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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulos 33-34-35. Curso del 55-56.

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Capítulo 33.
Madrid, 8 de Febrero de 1.956.


Éste es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
Miguel de Unamuno.


Alicia se abrochó los botones de arriba del abrigo cuando salió a la calle y notó el frío de aquella mañana de febrero, ante la imposibilidad de abrocharse la parte de abajo. Embarazada de casi siete meses, el abrigo ancho ya no podía rodearle la cintura, y se conformaba con ajustarse el cuello y mantener la bufanda en su sitio. Ese día había terminado pronto en el bufete, y Eduardo, su jefe y amigo personal de su marido, no le puso ninguna pega a que saliera antes. No en vano, fue él quien gestionó todo lo necesario cuando Álvaro estuvo preso en Carabanchel primero, y en Ocaña, después. Más tarde, le ofreció a Alicia un puesto de pasante en su bufete, cuando ésta se licenció en Salamanca y los Iniesta volvieron a Madrid. La relación entre ambas familias iba más allá de la relación laboral, y Eduardo se hacía cargo de las evidentes molestias que últimamente sentía Alicia debido a su gravidez inmensa. Eso, y que la visión de una mujer en avanzado estado de gestación en los pasillos de la Audiencia provocaba más de una mirada de escándalo entre algunas polvorientas togas con olor a naftalina que por allí pululaban. Aquellos ilustres juristas de los años 50 volvían sobre sus pasos cuando se cruzaban con Alicia por los pasillos, ajustándose las gafas sobre el puente de la nariz, para mirarla con ojos suspicaces, mientras ella avanzaba por las salas con su fajo de carpetas en la mano y su vientre redondo. Ella se percataba de aquellas miradas a sus espaldas, cosa que le molestaba sobremanera, pero trataba de no dejarse afectar por la situación y procuraba realizar su trabajo lo mejor posible. Se podía decir que , la mayor parte de los días, era la única mujer que pisaba esos suelos.


Alicia llevaba en el bolso sus carpetas, para repasarlas en casa. En ausencia de su suegra, los asuntos domésticos la reclamaban más que antes. Doña Marcela llevaba casi un mes en Ávila, al cuidado de la tía Filomena, que había sido operada de la rodilla. Sin su suegra en casa, Alicia normalmente comía con Álvaro y luego trabajaba un rato por la tarde, para luego dirigirse a recoger a su hija Ana, que cursaba su primer año en la sección de párvulos del colegio ESTUDIO. Luego traía de camino a Pedro, el hijo de Álvaro, que estudiaba unas calles más abajo y también estaba de medio pensionista.


Pero estos últimos días habían sido bastante agitados, con las revueltas de los estudiantes, con manifestaciones de unos, manifestaciones de otros, con disturbios en las calles y con reuniones interminables en la facultad, Esos días, a Alicia le tocó comer sola, mientras guardaba el plato de su marido para la cena, y recogía en silencio la casa, que se le hacía extrañamente vacía.

Las reuniones del claustro de profesores llegaron a ser casi diarias y convocadas con carácter urgente, y Álvaro casi nunca llegaba a casa antes de las ocho, cansado y hambriento, con el tiempo justo para darse una ducha, cenar con sus hijos y acostar a la pequeña, que no se dormía si su padre no le daba un beso de buenas noches en la cabecera de su cama. Luego, en la tranquilidad silenciosa de la casa, con los niños en las habitaciones, Álvaro le relataba a Alicia el parte del día:

-Hoy también ha habido gresca- contaba-. Los estudiantes han empezado a celebrar unas elecciones en clase. Ha sido de forma totalmente espontánea, sin planificar, pero los chicos se han puesto a presentar candidatos para su CONGRESO DE ESTUDIANTES, y a iniciar una votación. Lo malo ha sido que de repente ha irrumpido un grupo de falangistas, serían treinta o cuarenta, y han boicoteado el acto.
Luego el decano nos ha convocado en Junta de Gobierno y...

Y Alicia escuchaba en silencio mientras cenaba. Ella también estaba cansada, y en su fuero interno pensaba que los estudiantes habían iniciado un camino sin retorno, algo que se les estaba yendo de las manos, y que nadie sabía como terminaría.

Al día siguiente, Álvaro contaba más de lo mismo:

-La placa que hay colocada en el edificio, ¿sabes? La que hay en memoria de los caídos, apareció apedreada y medio arrancada. Nadie sabe quien ha sido, pero ha habido mucho revuelo en la facultad. Los profesores estaban nerviosos, y los alumnos bastante agitados. Ha sido imposible concentrarse en la clase. Temíamos que de un momento a otro, los chicos saltaran de sus asientos, o que se abriera una puerta y apareciese alguien... qué se yo...

Como era de prever, la agresión a la placa en memoria de los caidos por Dios y por España no tardó en tener consecuencias. Al día siguiente, decenas de falangistas fueron convocados allí para homenajear la placa y cantar delante suya el “Cara al Sol”. Ese día, los estudiantes se enfrentaron a ellos, sucediéndose los disturbios. Por la noche fue asaltado un colegio mayor universitario. El “ambiente facultativo”, que hubiera dicho Pelayo, estaba tenso, muy tenso.



De nuevo, Álvaro se retrasaba más de la cuenta, y Alicia acostaba a los niños con la promesa de que luego entraría su padre a verles, mientras ella se quedaba esperando en el sofá del salón, con la lámpara pequeña a media luz y la manta echada en sus pies, aguardando pensativa a que sonase el teléfono en cualquier momento. Alicia esperaba a su marido con semblante serio, mientras pasaba la mano por su vientre y notaba la vida bullir agitada en su interior. “Esta criatura se movía mucho”, pensaba. Cuando estaba embarazada de Ana, no notó tanto las patadas. En esos momentos, nadie sospechaba que no era una, sino dos, las criaturas que Alicia llevaba en su vientre. Las gemelas Carmina y Mercedes pronto llegarían al mundo.

En una de las ocasiones, Álvaro apareció pasadas las diez.

-Lo siento. Hemos tenido reunión extraordinaria con el decano. Ha sido interminable...

Alicia suspiraba resignada.

-Estaba preocupada. Temía que te hubiera pasado algo.

-Lo siento, ni siquiera pude avisar....-acertaba a decir él, rendido por el hastío.


Y Álvaro y ella se iban a la cama aliviados de terminar el día los dos juntos, no sin antes entrar a darle un beso a la niña, como todas las noches.


El día ocho de febrero, Álvaro se fue temprano a la facultad, al igual que todas las mañanas.

-Es posible que hoy también me retrase un poco. Seguramente nos volverán a convocar para alguna reunión. No te asustes si tardo. Si ves que no llego, acuéstate.

-Te esperaré como todas las noches- le dijo Alicia.

Y Álvaro cogió su cartera y se fue a su trabajo, en la calle San Bernardo, mientras Alicia hacía lo propio con el suyo, en el bufete de Eduardo, después de dejar a los niños en el colegio y de comprar en par de cuadernos de notas que le hacían falta en una librería cercana. Hoy no tenía por qué pasar nada extraño, nada fuera de lo normal, o eso esperaba.


Tras terminar de abrocharse el último botón del abrigo y cruzarse el cuello, en el portal del despacho de abogados, Alicia inició el camino de vuelta a casa . Tenía que dirigirse antes al mercado, a realizar unas compras para la cena. Las calles parecían estar tranquilas, y el tráfico fluía con aparente normalidad. Alicia se acordó de su marido. Quizás hoy no pasaría nada importante y Álvaro podría regresar antes a casa, pensó para sus adentros.


Alicia se acordó de los niños, Ana y Pedro, y sin saber exactamente por qué, decidió dar un rodeo y encaminar sus pasos en otra dirección. Cerca de allí estaba el colegio ESTUDIO, donde cursaba estudios de bachiller el hijo de Álvaro. Al volver la esquina no pudo evitar dar un salto de sorpresa. Un griterío la hizo volver sobre sus pasos y refugiarse donde primero pudo. Alicia se metió en el tranco de un portal, asustada, mientras veía pasar la multitud.

Un pelotón de jóvenes con la camisa azul y la boina roja, bajaban corriendo y vociferando por la calle. Detrás de ellos iba una de las Centurias falangistas, y cerrando la formación, la Guardia de Franco. Pegada a la pared, les miró con alarma. La visión de la guardia de Franco eran palabras mayores. Sin duda, había pasado algún incidente más serio. Alicia se llevó la mano al vientre, en una mezcla de instinto de protección y necesidad de agarrarse a algo, mientras oía el eco de lus zapatazos retumbando en su cabeza. El pelotón se le hizo interminable. No podría asegurar cuanto tiempo estuvo aguardando a que pasara aquella tropa de hombres uniformados, allí sola, pegada a la pared, pero a ella le parecieron minutos eternos.


Cuando la estampida pasó, Alicia permaneció unos segundos allí quieta, aguardando, con la respiración agitada y las piernas temblando. Necesitó unos minutos para recomponerse y reaccionar antes de echar a andar. La calle se había quedado desierta de repente, y algunos comercios habían echado la persiana de forma súbita, en previsión de unos disturbios que, afortunadamente, habían pasado de largo. Alicia pensó en la universidad. Seguramente habían tenido disturbios ese día. La imagen de Álvaro acudió a su pensamiento. Ojalá no hubiera pasado nada y Álvaro pudiera venir a casa pronto.


Alicia salió del portal con gesto preocupado. Se cruzó el bolso en bandolera, cruzándolo por encima del vientre, para poder caminar con más libertad. Sin saber por qué, echó a andar en dirección contraria a la que debía tomar, hacia su casa, y encaminó sus pasos calle arriba, por donde había visto llegar a los falangistas. Empezó a remontar la calle Miguel Ángel, la calle donde se encontraba el colegio ESTUDIO. A la vuelta de Salamanca, Álvaro y ella quisieron que sus hijos estudiaran allí, y así lo hicieron.

"...El colegio, fundado en 1.940 por tres mujeres de la Generación del 27, Jimena Menéndez-Pidal, Ángeles Gasset y Carmen García del Diestro, junto con otros profesores vinculados a la Institución Libre se Enseñanza, supuso toda una aventura pedagógica en la España de la postguerra. En los difíciles años que sucedieron a la contienda y mientras en toda España se implantaba la escuela nacional-católica, el colegio salió adelante en sus difíciles comienzos, gracias al apoyo de familias de intelectuales y profesionales liberales que vivían el exilio interior y en contacto con familias del exilio en América. El colegio se mantuvo fiel a sus principios, defendiendo los ideales educativos que promovía la Institución Libre de Enseñanza, ofreciendo a sus alumnos una educación fundamentada en la libertad de la conciencia y en el conocimiento científico riguroso, al margen de ideologías y creencias, basada en el diálogo y la tolerancia. Una educación activa (en la que el alumno construye su propio conocimiento guiado por el profesor), e integral (pues concierne a todos los aspectos de su personalidad)...."



Pedro ingresó en el colegio ESTUDIO para cursar el bachiller, al tiempo que su hermana Ana cursaba sus estudios de párvulos en el edificio de la calle Oquendo, situado unas calles más arriba. . Los Iniesta decidieron dar esa educación a sus hijos, haciendo un esfuerzo económico que les hizo postponer otros gastos superfluos, como la compra del coche que tanto deseaba Álvaro. Tras la vuelta de Salamanca en el año 54, con Álvaro ya reincorporado de pleno derecho a su cátedra de Derecho Romano, los Iniesta pudieron empezar a liquidar deudas, a devolver favores y a desempeñar objetos, y la compra de un coche estaba entre los objetivos a medio plazo de Álvaro. Objetivo que decidió posponer para hacer frente a lo que ellos consideraron sus prioridades en ese momento: los pagos del colegio de sus hijos. El coche podía esperar.

-Podemos ir en tranvía a todos sitios, o en autobús- decía él-. No es una cosa urgente. Podemos vivir perfectamente sin coche.
-Nunca se sabe, hijo, nunca se sabe...-contestaba la abuela Marcela.



Un poco intrigada por el bullicio que acababa de ver pasar, Alicia subía por la calle Miguel Ángel, con un extraño presentimiento rondándole la mente. Por el camino se cruzó con otras mujeres acompañadas de adolescentes, sus hijos seguramente, de la misma edad de Pedro. Tenían el gesto grave y el paso ligero, y algunas de sus caras le resultaban familiares a Alicia. No había duda que eran compañeros de colegio del hijo de Álvaro y era extraño verles en la calle a esas horas. Algo debía de haber pasado, pensó Alicia, que apretó el paso hasta llegar a las puertas del colegio, donde se detuvo.


En aquel espléndido edificio de la calle Miguel Ángel, propiedad del Instituto Internacional, institución americana que desde 1910 impulsa la educación de la mujer en España, y que compartía con el colegio sus instalaciones, se encontraba estudiando Pedro, el hijo de Álvaro. Alicia aminoró el paso al llegar a la la verja metálica que lo rodeaba. Tenía la sensación de que algo había ocurrido y no sabía exactamente qué.



Un extraño silencio flotaba en el ambiente y Alicia franqueó la verja, que estaba abierta, observando varios penachos de flores arrancadas y pisoteadas en los jardines de la entrada. En las escaleras del edificio, los cristales rotos procedentes del marco de la puerta alfombraban peligrosamente el suelo. Algunas de las ventanas que daban al jardín también lucían debajo suya el recuerdo de varias certeras pedradas.

Alicia decidió entrar en el edificio. Pisando trozos de cristal, subió la escalera de la entrada y franqueó la puerta, que estaba extrañamente abierta de par en par. Un silencio tenso flotaba en el ambiente, que olía a tarima de madera, a sudor y a pólvora. Dentro, los profesores y alumnos se recomponían en sus respectivas aulas, intentando tranquilizarse y comprobando que las cosas estaban en orden, que nada estaba roto y que los alumnos estaban todos, algo nerviosos, pero sin nada grave que pudiera lamentarse. Algún lloro en algún estudiantes de las clases inferiores, alguna imprecación en voz alta en las clases de los mayores...

Alicia miró a su alrededor estupefacta y mirando al portero, preguntó:

-¿Qué es lo que ha pasado aquí?

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Durante la tercera hora de la clase, mientras Pedro y sus compañeros de grupo se centraban en la explicación trigonométrica del profesor de Matemáticas, oyeron un estruendo indefinido en la calle, al que no prestaron mucha atención, Acto seguido, los niños pudieron distinguir perfectamente el ruido de varios golpes en las puertas del colegio, seguido de ruido de cristales al romperse, hasta que de súbito, una piedra del tamaño de un puño entró en su aula rompiendo ruidosamente un cristal, y provocando que muchos de ellos se levantaran de sus sillas asustados.

El profesor de Matemáticas dejaba la trigonometría para otro momento, mientras se apresuraba en quitar a los niños de las ventanas y los arrinconaba en una esquina de la clase, para evitar que les golpearan nuevos proyectiles que vinieran por las ventanas. En el rincón, los niños fueron oyendo en el eco de los pasillos un resonar de botas militares, de voces imperativas y puertas que se abrían de golpe y porrazo entre voces infantiles y juveniles que gritaban asustadas. .Pedro oyó el ruido de portazos, los gritos de susto de sus compañeros, las voces de no se sabía quien... hasta que en una cuenta atrás interminable, la puerta de su aula se abrió de una patada.

