha.


A la hora de comer, de vuelta a casa, pasaban por la puerta de la universidad, y entre todos ayudaban por enésima vez a Pedrito a buscar la famosa rana que había esculpida en la filigrana de su fachada, la rana que esculpió el maestro cantero encima de una calavera, y que, tal y como manda la tradición, todo estudiante que quiera aprobar debe encontrarla por sí solo.


Pedrito no consiguió ver la dichosa rana hasta muchos meses después, a pesar de que su padre, su abuela y Alicia, y a veces Filomena, la vecina con quien Doña Marcela hizo tanta amistad, todos, se la señalaban, y hasta Ana, aupada en los brazos de su padre, también alzaba su manita para señalar y entornaba los ojos imitando las caras de circunstancia que veía, sin comprender muy bien que era lo que miraba toda su familia con tanto interés.



Con el tiempo, Alicia guardaría recuerdos muy gratos de los años pasados en Salamanca, en la tranquilidad de su pequeña vivienda anexa al colegio mayor, donde Álvaro y ella terminaban la jornada contentos, entre las paredes impolutas de aquella habitación blanca que les vio encenderse por las noches, cuando sus cuerpos se buscaban bajo las mantas en la frías noches salmantinas, cuando Álvaro moldeaba su cuerpo con sus manos, su piel se estremecía bajo los besos de su marido y sus frentes se perlaban de gotas de sudor, mientras afuera en la ciudad la nieve cuajaba. Las mañanas libres de Álvaro, cuando ninguno de los dos tenía que madrugar, le gustaba meter a la niña en la cama para darle de comer, y luego mirar divertida como Ana despertaba a su soñoliento padre dándole tirones del pijama, entre las risas y exclamaciones de su media lengua de bebé que está aprendiendo a hablar.





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Uno de los días, a Álvaro le llamaron del despacho del director del colegio, para atender una llamada telefónica. A la vuelta, habló con Alicia.

-Era Eduardo. Están revisando los casos de algunos profesores apartados. Cree que muy posiblemente el mío esté entre ellos. Me ha pedido mucha prudencia, y que no lo comente con nadie.

En este caso, como en todos, había que ir con pies de plomo.

Eduardo mantenía periódicamente informado a Álvaro sobre las noticias de Madrid, las oficiales y las otras, las novedades que iban llegando a los despachos, con Ruiz-Jiménez en el Ministerio, y Laín Entralgo como rector.

El caso de Álvaro fue revisado. Álvaro fue repuesto en su cátedra.

Ese verano, con Alicia recién licenciada, los Iniesta se despedían de la ciudad que les había acogido, la Salamanca que tanto habían disfrutado, para volver a su piso de Madrid.

En Octubre del 54, la voz de Álvaro volvía a sonar firme desde su tarima en la Complutense, en la Calle San Bernardo.

-Buenos días a todos. Para los que no me conocen, soy Álvaro Iniesta, el profesor de Derecho Romano de esta facultad. Decíamos ayer…




La vida seguía en Madrid.

Fin del Capítulo.
Continuará…

FOTOS:

Tuna: http://fotos.larioja.com/200910/tuna-640x640x80.jpg
Aula “Fray Luis de León”: http://www.diputaciondevalladolid.es/imagenes/img_cultura/exposiciones/lengua_castellana/salamanca1G.jpg

http://recursos.cnice.mec.es/filosofia/imgpub/aula-frayluis.jpg
Libros:
http://farm3.static.flickr.com/2023/2975606474_b31749a566_o.jpg
Patos: http://www.tustrucos.com/wallpapers/Animales/fondos-animales-Patos/Patos.jpg
Plaza Universidad: http://estaticos02.cache.el-mundo.net/elmundo/imagenes/2009/05/25/1243268439_0.jpg
Rana: http://ponteenorbita.files.wordpress.com/2009/12/rana.jpg

Resto de fotos: capturas del BLOG de Álvaro Iniesta y fotos personales.



Nota: he incluido dos personajes reales en este capítulo, que estuvieron en la universidad de Salamanca en aquellos años. El primero que sale es D. Enrique Tierno Galván, catedrático de Derecho Político desde el 53 al 55. El segundo es D. Adolfo Suárez, que hizo sus estudios de Derecho en Salamanca.


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Capítulo 27.
Madrid. Mayo de 1.989.

“No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”
Cesare Pavese.


Las campanas de la cercana iglesia de San Isidro daban las nueve de la noche, mientras la lluvia picaba rítmicamente en los cristales de la ventana, dejándose oir como un carrillón bien templado que viene a anunciar una primavera tardía, que aún se resiste a dejar liberar el sol. La luz del atardecer había dado paso al crepúsculo, y Madrid se preparaba para la noche. Los comercios ya habían cerrado y las gentes que deambulaban por la plaza marchaban a recogerse a sus respectivos hogares, mientras el cielo encapotado daba el turno a una luna que permanecía escondida tras las nubes cerradas. La primavera se hacía de rogar ese año.





Sentado en el despacho de la casa familiar, Pedro puso su mirada en blanco, mientras su pensamiento volaba con la lluvia que iba resbalando por el otro lado del cristal. Al tío de Rocío, el tintineo de gotas que caían del cielo con su cadencia casi perfecta, se le antojaba en esos momentos una pieza de concierto, como una sinfonía del caos perfectamente timbrada que le hizo evadirse por unos momentos de lo que estaba haciendo como si fuese un mantra reparador. Los recuerdos se le habían amontonado en su cabeza de una manera increíblemente real con la lectura de aquellos papeles que tenía delante. El pasado que luchaba por olvidar se le volvía a hacer presente de nuevo entre esas paredes cuajadas de libros de derecho, de carpetas y expedientes de sus padres, y de fotos de familia que rompían la monotonía de las enciclopedias y humanizaban las estanterías solemnes del despacho familiar. Allí seguían colgadas las orlas de los padres, las de los hijos, los títulos académicos, las placas de homenaje. Mirando a su alrededor, toda su vida se le venía encima mientras pasaba las hojas amarillentas de los folios que descubrió Rocío, y reconocía en ellos las letras de sus padres. El despacho estaba casi igual que se lo dejó Álvaro, cuando entraba a leer un rato por las tardes, tras jubilarse, y ocasionalmente a preparar alguna conferencia para algún curso en el casi siempre iba como ponente de honor. En este último año, Ana apenas lo había tocado, tan solo lo justo para limpiar y mantenerlo. Pedro estaba sentado ahora en el mismo sillón en el que su padre realizó sus escritos, y en el que Alicia llevó todos los casos de su carrera de abogada, la misma Alicia que desde hacía un año se sentaba allí las horas muertas, a mirar pasar la tarde sin desear otra compañía que esas cuatro paredes cargadas de recuerdos. Ahora Alicia estaba en la cama, enferma, y Pedro le cogía el relevo en el turno de la melancolía. En la mesa delante suya, estaba aquel vetusto portafolios que había estado revisando durante toda la tarde, salvo un par de momento en que se levantó para comprobar cómo seguía todo. Pedro se asomó por la puerta del dormitorio y vio allí a Rocío, de rodillas en el suelo con los codos apoyados en la mesa baja, escuchando con interés a su abuela, mientras las dos hablaban y reían juntas. No quiso interrumpir la conversación familiar y las dejó tranquilas, salvo en uno de aquellos momentos, en el que Alicia se dio cuenta que estaba allí y le llamó.

-¡Pedrito! Ven, entra, entra..
Pedro entró obediente.
-Ven, que tengo una cosa para ti. Te va a gustar.
Alicia le sonreía contenta. Rocío los miraba sentada en el suelo.
-Abre el armario, por favor, ahí, en el rincón de la derecha abajo…


Pedro no pudo evitar detenerse y hacer un momento de pausa al ir a realizar ese gesto tan cotidiano y sin embargo tan personal, como es abrir el armario de un matrimonio, aunque fuera el de sus padres, en el que se ponía ante sus ojos toda la intimidad de una pareja. Pedro abrió las puertas con sumo cuidado, como si de una caja de Pandora se tratase, y al hacerlo se topó de bruces con los trajes y camisas de su padre allí colgados, esperando eternamente que alguien viniera a ponérselos. Hasta pudo notar su olor al respirar, que seguía ahí dentro, entre las perchas. Orientó la mirada directo hacia donde le indicaba Alicia. No quería mostrarse débil delante de ella, ni tener que enjugarse lágrimas delante de Rocío, que seguía risueña, sentada en el suelo. En el rincón que le indicaba Alicia, había una caja de zapatos, ya descolorida por el paso de los años. La sacó y volvió a cerrar las puertas del armario con llave.

-Toma, es tuya. Ábrela- le dijo Alicia cuando él se la alargó.
Pedro se arrodilló en cuclillas, y levantó la tapa, despacio.

No podía ser. Allí estaba. Después de tantos años, cuando él todavía era un crío que vestía pantalones cortos, y ya ni lo recordaba, después de casi cuarenta años. La hucha que le dio a su padre, su hucha, con sus ahorros de niño dentro. En el fondo de la caja, metida entre papeles de periódico viejos para que no se rompiera. Intacta.


Pedro se había quedado sin reaccionar, dudando que hacer. Alicia le hablaba.

-Sácala. Es tu hucha, ¿no te acuerdas? Tu padre no la rompió jamás. La guardó todos estos años. La metió en esta caja y allí se quedó. Me decía que a ti te haría ilusión, cuando crecieras, ver que la había conservado. Y se le fue olvidando, se le fue olvidando, hasta hoy. Se fue sin dártela, Pedro, pero te la doy yo ahora. Es tuya, hijo, cógela. Rómpela, saca el dinero y haz un regalo a tu mujer, aunque… -Alicia rió- seguramente el dinero que haya dentro ni siquiera esté en circulación. ¿No te acuerdas de tu hucha?


Pedro la sacó lentamente de la caja, como quien descubre una reliquia que llevaba largo tiempo olvidada. Alicia siguió hablando, dejando que los recuerdos acudieran poco a poco a su mente. Sentada en el suelo, Rocío miraba atenta a los dos.

-¿Sabes? La noche que se la diste… -el tono de Alicia cambió de súbito-… esa noche vino a la cama sin decirme nada. Yo estaba con tu hermana Ana, sentada en esta misma butaca, dándole la última toma, era un bebé todavía…- Alicia acarició los apoyabrazos de la butaca, estremeciéndose al sentir su tacto suave- Me extrañó mucho que no me dijera nada, como hacía siempre. Ni siquiera me dio las buenas noches. Puso la hucha en la mesilla y se metió en la cama sin querer mirarnos. Cuando acosté a Ana en su cuna y me metí en la cama junto a él, a oscuras, me di cuenta que estaba de espaldas, llorando. Nunca te lo dijo, Pedro, pero esa noche la pasó despierto, dando vueltas en la cama, tragándose las lágrimas. Yo lo sentía llorar y le abrazaba, pero él no podía parar de llorar.

