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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 51





Capítulo 51.
Madrid. Mayo de 1.988.
Viernes por la mañana, al amanecer.




“…Siempre estará tu recuerdo.
No olvidaremos tu nombre.
Aquí quedamos los tuyos
con los ojos bien abiertos
y la conciencia más fina
para escuchar tu silencio
y reconocer qué nos quieres decir…”.*


Madrid se desperezaba otro día más. Las calles empezaban a llenarse de coches que acudían al corazón de la ciudad, saturando sus arterias principales. El sol de primavera empezaba a coger fuerza,  mientras la ciudad se asemejaba a una máquina bien engrasada que comienza a funcionar con la misma coreografía perfectamente orquestada de todas las mañanas. La luz iba subiendo en intensidad mientras las calles se empezaban a taponar de atascos, de ruido de motores y de gente acudiendo a sus trabajos con los hombros cargados y el gesto cabizbajo, cada uno a lo suyo. Las bocas de metro empezaban a vomitar gente con prisas, que imprimían a la ciudad su ritmo vertiginoso característico.


Alicia abrió lentamente los ojos, aún soñolienta.   En la semioscuridad del dormitorio conyugal, sus sentidos empezaron a activarse de inmediato y sus oídos empezaron a prestar atención a la rutina sonora que tenía la casa todas las mañanas. Ya debían haberse ido los niños al instituto, puesto que no le llegaba ningún sonido proveniente de sus dormitorios. Sus padres hacía tiempo que habían salido a trabajar, incorporándose a la marea humana que poblaba las calles de Madrid a esa hora de la mañana, y cuyo sonido le llegaba amortiguado a través de la media luz de las rendijas de la persiana. En el espacio más cercano  flotaba  un extraño silencio matutino que la desconcertó. Alicia extrañó la falta de ruidos en la casa en ese momento.  Ni siquiera oyó cantar al canario, que solía piar todas las mañanas a todo el que iba apareciendo por allí, en un riguroso turno, hasta que acudía Álvaro a ponerle su comida como hacía siempre.


 Pero esa mañana el canario estuvo extrañamente callado. Todo estaba callado. 

Todo. 

Alicia escuchó alarmada su propia respiración, acompasada por la quietud que parecía rodearla por todos lados. El aire de la habitación se le hizo espeso por una fracción de segundo y un funesto presentimiento le hizo encogerse en la cama al tiempo que se le erizaba el bello del cuerpo. Algo pasaba esa mañana, extraña y atípica.
De repente, se dio cuenta. 

Sola.

Estaba sola. No había nadie más. Álvaro ya no estaba con ella, había partido esa misma noche, mientras dormía junto a él, con la cabeza apoyada en su hombro, ahora tristemente inerte. Alargó el brazo buscándole en vano.  Ya no había nadie, su alma ya no estaba allí. Había volado lejos, muy lejos.

-No…..Álvaro…no puede ser…

Y Alicia sintió como el vértigo comenzó a invadirla, en una extraña sensación de quien se siente caer en el vacío inmenso  y busca algo a donde agarrarse desesperadamente. La cabeza le empezó a dar vueltas, haciéndole perder la noción del tiempo y del lugar. Ahora ella no era ella. Su interior se acababa de romper en mil pedazos, como un cristal que cae y se hace añicos contra  el suelo.

-¡Mi amor! ¡Mi vida! …

Alicia se aferraba a él sollozando, acunándole como si de uno de sus hijos se tratara, mientras le susurraba cosas que él ya no podría oír:

-¿Por qué te has ido sin decirme nada? …¿por qué así?.... si ni siquiera te he podido decir adiós…. pero si estabas bien…si mañana íbamos a llevar a los niños de Mercedes al Retiro, a ver el estanque,  como cuando eran pequeños… e ibas a comprarle una jaula al canario… y… tienes la camisa planchada en la butaca, la que te regaló Rocío en tu cumpleaños….. ¿qué es lo que ha pasado, Álvaro?...¿ dónde estás, amor mío?….

Alicia arrullaba a su marido, ya inerte, mientras le enumeraba todas las cosas que se quedarían sin hacer con su ausencia, como si el recordarlas pudiera hacer que él volviese. Era inútil. Álvaro ya estaba en otra parte, muy lejos de allí. Aún podía sentir su tibieza con ella, apagándose poco a poco entre las  sábanas. Seguramente, Álvaro habría partido al amanecer, mientras todos aún dormían, y sólo el canario empezaba a sacudir sus plumas al sentir filtrarse el primer resplandor del sol por la ventana. Álvaro abandonó el mundo de la misma manera que lo hizo  su madre, hacía diez años ya, en esa misma casa.

Ni tan  siquiera Alicia podía sospechar lo que iba a pasar el día de antes, en el que Álvaro realizó sus actividades normales, como siempre. Tan sólo dio muestras de un pequeño decaimiento a la hora de acostarse.