Con los muchachos paralizados, con los ojos abiertos como platos, vieron como entraba en sus aulas la Centuria 20 de falangistas, seguidos por la Guardia de Franco, con sus uniformes azules, sus botas militares y sus gorras. Era la segunda visita que hacían en la mañana, tras hacer lo propio en la facultad de Derecho, donde los susodichos interrumpieron las clases, asaltaron las aulas y todo tipo de objetos y mobiliario de la facultad volaron por las ventanas al patio interior. Tras la demostración de poder realizada ante los estudiantes universitarios, encaminaron sus pasos hacia la calle Miguel Ángel, sabedores que allí se encontraban estudiando muchos de los hijos de aquellos que no eran todo lo afectos al régimen que debían de ser. Allí realizaron otra demostración de fuerza y bravuconería ante los niños, que contemplaron aquello sin poder hacer nada. Tras romper cristales, abrir las puertas a patadas y asustar al personal del centro, abandonaron el lugar cantando el Cara al Sol.

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Pedro salió del aula a instancias del portero, que le acompañó a la salida, donde le esperaba Alicia. Un poco asustado, el niño todavía estaba chocado por todos los acontecimientos.

-¡Pedro!! ¿Estás bien?-exclamó ella.

Al niño asintió. Impresionado por los acontecimientos, intentó aparentar entereza delante de Alicia.

-Vámonos- dijo.


Alicia cogió del brazo a Pedro, que no decía ni palabra y tenía la mirada perdida, y lo encaminó a la salida.

-Vamos a recoger a tu hermana, antes de que sea más tarde. Y luego nos vamos directamente a casa, a esperar a papá.

Con paso ligero, Alicia y Pedrito se encaminaron calle arriba hacia la calle Oquendo, donde se encontraba el edificio de los pequeños, la sección de párvulos del colegio ESTUDIO.



Por suerte, éste se encontraba cerrado a cal y canto. Con gesto de alivio, Alicia comprobó que los pequeños no habían recibido ninguna visita inoportuna, aunque en el centro si estaban avisados de lo que había pasado en el edificio de sus compañeros mayores. Algunas madres también estaban recogiendo a sus hijos. Alicia pronto salió con Ana de la mano.

-¿A dónde vamos?- preguntaba la niña, extrañada por la salida a hora intempestiva. La niña se encontraba muy contenta terminando un puzzle, cuando vino su madre a llevársela de la clase. Le fastidió la contrariedad de tener que marcharse dejándose su tarea sin terminar.

-Nos vamos a casa, que papá está esperando.

Alicia confiaba en encontrarse allí con su marido. Si había habido incidentes en la facultad, es posible que hubieran cortado las clases y los profesores hubieran marchado. Aunque también era posible que, al igual que otros días, hubieran tenido reunión extraordinaria. Sin saber exactamente qué había pasado, sólo tenía un pensamiento: llegar a casa cuanto antes. Las calles de Madrid le parecieron inmensamente hostiles, y anhelaba encontrarse en la seguridad de las paredes de su hogar. Allí esperarían los tres a Álvaro.


Alicia cogió a Ana de una mano y su hermano Pedro de la otra, para ayudar a la niña e ir más ligeros. Los tres atravesaban las calles, llevando a Ana practicamente en volandas. A ratos, Alicia se volvía a ver si pasaba algún tranvía, algún autobús que coger, pero ese día no hubo suerte y Alicia miraba en vano. La inercia de sus nervios la hicieron continuar andando, en vez de esperar a que pasara algún coche. Lo único que quería era llegar a casa cuanto antes. Además, pensó, es posible que la línea la hayan cortado, y no pase ningún transporte en mucho tiempo.... se decía, mientras atravesaban Madrid por calles secundarias, evitando las aglomeraciones de las calles principales, y buscando dar un rodeo para evitar los disturbios.



-¡Vámonos por aquí!- indicó a Pedro.

Una tras otra, iban atravesando calles paralelas, con gente que también iba corriendo con prisa, unos queriendo evitar aquello, otros hacia allí. Alicia creyó oir en otra dirección griterío de masas, tumulto,jaleo, y encaminaba sus pasos en dirección distinta. Creyéndose muy lejos de los disturbios, decidió doblar la esquina, para cruzar la calle Alberto Aguilera y desde allí, todo recto, bajar hacia su domicilio. Tras media hora de caminata, Ana ya iba casi a rastras por la calle,

-Mamá, no corras, me canso...- le decía su hija Ana.

-Vamos- contestaba Alicia apretando el brazo de su hija y tirando más de ella.


-Mamá, que no puedo más....- le decía la niña ya exhausta y a punto de llorar.

Alicia se detuvo y aminoró el paso, Estaban en una calle estrecha, sin apenas tráfico. Y se detuvieron para recuperar el resuello. Ella también acusaba la caminata. No en vano, desde que salió del trabajo, llevaba casi una hora andando sin parar, nerviosa, y tirando de casi ocho kilos de tripa por medio Madrid.

-Vamos, mi niña, ya queda poco, ... Pedro y yo te ayudamos...

Alicia reanudó la marcha con los dos niños, bajando por la calle perpendicular. Pronto saldrían a Alberto Aguilera, y desde allí,cruzarían de frente, sin dar más rodeos, hasta llegar a su casa. El ansia por llegar daba alas a los pies de Alicia, que no podían detenerse. Andando, la calle se terminó y salieron a la calle principal. De repente, sin saber cómo ni de qué manera, la familia Iniesta se vio envuelta en el tumulto. Alicia, Ana y Pedro se vieron en medio de todo. Allí estaban.


Los estudiantes que habían salido de la San Bernardo, la policía, los falangistas, todos corriendo, unos corrían delante, otros corrían detrás, unos arrojaban cosas y otros se defendían. La policía cargaba y la gente corría para salir de allí mientras recibían empujones por todos lados.

Inconscientemente, Alicia apretó la mano de su hija y pegó un tirón de ella, para no perderla entre la multitud. En una especia de sexto sentido, Alicia volvió la cabeza lo justo para evitar que una piedra que volaba la impactara de lleno en su frente, que si recibió el roce del proyectil. Los nervios hicieron que Alicia no notara nada, ni siquiera cuando empezaron a gotearle unas gotas de sangre de la brecha. Sólo recordaba que. en ese momento, agarró la mano de su hija de cuatro años con todas sus fuerzas. Temía perderla.



En medio de la marea humana, Alicia sintió empujones, gritos, golpes, y varios ruidos de lo que ella creyó eran disparos de pistola, que la hicieron estremecerse y notar su corazón palpitar desbocado en el pecho. No recordaba nada más que quería salir de allí a toda costa, que luchaba por hacer se un hueco entre el tumulto mientras gritaba para que Pedro la oyera y apretaba la mano de Ana.

-¡¡Vamos!! ¡¡Por aquí!!

El grito de Alicia era ahogado por todas las voces masculinas que allí había. Alicia seguía andando, llevando a Ana en diagonal, para cruzar la calle y salir de allí. No tardó en percartarse de que Pedro no estaba con ellas. En alguno de los saleones, ambos hermanos se soltaron de la mano sin darse cuenta.

-¡Pedrito!- gritó.

Alicia buscó con la vista, mirando en todas direcciones.

-No puede ser.... ¡¡Pedro!! ¡¡Pedrooo!!


Alicia miró alrededor. Pedro no estaba cogido de la otra mano de Ana. Acelerada, se agachó hasta la altura de su hija para preguntarle

-¿Y Pedro?

Ana miraba con los ojos abiertos como platos la sangre que manchaba la frente de Alicia. Al ver a su madre así, la niña no reaccionaba. Alicia cogió a la niña con fuerza por los hombros.

-¡ANA! ¿DONDE ESTÁ PEDRO? ¿QUÉ HA PASADO CON PEDRO? ¿CUANDO TE HA SOLTADO PEDRO?

Ana se echó a llorar desconsolada en el hombro de su madre. Alicia la levantó del suelo a duras penas, cogiéndola en brazos, y colocando las piernas a horcajadas sobre su tripa. Arrepentida de haber asustado a la niña sin querer, quiso calmarla.

-No pasa nada, mi niña, no pasa nada... busca a Pedro, tenemos que encontrar a Pedro...mira a ver , si ves a Pedro, desde ahí arriba... tenemos que encontrarle... no podemos irnos a casa sin él.

Alicia también miraba en todas direcciones en vano. Ni rastro de Pedro.

-¡PEDRO!- volvió a gritar.

No sirvió de nada. El escándalo que había ahogaba su voz y la de cualquiera que hubiese hecho lo mismo. Era imposible encontrar a nadie en todo aquel ajetreo.



Alicia siguió andando, con Ana agarrada de su cuello y su cabeza metida entre sus hombros. Alicia no quería que la niña viera aquello y le cubrió la cabeza con una mano.

-¡Vámonos! Vamos a salir de aquí...

Alicia dio varias vueltas errática, entre la multitud, buscando a Pedro y mirando en todas direcciones. Se tocó la frente con la mano para quitarse el sudor que le caía, sin percartarse que era la sangre que le goteaba de la brecha. De Pedro no había ni rastro.


Intentando pensar con calma, decidió salir de allí, y poner a salvo a Ana. Puede que Pedro hubiese salido él también del tumulto y estuviera esperándolas calle abajo. O puede que no, y el niño hubiera recibido algún golpe, alguna pedrada, y estuviera tendido en el suelo sin que nadie se percatara de ello. Sacudió la cabeza para espantar los malos pensamientos.

“Vámonos a casa”, se dijo. “Es posible que Pedro esté allí, al fin y al cabo, sabe llegar él solo”.


Alicia terminó de cruzar la calle con la niña en brazos, cuando de repente, un sonido más fuerte que los anteriores la sobresaltó. Aquello no eran salvas para asustar, ni juegos con pólvora. Era un disparo de pistola que había impactado claramente. Por una fracción de segundo, Alicia revivió en su mente todos los recuerdos que su mente de niña borró cuando tenía ocho años, y era ella la que iba agarrada del cuello de su padre huyendo de las bombas que caían en Madrid, en plena guerra civil, cuando su padre luchaba por sacarla de allí mientras su madre yacía muerta, alcanzada por una de las bombas que cayeron.

Presa de gran nerviosismo, apretó a Ana contra sí todo lo que le permitían sus fuerzas, mientras echaba a correr calle abajo. La niña también se agarró al cuello de su madre, como un animalillo se aferra a un asidero para no caerse. A casa. Quería llegar a casa. Quería llegar allí, dejar a la niña a salvo, y buscar a Pedro. Llamaría a Álvaro a la facultad. Y si no lo localizaba, llamaría a los hospitales, a la comisaría, a Eduardo, su jefe, él tenía contactos en Gobernación y podía hacer algo.

En esos pensamientos, Alicia atravesaba las calles en dirección a casa, mientras giraba la cabeza cada vez que llegaba a una esquina, para ver si Pedro estaba por allí. Pero de Pedro no había ni rastro. Alicia no se percataba de que la gente la miraba de manera extraña, volviéndose al ver pasar a una mujer embarazada corriendo con una niña en brazos, con un reguero de sangre seca cayendo por la frente. Sentía los brazos de Ana alrededor de su cuello en un abrazo asustado, asfixiante. Ya le quedaba poco para llegar a casa, pronto llegaría a la Plaza Mayor, y desde ahí, todo hacia abajo. Pronto dejaría de correr y descansaría en casa, ya quedaba poco, pensaba mientras jadeaba más y más fuerte, buscando recuperar el resuello. Alicia no se permitía un respiro al verse tan cerca del final del trayecto. Pedro seguía sin aparecer.


Con celeridad, Alicia cruzó la plaza Mayor hasta que tuvo que detenerse en uno de los soportales. Necesitaba respirar. Su cuerpo no podía más.



Buscando una pared donde apoyarse, con la respiración entrecortada y su hija agarrada de su cuello, Alicia notó que las piernas no le obedecían y que la vista se le nublaba.



Fin del Capítulo.

Continuará...


Cita *:
http://www.revistadearte.com/2009/09/13/el-colegio-%E2%80%9Cestudio%E2%80%9D-una-aventura-pedagogica-en-la-espana-de-la-posguerra/

Colegio ESTUDIO:
http://www.secc.es/ficha_actividades.cfm?id=2871


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Capítulo 34.

Mismo día. 8 de Febrero de 1.956.
 11 horas de la noche.
Madrid. Casa de los Iniesta.





¿Qué mayor dolor puede haber para los mortales que ver sufrir a sus hijos?
Eurípides.



-Buenas noches, señor Iniesta.
El sereno abría a Álvaro la puerta del edificio, ya cerrado a cal y canto a esa hora de la noche.
-¿Cómo ha ido el día, señor Iniesta?
-Regular, Manuel, regular...
-Dicen que hoy ha habido jaleo en la universidad... ay, estos jóvenes de ahora...
-Si, hoy también ha habido jaleo. Veremos a ver en qué termina todo esto. Gracias, Manuel, que tenga buena noche usted también.

Álvaro se despedía cortésmente del sereno y entraba en el portal de su casa. La verdad es que no tenía ninguna gana de hablar con nadie, y menos con Manuel. Buen hombre, a veces demasiado, en algunas ocasiones se le veía hablando con excesiva vehemencia con esos hombres vestidos de gabardina que se dejaban caer de vez en cuando por el barrio, haciendo preguntas a los serenos y a los porteros de las fincas. Álvaro ya olía a la legua a la policía secreta, y se escamaba cuando veía que Manuel era su principal fuente de información. El hombre, en su simpleza, no se percataba que terminaba diciendo a la policía justo lo que éstos querían oir. Tras cerrar la puerta trás de sí, subió pesadamente las escaleras hasta su casa, con su cartera de cuero en la mano.

Con gesto cansado, sacó las llaves de su bolsillo. "Al fin en casa", pensó, después de un aciago día en el que había pasado de todo.


La mañana había sido bastante agitada en la calle San Bernardo, cuando de repente, en mitad de las clases, y sin que nadie los esperara, irrumpieron en ella los falangistas. Los enfrentamientos entre los estudiantes ya empezaban a ser una costumbre desde el día 1 de Febrero, día que Jaime y sus compañeros difundieron un manifiesto pidiendo democracia y representatividad en la Universidad española. Para algunos, aquello no dejaba de ser sino "cosas de jóvenes", como decían los viejos bedeles de la facultad de derecho, al ver a aquellos chicos imberbes luchando entre ellos. Ahora, en 1.956 y viente años después del inicio de la contienda, esa mezcla formada por hijos de familias de izquierdas vencidas en la guerra, hijos de prohombres del Régimen, y jóvenes que habían llegado a posturas disidentes al contrastar la realidad con los valores con los que habían sido educados, esa mezcla que se daba cita todos los días en la facultad para escuchar la misma clase de derecho, se encontraba reivindicando la razón propia frente a la razón del que tenía delante, con el ímpetu de quien sólo tiene veinte años y no ha vivido una guerra civil.

