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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 36

Capítulo 36.
Madrid. Mayo de 1.989.


-¡Vuélvemelo a pregunta, abuela, que ya me lo sé bien!
-¿Seguro? ¿No quieres repasarlo de nuevo, mejor?
-Que sí… es que lo había olvidado, pero eso me lo sé de verdad. Pregúntamelo, pregúntamelo..
-Pues venga, cuéntame. Isabel la Católica….

A insistencia de su nieta, Alicia le pasaba la lección de historia a Rocío, de rodillas en el suelo, apoyada en la cama. Esa tarde estaban abuela y nieta solas en casa, con la única compañía de Remedios, la enfermera.

-Te lo sabes muy bien, Rocío. Mañana sacarás buena nota si te lo preguntan.
-¿Ves cómo sí?- Rocío ponía cara de satisfacción y orgullo ante la incredulidad anterior de su abuela, por no saberse la lección.
-Si, mujer, si… -rió-. Anda, descansa un poco, llevas toda la tarde estudiando.
Rocío cerró el libro. Ella también deseaba cambiar de actividad.

-Y dime… ¿qué vas a estudiar cuando termines COU?
Rocío pareció contrariada. Esa pregunta también se la hacían sus padres, día sí, día también.
-¡Jo, abuela! Tú también como papá y mamá. Ya veremos, aún no lo he pensado.
-Ay, mi niña… Tu padre y te madres te insisten y hacen bien. ¿Aún no sabes qué quieres hacer? ¿Qué carrera quieres estudiar?

-¡¡Abueeeeeelaaaaa….!! ¡ Que todavía tengo mucho tieeeempoooo…..!
Rocío se hacía la remolona. Le exasperaba que le estuvieran todo el día preguntando.
-¿Medicina, como tu madre?
-¡Uy, quita, quita…! Yo medicina, ni loca. Además abuela, no puedo ya, he cogido la rama de Letras. Para estudiar Medicina tendría que haber estudiado Ciencias.
-Entonces las opciones se reducen. ¿Filología? ¿Idiomas? Se te dan bien los idiomas, ¿no? Sabes hablar francés perfectamente, y en inglés tampoco vas mal. También puedes estudiar Derecho, como media familia ha hecho. Como tu tío Pedro, tus tías, tus dos primos, tus….

-¡Uy, Derecho! Más abogados, no, no… Derecho no. Además, no me gusta. Tiene que ser un aburrimiento, todo el día con esos libracos… que va, que va…
-Pues dime, ¿qué es lo que te gusta más?
-Ay, abuela, que ya lo pensaré cuando llegue la hora, no me deis más la brasa entre todos, anda.
-¡Niñaaaaa…!
-Perdona, abuela, no quería decir eso.
“Qué diferencia entre los nietos de ahora y los de antes”, pensaba Alicia para sí. 

-Yo no quiero estudiar, abuela. En realidad, yo lo que quiero es ser modelo.
-¿¿CÓMO??
Alicia se incorporó en la cama. "Dios bendito, que mi nieta quiere ser modelo", pensó.
-Modelo. De las que salen en las revistas. Voy a ir con una amiga a hacerme un “book” y entregarlo a una agencia, que me han dicho que tengo posibilidades de…

-Pero hija… ¿cómo me estás diciendo eso?
-¿Lo ves, abuela? Y ahora vas a empezar como papá y mamá, a decir que con eso no voy a ningún sitio.
-No hija, no, pero me parece que alguien te está llenando la cabeza de pájaros.
-¡¡JO!!
Rocío ponía cara de “ahora voy a escuchar otro discurso”.

-Rocío, no dudo que tengas cualidades, pero ejercer de modelo no es nada fácil, es una profesión muy sacrificada, y vas a depender enteramente de terceras personas. Además, puedes estudiar una carrera perfectamente, mientras trabajas de modelo.

Alicia le cogió de la cara y le hizo que la mirara. Su nieta estaba en la luna de Valencia. “Y pensar que mi marido me decía que Jaime tenía la cabeza en las nubes”… pensó para sí. “Mi nieta está aún peor”.
-Rocío, los estudios que tengas van a ser el mejor equipaje que puedas tener para la vida. Eso será algo que no te lo va a quitar nadie.