Pedro luchaba para no dejar salir el temblor de su barbilla.

-ES muy duro para un hombre ver que no puede mantener a su familia….
Alicia miró hacia otro lado al pronunciar esa frase.
-Al día siguiente vino Francisco a darnos un recado. Tenía noticias de un trabajo, muy lejos de aquí, en otra ciudad, en Salamanca, en el colegio mayor.
Rocío sonrió. Era la historia que acababa de escuchar a su abuela.
Pedro miró hacia el suelo. Claro que recordaba Salamanca, el viaje en tren, los postes de teléfono pasando monótonamente por la ventana, los bocadillos que les hizo la tía Gertrudis, para el viaje.

-Posiblemente si lo hubiese dicho cualquier otro día, no nos hubiésemos ido. Era muy lejos, suponía un cambio tan drástico, cambiar de ciudad, cambiar de ambiente. Además, él sabía que si nos íbamos, sería mucho más difícil volver a ejercer de profesor, de abogado, perderíamos el contacto con Madrid. Y quizás hubiésemos seguido como hasta entonces, cosiendo o haciendo los pocos trabajos que iban saliendo. Pero esa noche tú le diste tu hucha, Pedro…
Pedro tragó saliva para que Alicia no le notara su emoción.
-…y no hubo nada más que pensar. Simplemente hicimos las maletas y nos fuimos. Y al final nos vino muy bien a todos, estuvimos muy a gusto en Salamanca, fueron unos años muy bonitos, con tu hermana Ana de pequeña…- Alicia recordó con una sonrisa- …a veces la vida te trae ella sola las cosas, tan solo hay que dejarse arrastrar por ella…

Pedro salió del dormitorio de sus padres, lentamente, con su hucha en la mano. Impresionado, al conocer ahora, después de cuarenta años, que su gesto inocente de niño había sido el factor definitivo que inclinara la balanza para el traslado de la familia a Salamanca. Esa tarde, Ana estaba de guardia en el hospital, y él se quedó a cargo de la casa, de cuidar de sus sobrinos y de Alicia. Aunque los niños ya tenían edad suficiente para quedarse solos, como frecuentemente pasaba cuando sus padres tenían guardias y su tía Mati estaba en sus clases, no los iba a dejar con el cargo de su abuela enferma. Los hijos de Alicia se iban turnando rotativamente en la casa de sus padres, y esa noche le tocó a él. Al pasar por el salón, camino del despacho, vio al canario mirarle desde la jaula.
-¡Hola, bicho!- le saludó, buscando animarse él solo- parece que hoy estás muy tranquilo.


El canario le miraba curioso. Acostumbrado al bullicio de los hermanos y al volumen de la tele siempre puesta, ahora se sentía extraño, con Javier estudiando en silencio en su cuarto, y Rocío callada, metida toda la tarde en la habitación de su abuela.
-Espera, que te voy a trae algo que te va a gustar, anda, que me parece que estás aburrido- dijo intentando cambiar de tema.

Pedro se dirigió a la cocina y le partió un trozo de bizcocho, como tantas veces vio hacer a su padre. Álvaro, todas las tardes, le dejaba un trozo de bizcocho al canario, al servirse su descafeinado en la merienda. Por las mañanas le dejaba un trozo de manzana, o una hoja de lechuga. El animal ya conocía de sobra quien era su cuidador, y le cantaba sus trinos cada vez que Álvaro le obsequiaba con aquellas golosinas.
-Toma- dijo mientras le metía el bizcocho por los barrotes. El pajarillo acudió rápidamente a picotear el bocado que le había puesto.
-¿Te tienen un poco abandonado, no? –pensó. Con todo el trajín de los últimos días, con Alicia enferma, y el trasiego de médicos y enfermeras, ahora el canario no era la prioridad de la casa.
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Sentado en la mesa del despacho, Pedro tocaba despacio aquella hucha de barro, que le hizo revivir los momentos pasados hacía más de cuarenta años. Él era un crío que aún vestía pantalones cortos y usaba colonia fresca, pero ya empezaba a tener una conciencia bastante aproximada de la realidad que tenía delante.
A pesar de sus pocos años, Pedro sí que fue consciente de las dificultades por las que estaba pasando su familia. Y aunque los Iniesta siempre intentaron dar a las cosas una apariencia de normalidad, al niño no se le escapaban los detalles que le hacían escamarse y presentir que algo pasaba: las conversaciones entre sus padres, entre su abuela, las miradas que se cruzaban a su espalda, la fresquera de la casa, antes llena, y ahora muy exigua en provisiones, las súplicas de aplazamiento dadas al cobrador de recibos, los fiados en la tienda, la ropa usada que vestía, el cambio de hábitos y costumbres, el plato de arroz del almuerzo que se repetía a la hora de cenar… Y cuando vino al mundo su hermana, tan pequeña, se le antojó extrañamente desvalida, y en un prematuro despertar de sentimiento de protección quiso ayudar de la única manera que supo hacerlo: con sus ahorros de niño. Ahora, todos aquellos años se le vinieron de golpe a sus recuerdos, al volver a contemplar la hucha delante suya, intacta, exactamente igual que aquel niño de entonces se la dio a su padre una noche, sentado en ese mismo despacho.


El crujido de la puerta al abrirse le sacó de sus pensamientos. Era su hermana Ana, que acababa de llegar del hospital, después de una intensa tarde de trabajo.
-Ah, estás aquí. Acaba de llamar tu mujer, preguntando por ti. Le he dicho que ya vas hacia allá.
Pedro ya había perdido la noción del tiempo, e ignoraba el rato que llevaba allí, mirando esos folios. No tardaría en ir a su casa. Vivía cerca, a escasas manzanas de la casa de sus padres. 

-Ya voy- dijo. Y a continuación le remitió el parte a su hermana- Mamá ha estado muy tranquila esta tarde. Ha llegado Rocío del instituto, y se ha metido con ella a estudiar. Y luego han estado hablando las dos. ¿Se han acostado ya?
Ana asintió.
- Acaba de venir Remedios, a pasar la noche con ella.
Remedios era la enfermera que estaba haciendo las noches, controlando las constantes vitales de Alicia. Vieja conocida de la familia, y de total confianza, ya jubilada, cuando se enteró de lo de Alicia, a través de sus antiguas compañeras de trabajo, fue ella misma la que se ofreció a Ana sin dudarlo. En los pasillos del hospital se comentaba que la madre de la doctora Ana estaba mal, enferma en su casa. La noticia llegó inmediatamente a oídos de Remedios, que enseguida supo lo que tenía que hacer. Remedios y los Iniesta se conocían desde hacía mucho tiempo y era difícil determinar donde terminaba la amiga y empezaba la enfermera. Con la llegada de su hermana, Pedro se apresuró a ordenar los papeles que estaba leyendo.
-Ya voy. Se me ha ido el santo al cielo con esto.
Ana se acercó a la mesa.
-¿Y esto qué es?
-Son unos escritos. Llevaban en el altillo del armario todos estos años. Los encontró Rocío el otro día.
Ana puso cara de preguntarse qué demonios hacía su hija registrando en los altillos de los armarios y si no tendría algo más productivo que hacer, como por ejemplo, estudiar o pelearse con su hermano, lo mismo le daba una cosa que otra.
-No pongas esa cara, mujer- río Pedro-.Me los dio, y también me pidió más libros para leer.
-¿Libros? ¿De derecho?
Pedro asintió. A Ana le extrañó. Aunque era buena estudiante, Rocío nunca había manifestado ninguna inclinación especial hacia ninguna carrera, y menos hacia la de leyes. Al contrario que ella, que desde niña ya soñaba con ser médico.
-Pues me dejas sorprendida. ¿Y se los has dado?
-Así es. Le di uno muy básico. La tía Mati le había dado uno, pero era demasiado espeso para ella. Así que le di uno más sencillito, para que no se asuste y salga corriendo. Uno de papá, de los que usaba en primero.
Ante la cara de extrañeza de su hermana, Pedro rió.
-No sé por qué te extrañas. Rocío es buena estudiante, es inteligente, y ahora está en edad de preguntarse cosas. Esto es normal.

Ana sacudió la cabeza.
-Sí, pero es la primera vez que se acerca el despacho. Y menos, interesarse por lo que hay dentro.
Como decía el refrán, “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Rocío había crecido entre abogados, había oído la jerga legal de sus abuelos y tíos, y se había acostumbrado al trajín del despacho donde se encerraban sus abuelos, y al que desde niña le enseñaron no debía franquear la entrada, ni mucho menos, molestar. La niña creció como todos sus tíos y primos, viendo entrar y salir a otros abogados, catedráticos y juristas de aquella casa, como la cosa más normal del mundo.
-Ha escogido la opción de Letras, en BUP. Era lo único que sabía a ciencia cierta.
-Y saca muy buenas notas. Y las asignaturas que más le gustan son…
-… Historia. Y el latín no se le da nada mal-continuó Ana.
-Pues precisamente Esos son los pilares básicos del derecho romano, lo sabes tan bien como yo.
Ana rió. El fuerte de su padre, como buen romanista, habían sido precisamente esas materias.
-De ser así, de casta le vendría al galgo….- sonreía Pedro.
-De padres médicos, hijos abogados, y de padres abogados….-Ana hablaba con un punto de ironía fina al recordar a sus sobrinos.
-…¡hijos médicos!- los dos hermanos acabaron la frase riendo juntos, seguramente al recordar a los hijos de Pedro, que, criados entre abogados, optaron por seguir la carrera de su tía: la Medicina.

Pedro acarició la espalda de a su hermana, divertido. Él ya conocía lo que era pasar la adolescencia de sus hijos y las preocupaciones e incertidumbres que traía consigo: el futuro de los hijos, los estudios que seguirían, el aluvión de preguntas de los rapaces... Los dos hermanos se quedaron un tiempo indefinido en silencio, mientras la lluvia seguía tintineando en los cristales. Pedro volvió a posar los ojos en los papeles que tenía delante. Ana también los miró.
-¿Son apuntes de derecho, verdad?
Pedro asintió.
-Estos folios son del padre de… de Joaquín Peña, tu abuelo.