Pero la irrupción en las clases de una de las Centurias falangistas, con la guardia de Franco detrás de ellos, fueron palabras mayores. Los días anteriores, el escudo de la Falange que colgaba en uno de los muros había sido dañado, y los falangistas se tomaron eso como un agravio personal.El Régimen tomaba cartas en el asunto y mandaba sus escuadras a imponer el orden y a disuadir a los opositores. A Franco no se le tosía, y eso parecían decir los taconazos resonando en los pasillos, las voces de mando, y los improperios lanzados a voz en grito. En la facultad pronto se tensó el ambiente, y los jóvenes se enfrentaron a lo que se les vino encima. Cristales rotos, objetos lanzados, mobiliario lanzado por la ventana al patio interior, libros deshojados, con las leyes eternas pisoteadas en el suelo, entre narices reventadas y carteras rajadas. Aquello ya llegaba demasiado lejos, muy lejos.

Tras quedarse la facultad desierta, se procedió al recuento de bajas: algunos chicos descalabrados, algún corte, los bedeles de la facultad realizando las primeras curas, ahora metidos a improvisados enfermeros y asistidos por algún que otro estudiante de medicina que pasaba por allí, y que prefirió quedarse a ayudar en vez de seguir en la batalla. Porque en la calle, seguía la batalla.


Mientras, en la facultad, llamada del Decano: reunión urgente, luego Junta de Gobierno. El Rector convocó a algunos profesores y Álvaro estaba entre ellos. "Voy a avisar en casa", dijo él. Y Álvaro descolgaba una y otra vez el teléfono desde su despacho el teléfono, que estaba sin línea. "Don Álvaro, nosotros tampoco tenemos línea", le decía un bedel, ante la insistencia de él por comunicar con su casa. "Debe ser que la línea está sobrecargada, todo el mundo estará llamando aquí", comentaban ellos.

De nuevo el Rector condenando los hechos, de nuevo un comunicado oficial de la universidad manifestando su contra, "aquellos insignes muros no pueden ser un lugar de confrontación", decía el escrito, de nuevo los profesores en interminables debates, y de nuevo los bedeles trayendo cafés y cigarros a los eminentes catedráticos para mantener encendidas sus acaloradas discusiones.


Hasta que en medio de una de las reuniones, uno de los bedeles llamó a la puerta y se acercó respetuosamente con un oficio en sus manos. Había llegado una notificación urgente. El decano leyó la nota en silencio mientras los asistentes mantenían sus miradas clavadas en él, miradas que se fueron tornando en temor y desconcierto cuando terminaron de escuchar: por desgracia, fuera de la facultad, los enfrentamientos habían continuado. Estudiantes y falangistas habían tenido un encontronazo en la calle Alberto Aguilera. Había habido varios heridos por lanzamiento de palos, piedras, puños, y todo tipo de objetos. Y uno de los chicos había sido herido: se trataba del falangista de 17 años Miguel Álvarez. El infortunado joven había recibido una bala en la cabeza, aunque otros decían que en el cuello, resultando herido de extrema gravedad. Trasladado al hospital con la máxima urgencia, se temía seriamente por su vida. La policía realizó ese día numerosas detenciones entre los estudiantes.





Los catedráticos y profesores allí reunidos recibieron la noticia como un jarro de agua fría. De inmediato, murmullos en voz baja y hablar entre dientes.



-Pero si los estudiantes no llevan armas, es imposible que la bala sea de ellos. Lo más seguro es que haya sido un disparo errado de la misma policía....-uno de los profesores apuntó en voz baja a su compañero de mesa, el profesor Iniesta.

Álvaro asintió. Mientras el Decano se apresuraba a emitir un comunicado condenando gravemente los hechos, la noticia corría como la pólvora en los mentideros y círculos oficiales. El falangista herido abrió el parte radiofónico de la tarde. Las "hordas rojas" volvían a derramar "sangre generosa e inocente", dijeron ese día las noticias en todas las emisoras de radio.

Tras terminar la reunión interminable, despacho privado con el decano y otros profesores, de nuevo, otra reunión para.... Álvaro se fue de allí con la cabeza a punto de explotar y con la luz de las farolas ondulando en las aceras de camino a su casa.



Sacudiendo la cabeza para despejarse , Álvaro metió la llave en la cerradura y abrió la puerta con cuidado de no romper el silencio que allí habría. Era muy tarde, seguramente los niños estaban ya dormidos y Alicia estaría acostada en la cama.

La luz mortecina de la lámpara pequeña del salón, se reflejaba en la pared blanca del pasillo, guiándole por él sin necesidad de encender más luces. Se despojó del abrigo y del sombrero, que dejó en la percha de la entrada, y avanzó por el pasillo en dirección al salón.. Como esperaba, el silencio ya reinaba en la casa. Seguramente ya estaban todos dormidos.


Al pasar por la puerta entreabierta del dormitorio de su hijo, Álvaro se asomó despacio. Efectivamente.
Pedro ya dormía. Álvaro sonrió al mirar los pies de su hijo, que casi llegaban al borde de la cama. Pronto no cabría en ella, como le pasó a él cuando tuvo su edad. Álvaro contempló el gesto aparentemente sereno de su hijo. El niño, a punto de cumplir catorce años, ya empezaba a dejar de serlo y respiraba profundamente con los ojos cerrados y las manos apretando las mantas. "Pedro está teniendo un sueño agitado", pensó al ver las mantas retorcidas entre los brazos de su hijo. En silencio, salió del dormirtorio entornando la puerta con sumo cuidado.



En el salón, la luz mortecina de la lámpara que Alicia había dejado encendida, temblaba ligeramente. "Ellas también están durmiendo", pensó. Sin hacer ruido, Álvaro entró al despacho para soltar su maleta en lo alto de la mesa, y dirigirse al dormitorio de su hija. Le daría un beso de buenas noches, como siempre hacía.


Allí estaban las dos. Alicia dormía recostada de lado en la cama de la niña, que se había acomodado en el pecho de su madre y le agarraba del camisón como si se fuera a escapar. Álvaro se acercó despacio a contemplar aquella estampa. Madre e hija dormían aparentemente tranquilas. Álvaro miró el abultado vientre de Alicia y sonrió. Pronto serían uno más en la familia y su mujer estaba más guapa que nunca. Álvaro se extrañó del esparadrapo con el apósito que remataba la frente de Alicia. "¿Qué le habrá pasado?" , pensó, mientras levantaba la mano suavemente y la acercaba a su cara, para terminar deteniéndola cuando estaba a punto de acariciarla. No, mejor no. Seguramente estarían en el primer sueño y no quería despertarlas. Luego llevaría a Alicia a la cama cuando él se acostase. Aún le quedaba un rato. Extrañado por la herida de su mujer, Álvaro salió del dormitorio de la niña y entornó la puerta.

Una vez en el despacho, abrió el cajón de su mesa y sacó la llave del armario. No había tiempo que perder.




Sin dudar ni un segundo, Álvaro abrió el armario y empezó a buscar con la vista entre las estanterías. Acercando el flexo para ver mejor todo lo que le permitía el cable, alzó la vista por entre los libros, hasta que dió con lo que estaba buscando.
Allí, tras de ellos, escondido detrás de los lomos, pegado a la pared. No se veía fácilmente, pero si alguien hubiese apartado los libros de un empujón, lo habría descubierto sin remedio.
El portafolios. El vetusto portafolios donde guardaban los escritos del padre de Alicia, Joaquín Peña, y los suyos propios, los que escribieron hacía dos años, en Salamaaca.




Álvaro sacó el portafolios y lo puso encima de la mesa. Algo tenía que hacer con ellos, ahí no se podían quedar. Con los acontecimientos de los últimos días, si alguien entraba a su despacho y encontraba esos escritos, podía tener consecuencias para toda la familia.

Abrió el portafolios y empezó a pasar las hojas, algunas ya amarillentas por el paso de los años. La letra de don Joaquín, la letra de su mujer, su propia letra... las anotaciones en los márgenes y los apuntes a lápiz, los que escribieron en Salamanca, donde él estuvo trabajando de portero del colegio mayor, y donde Alicia terminó su carrera de derecho. La imagen de Pedrito estudiando con él, metido en las faldas del brasero para calentarse, se le vino a la cabeza. Cómo pasaba el tiempo...

Álvaro siguió pasando los folios. Iba separando hojas con distintas letras, los distintos capítulos del libro, sus tres autores. En el último pliego se detuvo. Veinte folios escritos a mano, a lápiz, por Alicia y él, donde hicieron un resumen-índice de todo lo anterior, mientras Pedro estudiaba los quebrados y ellos se ocupaban de resumir la obra de don Joaquín, más otros diez folios de puño y letra de éste último, con los párrafos más brillantes de la obra. A menudo comentaron que con esos veinte folios de resumen, hubieran podido volver a rescribir el libro entero, si éste hubiera llegado a desaparecer.




Álvaro separó ese fajo de folios. Podía colocar el portafolios entre las carpetas de expedientes, nadie se fijaría en él. Y el fajo de folios en otra carpeta aparte. Así se aseguraba de que si algo pasaba, no se perdía la obra completa, y en el peor de los casos se podría reescribir la otra parte.

De súbito, la puerta del despacho se abrió lentamente.

-...ya estás aquí....

Una soñolienta Alicia se asomaba a la puerta del despacho, envuelta en su toquilla blanca, con la melena negra suelta por los hombros.

-Acabo de llegar. Estábais todos dormidos y no he querido despertaros. Luego iba a llevarte a la cama-. Álvaro se acercó a ella mientras le hablaba.

-¿ Y esto?- dijo señalándole la frente.
-No es nada- dijo ella sacudiendo la cabeza.-Un golpe sin importancia...ni siquiera me he dado cuenta...

Álvaro se quedó mirándola. Algo extraño pasaba. Ella bajó la mirada. Estaba seria.

-¿Todo bien?- preguntó Álvaro cogiéndola de la barbilla.

Alicia evitó la mirada de su marido y asintió con la cabeza, tras pensarselo un poco. No tenía ganas de hablar.

-Estábamos preocupados por tí. No te localizábamos. Ana no se dormía. Se ha pasado el día preguntando por tí.

Álvaro le contó brevemente los acontecimientos de la facultad. El asalto de la guardia de Franco, las reuniones... Álvaro omitió el detalle del jóven falangista herido de bala, no quiso alarmarla más. Alicia le escuchó con la mirada cansada.


-Ha llamado tu madre-dijo ella.- Dice que viene mañana en el primer tren, Está preocupada. Dice que la llames. Que no se va a acostar hasta que no la llames. Llamalá aunque sea tarde- le volvió a insistir.


Alicia miró a la mesa y reparó en lo que su marido estaba manipulando. De inmediato reconoció aquellos folios manuscritos.



-¿Qué es? ¿Es......?

Álvaro asintió. Alicia había reconocido los folios de su padre, los que ellos dos posteriormente completaron en Salamanca.

-¿Qué haces ahora sacando eso? Estaba bien escondido.

-Ayer estuvieron en casa de Enrique Linde y le registraron el despacho. No se llevaron nada, solo se dedicaron a sacarle los libros de las estanterías. Supongo que lo único que querían era asustar, es un modo de decir que ellos siguen teniendo la sartén por el mango, No creo que pase nada, Alicia, pero si entraran a casa y ven estos escritos, nos comprometerían mucho a todos en las circunstancias actuales.

Álvaro tenía en las estanterías de su despacho muchos libros, de Lorca, de Alberti, de Neruda, de Unamuno... pero sabía que esta vez no irían a por eso. Si la policía política descubría en su casa los escritos de Joaquín Peña que hablaban de la instauración de la democracia, y de la separación de poderes, podían volver a dar con sus huesos en la cárcel. De hecho, varios estudiantes ya llevaban más de una semana en los calabozos de la DGS, en Puerta del Sol.

-Tíralo- dijo Alicia mecánicamente-. Deshazte de ellos.

-¿Cómo?- Pero si es de tu padre.

-Mi padre no querría que nos llevasen a la cárcel por un papel escrito. Y menos suyo.


-También lo escribimos nosotros- Álvaro recordaba lo entusiasmados que estaban completando capitulos en la garita de Salamanca.

-Te pueden volver a encarcelar solo si te lo encuentran. ¿Es eso lo que quieres?
Álvaro miró a su mujer extrañado de su actitud. Ella siguió hablando.
-Mi padre no querría eso. Antes lo hubiera quemado. Son solo papeles, Álvaro, podemos volverlo a escribir.

-Pero Alicia.... es la obra de tu padre... la has conservado todos estos años... me la diste a mí cuando viniste de Francia, para que la guardara.

-No, mi padre no hubiera querido que sus nietos se quedaran sin padre por culpa de sus escritos. ¿Quien los va a leer? ¿Para que van a servir sirven? Para nada. Igual que las protestas de los estudiantes. Mira lo que están consiguiendo con ellas.


Alicia se quedó pensativa durante un minuto, para luego proseguir.

-¿Donde están las hojas de firmas? Las del manifiesto, las que trajeron esos alumnos tuyos a casa...
-¿Jaime y Fede?
-Esos mismos. ¿Y las hojas?
-Pues no lo sé, Alicia. Las hojas se las llevaron los chicos, y no sé que han hecho con ellas. Seguramente las habrán entregado al rectorado.

Alicia siguió preguntando.
-¿Cuántos más profesores firmaron? ¿Linde firmó?
-Si, él fue uno de los que firmaron.
-¿Y tú también firmaste, verdad?
-De sobra sabes que sí...
-Y dices que ya han hecho un registro a Linde...
-Pero no tenía nada que ver, Alicia. Pienso que lo han hecho de forma totalmente aleatoria. No hay ninguna relación entre...

-¿Es que quieres terminar otra vez en la cárcel?-le interrumpió ella-. Esos papeles llenos de firmas serán la prueba que tendrán contra todos vosotros. Se lo habeis puesto en bandeja.

-No pasará nada, Alicia. Hay cientos de firmas en esos papeles. Incluso varios profesores también firmaron con Linde y conmigo. Es imposible que tomen represalias contra tantas personas.

-¿Imposible? No me hagas reir.

-Álvaro, también se pueden presentar aquí. Y si además encuentran esos papeles de mi padre, no habrá abogado que te libre de la cárcel. Deshazte de ellos, entiérralos debajo de un árbol, haz lo que sea, pero llevátelos de aquí. Si los encuentran estaremos perdidos.

-Alicia, tranquilízate, por favor. Nadie va a venir a registrar esta noche. Y no nos podemos deshacer de esto. ¿Sabes lo qué estás diciendo?




Álvaro no daba crédito. Uno de los recuerdos de su padre más valorados por Alicia eran precisamente esos folios. A menudo habían comentado entre ellos la posibilidad de publicarlos algun día, cuando en España se diesen circunstancias más favorables.

-No Álvaro, los estudiantes no van a conseguir nada con sus escritos, con sus pliegos de firmas, sus discursos y con sus reuniones. Ya has visto lo que ha pasado hoy. El Régimen es una apisonadora y Franco morirá en la cama.