Rocío la miró. Su abuela se había puesto seria de repente.
-Prométeme que vas a estudiar una carrera.
-Pero abuela…
-Promételo- insistió Alicia mirándola a los ojos.
-Bueno, vale… puedo estudiar en los ratos libres y en los aeropuertos- dijo Rocío.
Alicia descansó un poco. Esperaba que el nuevo capricho de su nieta fuera algo pasajero. Rocío se quedó pensativa.


-Además, abuela, dime una cosa: ¿Tú cuando tenías mi edad ya sabías lo que querías estudiar?
-Ja, ja, ja… me has pillado.
-Bueno, cuando tenía tu edad estudiaba bachiller en Francia. Y no, aún no sabía qué quería hacer, pero sí que tenía la carrera de Derecho puesta en mi punto de mira. Ya barajaba unas cuantas opciones, y Derecho era una de ellas. Además, recuerdo que me gustaba hablar con mi padre, tu bisabuelo, de temas legales y políticos.
-Uy, política…-la mueca de desagrado volvió a la cara de Rocío.

-Muchas noches, después de recoger- prosiguió Alicia- nos sentábamos en el sofá y él me contaba cosas sobre Derecho. Yo no sabía que eran temas legales, pero él me planteaba cuestiones y me hacía debatir sobre ellas. Sobre qué podía ser más o menos justo, o lógico, en una situación. Además, muchas veces me hacía ponerme en el lado contrario y buscar argumentos para justificarlo.
-¿?

-Me decía que en un problema siempre tenía que entender las dos partes. En realidad, me estaba planteando cuestiones que se les plantean a los abogados en los cursos superiores, pero él me lo hacía muy ameno. Casi ni me daba cuenta de que aquello era el estudio del Derecho.
-Luego vine a España y claro, planteaba esas cuestiones en clase. Recuerdo las caras que me ponían el resto de los compañeros, como si fuera de otro planeta. Y a tu abuelo le hacía sudar tinta, ja, ja…
-¿Si? ¿Por qué?

-Mujer, imagínate… los alumnos copiaban apuntes y los recitaban como papagayos. Y yo quería debates, quería enfrentarme a posturas distintas. Lo malo es que la situación de España no permitía manifestar las opiniones tan abiertamente como ahora, y tu abuelo hacía encaja de bolillos para contestarme a mis preguntas sin que nadie saliera malparado. Pobre… lo que le hice sufrir cuando me daba clase, en 1º de derecho, … jaja
Alicia recordaba todas las veces que Álvaro planteaba alguna cuestión, y ella se salía por peteneras, dejando al atribulado profesor sudando la gota gorda para no poner en un compromiso a la que luego sería su mujer. El resto de los compañeros de clase, si es que alguno lograba seguir el hilo a las preguntas de la niña, se quedaba pasmado.

-No me digas que eras una empollona, abuela…
-Seguramente. Sacaba muy buenas notas.
-Y si no hubieses estudiado Derecho, ¿qué habrías hecho?
-Bueno, estuve barajando también una carrera de Letras, Filosofía, quizás, pero…
-La verdad es que quise seguir la carrera de mi padre, a él le hacía mucha ilusión que yo siguiera sus pasos. Además, pensé que con la carrera de Derecho podría ayudar a más gente que con una de filosofía, por ejemplo, Y me daba más variedad laboral. Podía elegir entre ser abogada, presentarme a oposiciones, etc…
-¿jueza? ¿notaria?
-Ja, ja… Pues si, jueza. Pero en aquel tiempo las mujeres no podíamos ser juezas.
-¿No? ¿Y por qué?

-Ni juezas, ni fiscales, ni notarias…. Además, yo para poder trabajar, tenía que pedirle permiso a tu abuelo, a mi marido. Era necesario un permiso marital firmado, para poder trabajar.
-¡Anda ya, abuela! ¡No me lo puedo creer!
-Pues sí. Así estaban las cosas en España, no te creas. Por eso me animaba a seguir la carrera. La situación de las mujeres era tremendamente injusta, y yo, de alguna manera, me rebelaba. No entendía como tenía que depender de la voluntad de otra persona, de un hombre, para poder trabajar y ganar mi propio sueldo. Además, incluso cuando ganaba mi dinero, lo tenía que administrar mi marido. Yo no podía tener firma en el banco.
-¿No? Pero si la tengo hasta yo….
-si, tú tienes una cuenta de ahorro que te abrió te abuelo cuando naciste, igual que al resto de tus primos…... Pero antes una mujer no podía sacar dinero del banco. Ni siquiera su propio dinero.