Pedro evitó decir “nuestro abuelo” e hizo esa pequeña diferencia al referirse al padre de Alicia, el abuelo que sus hijos nunca llegaron a conocer, pero del que Alicia se ocupó de que tuvieran presente, ya fuera con las fotos que guardaban los marcos puestos encima de las cómodas, ya fuera con los recuerdos. Y a fuerza de oírla hablar de su padre, casi también lo sentía como propio, al igual que llegó a sentirla como otra madre, cuando el resto de sus cinco hermanos fueron llegando y todos se referían a ella como “mamá”. La fuerza de la costumbre, hizo que Pedro la terminase llamando así, aunque durante los primeros meses de matrimonio de su padre, se mantuvo unos meses llamándola por su nombre de pila: Alicia. Pero Pedro siempre hacía la distinción con el excelso jurista que fue el padre de Alicia, y no se sentía incluido en el colectivo de sus nietos, cuando Alicia les enseñaba las fotos del “abuelo Joaquín”. Era una manera respetuosa de tener presente a su otro abuelo, del que guardaba vagos aunque lejanos recuerdos.

Pedro volvió a señalar los folios amarillentos por el paso de los casi sesenta años que llevaban escritos, con la tinta de la pluma aún prendida en ellos.
-Mira, esta letra es de él, de Joaquín Peña. Estos capítulos son suyos. Los escribió en el exilio, en Francia, tras la guerra. Es increíble lo que pone en ellos. Mira esto…
-Pedro, yo eso no… sabes que yo de política no.,…
-No, no, mira…
Ana no tenía paciencia para sentarse a escuchar la terminología legal que tanto apasionaba a su hermano. Cuando oía hablar de leyes, su cerebro volaba a otros sitios, que solo conectaba con tierra cuando hablaba de terminología médica con su marido, compañero de profesión.

-Escucha, mira esto: “……en la actualidad, ningún estado que no sea de derecho puede subsistir impunemente. Solo a base de una extrema represión, puede alargar en el tiempo su existencia. Pero su destino es transformarse, y probablemente con violencia, en una democracia como el resto de los estados de su ámbito. España será una democracia en el seno de Europa o se destruirá. Para facilitar la transición, será imprescindible neutralizar a los representantes de lo más rancio del fascismo. Será la clase obrera y los elementos más concienciados de la clase media los que harán posible esa neutralización.
De ahí surgirá el cambio. Los intelectuales tienen la responsabilidad de orientar y dirigir a las nuevas generaciones…….”

Ana le escuchó, callada. Parecía mentira que alguien hubiera escrito esas cosas, con la guerra tan reciente.
-Eso fue justo lo que pasó -dijo ella.
-Y todo lo que sigue es así. Estos escritos tienen vigencia incluso actualmente. No, miento. Actualmente tienen más vigencia. Estos textos podían servir perfectamente en la época actual. Es más, me pueden ayudar, hasta me pueden servir con mi cátedra.
Pedro era profesor de Derecho Constitucional en la facultad, y estaba preparando oposiciones a cátedra, como muchos años antes hizo su padre.

-Es increíble todo esto. Y llevaba durmiendo en el altillo sabe dios cuanto tiempo. Si Rocío no los saca de allí, allí hubieran seguido.
Ana acercó sus manos a las hojas y comenzó a pasarlas. Tras los folios de Joaquín, con anotaciones en los márgenes, aparecían otras dos letras que le resultaban familiares. Todo a lápiz, más económico que la estilográfica.
-Esta letra es de mamá-reconoció ella,
Pedro asintió. 

-Y este es papá- Ana pasaba los folios con cuidado, sin poder evitar que se le humedecieran un poco los ojos al reconocer la letra de su padre, allí estampada, con casi tantos años como tenía ella. Le pareció que, como por arte de magia, su padre volvía a estar vivo en aquellos folios amarillentos, y que volvía para comunicarles todo aquello que estaba allí plasmado, al igual que cuando vemos el álbum de fotos y se nos antojan extrañamente recientes los recuerdos que vemos retratados en sus páginas. Aquellas letras volvían a sentir el roce del aire después de llevar más de cuarenta años dormidas, esperando que alguien las reviviera con su lectura.
-Parece ser que lo escribieron cuando estábamos en Salamanca- Pedro recordaba. -Se ve que lo guardaron ahí arriba al volver a Madrid, en lo alto del armario, escondido. Y desde entonces, ahí sigue.
-Eso es lógico. Unos escritos así no se habrían podido publicar en aquel tiempo. Y menos aún con lo que papá tenía encima. Seguramente habrían estado prohibidos, y quien sabe, si hubieran sufrido otra vez represalias. Si alguien los llega a encontrar, en algún registro, probablemente hubiera tenido consecuencias.
-Y sin embargo es increíble. Ahora siguen teniendo vigencia. Ahora es cuando tienen más vigencia. Pedro señaló a su hermana un pequeño detalle. 

-Es extraño…
-¿El qué?
-Esto. Mira: ¿ves esta hoja? Fíjate en el número de página que pone en el margen.  Pues  ahora mira ésta. La numeración aquí salta más de veinte páginas. Es evidente que falta un fragmento.
-Tal vez lo numeraron mal.
-No, no lo creo. Llevo toda la tarde leyéndolo, y se nota claramente la falta de continuidad. En estos folios faltan páginas. Y probablemente lo que falte sea lo más interesante. O lo más comprometedor. O ambas cosas a la vez.
-Tal vez se perdiera con la mudanza. Quizás decidieron ellos mismos suprimirlo. O lo tiene otra persona guardado en otro sitio, quien sabe…
-¿Se acordará mamá de esto?- Pedro no se atrevía a remover más recuerdos intensos  en la mente de Alicia, pero ardía en deseos de aplacar su curiosidad ante las páginas que faltaban. La lectura de aquellos folios le había impresionado vivamente.
-Si no lo ha sacado en todos estos años, no creo. En cualquier caso, ahora está durmiendo. No la vamos a despertar para preguntarle esto. Además, se acaba de tomar las pastillas- observó Ana. 

Pedro seguía hablando, mientras los recuerdos continuaban acudiendo a su cabeza.

-Recuerdo a papá escribiendo. Se sentaba en invierno, en la mesa, a mi lado. Bueno, era yo el que iba a sentarse a su lado, en la portería que tuvieron, en Salamanca.
-¿Lo recuerdas?
-¡Claro que lo recuerdo! Como si fuera ayer. ¿Tú no te acuerdas?
-Pedro, yo era muy pequeña- recordó Ana- ni siquiera tenía los tres años cuando nos fuimos de allí. Mis recuerdos son muy vagos.
Pedro rio al acordarse de su hermana, aun bebé, en brazos de Alicia.
-Es verdad, aún eras muy pequeña. Yo sí que me acuerdo de verte, de bebé. Mamá te dormía mientras estudiaba por las tardes, te cantaba en voz baja los temas de derecho mientras te mecía en brazos, y a ti se te cerraban los ojos mientras oías recitar a media voz los artículos del Fuero de los Españoles, jaja, casi se puede decir que mamaste el derecho.
Ana sonrío. Seguramente por eso, cuando ese bebé creció, se hizo médico, y no abogada.
-Eso me contaba mamá, que me cantaba las lecciones de derecho- dijo recordando con ternura. Ana siguió recordando.

-Recuerdo unos patos- dijo Ana.- pero muy vagamente… en un patio.
-Ja, ja, ja.. los patitos- papá te los compró en la Plaza Mayor, en un puesto que había. Los vendía un hombre, un domingo que fuimos de paseo. Tú ya andabas, te llevábamos cogida de las manos hasta que te cansabas. Eras una niña muy inquieta. Cuando aprendiste a andar había que estar con siete ojos, te metías por todos lados.
Ana sonrió. Alicia también le contaba cosas parecidas, cuando recordaban los momentos pasados.
-Casi todos los domingos íbamos de paseo a la orilla del río, al Tormes. Te gustaba quedarte a mirar el agua, y los patos que nadaban en la orilla. A veces la abuela te guardaba migas de pan, y tú se las echabas.
Pedro recordó emocionado a su abuela Marcela, cuando recogía el mantel y le guardaba las migas a su hermana.
-¡Esto para mi niña, para los patos!

Y Ana la miraba muy seria, imitando todo lo que hacía, hasta que el domingo llegaba y su abuela le daba a la niña una bolsita de tela. Ana ya sabía dónde iban, y se ponía muy contenta, esperando en la puerta que la familia se pusiera los abrigos y la sacara a echar migas de pan a los patos. Es más, muchas veces, para que la niña de dos años estuviera quieta y sin incordiar mucho, le daban la bolsita un buen rato antes. Y Ana se mantenía quieta al lado de la puerta, como un perro que espera con la correa puesta a que lo saquen, y dejaba al resto de la familia terminar de arreglar la casa sin incordiar mucho.
-Como te gustaban tanto, papá te compró cuatro patitos. Los pusimos en el patio, en un barreño con agua. Tú disfrutabas viéndolos chapotear en primavera.
Pedro recordaba las carcajadas de su hermana, con dos años, corriendo detrás de los patitos en su patio de Salamanca.

-Sí… de eso me acuerdo, pero muy levemente. Tenía una rebeca amarilla y la abuela me puso un sombrero blanco, de tela, para que no me diera el sol en la cabeza. Recuerdo eso- Ana sonreía.
-Al final el gorro acababa en una esquina del patio, y tú con las mangas mojadas, de tanto pato- rió Pedro. Te teníamos que vestir de nuevo, de arriba abajo, y esconder los patos. Y tu llorabas y te enrabietabas porque querías seguir mojándote con los patos. ¡Menudo genio tenías!
Los dos hermanos rieron juntos, recordando cada uno a su manera aquellas escenas infantiles.

-¿Y qué pasó luego?- preguntó Ana a su hermano mayor tras un rato de carcajadas.
-Luego nos vinimos a Madrid.
-No, no… con los patos, me refiero a qué pasó con los patos.
-Ah, los patos crecieron, y papá los llevó de nuevo al río. Los devolvió a su ambiente.
-Pues menos mal- rió Ana de nuevo-. Si me llegas a decir que os los comisteis, me hubiera traumatizado lo que me queda de existencia…
Un nuevo silencio dio paso a otro recuerdo de Pedro. Esta vez se puso más serio.