A Alicia se le crisparon las manos en el camisón, antes de seguir hablando.

-Durante un tiempo pensé que tal vez se podría hacer algo. Que en algún momento el dictador se iría, alguién lo destituiría, la presión internacional.. que sé yo... Pero ya no, Álvaro. Franco se eternizará en le poder. Y todo aquel que le tosa será eliminado sin contemplaciones.


Alicia recordó cuando llegó a Madrid en el 48, con 18 años cumplidos y la ilusion de cambiar el mundo en su cabeza.


-Esto no va a ningun sitio... me he pasado cinco año estudiando unas leyes absurdas, leyes que recortan las libertades de los españoles. Tú en la facultad te dedicas a enseñar esas mismas leyes absurdas, y ahora yo me paso el dia intentando defender casos indefendibles, por culpa de esas malditas leyes absurdas que sólo favorecen a unos cuantos y que no tienen nada que ver con la justicia, con loque mi padre me enseñó, con lo que tú me enseñaste cuando eras mi profesor..... Álvaro, no se puede hacer nada, ellos son mas fuertes, se han hecho fuertes, y unas protestas de niños universitarios sólo les sirven para echarse unas risas mientras alardean de su última bravuconada en el club social. Los estudiantes no van a conseguir nada. Son unos idealistas, al igual que yo lo era hace unos años..





Álvaro miró a Alicia a los ojos. Por un momento, ella se detuvo. Se había percatado de lo nerviosa que estaba. Alicia respiraba acelerada y ahora quiso calmarse bajando el tono de su voz.

-No va a cambiar nada, Álvaro. Tus hijos se criarán en una dictadura, y los libros de su abuelo se quedarán en lo alto de un armario. Nadie se acordará de ellos en muchos años.

-Alicia....

-Álvaro, tienes dos hijos..... no , tres....- dijo Alicia llevando la mano al vientre.

-Precisamente por eso, Alicia....

En la puerta se asomó una niña pequeña, que traía un osito en la mano, en camisón, frotándose los ojos. El ruido que hacían sus padres la había despertado.


-Ana...- Alicia corrió en coger en brazos a su hija-. Vamos a la cama, mi niña..

-Papá....

Álvaro cogió a su hija en brazos.
-¿Qué haces despierta todavía? Vamos a dormir, mi vida.
Alicia la cogió y se dispuso a llevársela.
-Vamos, Ana, dile adios a papá, vamos a acostarnos.

-¿Qué le pasa a papá?- decía Ana mientras se frotaba los ojos de sueño.

-No es nada, vamos a la cama, ahora viene papá a darte un beso...-Alicia se retiró no sin antes decir a Álvaro- No tardes. Y acuérdate de llamar a tu madre.

Álvaro se quedó unos segundos mirando a la puerta por donde habían desaparecido. Sacudió la cabeza estupefacto. Nunca había visto a Alicia tan nerviosa.

Apartando el fajo de folios a un lado, cogió el teléfono y marcó un número.

-Conferencia con Ávila, por favor...

Pronto obtuvo respuesta desde el otro lado de la línea.



-Mamá, soy yo...

-Hijo, gracias a dios... ¿Estás bien? ¿cuando has llegado a casa?
-No te asustes, no ha pasado nada. Los lios de siempre, ya sabes como están las cosas.
-Mira, hijo, mañana sin falta, cojo el primer tren de la mañana.
-No hace falta, estamos bien..
-¿ Bien? ¿Cómo que estais bien? ¿es que no has visto a tus hijos? ¿y a tu mujer?
-Están dormidos....
-Álvaro, tu mujer por poco se pone de parto en mitad de la calle....., eso si no la descalabran antes. Y tu hijo ha estado vagando perdido por medio Madrid...
-¿Que Alicia qué....?



Todo lo mejor que pudo, doña Marcela explicó a su hijo que esa tarde llamó como hacía siempre, para preguntar qué tal iban las cosas por casa, y cual no sería su extrañeza cuando descolgó el auricular una voz femenina que le resultaba vagamente familiar.

-Hola, doña Marcela, soy Lucía, la enfermera.
Sorprendida por su inesperada interlocutora, Marcela estuvo haciendo preguntas a la que ella respondía de manera muy vaga, hasta que le dijo:

-Mira, hija, comprendo perfectamente que no quieras asustarme, pero yo ya he vivido lo suficiente como para saber que algo pasa, algo que me estás ocultando. Y cuanto antes me lo digas, mejor. La radio no para de dar noticias sobre enfrentamientos en la universidad, y yo llevo intranquila todo el día. De modo que cuanto antes sepa todo lo que pasa, sea lo que sea, mejor para todos.

Ante la franqueza de la mujer, Lucía pasó a relatarle que esa mañana, mientras acompañaba a su marido en sus consultas, como solía hacer de vez en cuando, observaron un extraño revuelo de gente en los soportales de la plaza Mayor, gente arremolinada alrededor de alguien que yacía en el suelo, mientras algunos pedían a voces un médico. Acercándose ámbos, mientras apartaban a la gente y se identificaban como tales, vieron a una mujer embarazada tumbada en el suelo, mientras algunos le hacían aire para que respirase. Cual no sería su sorpresa cuando reconocieron en ella a Alicia, la mujer de Álvaro. Ambos ya eran pacientes habituales del doctor Salcedo, desde que se conocieron cuando Álvaro estuvo en Carabanchel. A su lado, Ana no paraba de llorar al ver a su madre tendida en el suelo, con la frente llena de sangre reseca.

Sin perder tiempo, el doctor tomó el pulso a Alicia, mientras pedía ayuda para cogerla en brazos.

-¡Vamos, ayudénme a llevarla a casa!-dijo-. ¡vive aquí cerca!

Lucía se apresuraba a coger en brazos a Ana, que no paraba de llorar desconsoladamente.


Lucía siguió relatando a Doña Marcela, que una vez en la casa, Alicia ya fue recuperando la tensión, mientras el doctor le hacía el primer reconocimiento, y ella le preparaba una tila caliente y un poco de agua del Carmen.

-Lucía, por favor- suplicaba Alicia una y otra vez, tendida en el sofá-. Pedro se ha perdido. Llama a la policía. Llama a mi marido, está en la facultad. Pedro está en la calle. Tiene que aparecer Pedro...

-No hay línea en la facultad...-informaba Lucía, tras colgar, sin éxito.
-Llama a Eduardo, llama...

Lucía intentaba tranquilizar a Alicia, mientras buscaba la agenda de teléfonos y el doctor buscaba en su maletín hilo de sutura para coser la brecha de la frente.

En esas estaban cuando sonó el timbre de la puerta. Y allí estaba. Pedrito, asustado, pero sano y salvo, y aliviado de ver que las había encontrado a ellas también. El niño se despistó entre la multitud, y tras permanecer un rato dando vueltas, desorientado y tratando de encontrarlas, tuvo el aplomo de dirigirse a su casa, con la esperanza de que ellas ya estuvieran allí. Afortunadamente, al niño no le había pasado nada malo, aparte del mal rato y los nervios de esa mañana, lógicamente.

Más aliviada, Alicia se iba tranquilizando mientras apuraba su tila y Ana iba dejando de llorar.
Tras darle un par de puntos en la frente y cubrírsela con una gasa que fijó con esparadrapo, el doctor se fue a proseguir con sus consultas, dejando a Lucía con ellas. No le pareció prudente dejarlos solos, aunque se hubiese cerciorado de que la salud de Alicia no corría ningún peligro. Estaban todos demasiado nerviosos.


Atónito, Álvaro colgó el teléfono. No podía ser. Los mismos que habían estado en la San Bernardo. Los mismos que habían intimidado a unos hombres hechos y derechos, se habían metido en el colegio de su hijo. Si los mayores estaban asustados, no quería ni pensar qué habrían sentido los niños al ver entrar semejante estampida en los pasillos de su colegio.


Álvaro salió del despacho para tropezarse con su hijo Pedro, cuan largo era, de pie en la puerta del salón frotándose los ojos. El niño también se había despertado al sentir movimiento en casa.

-¡papá....!
-¡Pedro, hijo...! ¿Cómo estás?
Pedro se tapaba los ojos para no deslumbrarse por la luz de la lámpara del salón. Tampoco quería mirar a su padre a la cara. Álvaro se acercó a él.
-Me lo ha contado la abuela, hijo. Lo sé todo... estás bien, ¿verdad? ¿no te ha pasado nada?

Pedro asintió con la cabeza. De improviso, se llevó las dos manos a la cara, para decir
-Papá... lo siento, se me perdieron.... no pude hacer nada...
-Pedro...
-..había mucha gente, papá... y no sé qué pasó... no pude, papá...
-No, hijo mío, no digas eso...
-papá....
-escúchame, Pedro...
-de verdad que no pude....
-¡Pedro, escucha!


Álvaro cogió a su hijo por los hombros. No iba a permitir que un chico de catorce años se sintiera culpable de algo que no tenía nada que ver con él.

-No ha pasado nada, eso es lo que importa. Y estais los tres bien, aquí... dios mío, Pedro...
Álvaro abrazó a su hijo, que se dejaba caer en el hombro de su padre.
-lo siento, papá, lo siento....- no paraba de decir el adolescente.

Mientras abrazaba a su hijo, Álvaro maldijo interiormente a todos los exaltados, a todos los que habían tenido la valentía de irrumpir en un colegio de niños para sembrar el miedo en sus padres.

-No, no, esto no tenía que haber pasado,... no fue culpa de nadie, ¿me oyes? Y menos tuya. No tenía que haber pasado. Ven...

Álvaro sentó a su hijo con él, en el sofá del salón, entre las butacas gemelas, y le iba hablando hasta que se fue tranquilizando.
-...tenía que haber estado o aquí... contigo, Pedro, y con mamá, y con Ana... dios mío, por qué pasan estas cosas, no es culpa tuya, Pedro, me oyes...

Pedro terminaba de desahogarse.
-¿Estás bien, verdad hijo?
Pedro asentía con la cabeza.
-¿Y Ana? También. Y Alicia, también.
Pedro asentía a todo cuanto decía su padre.

-No os ha pasado nada a ninguno, eso es lo que importa... hijo mío...

Mientras oía hablar a su padre, Pedro se iba serenando poco a poco,
-todo ha pasado ya...-iba diciendo Álvaro mientras lo confortaba.

El niño fue tranquilizándose poco a poco, mientras su padre no paraba de repetirle que no tenía que lamentarse de nada, que la única culpa de algo la tenían los violentos, y que afortunadamente estaban bien odos y no había nada que lamentar. La voz del padre fue ejerciendo su efecto en el niño, hasta que se atrevió a levantar la mirada para preguntarle:


-¿Quienes eran, papá? ¿Por qué entraron? ¿Qué querían de nosotros? ¿Por qué....?

Álvaro acariciaba la espalda de su hijo mientras le hablaba. Ese dia, eran tantos "por qués" los que tenía Pedro...

-Nada, Pedro, nada. Sólo querían asustar. Es el modo que tienen de controlar a quien no está de acuerdo con ellos. No debes de asustarte, hijo mío, ni dejar que te asusten, no les hagas caso...

A Álvaro le dolía el sufrimiento de su hijo más que el suyo propio. Al irse tranquilizando, las preguntas de Pedro empezaban a volverse más espesas.

-Papá,
-Dime...

-¿Por qué nos llamaban "hijos de rojos"?

- Lo dicen de modo despectivo, Pedro. Lo dicen de todo el que no piensa como ellos. No debes hacerles caso, Pedro. No te harán daño si tú no dejas que te lo hagan, recuérdalo. Las palabras no hacen daño, y solo ofenden a quien se deje manipular por ellas. Recuerda esto.

Padre e hijo se quedaron un rato en silencio, mirando a la alfombra del salón. El niño ya estaba más tranquilo. Necesitaba hablar con su padre, saber que estaba bien, y la charla le estaba ayudando a desahogarse.

-Papá....
-dime...
-...es que.....-comenzó a decir.
-Dime, Pedro...-le animó Álvaro.

Pedro miró a su padre directamente a los ojos. Por un momento,Álvaro se asustó al ver en la mirada noble de su hijo, un atisbo de dureza .

-¿Esos son lo que te metieron en la cárcel?

La pregunta a bocajarro de su hijo lo dejó sin respuesta, como un certero e inesperado golpe bajo que traía de nuevo al presente un asunto que él ya había olvidado en lo más profundo de sus recuerdos. Pedro lo miraba con intensidad, esperando que su padre le dijera que sí, esperando que su padre le diera una razón para odiar con toda su furia adolescente a quien le había hecho pasar todo el miedo del mundo esa mañana. Pero Álvaro respiró hondo antes de contestar. No iba a sembrar el rencor ni el odio en la mente de su hijo. Y menos esa noche. Sacudió la cabeza.

-No, Pedro. A mí me metieron en la cárcel unas leyes injustas, unas leyes que defienden unas cosas en las que no creo, pero que son las que hay, y como tal, debo acatarlas. Unas leyes que espero que, algún día, serán derogadas.

Álvaro siguió hablando. Su hijo le escuchaba sin pestañear.
-Los que entraron en tu colegio son simplemente unos jóvenes que buscan llamar la atención. Y pretenden tener razón usando la fuerza, los gritos y las patadas. Te encontrarás muchos grupos de jóvenes como ellos en Madrid. No debe sde asustarte cuando los veas, hijo. Ellos mismos se quitan la razón de esa manera. Ni debes de ser tú como ellos, hijo. No contestes a la violencia con violencia.

Pedro le miró. Su mirada volvió a ser casi la de antes.

-Cuando veas que sucede algo así, no te enfrentes con ellos. Simplemente ignórales. Vete hacia otra parte. No les hagas caso. La razón no se puede imponer mediante la fuerza, hijo.El que pretende imponer su razón por la fuerza, él mismo se la está quitando.

-Eso nos dijo el profesor de matemáticas, papá.
-Y eso también te digo yo.

Álvaro le sonrió. Poco a poco, iba volviendo la tranquilidad al semblante de Pedro, aunque su cara seguía muy seria.

-....-
-dime...

-¿ Y pueden venir otra vez a por tí, papá? ¿Te pueden volver a llevar a....?

Álvaro respiró hondo antes de contestar. En esos momentos, contarle una mentira tranquilizadora iba a producir el efecto contrario en Pedro. El niño ya vestía pantalones largos, y en ese momento Álvaro compartió en voz alta con su hijo los temores de los adultos.

-Pueden venir a por cualquiera, Pedro. A por mí, a por mamá, a por los vecinos...nadie está libre de sospecha. Pero confío en que las cosas no se tuerzan tanto como hace unos años. Ya no tiene que pasar nada. Ahora estoy otra vez dando clase en la facultad, mamá tiene su trabajo, tú estás en el colegio. Sólo si se ponen las cosas muy, muy feas podemos temer algo así, Pero ahora yo estoy tranquilo, Pedro, y confío en que no pase nada.

-¿Y cuando van a quitar esas leyes, papá?