-¿Y qué pasaba si lo necesitabas?
-Pues que un hombre de la familia tenía que sacarlo por ti.
-¿Y si ellos no querían?
-¡Ah! ¡Ahí está la cuestión! Yo tuve la suerte de tener a mi lado a un hombre maravilloso, que nunca me preguntó ni me negó nada que me correspondiera legítimamente. Pero muchas mujeres lo pasaban realmente mal cuando necesitaban un permiso marital para algo y su marido se lo negaba. Estaban en sus manos. 

Alicia se quedó pensativa al recordar tiempos pasados.
-…no sabes la de veces que lloré de impotencia en mi despacho, cuando veía auténticas injusticias, y no podía hacer nada. Estaba atada de pies y manos, las leyes no permitían el menor movimiento. Tenía que decirles a las pobres mujeres que legalmente no les quedaba otra salida, que eso era lo que había. Se me partía el alma de ver sus caras. Casi todas, cuando acudían a mi despacho, ya habían agotado todas las posibilidades. Yo era su última esperanza.

Alicia recordaba sus difíciles comienzos, cuando nadie acudía a su despacho, y notaba las miradas de desconfianza de los clientes ante una mujer para dirimir asuntos legales en un tribunal. Pero precisamente su condición de mujer abogada hizo que empezaran a acudir a ella una clientela con unos problemas específicos: mujeres principalmente, mujeres que necesitaban ayuda desesperadamente y que buscaban cualquier resquicio legal que les permitiera sobrevivir en una época en la que las leyes las trataban como a menores de edad o incapacitadas mentales.

-Cuando estudiaba Derecho y veía todo aquello, sentía el impulso cada vez más y más fuerte de querer cambiar las cosas. Tenía el deber moral de hacer algo. No podía quedarme de brazos cruzados viendo todo eso pasivamente. Por eso cada vez me apasionaba más y más estudiar la carrera de derecho.
-Además….
-¿…?
-…. estaban tu madre y tus tías. ¿Qué futuro les esperaba a mis hijas?
Muchas veces Álvaro y ella pensaban en sus tres niñas, y el futuro que les podía esperar si su vida dependía del hombre con quienes la compartieran.
-¿Las tías, abuela?
-Sí, tus tías.

-¿Y… las gemelas nacieron en Ávila?
-No… en Ávila solo estuvimos quince días, la pobre tía Filomena…
Alicia recordó su llegada intempestiva a Ávila, esa noche del 9 de Febrero del 56.
-¿Y qué pasó esa noche? ¿Te acuerdas?

-¡Claro que me acuerdo! Recuerdo el viaje, la oscuridad de la carretera, las curvas… llegamos a Ávila a las tres de la mañana. A la pobre tía le dimos un buen susto cuando nos oyó entrar en la casa.
-¿Y cómo entrasteis?
-Tu bisabuela Marcela llevaba sus llaves, no olvides que estuvo un mes cuidando de ella- contestó Alicia.
-La buena de la tía incluso nos estuvo ayudando a preparar las camas, a pesar de sus muletas…
Alicia recordó con una sonrisa.
-La tía tenía una casa muy pequeña, solo con dos dormitorios, pero nos acomodamos como pudimos. Tu abuelo y yo nos quedamos en el cuarto para invitados, con tu madre, que tenía cuatro años. Tu bisabuela Marcela se quedó en el cuarto de la tía.
-¿Y el tío Pedro?
-Pedrito se quedó en el salón, en el sofá cama. Mi niño… no se quejó de nada. 

A sus catorce años, Pedro Iniesta demostró una sorprendente madurez aquella noche. El niño calló durante todo el viaje, sin dejar de observar lo que hacían y hablaban los mayores, reteniendo todas las impresiones en su mente. Ni siquiera se quejó como hacía otras veces, cuando la tía la besó repetidas veces en sus dos carrillos, como si aún fuera un niño pequeño, cuando llegaron a la casa. Esa noche y los días siguientes, Pedro soportó estoicamente todas las carantoñas de tía Filomena.