-La noche que llegamos estaba todo mojado, había habido una tormenta, hacía frío. Llegamos de noche, a oscuras, recuerdo las calles desiertas y el ruido que hacíamos al andar por ellas. Llevábamos muchos bultos encima, no sé ni cómo podíamos con ellos. Hasta mamá llevaba un par de bolsas colgadas de los hombros, y eso que te llevaba a ti en brazos liada en una toquilla. Papá llevaba las que más pesaban, nunca se quejó. Y todo estaba muy oscuro, era una noche muy cerrada. No se oía nada, ni siquiera pájaros. Creo que nos dio un poco de miedo a todos, por lo menos a mí. Y la primera noche, cuando nos tumbamos en los colchones para dormirnos, tú te echaste a llorar de repente, con mucha pena. Nadie sabía qué te pasaba.

Pedro recordó el llanto desconsolado de su hermana cuando Alicia la acostó entre ellos, encima de los colchones que les dejó Filomena, la vecina de al lado, en cuya casa les habían dejado la llave.
-Mamá decía que era el cansancio del viaje, estabas muy penosa, solo tenías cinco o seis meses, creo. Y supongo que extrañabas aquel sitio, sin muebles, con las paredes desnudas y las habitaciones tan huecas. Yo también estaba un poco asustado- reconoció-. Si no es porque dormimos juntos, seguramente yo no habría pegado ojo…..Y tú rompiste a llorar de repente. Mamá estuvo un buen rato meciéndote, hasta que te calmaste. Al día siguiente ya vino tu cuna, con el resto de los muebles, y todos dormimos mejor la segunda noche. La verdad es que no me extraña que llorases. Todos estábamos un poco cohibidos. No miedo, pero teníamos una sensación extraña, en aquella casa tan fría y tan blanca.

Ana sonrió. Ella por su profesión de médico, sabía bien que los niños acababan absorbiendo, y en algunos casos somatizando, el stress de su familia.
-Enseguida te amoldaste al sitio, en cuanto pasaron un par de días. En cuanto nos instalamos, la casa cambió totalmente.
Al hablar con su hermana, Pedro recordó como aquella casa se convirtió en un segundo hogar para la familia, con las cortinas colgadas y las estufas encendidas, cuando pusieron las alfombras en el suelo de piedra, cuando veían caer la nieve tras los cristales de la ventana, mientras los niños jugaban echados en la alfombra de lana, al calor de los braseros. Pedro también guardó recuerdos muy gratos de los años de Salamanca, a pesar de su corta edad.

-¿Y esto?- dijo Ana al reparar en la hucha de barro que había dejado allí su hermano. Pedro la cogió y sonrió.
-Era mía, me la acaba de dar mamá. Estaba dentro del armario sabe dios cuantos años hace ya. La había guardado allí papá, y ella me la ha dado ahora. Está allí desde antes de irnos a Salamanca.
Ana se sorprendió.
-¿Y por qué no te la dio? ¿Te castigó?
Pedro contestó taciturno, mientras pensaba.
-No, yo se la di a él, antes de irnos a Salamanca, para que la abriese y sacase el dinero que tenía ahorrado. Y hoy me acabo de enterar de que él nunca llegó a hacerlo. La conservó tal cual, pensando en dármela algún día. Y aquí está ahora. Intacta. Como hace cuarenta años.

Pedro se abstuvo de decirle la intención con la que le dio a su padre la hucha, en una mezcla de sentimiento de pudor ante sus sentimientos de niño, y respeto por la memoria de su padre. Ana miró la hucha con sorpresa. De nuevo otro objeto que salía a la luz después de llevar mucho tiempo escondido. Desde que Rocío estaba de confidencias con su abuela Alicia, los armarios de la casa eran una caja de sorpresas inesperadas. De súbito, a Ana le entraron unas repentinas ganas de hacer el gamberro con su hermano, como cuando eran niños.
-¡Ábrela! Solo tienes que lanzarla contra el suelo y romperla. Espera, ¿quieres que busque un martillo?
-No, no… -paró Pedro-. Ahora no. Probablemente el dinero que tenga dentro ya no sea ni de curso legal. No, no quiero romperla. Hoy no.

Si su padre no la tocó en todo ese tiempo, no lo iba a hacer él ahora. Seguramente allí estaría su peseta de los domingos, los céntimos de las vueltas, las propina de los días de cumpleaños y alguna estampa de cromos del Capitán Trueno . Toda una historia infantil que le pareció que perdería su magia si rompía de repente aquella hucha solo para satisfacer una curiosidad repentina. Miró el reloj. Ya era muy tarde, y su mujer le estaba esperando en casa con la cena puesta. Y en aquella casa también necesitaban descansar y reponer fuerzas para los días nada fáciles que, seguramente vendrían.

Pedro se levantó de la mesa y empezó a recoger los folios, devolviéndolos ordenadamente al vetusto cartapacio. Ana también se levantó.
-Llévatelos. Los puedes mirar en tu casa, tranquilamente. ¿qué vamos a hacer aquí con ellos?- le dijo- . Los miras despacio, al fin y al cabo, ¿quién mejor que tú para eso?

Pedro miró la carpeta que cerraban sus manos. No, no sería esa noche. Esos folios todavía pertenecían a esa habitación. Le pareció que si los sacaba de allí, estaba cometiendo una especie de sacrilegio, ante algo que llevaba cuarenta años guardado en esa atmósfera protectora con el resto de los libros de derecho. Además, antes se los quería enseñar a Alicia, en cuanto tuviera ocasión. No, no se los llevaría. Abrió el cajón de la mesa y les hizo un hueco allí, entre las plumas estilográficas que guardaba su padre.
Ana posiblemente lo entendió sin tener que decir nada, cuando le vio negar con la cabeza y depositar con todo el respeto posible aquellos escritos al cajón. Pedro seguramente adivinó los pensamientos de su hermana y estrechó su mientras seguía hablando.

-Ayer me llamaron del rectorado. Por papá. Se va a cumplir el aniversario, y quieren organizar algún acto, una misa, no sé muy bien…
Ana le miró. Pronto sería el primer aniversario de la muerte de su padre. Ni siquiera ella había caído en encargar alguna misa. Ni en encargar la esquela. Nada.
-Dios mío… se me había olvidado por completo. –Ana sacudió la cabeza. - ¿Y qué les has dicho?
Pedro tragó salivo antes de responder. Pedro había contestado con evasivas a las llamadas del rectorado: mi madre está delicada, no nos queremos alejar de casa…

-Pues la verdad… les he dicho que hagan lo que consideren oportuno, y luego nos avisen. Ana, no me siento con fuerzas todavía para…
Ana lo entendió, a ella le pasaba igual.

-¿sabes una cosa? –dijo ella cambiando la inflexión de la voz.
-Te va a parecer una tontería, pero a veces creo que papá sigue aquí. Me cuesta hacerme la idea de que ya no está.
Pedro escuchaba a su hermana, con la lluvia de fondo, picoteando los cristales. 

-Algunas veces, cuando suena el despertador por la mañana, me quedo escuchando los ruidos que hay. Y te confieso que todavía espero escuchar los suyos, levantándose, como hacía todos los días. Y cuando entro en la cocina sigo teniendo la sensación de que está ahí, que me lo voy a encontrar en el aparador preparando el café con las magdalenas. No sé cómo explicarlo… por las noches tengo la sensación de que de un momento a otro se va a abrir la puerta del despacho y va a acudir él a cenar, como hacía siempre después de trabajar un rato.
Pedro bajó la cabeza. A él también le pasaba algo parecido. Ana siguió hablando.

-Por las tardes, el canario se pone a piar. No canta: pía. Pidiendo su bizcocho. Y pía mirando al sillón grande. Y entonces mamá se queda mirándolo ella también, y luego entra a la cocina, y le pone al canario su trozo de bizcocho, o de magdalena, lo mismo da… Ahora se lo pongo yo, o Rocío, pero el canario sigue piando todas las tardes a la hora de la merienda. No sé cuánto tiempo seguirá así, pero mientras veo al canario piando mirando al sillón, no puedo dejar de pensar en papá…
Ana se enjugó una lágrima al recordar a su padre poniéndole al canario un pedazo de bizcocho. A veces Álvaro lo mojaba en su descafeinado y así, tal cual, se lo metía entre los barrotes de la jaula. Entonces Alicia le advertía:
-¿Pero qué le das al animal? Cualquier día nos sale disparado con tanto café…
-Mira, le gusta. Está contento- Álvaro miraba al canario agradecido-. Además, es descafeinado.
-¡papá! ¡que vas a volver diabético al animal!- le decía su hija mayor.

Pedro la cogió de la mano. Él también se había fijado en esos detalles.
-¿Crees que los animales tienen un sexto sentido?- le preguntó.
Ana tragó saliva para que se le fuera el nudo de la garganta, y contestó mirando al suelo fijamente.
-Lo que creo es que nos vamos a volver locos.
Pedro atrajo a su hermana, y la abrazó. Ana necesitaba desahogarse, tras muchos días de ajetreo en el hospital, de intentar mantener el tipo delante de su madre y de sus hijos.

-No, Ana, no nos estamos volviendo locos, ES normal, han sido muchos años en esta casa.
-No, no es normal esto. Hace ya un año de lo de papá, ya debería haberlo superado. Estoy hasta pensando en visitar a un colega mío, psiquiatra.
- Ana, -Pedro cogió a su hermana de las manos-, a mi me pasa igual. Cada vez que entro en esta casa me parece que lo sigo viendo por todos lados, sus cosas, sus libros, las fotos… Cada vez que abro la puerta sigue siendo la primera persona a la que busco.

Pedro seguía confortando a su hermana. Al estar en la misma casa que su madre, era ella la que se llevaba la peor parte de todo el duro trance que estaban pasando. Y ahora le estaba pasando factura.
Los dos hermanos se abrazaron un largo rato, calladamente. No era Ana la única que necesitaba desahogarse.
En silencio, Ana se recompuso, se limpió las lágrimas y salió del despacho para servir la cena.

Pedro terminó de recoger en silencio. Al franquear la puerta, echó la última mirada al despacho, y por un momento, la imagen de su padre sentado en aquella mesa, se le vino fugazmente a la cabeza.
-adios..- musitó. 

Sacudió la cabeza, sorprendido, preguntándose de quien se despedía si allí no había nadie.
En silencio, cerró la puerta del despacho y salió de allí.



Fin del capítulo.
Continuará…

Nota: las palabras resaltadas en negrita que Pedro lee a su hermana,  están sacadas de uno de los capítulos de la 3ª temporada, cuando ÁLvaro lee en su despacho los escritos de Joaquín Peña que le ha confiado Alicia, por aquel entonces su alumna.
Fotos:
Hucha:
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Perchas:
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Puerta:
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Canario:
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Lluvia:
http://labezh.bitacoras.com/lluvia.gif

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Capítulo 28.