Álvaro sonrió.
-Algún día, hijo, algún día... nada dura eternamente. Llegará el día en que ya no estarán vigentes. No sé ni cómo ni cuando, pero llegará ese día. Y espero que tú y Ana lo veais. Y el hermanito que venga... o la hermanita, a lo mejor tienes otra hermana como Ana.

Ante la mención de su hermana pequeña, Pedro sonrió por primera vez en la noche. La franqueza de su padre, iba devolviendo la tranquilidad al niño.

-Anda, vamos a la cama, te vas a quedar frío.
Álvaro se levantó y condujo a su hijo a su dormitorio. Pedro se metió en su cama, y Álvaro abrió el armario y sacó otra de las mantas para echársela por encima a su hijo.

-Duérmete, mañana será otro día. Por lo pronto, nos vamos a quedar todos aquí.
-¿No tienes clase, papá?

-Mañana se las van a tener que apañar sin mí, haya o no haya clase. Tú tampoco irás a ningún sitio. Ni Ana. Además, mañana viene la abuela.

-¡La abuela!
Pedro se alegró. Tras Un mes sin ver a su abuela, echaba de menos su presencia en la casa.
-Sí, viene mañana en el tren. Dice que está deseando vernos y que nos ha comprado regalos.

Pedro se acomodó entre las sábanas. Álvaro le dió las buenas noches y se dispuso a salir de la habitación. Una última llamada de su hijo le detuvo.

-papá...
-Dime hijo.
-¿Está la puerta cerrada? ¿Cerrada del todo? ¿No puede entrar nadie?

-Completamente, hijo. Voy a asegurarme. Duerme tranquilo.


************************


En el dormitorio, Alicia estaba ya allí, sentada en una de las butacas. Había llorado. Álvaro se arrodilló y la cogió de las manos.

-Alicia... ¿por qué no me dijiste nada?
-Perdóname, lo siento... lo he pagado contigo y tú no tienes la culpa de nada...
-No, no... escucha, mi vida...

Álvaro dejó que Alicia se desahogara entre sus brazos.

-Si le hubiera pasado algo a Pedro no me lo hubiera perdonado nunca.

Como Pedro, Alicia también se sentía culpable de lo ocurrido esa mañana. Pero Álvaro no iba a permitir eso.
-Pedro está bien, no le ha pasado nada.
-Álvaro, no pude hacer nada, se perdió..., no tenía que haber cogido ese camino, no tenía que...


-Ssshhh....
-No, no, no... he sido yo, tenía que haber estado aquí....si os hubiera pasado algo a alguno, no me lo hubiera perdonado,....no, mi vida, no, no ha sido nadie... estais aquí los tres, Alicia, no os ha pasado nada, mírame... estais aquí los tres, y eso es lo que importa....

-¡noo!... Alicia sacudía la cabeza a un lado y a otro.


-Álvaro....
Las lágrimas rodaron de nuevo por las mejillas de Alicia.
-Desde esta mañana ha dejado de moverse- dijo ella mientras se llevaba la mano al vientre.

Álvaro se quedó mudo. La volvió a abrazar.

-EL doctor ha dicho que no pasa nada, que es normal eso- siguió diciendo ella-. Pero no puede ser normal, Álvaro, si antes no paraba de dar patadas a todas las horas del día, si no...

-No pasa nada... no pienses, Alicia... escúchame, tú estás bien, y eso es lo único que importa. Ya verás como cuando descanses todo cambiará. Mi vida...ahora tienes que descansar...y ya veremos mañana lo que pasa. Estoy seguro que cuando descanses todo estará bien. Y si algo pasa, estaremos los dos juntos, mi vida.

Alicia y Álvaro permanecieron abrazados durante un largo rato. Mas serenos, Álvaro condujo a la cama a Alicia. Ambos se sentaron en el borde. Alicia se detuvo un momento.

-Álvaro....
-dime...
-No quiero que te pase nada.
Álvaro la besó dulcemente en la frente.
-No me va a pasar, te lo prometo.


-A lo mejor te voy a parecer egoista, pero.... no quiero que te vayas de mi lado. No quiero volver a perderte.
Alicia miró al vacío cuando recordó el paso por la cárcel de Álvaro.
-...y si el niño llega a nacer, yo...

-...quiero que estés a mi lado cuando venga el niño.

Álvaro la abrazó de nuevo.
-Estaré. Por mi vida, que estaré.

Tras permancer un rato a su lado, Álvaro recordó lo que se había dejado a medio hacer.


-Alicia, mi amor... voy a terminar de recoger las cosas, no puedo dejarlas encima de la mesa.

Alicia pareció adivinar sus pensamientos, y entendió perfectamente.

-Ve. Termina lo que estabas haciendo. No tardes.



Álvaro abandonó el dormitorio y entró en el despacho. Quería terminar aquello cuanto antes e irse a la cama, abrazar a su mujer, y quedarse con ella dormido. Al entrar por poco se cae al suelo, al tropezar con algo que estaba allí tirado.

-¡Pero esto qué es...!

El osito de peluche de su hija estaba allí. Sin duda, Ana lo soltó sin darse cuenta cuando la cogieron en brazos.



-("...la leche que le dieron al osito.... por poco me mato en mi propia casa...").

Álvaro no pudo por menos que sonreir y acordarse de su señora madre y de su señora esposa, ellas preocupadas por si lo llevaban a la cárcel, y lo mismo se mata allí mismo con un oso de peluche. Menudo titular de periódico hubiera tenido "EL CASO" : "Osito de peluche mata a profesor universitario". También se acordó de la señora madre del osito.

Soltó el muñeco encima de la mesa, al lado de los folios. Luego se lo llevaría al cuarto. Entonces miró los folios. Que haría con ellos, pensaba...
Mientras seguía pensando, miró de nuevo al muñeco. De improviso, cogió los folios, Los dobló, y los puso al lado del osito. Tenían el tamaño justo, pensó.

Sin perder tiempo, fue al salón a por el costurero. Abiendo la tapa, rebuscó en él hasta dar con las tijeras pequeñas, las de bordar. También cogió aguja e hilo. La última vez que enhebró una aguja fue cuando estuvo en el ejército, recordó.

En esos pensamientos, Álvaro cogió el osito con una mano, mientras empuñaba las tijeras con la otra, con una sorprendente destreza, como si no hubiese hecho otra cosa en su vida que descoser osos de peluche.



Fin del capítulo.

Continuará...





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Capítulo 35.
Al día siguiente. Por la mañana. 9 de Febrero de 1.956.
Madrid. Casa familiar de los Iniesta.


-¡Hola, mami, mira donde estoy!….. ¡Estoy aquí metida!….
-Mmmmh…. ¿Qué haces ahí, pitusa?
-¡Me ha metido papá!
-….uy..… conque papá, ¿eh?

Ana se reía con las cosquillas que su madre le hacía entre las sábanas, mientras daba los buenos días a su madre, tranquila y relajada. A la cara de la niña parecía habérsele ido toda la tensión del día anterior.

Esa mañana amaneció distinta en casa de los Iniesta, con los cuatro despertándose juntos, sin prisas ni preocupaciones aparentes. Alicia también estaba tranquila. Al amanecer sintió de nuevo el movimiento en su interior. Pasándose la mano por el vientre se quedó muy quieta, mientras dentro de ella la vida bullía. “No ha pasado nada, ya está todo bien, tal y como dijo el doctor”, pensó. Alicia se quedó un rato dejando que la criatura se moviera con total libertad, tras el desasosiego que sintió el día anterior por su ausencia de movimientos.

Sonrió mientras acariciaba la cara de su hija, a su lado, enterrada en la almohada matrimonial. Álvaro metió a la niña en la cama, cuando a eso de las tres de la mañana, al ir a la cocina a por un vaso de agua se la encontró en el pasillo, desorientada, tanteando en la pared y preguntando por su osito mientras se restregaba los ojos con las manos y hacía pucheros.
-Ana, mira dónde está el osito… ¡anda! ¡se había ido al despacho a estudiar y se ha quedado dormido, el pobre!….¡ Menudo empacho de papeles tiene, el osito…¡

Y Álvaro cogió a su hija en brazos, para ir a por el osito, con los papeles de Joaquín Peña sirviéndole de relleno y, convenientemente zurcido y cosido, llevarlo a la cama de su hija. 

-¡Hala! Buenas noches, ¡A dormir, osito!- dijo él mientras metía al oso de peluche en la cama de su hija.
Con la niña en apoyada en su hombro, Álvaro se percató de que Ana tenía las manitas heladas y la punta de la nariz fría. En brazos, se la llevó a su dormitorio y la acostó en medio de la cama. Entre el calor de sus padres, Ana se olvidó del osito y cayó rendida como un lirón, para no volverse a despertar en toda la noche.

En ese instante apareció Álvaro, recién salido de la ducha.
-¿Cómo estás? No he querido despertaros. Enseguida traigo el desayuno.
-Ahora me levanto- dijo Alicia empezando a moverse.
-No, de ninguna manera. Hoy te quedas acostada.
-¿Acostada todo el día? Ni soñarlo. Además mira, ya estoy bien… -dijo ella, mientras llevaba la mano de Álvaro a su vientre y ambos se quedaban quietos.
-¿Lo notas?- sonrió ella-. Ya se mueve como antes.
Álvaro la besó.
-Te traigo el desayuno al dormitorio- dijo. En un rato me voy a buscar a mi madre, a la estación. Pero no te levantas hasta que vengamos. ¿Para qué te crees que estoy preparando desayunos? Por lo menos, no te levantas en un rato.
-¡Papá va a traer el desayuno a la cama!- decía Ana, entusiasmada por las novedades.

Mientras ambos cónyuges discutían sobre si se quedaba o no en la cama, oyeron el sonido de las llaves al correr en la puerta. Extrañados y un poco alarmados, la voz de Doña Marcela les hizo disipar todo miedo.

-¡Bueno días!¿Hay alguien aquí?
-¡¡Mamá!!
-¡¡ABUELA!!

En el marco de su puerta, Pedrito en pijama saludaba a su abuela. La habitación del niño era la primera de la casa, antes de llegar al salón.
-¡Ay, mi niño, si estas hasta más alto!- doña Marcela saludaba a su nieto que le salía al encuentro en el pasillo, en pijama, desde su dormitorio
-¡¡Abuela!!- Ana llamaba desde el dormitorio
-¿Dónde está mi niña? ¿Dónde está lo más bonito de la casa?

Ana salía del dormitorio de su madre para echarse en los brazos de su abuela, tras un mes sin verla.
-¡Ay, mi niña!… pero si estás más grande y todo…
-¡Mamá!
Marcela abrazó a su hijo. ¿Todo bien?, preguntó.
-He venido en coche con Fermín, el hijo de los Gutierrez, los vecinos de abajo. Se venía para Madrid a primera hora y le dije si me podía traer. Como comprenderás, no iba a esperar media mañana a que el tren saliera. Y por supuesto, él ha accedido sin dudarlo, me ha dejado en la Calle de la Pasa y..

Álvaro se alegraba de volver a ver su madre, después de todo ese tiempo.
-¿Cómo está la tía?-le preguntó.
-Bien. Bastante bien, a pesar de la escayola, ya casi se maneja sola, con las muletas. Ah, y me ha dicho que nos vayamos una temporada con ella, ahora que en Madrid están las cosas tan revueltas. ¿Dónde está Alicia?
Doña Marcela entraba el dormitorio a saludar a su nuera, embarazadísima, y comprobar cómo iba todo.
-¡Alicia…!

La llegada de Doña Marcela fue como un bálsamo de tranquilidad para todos ellos. En el hogar familiar de los Iniesta, Marcela la abuela puso orden, vistió a la niña, preparó desayunos, y abrió los postigos para dejar entrar el sol de la mañana. Pedrito sonreía tranquilo mientras escuchaba lo que contaba su abuela apurando su café, y Ana se bebía ella sola dos tazas de leche. Tras los nervios del día anterior, la pequeña dio buena cuenta del desayuno. El saberse tranquila le abrió el estómago, le serenó los nervios y provocó que le entrara un hambre canina. La misma Alicia se dio cuenta del sosiego que le supuso la llegada de su suegra, después de toda la agitación que habían tenido los últimos días. Tras desayunar, se levantó de la cama y se dirigió al salón.

-Hija, hoy deberías guardar reposo.
-Estoy bien, Marcela, el susto fue ayer. Pero hoy ya me encuentro bien.
-Sí hija, pero a pesar de eso, quédate tranquila. Aunque no te quedes en la cama, te sientas aquí, en el sofá.

Alicia miró el gesto sereno de su suegra. Huérfana de madre desde temprana edad, le gustaba confiar en aquella mujer y la tranquilidad que emanaba de toda ella cuando las situaciones se ponían difíciles. Doña Marcela tenía el don de saber decir las palabras justas en los momentos justos, y de infundir el ánimo necesario para cada ocasión. Alicia se sintió como un animal indefenso al que le gusta que lo cuiden, y se dejó llevar complacida. Al fin y al cabo, ella también necesitaba hacer un descanso tranquilo y despejarse. A menudo se preguntaba si el día que se casó, alguien desde arriba que velaba por ella, además mandarle un marido, le mandó una madre.

La mañana transcurrió tranquila y apacible. Marcela junto con Pedrito recogieron la casa, cuando recibieron la oportuna visita del doctor Salcedo y de su esposa.

-Pasábamos a consulta, y venimos a ver cómo está todo. ¡Álvaro! ¡Me alegro de verte!
Ambos hombres se abrazaron en el descansillo. Álvaro nunca olvidó al médico que le atendió cuando estaba preso en Carabanchel, y por poco no fallece de una neumonía. Tanto el doctor como su mujer se percataron del cambio que habían experimentado el semblante de Alicia y de los niños, Pedro y Ana. Ahora sus caras emanaban tranquilidad, sin rastro del gesto crispado y tenso del día anterior.

El Doctor Salcedo acompañado de su mujer terminó el reconocimiento de Alicia, que no hizo sino confirmar el diagnóstico del día anterior: que tanto la madre como la criatura estaban bien, y el dolor de riñones que sentía Alicia era producto de la tensión nerviosa, y no la señal de un parto prematuro.
-¿Te sigue doliendo?
-No- contestó ella- me he levantado bien. Tenía razón, eran nervios…

El doctor siguió auscultando con el fonendo, mientras Alicia notaba el borboteo que tenía dentro. “Aquel crío no dejaba de moverse”, pensó contenta. Aunque el doctor tardaba más de la cuenta, hasta que le preguntó:
-Me dijiste que tenías antecedentes de embarazo gemelar en tu familia, ¿no es así?
-Sí. Mi madre y mi tía eran hermanas gemelas- recordó Alicia-. ¿Por?
El doctor se quitó su fonendo y lo guardaba en su maletín mientras decía:
-Bueno, ayer lo sospechaba y hoy ya te lo confirmo porque no hay ninguna duda: se oyen claramente dos latidos.

Alicia y Álvaro se quedaron con los ojos como platos.
-La predisposición a un embarazo múltiple es hereditaria, Alicia. Vais a ser padres de dos criaturas. Por eso has ganado más peso que de costumbre, y te sientes más cansada. Seguramente ya te cuesta seguir el ritmo normal de antes.
Alicia asintió.
- Te conviene descansar y no alterarte mucho estos días. Si vienen dos criaturas, lo más seguro es que se te adelante el parto.
Efectivamente, Alicia estaba inmensa en sus siete meses de gestación.