Tras preparar las camas, pronto cayeron todos rendidos. No se despertaron hasta bien entrada la mañana siguiente. Lo primero que hizo Álvaro fue llamar a Eduardo, para recibir las noticias desde Madrid. Afortunadamente, la represión falangista no se produjo, no se supo bien si porque el chico herido no murió, o porque el Capitán General de Madrid se ocupó de una manera muy hábil de retirar todas las armas de los cuarteles de la Falange. Nadie deseaba un brote de violencia, empezando por el propio Régimen, así que esa noche afortunadamente no hubo patadas en ninguna puerta. La casa de los Iniesta permaneció cerrada a cal y canto durante su ausencia. Álvaro fue recogiendo mediante la prensa y las conversaciones telefónicas con Eduardo las noticias de los ceses del ministro de Educación, del Rector de la universidad madrileña, del decano de la facultad de Derecho, Torres López, que al igual que él, había pasado esa noche en Paris en previsión de represalias. Hubo numerosas detenciones entre los estudiantes. Álvaro tenía pensado seguir hacia Salamanca al día siguiente, pero el estado de Alicia y las noticias que llegaban de Madrid le hicieron desistir. Además, la tía no paraba de insistir en que se quedaran con ella, como así hicieron.

-Estuvimos muy bien en Ávila…
Alicia recordaba la tranquilidad que vivieron lejos del bullicio de la capital, los cinco juntos, a pesar de las estrecheces del piso donde estaban.
-¿Y qué pasó con las tías? Nacieron en Ávila?

-No, mi niña. Las tías nacieron en Madrid, aquí, en esta casa. En este dormitorio, en esta misma cama que ahora ves.
-¿Sí?
-¿No fuiste al hospital?
-¡Ay… mi niña…!- Alicia rió- ¿Y para qué iba a ir yo al hospital?
-Hombre, abuela…
-El doctor Salcedo me lo dijo, pero yo no quise. Estaba bien, y no me hacía gracia ir al hospital. El hospital es donde está la gente enferma.

Alicia recordó los desagradables recuerdos que tuvo de su anterior estancia. Los hospitales le producían ansiedad.
-Además…- bajó la mirada al acordarse de su marido fallecido- yo quería que estuviese tu abuelo a mi lado, y eso en el hospital hubiera sido imposible….

Alicia no quiso repetir la experiencia anterior, cuando sobrevino el nacimiento de us primera hija y Álvaro estaba preso en Ocaña. Se juró a sí misma que su siguiente hijo nacería con su padre presente, como así fue. 

- Estuvimos quince días en Ávila, hasta que vimos que ya no había peligro y decidimos volver a que nacieran aquí. Yo ya estaba muy pesada y no queríamos demorar más la vuelta. Y nos vinimos los seis, con la tía Filomena, no la íbamos a dejar allí, todavía tenía la pierna mala, la pobre…así que nos la trajimos a casa. Además, las clases en la facultad ya se habían reanudado, tu abuelo tenía que incorporarse.

-Y a las cuatro semanas ya vinieron tus tías al mundo.

Alicia recordaba con una sonrisa la cara de los allí presentes cuando vino la primera de las niñas al mundo y la sorpresa con al que fue recibida, sorpresa que se quedó en nada cuando vino la segunda. “¡¡¡Otra niña!!!”, había exclamado su suegra Marcela, alborozada por tener que vestir a tanta criatura de rosa. Esta vez Pedrito no se fue a casa de ningún vecino, sino que se quedó en casa cuidando de su hermana, que no paraba de preguntar qué pasaba con su madre y por qué entraba y salía tanta gente del dormitorio. Al final, a los niños les mandaron a la cocina a llenar bolsas de agua caliente, para que se entretuvieran y dejaran hacer a la comadrona, ayudada por Lucía, la mujer del médico, y Marcela, la abuela. LA tía Filomena también ayudaba a calentar agua en la cocina.