“La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”.
Miguel de Cervantes Saavedra

“…Cuando el sonido mágico predomina
y las palabras producen devoción,
las maravillas deben tomar forma,
la noche y la tempestad cambian a luz.”

Fantasía para piano, coro y orquesta, “Coral” Op. 80.
Ludwig van Beethoven


Madrid. 1.954.


-¡Arréglate! ¡Esta noche salimos!

Alicia miró cómplice a su marido, cuando éste se le acercó, la cogió por la cintura y se lo dijo muy bajito al oído, en la cocina, donde la pequeña Ana tomaba su merienda en la cocina bajo la atenta mirada de su madre, sentadas en sendos taburetes junto a la mesa. La niña ya sabía comer ella sola, y no consentía que nadie le diera su vaso de leche con galletas cómo cuando era más pequeña. Alicia le colocaba el babero, la sentaba en la silla, y vigilaba que no hubiera demasiado estropicio alrededor mientras Ana empuñaba la cuchara y la metía en el vaso con sorprendente destreza, para su corta edad. Ya tenía dos años.

Gratamente sorprendida, Alicia no recordaba cuando fue la última vez que salieron de noche por Madrid, los dos solos. Seguramente hacía dos años, quizás tres, porque sí recordaba que Álvaro todavía era profesor en la Complutense, antes de irse a Salamanca, antes de que lo metieran en la cárcel, y antes de que pasara todo lo que pasó, cuando los Iniesta aún podían permitirse ciertos lujos como las salidas nocturnas de antaño, lujos que luego tuvieron que suprimir, en primer lugar porque la exigua economía doméstica no daba para ellos, y en segundo lugar, por la llegada al mundo de su hija Ana, aún muy pequeña para separarse de su madre. Cuando Álvaro fue cesado como profesor en la facultad, las salidas nocturnas y dominicales fueron un lujo que no se podían permitir, con un presupuesto familiar que apenas llegaba para comer, y nuevas necesidades que atender. Posteriormente, los Iniesta se fueron a Salamanca a trabajar, con su hija pequeña recién nacida y el bolsillo cargado de deudas y apreturas. De regreso a Madrid y con Álvaro ya repuesto en su cátedra, la familia poco a poco empezó a respirar hondo, a pagar acreedores, a desempeñar las joyas familiares, y a recuperar la normalidad de otros tiempos.

-¿Dónde vamos? – preguntó Alicia, mirando intrigada a Álvaro.
-Es una sorpresa.
-¿Al teatro?
Álvaro le guiñó un ojo mientras le hizo una caricia en frente.
-Algo así. Pero no vamos a ver ninguna función.
Alicia limpió la boca de su hija, mientras miraba como su marido hacía ademán de abandonar la cocina y la miraba con gesto misterioso.
-Pero Ana….
-La niña ya está crecida- dijo Álvaro- . Además, mi madre se queda con ellos. No te echará en falta. Te gustará. Esta noche va a ser especial, ya verás.

Alicia sonrió. Le agradaba la perspectiva de salir de noche, de volver a la rutina de antes, las cosas que hacían los dos solos, cuando todo iba bien, y estaban recién casados. Miró a su hija Ana, que en ese momento se disponía a apurar la leche, cogiendo el vaso con las dos manos y llevándoselo a la boca, absorta en terminarse su merienda. Parecía que fue ayer cuando era un bebé que acunaba en sus brazos. Pero Ana crecía. El tiempo pasaba.

Tras dejar a la niña bañada y acostada, y a Pedrito leyendo un libro, Alicia y Álvaro se pusieron sus abrigos y bajaron a la calle. La noche de Madrid estaba fresca y Alicia se ajustó la bufanda antes de coger del brazo a su marido cuando cogieron el autobús. No pudo evitar volver a pensar en Ana. Hasta ese día, nunca la había dejado sola por la noche, y no podía evitar qué pasaría si la niña se despertaba buscándola, y no la encontraba. Álvaro pareció adivinar sus pensamientos.

-Ana está bien- le dijo apretándole la mano- .Ya es grande. Nos la hemos dejado dormida. De hecho, ya pasa medio día sin verte, con mi madre, cuando te vas a trabajar. La niña está acostumbrada.

Alicia había empezado a trabajar como pasante en el despacho de Eduardo, el abogado y amigo personal de Álvaro, cuyo caso llevó cuando éste estuvo encarcelado. Tras terminar la carrera y volver a Madrid, el propio Eduardo le ofreció un puesto en su bufete. Y ella no lo dudó: le vendría bien aprender y coger experiencia, aunque fundamentalmente lo que hacía en su primer año de pasante era, como bien les dicen a los niños pequeños, ver, oir y callar, para aprender de todo lo que veía. Ana ya se quedaba sola en casa con la abuela Marcela mientras Alicia estaba trabajando, aunque Alicia no podía evitar pensar en ella esa primera noche que salía con su marido.

-Lo sé. Pero nunca ha estado sola por la noche.
-Relájate y disfruta. Ya verás cómo no pasa nada. Ya tiene dos años largos.

Desde la ventanilla del autobús, Alicia recorría visualmente el Madrid nocturno. Habían cambiado muchas cosas en estos años: locales nuevos, casinos, cines …
-¡Mira!- Alicia señalaba las luces, la fuente reformada, los nuevos edificios… Se sentía bien respirando de nuevo aquello. Álvaro también disfrutaba del paseo en autobús mientras miraba los rótulos luminosos de la Gran Vía. Él también pensaba en los tiempos pasados, cuando no podían permitirse ni el tebeo dominical de Pedrito y una salida nocturna era un lujo inalcanzable. De nuevo los Iniesta disfrutaban de los pequeños gestos de la vida cotidiana, como salir de noche juntos una tarde de Sábado.

-No me has dicho como se llama la obra- dijo Alicia.
-Es que no es una obra.
-¿Pero no vamos al teatro?
-Sí, vamos al teatro, pero no es teatro lo que vamos a ver. Nos vamos al Palacio de la Música.
Alicia le miró extrañada. No sabía dónde quería ir a parar Álvaro.
-¿Has visto alguna vez a una orquesta sinfónica tocar? No me refiero a la radio, o al disco. Me refiero a una orquesta en directo. La sensación es única.

El autobús llegó a la parada. Álvaro ayudó a Alicia a bajar y a poner pie en la empedrada calle. Alicia cogió el brazo que le ofrecía su marido con gesto decidido, un poco divertida por la novedad. Nunca había oído tocar una orquesta en directo y lo que le dijo Álvaro había despertado su curiosidad.

Los Iniesta entraron al cine que servía de auditorio por la puerta principal, y se detuvieron en el salón principal de la entrada. Ambos se fijaban en todos los detalles de ese día, la gran lámpara que colgaba del centro de la sala... De soslayo se cruzaron con algunas caras conocidas, profesores de la facultad a quienes Álvaro saludó, y a quienes ella hacía mucho tiempo que no veía. De pronto, Alicia le dio un tirón a Álvaro.

-¡Mira! Allí..

Álvaro miró disimuladamente dónde le señalaba su mujer, para ver a Doña Pilar Vázquez de Prada, antes Piluca, su antigua alumna, entrando al cine, con su imponente abrigo de pieles y sus joyas deslumbrantes, del brazo de su marido, el también abogado Julio Merino. Cuando Álvaro fue encarcelado y posteriormente cesado, Julio Merino había ocupado su puesto en la Complutense, merced a sus influencias y a la cadena de favores del Régimen. Ahora, tras la reincorporación de Álvaro a su legítimo puesto, Julio Merino abandonó la Universidad y ocupaba de nuevo el despacho familiar, aunque siempre quedaba un grupo de profesores en la facultad que gozaban de su amistad y su ideología y le mantenían informado de todo cuanto pasaba entre aquellos muros. Álvaro puso cara de circunstancia cuando le susurró a Alicia:

-Seguro que estos dos han conseguido sus entradas por enchufe, y no como el “tonto de tu marido”, que tuvo que hacer una hora de cola para ello.
-Ja ja- Alicia le dio una palmada cariñosa en el hombro-. Anda, vámonos para otro lado.

Los Iniesta cambiaron de dirección y pronto apartaron a aquella pareja de sus pensamientos para centrarse en cosas más productivas, como disfrutar del concierto que iban a ver.

-Cuando alguien ve una orquesta por primera vez no se queda indiferente. El sonido te envuelve por todos lados. Tu cuerpo vibra con la música- contó Álvaro a su mujer.

Alicia sonreía mientras le miraba. Ella nunca había asistido a un concierto en directo. Sí, es verdad que estaban los pases de la banda municipal, en el quiosco del paseo, con sus pasodobles y marchas. También estaban los interminables pases de música clásica con los que la radio ponía semana santa tras semana santa, de manera machacona, y que hizo aborrecer la Pasión de J.S. Bach, una de las piezas magistrales de la música, a más de uno. Y también estaban aquellos cafés de París, con su sonido de acordeón, que ella siempre asociaba a los recuerdos de su padre. Pero a decir verdad, ella nunca había asistido a un concierto en su sitio legítimo: el auditorio.

-No entiendo nada de Música- se excusó ella.
-Mejor para ti- le sonrió Álvaro-. Así sólo tendrás que dejarte llevar. Cuanto más emocional sea la reacción, mejor. No pienses. Simplemente escucha.

Alicia preguntó un poco mecánicamente.
-¿Quién es el director?
A decir verdad, lo mismo le daba quien fuera, no era una melómana declarada y no conocía a nadie. Como mucha gente, no terminaba de entender por qué los músicos no podían tocar solos, y que es lo que hacía en realidad un señor con un palito en la mano llevando el ritmo.
-Te va a gustar- le dijo Álvaro.
-¿Pero qué hace en realidad?
Álvaro se apresuró a sacar a su mujer de las dudas, mientras se acomodaban en sus butacas.