El doctor y su mujer se fueron a continuar con su trabajo, dejando a la familia Iniesta asimilando las gratas novedades.
-¿Qué ha dicho?- preguntaba Ana intrigada ante la jerga médica.
-Nada, hija- contestaba su abuela- que vas a tener un hermanito muy guapo…., o dos, o tres….
-¿El de la barriga de mamá?
-Sí, ese mismo.
La abuela se llevaba a la niña mientras Álvaro y Alicia se cogían de la mano sonriendo.

La mañana transcurrió apaciblemente y sin incidentes destacables, totalmente ajenos a la crispación que se estaba viviendo fuera. Marcela bajó al mercado que había en la plaza adyacente, llevándose a los niños con ella. Álvaro no quiso escuchar las noticias, ni nada que pudiera poner nerviosa a la familia, pero la razón se impuso y terminó abriendo los periódicos de la mañana: era mejor saber qué estaba pasando fuera. Álvaro y Alicia leyeron juntos las noticias sobre los incidentes del día anterior, de los que se hizo eco la prensa franquista, convenientemente aleccionada, y haciendo hincapié en el desafortunado incidente:

“Esta mañana, cuando un pequeño grupo formado por estudiantes que habían asistido a la conmemoración oficial en memoria de Matías Montero, regresaba a sus casas, se encontró (…) ante grupos hostiles, que al grito de “¡A ellos que son falangistas!”, se abalanzaron con porras y armas cortas produciéndose una breve lucha, en el curso de la cual los agresores hicieron fuego repetidamente, hiriendo de extrema gravedad al joven de diecinueve años Miguel Álvarez Pérez (…).
Los agresores se dieron a la fuga al intervenir enérgicamente la fuerza pública, que ha practicado 50 detenciones, sin que el causante o causantes de los disparos hayan sido todavía identificados, sabiéndose que en la agresión han intervenido elementos de filiación comunista.”


-Esto no es cierto-decía Alicia-. Si los estudiantes no llevaban pistolas. ¿Cómo iba a ser el disparo de ellos? Lo más probable es que fuera una bala perdida, de la misma policía, o incluso de los falangistas…

Álvaro asentía. Él también pensaba lo mismo, pero el lamentable suceso le vino de perilla a todo el aparato propagandístico del Régimen para cargar las tintas contra los estudiantes y sus provocaciones. La prensa oficial convirtió el desafortunado incidente en una gesta “bélico -patriótica-religiosa”. Expresiones dramáticas usadas para encabezar la noticia ( “La sangre de un muchacho español enrojeció ayer una calle madrileña.”), junto a otras como “sangre generosa e inocente”, “vulgar criminalidad”, “borrachos de sangre y envenenados de odio”, “la pistola vil y el instinto criminal”, llenaban todas las crónicas.


"También se recurrió al sentimentalismo a la hora de rememorar a Miguel Álvarez. Se mencionaba el dolor y la resignación de sus padres, su buena conducta y su rectitud de costumbres, y se transcribían, al detalle, todas las intervenciones médicas que estaba sufriendo. Incluso se le llegó a dotar de un cierto poder de premonición, ya que aquella mañana, a pesar de las súplicas de su madre por que no saliera de casa, él se marchó, pero no sin antes entregar a su madre “el reloj que siempre llevaba puesto”. Miguel Álvarez parecía así quedar convertido en un héroe que, conocedor de su trágico destino, lo aceptaba y acataba. Pero sobre todo, se hacía hincapié en su falangismo: “La madre, como tantas veces (…) tuvo a punto la camisa azul y despertó al hijo a la hora convenida. Y el hijo marchó fuerte, lleno de vigor y alegría, a cumplir con el sencillo acto de servicio.”. También se recuerda cómo “destacó siempre por su gran espíritu falangista y por su sentido del deber.” El periódico Arriba llegó incluso a publicar un reportaje de la vida de Miguel Álvarez bajo el titular: “Este es Miguel Álvarez Pérez. Un estudiante de dieciocho años, profundamente católico, español y falangista.” Las dos páginas del reportaje incluían fotos y la reproducción de su carnet de miembro de las Falanges Juveniles de Franco.


Alicia y Álvaro se miraron en silencio. Como temía Alicia, aquello ya estaba salido de madre. El objetivo inicial de los estudiantes, pedir más representatividad democrática en los estamentos universitarios, ya se había diluido por completo. Ahora en las calles lo que había era una batalla campal, y el asunto se había convertido en una cuestión política. Algunos medios, incluso, hablaban de una vuelta a los tiempos de la guerra.

Álvaro cerró los periódicos y se dispuso a dar carpetazo.
-Vamos a comer, anda.
Alicia y Álvaro guardaron la prensa de la mañana, para disponerse a seguir en sus quehaceres en casa.


A mediodía, todos comieron con apetito la sopa de verduras y el guiso de carne que había preparado Doña Marcela. Tras recoger la mesa, se sentaron un rato, el tiempo justo que tardó Ana en quedarse dormida en el regazo de su abuela, que también dio una cabezada sentada el sillón y abrazando a su nieta. Alicia se metió en su dormitorio a echar la siesta y aunque Álvaro se resistió, al final también acabó dando otra cabezada en el sillón de orejas. La familia estaba tranquila y feliz de volver a estar juntos, y todos se dejaron llevar. Hasta Pedrito se quedó frito sujetando los pies de su hermana, al lado de su abuela. El adolescente era muy paternal con su hermana pequeña y ésta le quería mucho.

La tarde resultó muy animada mientras Marcela metió a sus nietos en la cocina para preparar un bizcocho para la merienda. A Ana le entusiasmaba eso de cocinar con su abuela, y disfrutaba como un gorrino en un charco mientras se ponía a amasar harina, arremangada hasta el codo, para luego meterla en el molde y ver como aquello subía en el horno. Alicia se metió a cocinar con ellos. Un poco cansada de noticias políticas, quería pensar en otra cosa. El mundo podía seguir girando mientras ellos preparaban dulces en su cocina. 

-Mira, mamá, voy a hacer un bizcocho, para que se lo coma el osito. Mira, está más gordito, de tanto comer… A lo mejor el osito está embarazado, como mamá…
-Ja ja ….ay, mi niña… pues no dice que el osito está embarazado…
Y los cuatro enredaban en la cocina mientras Álvaro ponía cara de no saber de qué iba la cosa y volvía la cabeza para mirar a otro lado. El asunto del embarazo de su madre traía de cabeza a la niña.

A la tarde, Álvaro se encerró en el despacho para escuchar el parte radiofónico. Fue lo mismo con más de lo mismo. De nuevo el falangista herido. Alicia escuchó el resumen que le hizo su marido. Ella no quiso escuchar la radio. Esa tarde estaba tranquila y así quería seguir. Su casa parecía la burbuja en la que estaba toda la familia ajenos a lo que sucedía fuera.


La noche cayó en Madrid mientras la policía franquista recrudecía los interrogatorios en la DGS, y Miguel Álvarez salía del quirófano tras ser operado a vida o muerte. En los cuarteles de la Falange las centurias estaban concentradas. El sol se ponía mientras nadie podía sospechar lo que estaba empezando a bullir en algunas mentes. Los ánimos estaban muy exaltados, y los falangistas que estuvieron en la calla Alberto Aguilera aguardaban las noticias en la sala de espera del hospital. Unos decían que había salido con vida. Otros, en cambio, decían que había muerto y que se estaba ocultando su muerte. Los ánimos estaban muy exaltados. Aquello estaba saliéndose de madre.

Los Iniesta cenaron y se dispusieron a acostarse pronto. Todos estaban ya en la cama mientras Álvaro terminaba de ponerse el pijama y cerraba la puerta de la entrada con los cerrojos y la cadena de seguridad, como hacía todas las noches. Al hacerlo, recordó las palabras de su hijo la noche de antes: “papá, está cerrada la puerta, ¿verdad? No puede entrar nadie….” La experiencia del día anterior había impresionado a Pedrito.

 


Se metió en la cama mientras estiraba las piernas, y le pasaba un brazo a su mujer. Alicia le devolvía el abrazo bajo las sábanas. Esa noche, Ana se quedó dormida en su cama, junto con su osito. La niña estaba tranquila. Todo estaba en silencio.




Casi cuando estaba a punto de dormirse, a eso de las once y media, sonó el teléfono.
-¿Quién…?
-Álvaro, ¿eres tú?
-Eduardo…
Eduardo, el compañero de promoción de Álvaro, íntimo amigo suyo, el abogado que le llevó el proceso cuando estuvo encarcelado, y en cuyo bufete ahora trabajaba Alicia de pasante. 

-Perdona que te llame a estas horas tan intempestivas, me imagino que estaríais durmiendo.
-No, bueno… casi. Dime.
-Verás, no te llamaría si no fuese algo de extrema gravedad. ¿Estás al corriente de lo que ha pasado hoy, no?
-Sólo sé lo que dice la prensa. Que el muchacho esta herido, y que…
-Sí. Eso es cierto. En estos momentos, al chico lo ha operado el mejor neurocirujano de Madrid. Está vivo, aunque se teme por su vida. La operación ha sido muy complicada.
-Ya me lo figuro.

-Eso no es todo. Hace un rato, el Consejo de Ministros acaba de suprimir los artículos 14 y 18 del FUERO DE LOS ESPAÑOLES.
Como sucedía con todas las leyes franquistas, los artículos 14 (“Los españoles tienen derecho a fijar libremente su residencia dentro del territorio nacional.”)y 18 (“Ningún español podrá ser detenido sino en los casos y en las formas que prescriben las Leyes. En el plazo de 72 horas, todo detenido será puesto en libertad o entregado a la Autoridad judicial.”) eran modificados a voluntad del legislador, según las circunstancias le fueran más o menos favorables al Régimen.

Álvaro siguió escuchando a su amigo.
-Pero eso no es lo más importante. Álvaro, los falangistas están muy nerviosos, han convertido esto en algo personal, ya has visto el día que llevan hoy.
-Lo sé…
-Dicen que están haciendo listas.
-¿Listas?
-Si. De “objetivos”.

Álvaro se quedó paralizado al otro lado de la línea.
-¿Y soy yo uno de esos “objetivos”?
El silencio de Eduardo se lo confirmó.
-Tú. Y Linde. Y el Decano de tu facultad. Y el Rector, por supuesto. Y Ruiz Giménez. Y varios profesores más.
La cabeza de Álvaro pensaba a toda velocidad. Eduardo notó como a Álvaro se le detuvo la respiración al otro lado de la línea.


-Álvaro, sé a ciencia cierta que están todos reunidos esta noche, en los cuarteles de la Falange. Si llega la noticia de que Miguel Álvarez ha muerto, se puede liar una buena. Ruiz-Giménez ha estado visitando al chico en el hospital, pero no ha sido suficiente para templar los ánimos. Además, Franco le ha comunicado hoy su cese.

-¿Ruiz Giménez, cesado?

-Venía de viaje de Salamanca. Al pasar por Ávila ha parado en el Gobierno Civil y le han dado la noticia. Se hará pública en breve. Y lo más seguro es que Laín -Entralgo sea el siguiente. Eso en el mejor de los casos, claro, porque de momento le han ordenado desde el gobierno que abandone su casa.

-¿…?

-Laín-Entralgo, el Rector de la universidad madrileña, va a pasar la noche con el ministro de Educación, por seguridad. Temen la reacción exaltada de los falangistas. Y el decano, Torres López, ha cogido el tren para salir de España, hacia París. Varios profesores que se significaron también están avisados, y por supuesto, muchos de los alumnos implicados, están pasando la noche fuera de sus casas. Se temen represalias por parte de los falangistas.

Como Álvaro se enteraría después, Jaime pasó la noche en Arganda, en casa de unos familiares.
-¿Pero yo, por qué…?

Álvaro hacía gala en sus clases de una exquisita prudencia a la hora de tratar ciertos temas. Tras su estancia en la cárcel, ya estaba escarmentado y se andaba con pies de plomo en cuestiones políticas.

-Álvaro, no preguntes, simplemente es así. Los alumnos te conocen de sobra, saben para qué lado tiras o dejas de tirar. Saben que has estado represaliado. Además, hay un manifiesto que lleva tu firma, ¿me equivoco?
-No, no te equivocas.
“…El dichoso manifiesto… “ pensó Álvaro. “A dónde habrían ido a parar las copias con las firmas… “ Álvaro no sabía que las copias nunca llegaron a su destino, acabaron extraviadas en casa de uno de los alumnos. Pero eso no importaba. Las había firmado sin esconderse y eso ya le posicionaba.

-Mira, ojalá me equivoque, pero en estos casos no está de más ser precavido. Acuérdate lo que pasó en la guerra.
-Ajá.
Álvaro recordó lo sucedido veinte años atrás. Profesores fusilados simplemente por manifestar su afinidad a la república. Hombres de ciencia, auténticas eminencias, sin ninguna ambición política, eliminadas simplemente por haber sido nombradas durante el periodo republicano. El exceso de confianza fue su perdición.

-¡NO DUERMAS EN CASA ESTA NOCHE, ÁLVARO!

En el teléfono, Álvaro se llevó la mano a la cara. La noticia inesperada le había cogido de sorpresa.

-Está mi familia…
-A ellos no les buscarían. Sólo te quieren a ti. Nunca pensé que diría esto, pero esta noche los únicos que van a estar seguros son los que están detenidos. Lo mejor es irse fuera de Madrid. ¿Tienes donde ir? 

La cabeza de Álvaro empezaba a pensar a toda velocidad.
-Está Salamanca… aún conservo contacto con profesores de allí, amigos… pero es muy lejos. Y… Ávila, la tía, está en Ávila…
-Sí, cualquier sitio que no sea Madrid es un buen sitio.
-Cogeré el primer autobús… no… ya no hay autobuses a estas horas, tal vez trenes….

-¡Álvaro! ¿para qué te crees que te llamo? ¡Déjate de trenes! Te estoy ofreciendo mi coche. Ven a por él, te espero. Hay suerte, creo que el Puerto de la Cruz Verde está abierto, tal vez haya un poco de hielo, pero se puede circular con precaución. Y en todo caso llevas unas cadenas en el maletero que…
Álvaro colgó el teléfono. Por un momento indefinido, se quedó con la mente en blanco ante las noticias de su amigo. En el pasillo se oyeron pasos.

La inmensa tripa de Alicia apareció por la puerta. Primero apareció su tripa. A los cinco minutos asomó Alicia, con cara de preocupación. Había oído a su marido hablar desde el dormitorio, e intuía que no serían buenas noticias. Ambos esposos se encontraron frente a frente, mirándose a los ojos. “Cuéntame qué ocurre, dime qué es lo que está pasando, no me ocultes nada, puedo con lo que sea….dime qué es lo que te preocupa”, parecía decirle ella con sus ojos puestos en los suyos.