Tras arreglar todo, los niños entraron a conocer a sus nuevas hermanas, que se movían entre los encajes y las puntillas, en los brazos de su madre. Las criaturas eran tan pequeñas…
-¿Y dónde estaban metidas las hermanitas?- preguntaba la pequeña Ana, asombrada ante tanto incremento demográfico de golpe.
-En la barriga de mamá.
-¿…?
La niña no terminaba de creerse aquello, mientras ponía cara de incredulidad y le daba un tímido beso a sus dos hermanas, ayudada por su padre que la aupaba en brazos. Álvaro estaba pletórico con tanta criatura a su alrededor.

-Ya ve, Don Álvaro, le diría más adelante Pelayo en la cafetería del Asturiano-. Nuestro sino es estar rodeados de mujeres guapas e inteligentes.
Y Álvaro reía ante las ocurrencias de Pelayo, quien también lucía cara de abuelo orgulloso cuando paseaba a toda su tropa de nietas por el Retiro. 

-¿Y cómo eran las tías?
-Muy chiquititas, eran gemelas y nacieron dos semanas antes de lo previsto. Recuerdo como poníamos la estufa cerca, para que no se enfriaran, y metíamos bolsas de agua caliente en la cuna.

En ese momento entró Remedios, la enfermera que cuidaba de Alicia, cuando Ana se ausentaba para ir al trabajo.
-Alicia, ya es hora de la medicina. Y debes descansar.
-Vale, vale… no me dejais tranquila ni un rato- Alicia se quejó para luego excusarse, al ver la cara de circunstancias que le ponía Remedios.
-Venga, trae ya…- se dejó hacer, mientras bebía su medicina.
-Rocío…- Remedios miró a la niña. Sabía que Alicia necesitaba un descanso. Rocío asintió.

-Abuela, me voy, que te puedas dormir tranquila.
-Ay, mi niña.. quédate un rato más… Remedios te dejará. Mira, Remedios, la conozco casi desde cuando era casi como tú.
Remedios sonrió bajando la mirada. Ella era más que una simple compañera de trabajo de Ana. Cuando supo que Alicia estaba enferma, se ofreció de inmediato. Ana no lo dudó, quien mejor que ella para cuidar de su madre durante sus ausencias.

-Era muy jovencita, por aquel entonces- intervino Remedios-. Y mi hermano Diego, los dos éramos muy pequeños. ¡Cómo pasa el tiempo!...
Rocío se acomodó de nuevo a los pies de la cama, dispuesta a escuchar nuevas historias, si es que se las querían contar.
-¿Os conocíais de antes, Remedios?
-Así es. En realidad, yo estoy aquí gracias a tus abuelos.
-¡Ay, Reme! ¡No empieces otra vez con eso!... 

Rocío sonrió, quieta, sin irse.
-Tu abuela no lo reconoce, pero es verdad. Si no es por ella, seguramente yo no estaría aquí. Y quien sabe qué habría pasado…
-Bueno, ya está… tú estás aquí porque eres una mujer que se propuso ser enfermera, no olvides eso.

Remedios sonrió. Aún recordaba el lejano día en el que pisó por vez primera la Escuela de Enfermería y quien le costeó los estudios a ella y a su hermano. Cuando su madre, viuda de un preso político fusilado, no podía ni pagar los recibos de la luz.
Volvió a mirar a Rocío. Esta vez, la niña si comprendió que era hora de dejar descansar a su abuela.
-¡Buenas noches, abuela! ¡Que descanses!- dijo mientras se levantaba y le daba un beso en la mejilla.
-Buenas noches, mi niña…

Alicia cerraba los ojos por el cansancio y el efecto del sedante, mientras Rocío salía de la habitación cerrando la puerta y Remedios terminaba de guardar el instrumental médico, las jeringas, el tensiómetro, el fonendo, así como la botella de suero. Esa noche no hacían falta. Alicia se quedaba muy estable con las conversaciones con su nieta.

Ya en el dormitorio, tras terminar de cenar, la niña se quedó mirando a los peluches que tenía encima de su cama. El osito, ese tenía que ser. El oso de peluche, presente en sus juegos infantiles desde que tenía uso de razón, y ahora relegado a peluche del montón. ¿Sería este el que su madre se llevó a Ávila, sin saber que dentro estaban los escritos de su abuelo? ¿Estarían ahí los folios que faltaban al libro que encontraron en el altillo del armario?