-El director lo es todo. Sin él, no hay obra. Él es quien lleva la energía de la música, quien da a los músicos el empuje que necesitan. Él es el responsable último de todo, quien hace que una obra sea algo plano y sin sustancia, o algo que te haga emocionar. Es como el entrenador de un equipo de fútbol. No juega, nadie ve lo que hace a la hora del partido, pero él es el responsable del buen o mal juego del equipo, es….
Álvaro bajó la voz un poco chistoso mientras se apagaban las luces de la sala, para decir lo que iba a decir.
-….en realidad, una orquesta bien dirigida es como una pequeña dictadura. Los músicos deben obedecer ciegamente al director. No se admite ninguna réplica o te vas a la calle. Y…
Alicia le miró extrañada.
-… es el único sitio en que admito que haya una organización así. En la interpretación musical de una orquesta, los principios democráticos, no se podrían llevar a cabo, o sería dificilísimo hacerlo…
Alicia rió en voz baja ante la ocurrencia de su marido, sin que nadie la viera.
-¿Y desde cuando tú entiendes tanto de música? ¿Quién te ha contado todo eso?
Álvaro puso cara de misterio.
-Un compañero que tenía en el Instituto, en Bachiller. Era músico- le guiñó.
-¿Por qué tengo la sensación de que me estás tomando el pelo?- le dijo ella.


Las luces de la sala se apagaron y el público aplaudió vagamente cuando empezaron a salir los músicos al escenario. La rutina mecánica de todos los conciertos se ponía en marcha, mientras los músicos empezaban a calentar sus instrumentos y a buscar la nota de afinación. Mientras los profesores se colocaban en sus atriles, Álvaro continuó hablando.


-El director Se llama Ataúlfo. Ataúlfo Argenta…
Alicia prestó atención a su marido mientras éste hablaba en voz baja.

-….Nació en Castro Urdiales. Empezó a estudiar música desde pequeño, su padre le enseñó a tocar el piano. También aprendió a tocar el violín y la viola, y incluso cantaba en el coro. Pronto se dieron cuenta de las aptitudes para la música que tenía de pequeño, y consiguió becas y ayudas para proseguir con sus estudios. Sus padres no siempre le podían costear las clases…

-….A los 12 años ya dio su primer concierto de piano, y pronto empezó a tener pequeños trabajos, con los que se iba costeando sus clases de música. Incluso llegó a tocar la música de fondo para el cine mudo del pueblo. Luego vino a Madrid para proseguir con sus estudios de piano. EL pueblo se le había quedado pequeño, y el joven tenía un gran talento y una prometedora carrera por delante.

Álvaro continuó hablando mientras en la sala se hacía la oscuridad de antes del concierto.

-…En Madrid pronto empezó a sacar excelentes notas, y a dar clase con los mejores profesores. Ya de alumno, destacaba, y ganó numerosos premios “fin de carrera”. Allí también conoció a Juanita, con la que se casaría unos años más tarde. Es curioso, pero en las actas figuran ambos como los mejores alumnos de sus promociones. Ataúlfo va costeándose su carrera como puede, con trabajos esporádicos que le van saliendo, e incluso canta en el coro de la Catedral con lo que logra sacarse un dinero extra.

-¿Ah, sí?
-Así es-. Álvaro prosiguió.

-…por desgracia, su padre muere, y Ataúlfo tiene que vender el piano para poder mantener a su madre y hermanas. Va sacando dinero, tocando en los merenderos de Cuatro Caminos, en el Casino… con veinte años ya dirige su primera orquesta, una orquesta de estudiantes.

-…Cuando llega la guerra, Ataúlfo puede a duras penas seguir con su carrera. Tras ella, el panorama cultural era sencillamente desolador, como bien puedes imaginar. Las oportunidades que había para un pianista eran sencillamente mínimas. Pero poco a poco va saliendo adelante, tocando en teatros de revistas, dando pequeños conciertos, etc… Durante un concierto en Oviedo, recibió la triste noticia de que su primer hijo, nacido un día antes, había muerto. Ataúlfo salió y terminó el concierto, que se hizo extrañamente emocionante. Pronto le empiezan a llover contratos, y poco después, recibe una beca para ir a estudiar a Alemania.

-…En Alemania sigue su imparable carrera como pianista, cuando le ofrecen una plaza en uno de los Conservatorios. Allí se traslada toda la familia. Pero pronto estalla la 2ª Guerra Mundial. En medio de un bombardeo, tras un concierto suyo, logran coger el tren, cada uno por su lado, y llegan a Paris, para luego regresar a España, en un accidentado viaje de vuelta.

Alicia escuchaba vivamente interesada el relato de Álvaro.

-…Ya en Madrid, gana por oposición la plaza de piano de la Orquesta Nacional de España, y crea una orquesta de cámara con músicos de la misma orquesta, con quienes da conciertos por todo el país. Pronto alcanzaría la dirección de la ONE.

-…” Ataúlfo Argenta posee una gran facilidad para dirigir de memoria. Pero además, su capacidad para el trabajo, fomenta este privilegio y lo desarrolla hasta grados que causan verdadero asombro. En sus conciertos consigue que se interpreten obras que son desconocidas para el público junto al repertorio más tradicional….”- Álvaro releía en voz baja las notas del programa de mano.

-Y no sólo en España- Álvaro prosiguió-. También ha dirigido muchas de las más importantes orquestas del extranjero: la Orquesta Sinfónica de Londres, Orquestas Sinfónica y Filarmónica de Viena , Orquesta de Santa Cecilia de Roma, Orquesta de la Suisse Romande… Casi siempre, el cartel de “NO HAY BILLETES” se coloca inmediatamente, y a menudo el maestro tiene que salir varias veces a saludar, ante los nutridos aplausos del público. Ha tocado las obras más importantes del repertorio internacional, y ha dado a conocer obras desconocidas del repertorio español. Dicen…

Alicia se acercó a su marido para oírle mejor.

-…dicen que sus versiones discográficas de las zarzuelas son obras de referencia en el mundo musical.

Álvaro siguió contando:

-…también ha dado oportunidad de debutar a numerosos músicos españoles. Hay uno… cómo se llamaba.. un guitarrista nuevo… Narciso.. ¡Narciso Yepes! Dicen que toca la guitarra muy bien, y que a la salida de uno de los conciertos, la gente estuvo haciendo cola en la calle para saludarles y aplaudirles, ni siquiera podían salir con el coche. Argenta también ha participado en los Festivales Internacionales de Santander y Granada, logrando traer a España primeras figuras del panorama musical internacional, que eran reticentes a venir a tocar a España.

-Mmmm…. Madre mía….-musitó Alicia- Este hombre es muy activo, por lo que veo.
-En efecto, su actividad es frenética: dirige en un sitio, para coger el avión y dirigir en otra ciudad al día siguiente, y luego volver y proseguir la gira y los ensayos.

Alicia escuchaba con auténtico interés. Álvaro seguía contándole todos los detalles de la vida de su compañero de estudios.
-¿Recuerdas la revista “ ATENEO”?
-¿La que te traen a casa?

-La misma. En uno de los números, había unas declaraciones de Ataúlfo, un artículo titulado "Quince años de anteguerra junto a quince años de posguerra". En esos artículos han estado tratando la situación de España en la literatura, el teatro, etc… Pues bien, uno de ellos era especialmente dedicado a la situación de la Música en España. Han escrito figuras de la música del momento, y Ataúlfo escribió un artículo titulado "La música española en el mundo". En él, recuerda la situación de antes de la guerra, con Falla, Turina y Esplá, para luego hacer una dura crítica de la situación en que queda la música española tras la guerra.
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-¿Y qué pasó?-preguntó Alicia.- Supongo que eso tendría consecuencias para él.


-Así es. Las consecuencias no se hicieron esperar, por desgracia- contestó Álvaro.- Enseguida se realizó una campaña con recogida de firmas para expulsar a Argenta de su puesto de titular de la Orquesta Nacional de España, seguramente provocada por algún compositor que se había visto increíblemente aludido, y por alguna persona que ansiaba ocupar el puesto de Comisario de la Música. En ese momento, Argenta era un estorbo para algunos a quienes escocían aquellas declaraciones.


-¡Aha!- Alicia escuchaba atentamente a su marido.
 

-Ataúlfo se encontraba en ese momento de gira en Suiza, con la ONE. Cuando vuelve a Madrid, se encuentra con la campaña de desprestigio contra él en su punto álgido. Está tan quemado, que incluso piensa en dimitir de su puesto y trasladarse a Suiza, donde le han ofrecido la cotitularidad de la Orquesta de la Suisse Romande, con quien ya había dirigido varios conciertos. 

-Es increíble- dijo ella.
-Así es. De nuevo, alguien valioso en la vida cultural española, en este caso un músico, se ve involucrado muy a su pesar en la política del Régimen español, siendo manipulado políticamente por unos cuantos interesados en aprovechar la coyuntura política y verle fuera de aquí.


-¿Y qué hizo él?- Alicia estaba vivamente intrigada por la historia que le contaba su marido.


-Pues parece ser que se lo ha pensado. Probablemente sus amigos, los buenos amigos, le han convencido de que su sitio está aquí, en España, junto a su mujer y sus cinco hijos. De todas formas, Ataúlfo tuvo que hacer unas declaraciones de disculpa, supongo que para callar bocas y que le dejen tranquilo. Y ahora va a dar su primer concierto en Madrid, desde aquello. 


Alicia se desabrochó el botón superior de la camisa, pensativa, y se acomodó el cuello.
-Te confieso que estoy intrigado en conocer cual va ser la respuesta del público ante esto- le dijo Álvaro.
Alicia sacudió la cabeza.


-Pero… no entiendo….-dijo ella sacudiendo la cabeza- ¿qué daño hace la Música? Es decir… entiendo que el Régimen pueda censurar a un escritor, a un poeta, a un director de cine o de teatro, pero… ¿por qué a un músico? Si la Música es algo universal, o por lo menos, debería de ser así, y no ser algo marcado por las ideologías.


Álvaro asintió con la cabeza, mientras la sala terminaba de quedar en silencio. Él también pesaba lo mismo.
-Fíjate en los músicos. Hay orquestas con profesores de distintas nacionalidades, de distintas religiones, de distintos credos. Pero ahí están. Todos son capaces de leer las mismas notas, la misma partitura, y de hacer entre todos una obra magistral. ¿No te parece increíble? Esa es la maravilla de la Música.


Alicia sonrió. Nunca había caído en ese detalle. Su marido tenía razón.
-Y sin embargo, a pesar de eso… los músicos no escapan a la manipulación de los gobiernos, la policía y las ideologías. Aunque no debería de ser así. Fíjate en Manuel de Falla.


Alicia le miró interrogativamente.
-Manuel de Falla no soportó ver a España dividida, y se exilió voluntariamente a Argentina, pese a que se podía haber quedado aquí. Incluso Franco le llegó a ofrecer una paga vitalicia si se quedaba. Pero el no la aceptó. Y allí murió, en Argentina. 