-Era Eduardo.
Sin bajar la mirada, Álvaro le informó a Alicia de la conversación que había tenido con su amigo, y del aviso que le había dado.
Alicia le miraba sin pestañear frente a frente. No quería que pusiera en peligro su vida, por sobreprotegerla a ella.
-Me temía algo así…-dijo ella solamente.

Álvaro la miró. Aunque era a él a quien buscaban, no podía dejar de pensar en su familia. No quería dejarles a ellos la visión de unos falangistas asaltando la casa previa patada en la puerta, mientras él se encontraba lejos de allí. No. Y menos con el miedo que tenía su hijo a que alguien entrara en casa.. Pero por otra parte, temía el hecho de hacerle pasar a Alicia por el trance de un viaje accidentado, en el momento del embarazo en que se encontraba. Y quedarse en Madrid no era opción a considerar.

-¿Qué vas a hacer?-preguntó ella.
Álvaro miró a Alicia y buscó el fondo de sus ojos. Sin palabras, ambos esposos se comunicaban con la mirada. “No nos dejes atrás, iremos contigo donde haga falta, aguantaremos el camino, por duro que sea…. “ parecían decirle las pupilas de Alicia, mientras le cogía por las dos manos. Como hacía cinco años, Alicia le volvía a suplicar a Álvaro que los llevara con ellos.

ÉL le apretó las manos con fuerza.
-¿Cómo te encuentras?
-Bien, muy bien. Sabes que bien. Y si estamos juntos, seguiré bien.
Mirándola a los ojos, Álvaro tomó la decisión que Alicia quiso que tomara.
-Vístete. Coge ropa de abrigo, y prepara a los niños. Nos vamos a Ávila todos juntos. ¿Podrás?

Alicia no pudo evitar una mueca de alivio, entre alegría y llanto, cuando en un impulso se lanzó a abrazar a su marido. En ese momento él sintió a sus dos futuros hijos apretados contra sí, casi piel con piel. “Dios mío, que no nos pase nada”, pensó en ese momento…

-Voy a avisar a mi madre.
Alicia le detuvo.
-Ya lo hago yo. Tú ve a por el coche, no te demores más.
En el descansillo, Álvaro se calaba el sombrero hasta las orejas, mientras se ponía el abrigo y se liaba la bufanda alrededor del cuello, tras haberse puesto precipitadamente unos pantalones con su correspondiente camisa y jersey.
-Ten mucho cuidado en la calle…-le dijo Alicia volviendo a abrazarle al verlo salir de casa.

Tras cerrar la puerta. Alicia no perdió un segundo. Con presteza, fue a avisar a su suegra, que ya estaba despierta, desvelada por el ruido de la pareja. Marcela no dijo nada y se dispuso a prepararse.

-Dios mío, es como si estuviésemos otra vez en guerra…. –pensaba la mujer.


Alicia tardó cinco minutos escasos en quitarse su camisón y ponerse de nuevo su pichi azul marino, junto con un jersey, una rebeca y unas medias gruesas. Cogería las botas, era lo que más abrigaba. Tardó otros cinco minutos en alcanzar la maleta de debajo de la cama, y meter en ella tres jerséis, otro pichi más, y cuatro mudas de ropa interior, más otras cuatro camisas para Álvaro, dos pantalones y otros dos jerséis. También alcanzó un par de guantes de lana para cada uno. Esa noche era fría. Y metió con cuidados las zapatillas de estar por casa. Acto seguido abrió uno de los cajones del armario y cogió la documentación, el libro de familia y un los títulos de ambos. Abriendo la caja que guardaban en el armario, cogió 5.000 pesetas que tenían en metálico. Acto seguido se dirigió al dormitorio de su hija.

Ana dormía plácidamente al lado de su osito cuando Alicia entró a despertarla.
-Mi niña… nos vamos de viaje…vamos, mi amor…

Entre suspiros, Alicia puso a su hija dos jerséis encima de su camisón. La niña estaba muy caliente, y no quiso que se enfriara. Además, así se dormiría antes. Ana bostezaba mientras su madre le ponía a regañadientes los leotardos y los zapatitos. La pequeña agarró el osito con una mano, mientras Alicia metía sus ropas en la maleta. Aún sobraba sitio para una manta. La necesitarían.

Pedrito, avisado por su abuela, ya estaba preparado y metiendo su ropa junto con la de ella, en otra maleta. El niño estaba en el primer sueño cuando Marcela vino a despertarle.

-Pedrito, despierta. Nos vamos de viaje, todos…. Prepárate que nos tenemos que ir. Nos vamos a casa de la tía Filomena, en Ávila.

Demostrando una sorprendente madurez, el adolescente miró a su abuela como si supiera lo que estaba pasando y obedeció sin preguntar. Toda la familia junta se dirigió a la puerta. 

-¿Aún no ha venido Álvaro?- preguntó Marcela, mientras se abrochaba la rebeca y se ponía el abrigo.

Mientras esperaban que sonase el timbre, Alicia entró en la cocina y metió el bizcocho que habían hecho esa tarde en la bolsa del pan, junto con una botella de cristal que llenó de agua. Lo necesitarían si a los niños les entraba hambre o sed durante el viaje. Alicia sopesaba la posibilidad de que se quedasen bloqueados por la nieve o el hielo, y tuviesen que hacer noche allí arriba, dentro del coche, mientras aguardaban a que amaneciera. Doña Marcela fue menos prosaica y también se acordó de que debía coger algo. Se metió en su dormitorio, y abriendo el cajón, sacó las joyas. Las pulseras y pendientes de oro, desempeñados no hacía mucho. Los metió en un saquito y se lo metió en el refajo. Miró con cariño los abridores de bebé, tan pequeños, los que le pusieron a Ana cuando nación, y que fueron antes de su abuela. Marcela también los cogió, no quería dejarlos atrás. 

-“Nunca se sabe lo que puede pasar”… pensó, mientras se recolocaba bien las carnes.

-Vamos bajando, papá debe estar a punto de llegar- dijo Alicia.
Alicia cogió la maleta mientras Pedrito y Marcela hacían lo propio. Ana hacía pucheros penosa a su lado, con el osito agarrado a su mano derecha. Alicia estuvo tentada de quitárselo y dejarlo en la casa, pero al ver a la niña tan aferrada a él, se contuvo. EL oso le daba consuelo y Ana estaba muy penosa, como todos los niños cuando les interrumpen el sueño. Además, a la niña le daría pavor pensar que se iban y el oso se quedaba solo en casa. 

Mientras bajaban por la escalera y sin hacer ruido lenta y pesadamente, una de las puerta de los vecinos se abrió.
-Buenas noches, Doña Marcela. No me diga que se van de viaje a estas horas…

La cotilla de la vecina del segundo. La falangista. Su marido era un alto cargo con influencias. “LA que faltaba esta noche”, pensó Doña Marcela.

-Ay, dios mío, que nos han avisado, la tía, que se ha puesto peor, ojalá lleguemos a tiempo…
-¿Ah, si? ¿La de Ávila?
-No. ¡La de Toledo!
-¡No me diga! No sabía que tuvieran familiares en Toledo.
-Pues ya ve. Y nos acaban de avisar, la tía Gertrudis, que está mala del corazón. Perdone usted, señora, pero tenemos prisa…
Doña Marcela despachó a la vecina y siguió bajando hasta llegar al portal.

Cobijados en detrás de la puerta de la calle, los Iniesta mantuvieron en un silencio interminable. Tanto Alicia como Marcela no podían dejar de pensar qué pasaría si en ese momento la puerta se abría de golpe y entraba alguna escuadra buscando a Álvaro. Fueron unos interminables momentos en los que ambas mujeres mantuvieron el corazón en un puño, esperando a que llegara el coche con Álvaro, tratando de aparentar tranquilidad delante de los niños.


Álvaro llegó a los pocos minutos. Tras aparcar en la puerta, se bajó del coche y comprobó asombrado que su familia ya estaba preparada, aguardando diligentemente. Álvaro se asombró del aplomo de todos los suyos, que salieron de la puerta de la casa sin decir nada, y se dispusieron a entrar en el coche. Alicia había cogido en brazos a Ana, que dormía en el hombro de su madre mientras agarraba con una fuerte presa el osito en uno de sus puños. Álvaro cogió a la niña mientras su madre se metía en el coche, para luego pasársela dentro. Su mujer estaba con la niña a un lado y la tripa a otro, sin decir ni una palabra de queja. Pedrito se acomodó a su lado cogiendo los pues de Ana mientras Marcel a se sentaba en el asiento de delante. Álvaro cargó los bultos en el maletero del coche mientras miraba de reojo a su alrededor. ÉL también temía que los falangistas se presentaran en cualquier momento y les pillaran con las maletas en la mano.

-¡Caramba, Don Álvaro! ¡Se van de viaje a estas horas!
Manuel, el sereno, venía a despedirles y a “redactar el parte”.
-Si, Manuel, la tía que se nos ha puesto mala, nos acaban de avisar.
-Ruego al cielo que lleguemos a tiempo…- se apresuró a decir Doña Marcela. “Otro”.. pensó, la buena señora. Madrid estaba lleno de ojos y oídos por todas partes.
-Buenas noches, Manuel, cuide de la finca, no sabemos cuándo volveremos…
Álvaro cortó la conversación con el sereno, mientras se metía en el coche y le daba gas, para enfilar la calle principal.

Los Iniesta permanecieron en silencio durante todo el trayecto urbano. Álvaro guiaba el coche entre las calles desiertas, en las que oteaba el final en busca de pelotones de falangistas o de policía que les pudiera detener en su salida.

Por el camino, se encontraron únicamente a una patrulla policial que iba haciendo su ronda, y detuvieron el coche al lado suya, en uno de los semáforos. Los cuatro intentaron comportarse con naturalidad, aunque les parecía que llevaban el cartel de “Estamos huyendo de Madrid” escrito en la frente. Álvaro tuvo el alma en vilo cuando detenidos en otra calle vieron acercarse por una de las aceras a un pelotón falangista, a paso vivo y gesto desafiante.
-Pedro… no los mires.
Álvaro desvió la mirada de su hijo, que se había quedado con la vista clavada en ellos.
-Pedro, mira que te diga…
Doña Marcela llamó a su nieto dándose la vuelta en su asiento, para desviar la mirada del niño hacia el interior del coche. No pasó nada. Los falangistas ni se percataron del coche y sus ocupantes.
El traqueteo del coche también hizo que Ana se terminara de desvelar.

-Mamá…-Ana había abierto los ojos, extrañada del viaje a horas intempestivas.
-Duérmete, mi niña…
-¿A dónde vamos, mamá?
-De viaje, a ver a la tía, que está malita.

Alicia quería aleccionar a la niña de lo que tenía que decir. Si le paraba una pareja de guardias civiles, no quería que su hija, en su inocencia infantil, dijera algo inoportuno que hiciera sospechar.
-¿Y por qué llevo el pijama puesto, mamá?

Álvaro conducía en silencio mientras su mujer contestaba a la niña. Marcela y Pedrito también callaban.
-Para que no pases frío en el viaje, mi vida. Así vas más calentita.
-Ah, bueno…

A Ana no pareció convencerle del todo la explicación de su madre, pues se quedó pensativa con los ojos abiertos, con el osito de peluche agarrado.
-Mamá…
-…cierra los ojitos…
-…¿Pedrito también lleva el pijama puesto?
-No, mi vida. Pedro no. Sólo tú, para que no pases frío en la carretera, que eres la más pequeña. Pero no lo puede saber nadie.
-¿No, mamá?

-No, mi vida. Si nos encontramos con alguien en el camino, no les digas que llevas el pijama puesto, porque entonces te harían volver a casa para que te vistieras, y yo no quiero que te vayas de mi lado. ¿Has entendido, mi niña?

Ana se quedó pensando lo que le acababa de decir su madre, hasta que le encontró ella sola una explicación más convincente.
-¿No le puedo decir a nadie que voy en pijama?
-No.
-¿Es que es un secreto?
-Si, mi vida. Es un secreto.
-¿ Y no lo puede saber nadie?
-No…
-¡Ah, bueno! ¡Es un secreto!
-…Y ahora cierra los ojitos así, así….

Alicia acariciaba con suavidad la cara de su hija, que al fin cerraba los ojos y se abandonaba al sueño, tumbada en brazos de su madre y con los pies encima de su hermano. Pedrito le había quitado los zapatitos para que estuviese más cómoda, y se los lió con su chaqueta para que no se enfriara. 

Alicia puso los ojos como platos cuando, al recolocar al osito de peluche que se estaba cayendo de la mano de Ana, lo cogió de la barriga y se percató del cargamento que guardaba el osito en su interior. “No me mires, que así han salido las cosas…” parecía decirle Álvaro con mirada seria cuando ella buscó una respuesta al mirarle reflejado en el retrovisor interior. Alicia apoyó a su hija entre el oso y su barriga, y miró por la ventana, resignada. Ya hablaría con su marido cuando llegasen.

Las luces de Madrid se fueron quedando atrás, mientras se adentraban en la oscuridad de la carretera. El coche subía trabajosamente por la carretera de montaña. Por suerte, esa noche no había nieve, y la ausencia de precipitaciones evitó el peligro del hielo. Aún así, Álvaro se esmeró en guiar al coche son suavidad por las cerradas curvas. Álvaro vio por el retrovisor cómo Pedrito empezó a dar cabezadas hasta cerrar los ojos por completo. Alicia se mantenía despierta, así como Marcela, que en voz baja iba dando conversación a su hijo para evitar que se durmiera al volante, cosa difícil, en esa carretera. Álvaro empezó a respirar hondo cuando empezaron a enfilar la carretera de bajada, y notó una extraña sensación, como de “no retorno”, de haber llegado a un punto en el cual no sería posible que les volviesen atrás. Dejó de notar el corazón debocado en el pecho cuando al fin vislumbraron las débiles luces de la ciudad de Ávila, reflejando el contorno de la muralla. Habían llegado, ya estaban a salvo. Alicia había cerrado los ojos y Álvaro contemplaba por el retrovisor la cara de su mujer junto a la de su hija, con los ojos cerrados, y su hijo Pedro, también dormido. 

A las tres de la madrugada, la familia Iniesta llegaba a Ávila.


*******************************************************

Los Iniesta permanecieron quince días en Ávila, con la tía Filomena. A las cuatro semanas de aquello, Alicia dio a luz en Madrid a dos niñas gemelas: Mercedes y Claudia. 

En la Universidad, las clases fueron sus pendidas durante hasta finales de Febrero. A la vuelta, numerosos estudiantes habían sido detenidos. Fueron condenados a penas de entre 15 días y cuatro meses de prisión.

Jaime y Federico, fueron detenidos y conducidos a la DGS. Más adelante, Jaime fue condenado a dos meses de prisión y Fede a cuarenta días. Jaime se pudo incorporar al curso al salir de la cárcel, y llegar a tiempo para los exámenes de Junio. A todos les sorprendió la ausencia de FEDE. Como más tarde supieron, Federico era un “topo” introducido por la policía en la facultad de Derecho.

Los artículos 14 y 18 del FUERO DE LOS ESPAÑOLES estuvieron suprimidos durante tres meses.