Rocío cogió el oso con una mano y las tijeras con la otra.
-“Compañero, vas a prestar un servicio”- dijo mientras lo miraba con cara de solemnidad.
-“Tu sacrificio no será en vano. Las generaciones venideras tendrán en cuenta tu aportación a la causa. Serás inmolado en nombre del conocimiento… “

Empuñó las tijeras como si fueran un puñal, dispuesta a hacer saltar por los aires las tripas del osito. En el último momento, Rocío se detuvo.
“Pero Rocío, qué vas a hacer con el pobre animal”…

Al fin y al cabo, si cuarenta años antes su abuelo tuvo arrestos de hacer un cosido de artesanía al peluche, no iba ella a hacer una chapuza. Manejando la punta de las tijeras con mucho cuidado, fue abriendo un boquete en una de las costuras de la tripa del animal. No tardó en asomar la borra blanca y negra.
-“¡Nada….!”

Intrigada, siguió removiendo la borra. Allí solo había eso: borra. Ni rastro de papeles, ni siquiera alguna pista, alguna llave o indicio de dónde pudieran estar esos folios. Dándole vueltas al oso, cayó en la cuenta de la etiqueta que portaba.
-“Made in Taiwan”, leyó. “Pero mira que estás tonta, Rocío…”

La niña pensaba que en los años 50 los osos de peluche no llevaran etiquetas, y mucho menos, los hubieran hecho en el otro extremo del mundo. Evidentemente, ese no era el oso que estaba buscando.
-“Le preguntaré a la abuela”, pensó mientras le volvía a meter las tripas al oso por el agujero y abría la puerta de su cuarto. El silencio del pasillo la contuvo.

-“Mejor lo dejo para mañana, no voy a despertar a la abuela para esto…”
Arreglando al oso lo mejor que pudo, se desvistió y se metió en la cama. Su última mirada fue para el oso, que le miraba descosido desde el escritorio.

“Pobre Pepe. Mañana te coseré, amigo, no sufras. Primero iré a la agencia de modelos y luego te coseré la tripa. Al final has sido inmolado para nada”…

Y dándose la vuelta en la cama, cerró los ojos y se quedó dormida.

Fin del capítulo.
Continuará…

8 comentarios:

CAPÍTULO 36 dijo...

Muchas gracias a todas por seguir aquí leyendo y por vuestros cometnarios anteriores.
Teneis nuevo capítulo.

purivilla dijo...

Muchas gracias María, muy tierno este capítulo, el nacimiento de dos nuevas criaturas y la charla entre la abuela y la nieta, gracias de nuevo y esperando el próximo me quedo.

clavemas dijo...

María,este capítulo es entrañablemente tierno y muestra el amor de Alicia hacia Álvaro y de su cumplido deseo al estar él presente en el nacimiento de sus gemelas o mellizas.

Estoy deseando leer el próximo! Gracias por tu tiempo.

rmveguillas dijo...

Me ha gustado como has reflejado la diferencia entre las generaciones mediante la sintonía que hay entre Alicia y Rocío.
!pobre Pepe!!lo que tiene que sufrir un peluche en tiempos revueltos y más serenos! je, je

Azalea dijo...

Me ha gustado mucno,María. La confianza entre abuela y nieta,la ternura que hay entre ellas y por otra parte el nacimiento de las dos gemelas,Álvaro,Pedrito...Todo.
Gracias por seguir escribiendo,espero el próximo con verdaderas ganas.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Muchas gracias por este nuevo capítulo tan entrañable y tan bonito.

Existe una buena relación entre abuela y nieta, pero que distinta es Rocío a sus abuelos...

Estamos deseando ver al matrimonio con su ya familia numerosa.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

Isabel dijo...

MARIA como siempre el capítulo magnífico y muy tierno, me encanta ver como abuela y nieta se llevan fenomenal aunque podemos apreciar las diferencias entre ambas, la época en viven marca el pensamiento de cada una, me ha gustado mucho como la abuela le hace prometer a la nieta que va a estudiar una carrera. Los recuerdos de su estancia en casa de la tia Filomena y del nacimiento de las gemelas muy bien descritos. En una palabra GENIAL.

Pepe dijo...

María espero que me dejes a Pepe como nuevo . Estupendo el capi,me ha gustado la Alicia abuela...