Alicia escuchaba a su marido. España había vivido una auténtica sangría de intelectuales tras la guerra.
-Era amigo de Lorca, ¿no es así?
-Efectivamente. Ambos tuvieron una fructífera amistad en Granada. Y sufrió mucho con su muerte.
-Le dolía ver a los españoles peleados en la guerra. Dicen que cuando empezó el conflicto, encabezaba sus cartas de manera simbólica con la palabra “PAX”. En los primeros días del alzamiento, en Granada, él mismo medió para evitar que se ensañaran más todavía con algunas personas. 


Alicia escuchaba vivamente interesada.
-Su amigo Salvador Vila, Rector de la universidad granadina, fue detenido y encarcelado, junto con Gerda, su mujer. Por desgracia, el Rector fue fusilado. Pero la mediación de Manuel de Falla logró que pusieran en libertad a Gerda, y así ésta pudo salvarse y huir. No sin antes bautizarse, claro está…


-¿Era agnóstica?
-No. Era de familia judía, huidos de Alemania. Así que podemos decir que sufrió doble persecución: allí primero, por ser judía, y después aquí, por ser esposa de profesor simpatizante con la República. 


-…y Salvador, el Rector, Salvador Vila, como te digo, fue fusilado y enterrado en una fosa común, en el barranco de Víznar, en el mismo sitio donde fusilaron a García Lorca. Sólo llevaba unos meses como Rector, lo nombraron Rector interino, para apaciguar un poco la agitada universidad granadina de la época. Él no era ningún político, era un intelectual, un arabista. Fíjate que se sacó dos carreras, Filosofía y Derecho, en tan sólo cuatro años. Las estudió en Salamanca, y era alumno predilecto de Miguel de Unamuno. Su muerte fue sin ninguna duda injusta e innecesaria. 


Alicia escuchó aquellas palabras con una sombra de amargura. No podía evitar pensar en su padre al escuchar historias así, ni podía evitar sentirse triste al ver que su país, el país donde estaban enterrados sus padres, se deshizo en dos hacía veinte años, y aún quedaban los rescoldos candentes. Seguían quedando muchas heridas por cicatrizar.


-Mira, ya va a salir el maestro- le susurró Álvaro al oído.


Por un lateral del escenario, asomó una figura alta, enjuta y seria. El Maestro Argenta ponía el pie en el escenario, mientras los profesores de la orquesta le recibían como era de rigor, levantándose de de sus asientos. En cuanto el público le vio, prorrumpió en aplausos.


-¿Es ese?- preguntó Alicia a su marido.
-Sí- Álvaro también aplaudía desde su sitio.


El director ocupó su sitio en el atril, y los aplausos, lejos de parar para dejar paso a la música, redoblaron en intensidad. El público de Madrid, conocedor de los acontecimientos en que se había envuelto Argenta, estaba ovacionando al maestro. El auditorio se caía de aplausos y se oyeron varios bravos desde las filas de arriba. En el ambiente flotó una sensación especial, compartida por todos. Los Iniesta también aplaudían con entusiasmo.


-¡Es increíble!- dijo Alicia a Álvaro-. Hasta se me está poniendo la carne de gallina.
El maestro estuvo de pie emocionado, durante varios minutos, escuchando la cálida ovación que le propinaban aquellos cientos de personas.
"…Varios minutos estuvo Argenta, de espaldas al público, escuchando emocionadamente cómo aquellos miles de personas le aclamaban, y le rendían tributo de cariño y admiración…"


Poco a poco, la gente hizo el silencio para dejar comenzar el concierto. Desde su tarima, el maestro empuñó la batuta, y con sublime precisión, dio la entrada a los músicos. Desde el momento en que levantó su mano para dar el primer movimiento, Alicia no podía dejar de mirarle. Era algo magnético, difícil de describir. El maestro moldeaba la música con extraordinaria precisión, La Música fluía de sus brazos y llegaba a los profesores de la orquesta, con brío, con energía, haciéndoles sonar como si fueran uno sólo. Álvaro tenía razón: escuchar música en directo era una sensación única que no dejaba a nadie indiferente. Todo el auditorio vibraba. Alicia también se sentía vibrar, como s fuera un instrumento más, al servicio de la Música que estaba oyendo. La música de Beethoven, con su sinfonía “Heróica”, la hacía palpitar en su butaca.



A veces, mientras escuchaban la Música, Álvaro movía despacio la cabeza y miraba hacia arriba, hacia el techo del auditorio.
-¿Qué haces?- le dijo Alicia extrañada.
Álvaro sonrió.
-A veces me gusta mirar hacia arriba…. De esta manera, el deleite sonoro se combina con el visual. Es algo único disfrutar de la belleza arquitectónica mientras escuchas la música de fondo.
No en vano, el Palacio de la Música fue diseñado por Secundino Zuazo, arquitecto de la Generación del 27, que tuvo que exiliarse, como tanto otros, por republicano.

Los Iniesta siguieron disfrutando del concierto. A su término, Alicia estaba visiblemente emocionada. La “Marcha Fúnebre”, el 2º. Mov. de la sinfonía de Beethoven le había hecho estremecerse.

-¿Bueno, qué tal?- preguntó Álvaro.- ¿Te ha gustado?
Alicia le sonrió. No podía decir nada. Sólo aplaudir emocionada.


Tras recibir la cerrada ovación, el maestro y los músicos recogieron sus instrumentos y se retiraron por las puertas laterales del escenario. Pronto la gente se levantó de sus asientos para dirigirse a la puerta de salida.


Álvaro le señaló a Alicia otro camino por un pasillo lateral.
-¡Por aquí! ¡Vamos!
-¿A dónde?
-¿A dónde crees tú que vamos? A felicitar al director como se merece.

Alicia le siguió intrigada. Entre el barullo de gente, Álvaro consiguió abrirse camino entre otros tantos que, como ellos, aguardaban para saludar al maestro y darle la enhorabuena. Pronto vieron su figura austera y enjuta, recortada en el pasillo. Álvaro se alegró de volver a verle, y se preguntó si él también le reconocería después de tantos años. LA duda se disipó inmediatamente.


-¡Álvaro! ¿Eres Álvaro Iniesta? ¡¡Dios mío, cuánto tiempo!!
-¡Ataúlfo!









Nota: he  buscado en la Red vídeos del Maestro Argenta, encontrando muy pocos. Os pongo este. No es la obra que cito en el capítulo,  no obstante, en la interpretación se puede apreciar la energía y precisión de la batuta de A.Argenta. 






Fin del Capítulo.
Continuará…
A la memoria del maestro Ataúlfo Argenta, fallecido en 1.958, y de D. Salvador Vila.


Fotos:
Palacio de la Música: http://caminandopormadrid.blogspot.com/2010/11/gran-via-35-palacio-de-la-musica.html
http://en.wikipedia.org/wiki/File:Ataulfo_Argenta.jpg
El resto de las fotos y la letra cursiva, provienen de la página oficial del músico: http://www.ataulfoargenta.com/501.html
Video:
http://www.youtube.com/watch?v=W462_YZPBBw





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Capítulo 29.

 
Nota:  éste capítulo está basado en el fan-fic  “TURNO DE OFICO”,  de la forera Azaria, publicado en el hilo “Cosas que nunca te dije” del foro de Telenovelas Made in Spain. En dicho relato, Alicia defiende a su prima Matilde, en la cárcel por haber asesinado a su ex -novio Alejandro. Yo he modificado algunos datos, como las fechas en las que transcurre, para acoplarlo a mi relato y a los Roldán que vimos en el Especial.
A día de hoy, Azaria aún no ha terminado el relato, está por celebrar el juicio. No obstante, yo le he dado el final que me ha parecido más realista, dadas las circunstancias. Asimismo, y a partir de aquí, la trama de los Roldán seguirá por este camino.



Cárcel de mujeres de Yeserías, sala de visitas. 1.955

"Es necesario esperar,
aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada,
pues la esperanza misma constituye una dicha".
Samuel Johnson (1709-1784) Escritor inglés.
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"Mientras hay vida, hay esperanza."







-Mati, escúchame…

Alicia cogía de las manos a su prima, en un intento de infundirle ánimos. La Mati que tenía delante suya ahora estaba deshecha, derrotada. Los últimos días habían sido frenéticos, con el juicio tan intenso que tuvieron, donde Mati tuvo que revivir todo el horror que había vivido, cuando salieron a la luz todos los trapos sucios de la familia, la salvajada que su propio padre había cometido, y el posterior aborto que hubo que tuvo lugar después. A la salida, dando esquinazo a la prensa que estaba esperando en la puerta, Alicia, Álvaro y Camilo se metían en el coche sin hacer declaraciones. Mati estaba encarcelada en espera de la sentencia, acusada de haber asesinado al ingeniero D. Alejandro Sáez de Tejada, antiguo novio suyo, cuando ella, según el fiscal, se encontraba ejerciendo la prostitución en ese momento. El buen hacer de Alicia, junto con la ayuda de su marido Álvaro y de Camilo, su antiguo compañero de estudios, además de varios testimonios fundamentales, como los de la chicas de la casa de alterne, dieron al traste con la teoría del asesinato, al dejar claro que Matilde trabajaba allí limpiando, que Alejandro había llegado a la casa de citas y se la encontró allí accidentalmente, y tras la sorpresa inicial, quiso aprovecharse de la situación de la chica e intentó forzarla. Mati, en ese momento tuvo capacidad de reacción que no llegó a tener cuando su padre le infringió semejante felonía, y agarrando lo que tenía más a mano, le asestó un golpe en la cabeza con la lámpara, con tan mala fortuna que Alejandro se golpeó de nuevo al caer, resultando muerto en el acto. Las compañeras de la casa, al oir el ruido, acudieron de inmediato para encontrarse con un panorama sobrecogedor: Alejandro yacía muerto en medio de un charco de sangre en el suelo, mientras Matilde permanecía sentada en el suelo, apoyada en la pared, con la mirada perdida y la lámpara colgando de la mano, mientras musitaba mecánicamente: “yo no soy una prostituta”….