-LA noche del 9 de Febrero de 1.956 se temió una “noche de los cuchillos largos” en Madrid, con numerosas personas como supuestos objetivos de los falangistas buscando compensación si Miguel Álvarez llegaba a morir. Afortunadamente, el Capitán General de Madrid, el teniente General Rodrigo consiguió evitar la venganza escuadrista, ya que logró, con gran habilidad, recoger a tiempo las armas que había en los distintos Centros de Falange.

-Torres López (decano de Derecho) fue cesado el 12, Laín dimitió de su puesto como rector, y el 16 fueron cesados Ruiz-Giménez (que él mismo entendió como algo necesario dadas las circunstancias) y Fernández Cuesta, Secretario General del Movimiento.

En la Universidad no volvió a ser nada igual, desde entonces. El germen de la oposición anti-franquista estaba sembrado.


Nota: este capítulo está basado en hechos reales.


Fin del Capítulo.
Continuará…

N. de la A.- Los capítulos 30 al 35 de este relato están basados en los sucesos acaecidos en el 56 en la universidad central de Madrid. Gran parte de los hechos son acontecimientos reales, en los que he ido intercalado las tramas de los personajes del relato.
Las fuentes biliográficas en las que me he basado para ello están disponibles en la Web, poniendo las principales palabras clave en cualquier buscador.

http://eprints.ucm.es/8227/1/universidad_1956.pdf
http://kusan.uc3m.es/CIAN/index.php/CIAN/article/viewFile/844/318

http://revistas.ucm.es/inf/11341629/articulos/ESMP0505110259A.PDF



+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

"La lesión sufrida por el pobre Miguel Álvarez era ciertamente muy grave. A vida o muerte hubo de ser operado por el neurocirujano Sixto Obrador, y entre la vida y la muerte pasó algunos días. Pues bien, como reacción a tan extrema gravedad, y con el conocimiento de sus jefes, varios grupos de la Falange prepararon "la noche de los cuchillos largos", que había de seguir a la probable muerte del muchacho ¿Se me permitirá aventurar, por lo oído, que más de uno lo estuvo deseando? Se reunieron armas, se confeccionaron listas de victimas. Torres López (Decano de Derecho) y yo ocupábamos en ellas lugar muy honorable. Tan intensa fue en Madrid esta crispación de los ánimos, que por imperativo y urgente decisión ministerial Torres López hubo de tomar el tren de París, en previsión de mayores males. (...) La misma indicación -."Duerme fuera de casa" - recibí por vía telefónica de Javier Conde, entonces Director del Instituto de Estudios Políticos y amigo de Tomás Romojaro, Vicesecretario General de la Falange" (Pedro Laín, ob. cit. p. 422)

Torres López fue cesado el 12, Laín dimitió de su puesto como rector, y el 16 fueron cesados Ruiz-Giménez (que él mismo entendió como algo necesario dadas las circunstancias390) y Fernández Cuesta.



La tensión fue en aumento e incluso se corrió el rumor de la elaboración de listas con nombres de personas que debían ser ejecutadas en una “Noche de los cuchillos largos” si el joven Miguel Álvarez moría. Por este motivo Torres López se marchó a París y Laín durmió en casa de Ruiz-Giménez, que había sido advertido por el Ministro de Trabajo, Girón, y por el de Gobernación, Blas Pérez, de que su vida corría serio peligro426. Tanto Álvarez Cobelas, como Laín, como Hernández Sandoica, Ruiz Carnicer y Baldó Lacomba, están de acuerdo en señalar que el teniente General Rodrigo, Capitán General de Madrid, consiguió evitar la venganza escuadrista, ya quelogró, con gran habilidad, recoger a tiempo las armas que había en los distintos Centros de Falange427.


34 comentarios:

Maria dijo...

GRacias a todas por vuestros comentarios!
Siento el retraso, pero estos últimos días he estado liada. El siguiente capítulo es largo, así que os lo divido en dos. Os dejo el...

CAPITULO 33- primera parte dijo...

Dedicado a Sacha.
Disfrutad ;)

Sacha dijo...

Dedicado a Sacha.
Disfrutad ;)

GRACIAS MARIA!! Me has emocionado y no encuentro palabras para decirte que me siento muy halagada por tu deferencia hacia mi..

Sacha dijo...

El capitulo como siempre corto. Te felicito de corazón por la buena paráfrasis que tienes y lo bien documentada que estás,, es un trabajo inmenso..

Me alegro que los niños INIESTA vayan a un Colegio de la Libre Enseñanza, una isla de libertad en un País que carecía de ella..

purivilla dijo...

Muy bueno María, te superas con cada capítulo, gracias por tu tiempo y a la espera del siguiente.

clavemas dijo...

María, excelente, el relato crece en intensidad y el suspense también.

Lo tienes todo tan bien documentado que cada detalle hace la historia de una veracidad que impresiona!

Muy corto, es la única carencia que presenta, por lo demás es una maravilla.

PIPI dijo...

ME HA GUSTADO MUCHO ¡SIGUE...SIGUE..!

Sacha dijo...

Ma ha gustado mucho, y en lo más interesante FIN.. Pobre Pedro, que nervios,, espero que no o haya pasado nada, y todo salga bien..

COMO SIEMPRE.. plas,plas,plas.

clavemas dijo...

Este capítulo, tiene emoción, suspenso y vértigo a raudales.

Me has dejado muy preocupada por Pedrito y por la niña con su madre, desmayada y ensangrentada!!

Espero que en el desenlace salgan todos con bien, como poco.

Isabel dijo...

MARIA ya he leido el capi entero, qué bueno nos dejas con la intriga de qué pasará Alicia desmayada, la niña a su lado y Pedro desaparecido ya veo que no dejarán los problemas a esta pobre familia. Espero que tardes en poner el siguiente pues estoy ansiosa por saber como continúa. Enhorabuena estás hecha una artista.

rmveguillas dijo...

menos mal que ibas retrasada porque así me ha dado tiempo a leerlo. !Qué intenso, hija! Me has dejado sin respiración y con el corazón en un puño ¿dónde está Pedrito? espero que no le haya pasado nada. !muy fuerte este capi!

Continúa pronto con el siguiente para saber qué le ha pasado a Pedritó y si Alvaro ha tenido movida en san Bernardo.


rmveguillas

Azalea dijo...

María qué soberbio te ha quedado este capitulo!! Primero la documentación que manejas,y después la emoción,la intriga,en fín todo,todo sensacional. ¿Qué habrá pasado con Pedro? ¿Se desmayará Alicia con la niña en brazos? y Álvaro?¿ María porfa,no tardes en colgar el próximo.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Muchas gracias por este capítulo; nos ha encantado la documentación, el contenido y sobre todo la narración, ha sido como si lo estuviéramos viendo; cada vez nos gusta más tu forma de escribir.

Estamos deseando saber que ha pasado con Alicia y la niña; pero nos tiene muy preocupadas Pedrito; esperamos que haya podido volver a casa sano y salvo.

El suspense va en aumento y esperamos la continuación del relato con mucho interés.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

P.D./
Deseamos dejar un mensaje para Fanalvaro y no sabemos si lo podemos hacer en esta página.

Maria dijo...

Sí, claro que podeis hacerlo desde aquí.
También desde el foro del Blog.

Si lo que quereis es dejar un mensaje privado, podeis usar cualquier otro subforo donde son moderados los cometnarios, por ejemplo, el ESPACIO AUDIOVISUAL. DEjais el mensaje y vuestra deseo de no publicar, y cuando lo lea, se borra y no lo ve nadie.

Un saludo, y gracias a todas por vuestras palabras.
Espero colgar el siguiente el prox. domingo.

CAPÍTULO 34 dijo...

OS he dejado el nuevo capítulo, esta vez un poco más largo de lo habitual.

Disfrutad!!

Maria dijo...

OS recuerdo también que tenemos una magnífica historia: ·EL CEREZO", cuyo enlace está en la portada del BLOG, y que está interesantísima.

clavemas dijo...

María, Fantástico el relato!! Me ha resultado un disfrute de principio a fín. Atrapante!!

Has combinado de maravilla, la realidad político-estudiantil de aquellos años con la familia tipo que supo germinar en la mayoría de la sociedad actual con la ternura, el amor de una pareja que se adora y con el humor que ha puesto el osito de Anita.

Enhorabuena y felicidades!!
Largo? pues me he quedado con ganas de más......

Isabel dijo...

MARIA el capítulo, UNA MARAVILLA
dices que es largo pero a mí se ma ha hecho cortísimo. Me ha gustado mucho como Alvaro logra tranquilizar a su hijo y luego a su mujer, maravilloso y el detalle del osito genial. Ya espero con impaciencia el próximo.

Sacha dijo...

María, no tengo palabras para describir este capitulo. Me ha gustado mucho, por el contenido, como está redactado, haces que nos adentremos en la historia y la vivamos..

Me quedaría con muchas de las palabras de ALVARO, pero sin duda me quedo con las de PEDRITO, cuando le dice, que le han llamado HIJO DE ROJO...Me llegó al corazón.. Los niños que iban al C.Estudio eran llamados así, bien por tu trabajo y documentación.

Ah, pobre OSITO PEPE, mira el trabajo que lo tenías destinado..DE CAMUFLAJE..JJJJJ.. FELICIDADES!!

rmveguillas dijo...

Intenso maría, uno por el otro no paran de echarse la culpa y esar en un desvivir pero afortunadamente todo termina, al menos en esta entrega,bien para los niños y para Alicia. Menos mal que entre tanta mala suerte apareció el doctor Salcedo y su esposa, ya me veía a Alicia de parto en el arco de cuchilleros.
Ahota en serio, me ha gustado mucho y al osito Pepe le viene que ni pintado su nueva utilidad.

Rodas

Azalea dijo...

Otra vez enhorabuena por el capí María. Qué bien vas desentrañando la historia de Álvaro y Alicia. Es como volverlos a ver de nuevo. Y que buena y extensa la documentación que manejas.
¿Largo? En absoluto me lo le leído en un suspiro,lástima no tener más.
Gracias.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

¡Que bonito capítulo! y que suspense cuando entró Alvaro en casa hasta que fue viendo a cada miembro de la familia; que bien has expresado el temple de Dª Marcela, estaríamos diciendo elogio, tras elogio.

Nos ha encantado la combinación los hechos históricos con el guión.

Muchas gracias y nuestra felicitación.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

Un grupo de Alvaristas dijo...

MENSAJE PARA FANALVARO

Somos un grupo de Alvaristas y queremos agradecerte y felicitarte por tu trabajo de facilitarnos los videos de AA y los montajes musicales, en favor de todas las personas que seguimos esta historia.

Ya hace unos meses que echamos de menos dichos videos, algo parecido pasó el año 2010 pero luego, afortunadamente, otra vez de nuevo pudimos disfrutar de ellos.

Dado el tiempo transcurrido, queríamos preguntarte si tu sabes algo más que nosotras, referente a la posibilidad de poder volver a disponer de ellos, pues valoramos el trabajo que tan generosamente hiciste en su día y que nos encantaría volver a ver.

Recibe nuestra gratitud y un cariñoso saludo.

Un grupo de Alvaristas

Roser dijo...

Gracias por vuestras palabras, grupo de Alvaristas.
Lamento deciros que los vídeos que han borrado no se pueden recuperar ya que contienen música de discográficas que no tienen acuerdos de derechos con youtube.

Otro cariñoso saludo para vosotr@s!

Un grupo de Alvaristas dijo...

MENSAJE PARA FANALVARO

Gracias por tu respuesta y lamentamos mucho no poder seguir disfrutando de los videos de la "Historia de Alvaro y Alicia", teníamos la esperanza de que se solucionara, como ocurrió el año pasado; pues como de los 14 montajes musicales se puedan ver 13, no imaginábamos que fuera ese el motivo.

Te felicitamos por el "buen trabajo" y valoramos el esfuerzo.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas

P.D./ Dejamos una ventana abierta a la esperanza.

Maria dijo...

Pues si, es una pena lo de los videos de youtube, pero así son las cosas.

GRacias a todos por vuestros comentarios.

CAPÍTULO 35 dijo...

Me ha salido bastante largo y es de los que más he tardado en escribir. ESpero que os guste.
Con esto cerramos una fase del relato.
No sé qué hará la serie con los personajes de la 6ª temporada, pero yo les he dado un final. Siempre estoy a tiempo de cambiarlo.

purivilla dijo...

Felicidades María, consigues mantener viva la llama de esta bonita historia y de estos personajes inolvidables.
Pueden tomar nota de tu relato los guionistas de la serie en vez de escribir incoherencias y sandeces, gracias de nuevo por tu tiempo.

Sacha dijo...

MARIA,. No tengo palabras para expresar que es maravilloso este capitulo, muy documentado, muy bien escrito, y sobre todo, muy ajustado a los hechos..

Cuantas familias vivían angustiadas por la visita de la PS.. El profesor Iniesta representó algunos de ellos, que callaban y aguantaban como podían por su familia..

Te agradezco de corazón este maravilloso relato que describes muy bien, y muestras con muchos detalles la vida de algunos profesores y sus familias, a través del PROFESOR INIESTA..GRACIAS...

rmveguillas dijo...

Muy interesante e intensos estos acontecimientos que has introducido muy bien en el relato. Menuda sorpresa con Fede que se llevaría Jaime y hablando de sorpresas la que se llevaron Alvaro y Alicia con la noticia de que eran gemelos.
Ciclo cerrado y a esperar los nuevos acontecimientos.

clavemas dijo...

María, Este capítulo que cierra una fase es fantástico! además de documentado con una pulcritud y detalle que echamos de menos en la Serie actual, también de la coherencia de la que haces justa gala para disfrute nuestro y para que el contraste con las incoherencias tan gruesas de la Serie queden en evidencia.

Felicidades María!! por los gratos momentos que me haces pasar sin olvidarme de la ternura, el cariño y el sufrimiento de esta familia que se parece a tantas otras que para algunos, no parecen ser parte de la historia reciente y a mi me llegan muy hondo.

Agradecerte tu generosidad y tu tiempo que es tan escaso, una vez más: Gracias.

Isabel dijo...

MARIA ¡qué maravilla de capítulo!, me hace recordar cosas que contaba un familiar que las vivió en primera persona y que afectaron a muchos profesores, alumnos y personas relacionadas con la universidad, veo además que mencionas a personajes de la 6ª temp. ya me gustaría que la serie fuera por esos derroteros y sería mucho más interesante que las tramas actuales. Gracias por el esfuerzo de documentación que haces cada capítulo es aún más interesante que el anterior.

Maria dijo...

GRacias por vuestras palabras. Es uno de los capítulos que más me gustan (y que más he tardado en cerrar).

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Excelente capítulo, has cuidado cada detalle, muy bien documentado y la historia cada vez más interesante y muy consecuente con el momento en que se desarrolla; los personajes toman vida uno por uno y haces que nuestra imaginación vuele hacia donde tu nos llevas.

Gracias por tu dedicación y tu buen hacer.

Recibe un cariñoso saludo
Un grupo de Alvaristas