El insigne fiscal Anastasio Merino, amigo personal de la familia de la víctima, y familia directa del marido de Pilar Vázquez de Prada, Julio Merino, el mismo que le disputó la plaza a Álvaro cuando estaba en la cárcel, accedió a librar su último caso cuando estaba a punto de retirarse de la abogacía, como favor personal a la familia del difunto, y broche final a su carrera. D. Anastasio Merino pidió para ella la pena capital, sin ninguna duda. Quiso el destino que su caso le fuese adjudicado de oficio a Alicia, que trabajaba en el despacho de Eduardo, y ya empezaba a coger experiencia en temas penales, y ni que decir tiene que puso todo su empeño en el caso de su prima. Alicia removió Roma con Santiago, visitó vecinos de la Plaza, se entrevistó con las chicas de la casa, porteras, serenos, … hasta que dejó meridianamente claro lo que había pasado…. Durante el juicio, Anastasio Merino se ensañó especialmente con la acusada, Matilde Roldán, pero Alicia se encargó de desmontar una a una todas sus teorías, y de demostrar la verdad de los hechos: que Matilde no tenía ninguna intención de matar a nadie, que la actuación de la acusada había sido siempre en defensa propia, y por supuesto, y la muerte de Alejandro había sido accidental. 

Alicia contuvo la respiración mientras el juez leía la sentencia:

“………..así pues, condeno a la acusada, Matilde Roldán Caballero, a pasar 30 años en prisión….”

El suspiro de alivio se extendió por una parte de la sala, mientras la otra media rompía en quejas y exclamaciones de descontento, y Matilde lloraba sin poder contener las lágrimas antes del abrazo que recibió de su prima. Ahora, una semana después, tras haber recibido las visitas del resto de la familia, que le traían ropas y otros objetos que pudiera usar a largo plazo, empezaba a asumir su nueva situación y a desmoronarse: iba a pasar toda su vida en la cárcel.

-No voy a aguantar… no sé cómo voy a poder aguantar….- decía entre sollozos.

-Mati, claro que vas a poder…

-No, Alicia, no… he aguantado estos meses, pensando que ocurriría un milagro, ilusa de mí, o tal vez aupada por vuestros ánimos y vuestro ímpetu para llevar el caso, pero no puedo más. De verdad, Alicia, no puedo más….

-Mati, ahora, precisamente ahora, es cuando tienes que ser más fuerte que nunca. Aún no hemos terminado.

-No, Alicia, no puedo con ello-…. Estoy cansada, cansada de luchar, cansada de vivir con esta culpa, cansada de ver a mi madre sufrir por mí, cansada de ver a mi hermano con la vida destrozada, y….

-SSSHHH, Mati, Mati… no digas esas cosas….

Mati se desahogaba, tras los nervios de los últimos días, mientras su prima la cogía de las manos.

-En primer lugar, tu madre no está sufriendo por ti. ¿Cómo va a estar sufriendo, si acabamos de ganar el juicio? Antes, cuando podían condenarte, sí que sufría por ti.

-Alicia, mi madre está enferma… y yo estoy aquí sin poder hacer nada.

Alicia se arrodilló para mirarla mejor.

-Mati, tu madre ya está atendida, sabes que sí.

Alicia ya se estaba ocupando de que a su tía Regina no le faltaran medicamentos, ni renta para pagar el alquiler.

-…y sí que puedes ayudarla desde aquí. Claro que puedes. Ella sufre más viéndote mal a ti. Si tú estás bien, si ella te ve bien, entonces ella estará mejor. ¿Entiendes?

Matilde verbalizó en ese momento la realidad que tenía encima.

-Alicia, me voy a morir aquí, ¿Es que no lo entiendes? Francamente, no sé que hubiera sido mejor, si…

Al pensar en la otra posibilidad, Matilde rompió en sollozos. 

-Ni se te ocurra decir eso…-le contestó Alicia enseguida.

-Escúchame- Alicia se arrodilló para que su prima la viera mejor-. Ya sé que ahora es todo muy negro, pero tienes que confiar en mí.


-Mati, esto es una carrera de fondo, y nos acabamos de colocar en la línea de salida. Debes de perseverar y no decaer. Te prometo que te sacaré de aquí… Esto no es el final, sino el principio. Estamos en plena línea de salida, y aún tenemos que subir muchos puertos.

Por un momento, Mati sonrió por el símil ciclista que le hacía su prima, entre sus lágrimas.

-Escúchame, Mati…

Alicia era consciente de que ningún juez de España, a la vista de las poderosas influencias que tenía la víctima, el infortunado Alejandro, hubiera declarado inocente a Matilde. Demasiado peso de su familia. Seguramente si el caso hubiese sido distinto (un rojo asesinado por un señorito de familia influyente), la sentencia habría sido totalmente distinta, pero las cosas eran las que eran, y solo quedaba hacer lo que le aconsejaba Álvaro: jugar el mismo juego que el Régimen).

-Esto ya es un paso importante- le seguía diciendo-. Te prometo que recurriremos, pero las cosas llevan su proceso, no se pueden hacer de un día para otro, ni siquiera de unas semanas para otras. Ahora el tema está caliente. Y seguramente la familia de Alejandro recurrirá la sentencia. Todavía no hemos terminado, aunque sí que hemos ganado la primera batalla.

-Debes de ser fuerte, porque nos quedan aún muchas batallas por librar- yo allí fuera, y tú aquí dentro, aguantando fuerte.

Mati abrazó a su prima, llorando. 

-Debes de seguir su juego, y estar bien aquí dentro en la cárcel, ya sabes… no faltes a las misas, da muestras de conducta ejemplar…. Todos los informes que se presenten serán favorables… hasta Don Senén intercederá por ti, ya lo sabes, aunque el hombre ya es muy mayor, aún tiene sus influencias.
Mati se venía abajo solo de pensar que iba a pasar toda su vida entre esos muros.
-Alicia… esto es horrible…
Alicia le acariciaba la espalda mientras a ella se le pasaba el acceso de llanto e iba dejando salir fuera todos sus temores. Sin duda, los días de tensión pasado, influían en el bajo estado de ánimo de su prima.

-Alicia, tú estás fuera, vas a ver el sol, y vas a poder ver crecer a tu hija, mientras yo….

Alicia se separó despacio de Matilde y le sonrió dulcemente. Mati la vió entre lágrimas como se llevaba la mano al bolso, para luego hacer un gesto a la mujer que estaba en la puerta de guardia, para tranquilizarla y darle a entender que no llevaba ninguna lima con la que pudiera fugarse la reclusa. Despacio, Alicia sacó una pequeña foto en color sepia, de su monedero.

 
-Mira… hoy mismo me ha preguntado por ti.
Alicia le enseñaba la foto de su hija Ana.

-No sabe nada del juicio, evidentemente, pero en estos días estas en boca de todos, en la casa. Y me pregunta por ti. Yo le hablo de ti. De su tía Mati.

-¿Sí?

-Claro. Es tu sobrina. Tiene que conocerte, eres de la familia. Le cuento cosas de cuando dormíamos juntas, de cuando éramos pequeñas… para que te tenga presente.
A Mati se le humedecían los ojos al escuchar a su prima.

-… y estoy segura de que algún día la vas a conocer, Mati. Te lo prometo- le dijo mientras le limpiaba las lagrimas de la cara.

Por primera vez en toda la visita, un leve rayo de esperanza iluminó el rostro de Mati.

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Luego en casa, Alicia manifestaría sus dudas a Álvaro.

-¿Crees que saldrá algún día de allí? Sin que sea una anciana decrépita, obviamente, que la sacan para que se muera fuera.

Álvaro razonaba.

-Uff, Alicia, sabes lo difícil que es dar consejos, y más tratándose de la familia, pero…
-….si le has ganado la batalla al todopoderoso fiscal Merino, dudo mucho que ahora te lo rebatan. Además, las pruebas que presentaste fueron lo suficientemente sólidas como para convencer al juez. De sobra sabes que la familia de Alejandro recurrirá, yo lo doy por hecho. Pero no creo que consigan nada. La sentencia del juez está muy bien redactada y la considero justa, dadas las circunstancias en las que nos movemos. Sé que hubiera sido otra de haber sido otros los acusados, pero esto es lo que hay.

-Lo sé- dijo Alicia.

-Sí que confío en que con el tiempo, se le apliquen medidas de gracia a tu prima, tales como reducción de la pena. E incluso alguna amnistía, acuérdate de aquella del año 52, con lo del Congreso Eucarístico, cuando a mí me soltaron… Matilde debe de mostrar conducta ejemplar e intachable, que vaya al taller de costura, que no falte a misa… Ahora, lo fundamental es que Mati no se ponga enferma allí dentro, y aguante bien, ya sabes a lo que me refiero.

-Sí- asintió Alicia. En su fuero interno, Álvaro se preguntaba si Mati sobreviviría al invierno, a todos los inviernos que seguramente le esperarían en prisión, donde el frío y las humedades podían hacer más estragos en la salud de las personas que la propia cárcel, y que Álvaro ya había padecido en carne propia. Aunque Mati en ese sentido tenía el apoyo de su prima, quien le hacía llegar regularmente ropa de abrigo, mantas, comestibles… Álvaro siguió hablando:

-No se puede esperar nada a corto plazo, y más con toda la prensa encima, buscando sensacionalismo y titulares a costa de esta historia. Ahora es mejor dejarla reposar, que los ánimos se tranquilicen, y….
Álvaro también le expresó sus temores.

-… no esperes ganar tu próximos casos. Por desgracia, éste éxito ha sido muy sonado, a pesar de tu poca experiencia. Así que es más que probable que el siguiente te lo echen para atrás. Ten cuidado con lo que aceptas a partir de ahora. No creo que Eduardo te dé casos muy comprometidos. Y créeme, es lo que te conviene a tu carrera. Ten en cuenta que has empezado “a lo grande”, y eso no te lo van a perdonar algunos peces gordos que llevan muchos años planchando la toga.

Alicia asintió. Por desgracia, Álvaro tenía razón, como después verían todos. Ahora no quería pensar en eso, solo centrar todas sus energías en su prima Matilde.

-Le llevaré algunos libros nuevos la semana que viene. Ya se ha leído todos los que le dejé la otra vez, aunque dudo mucho que estos días haya tenido la cabeza como para concentrarse en la lectura. ¡Ah! Y una foto nueva de Ana. Me ha preguntado por ella, le gusta que le cuente cosas de la niña, si dice palabras nuevas, y si…. Tiene ganas de conocerla, es una pena que no pueda…. Con lo maternal que ha sido siempre Mati, y lo que le gustaban los críos pequeños… Voy a ver si Ana le hace algún dibujo. Le voy a llevar más fotos en la próxima visita, y le….


Fin del Capítulo.
Continuará…


Fotos:
http://todoslosrostros.blogspot.com/2008_06_29_archive.html
Resto: Capturas personales.
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