-Me voy a la cama. Buenas noches.
-¿Tan pronto?
-Me siento un poco cansado. Tengo ganas de dormir.

-Ten cuidado con la butaca- le dijo ella-. Te acabo de poner en ella las camisas, recién planchadas. En un rato me acuesto yo también, en cuanto se acabe el programa de la tele.

Alicia estaba terminando de ver la televisión, con su hija y su yerno.
-Papá, ¿vas a ir mañana al zapatero?- le preguntó Ana.

-No. Quiero comprarle una jaula al canario, ésta ya está muy vieja. Por la tarde me llevaré a los niños de Mercedes al estanque del Retiro, se lo prometí. Si se quieren apuntar los tuyos…

-Lo dudo, papá- sonrió Ana-. Rocío es muy mayor para los niños de Mercedes. Pero le diré que vaya contigo, y te ayudará con ellos. ¿Tú también te irás con ellos, mamá?...
-¡Ah, mira! Pues sí, te acompañaré, no me vendrá mal un paseo. Y a los niños les gustará, ya los conoces.

 Con las lágrimas surcándole las mejillas, Alicia recordó la conversación que tuvieron la noche anterior Álvaro y ella. Como si fuese una extraña premonición, Álvaro le habló a su mujer sobre su propia muerte. Fue después de hacer el amor, cuando Álvaro sintió de nuevo renacer el vigor en todas sus fibras,  y los dos esposos  volvieron a disfrutarse como siempre hacían,  cuando Álvaro respiraba el mismo aire que, piel con piel, respiraba Alicia, mientras ella se dejaba mecer por las oleadas de placer intenso que le llegaban de su marido, con la delicadeza y la sabiduría del hombre que la supo amar  con todas sus fuerzas durante toda su vida. Al terminar, Álvaro abrazó con los ojos cerrados a Alicia, mientras le susurraba al oído, en su espalda.

-…Alicia…
- no pienses….ahora no….
-…tengo que  decirte algo…
-...ssss….
-escucha…
-…ahora no…
-…ahora sí. Antes de que sea más tarde.

Alicia se dio la vuelta y se puso cara a cara con su marido, que continuaba abrazándola mientras le apartaba el pelo de la cara, con dulzura. Las canas hacía tiempo que poblaban las sienes de Álvaro, al igual que la mata de pelo antaño oscura, de Alicia.

-Quiero que seas feliz, Alicia. Toda tu vida.
Alicia lo miró extrañada. No sabía por dónde iba su marido.
-  ya lo soy…

-No, escucha… Alicia…sabes que tengo más años que tú...
-¡Álvaro! ….No empieces otra vez con eso, por favor…
-¡No! Escúchame… cuando yo…quiero decirte una cosa, mi vida.
-Pero es que yo no quiero que me la digas…
-Te la tengo qué decir.
-…no me va a gustar….

-Escúchame…si algún día, cuando yo no esté, ….
-…sssssss….
-….conoces a alguien que te pueda hacer feliz…
-…no,Álvaro…
 -…no lo dudes. Vete con él…

-Ssssss….. ¿cómo puedes decirme eso, Álvaro?

-Yo solo quiero que seas feliz, mi vida. Como yo lo soy cuando estoy a tu lado.
-Sabes de sobra que no seré feliz si tú no estás.
-Eso no lo sabes, Alicia. Nunca se sabe lo que la vida nos puede traer.
Alicia se detuvo para respirar hondo. Su marido estaba hablando en serio.

-Álvaro, escúchame bien. ..
Álvaro y Alicia se miraron al interior del alma, a través de los ojos.  

-Llevamos juntos  cuarenta años. Hemos vivido juntos, he ido a verte a la cárcel, hemos sufrido juntos, hemos reído juntos,  te he velado por las noches cuando estabas enfermo, igual que tú lo has hecho conmigo… He parido a tus cinco hijos,  Álvaro…  cinco hermosos y maravillosos hijos… que te han dado unos nietos también maravillosos. ¿De verdad piensas que te podré olvidar?

Álvaro aguardó un momento ante la recopilación de acontecimientos que le había hecho Alicia en diez segundos.

-No… no te pido que me olvides. Pero sí que mires hacia adelante. Me iría feliz si sé que cuando yo falte tú serás capaz de mirar hacia adelante, y superar mi recuerdo.

-No puedo imaginarme la vida si tú no estás a mi lado.

-Alicia… escúchame bien…
Álvaro no quería que Alicia se sintiera atada a él. No para toda la vida.

-Hace muchos, muchos años, cuando tú aún eras una chica que estudiaba Derecho, y yo un profesor viudo que no levantaba cabeza…
Alicia se emocionó ligeramente. El recuerdo de su juventud con Álvaro le hacía sonreír con ternura. Álvaro prosiguió.

-…hace muchos años, cuando yo pensaba que no sería capaz de volver a ser feliz, la vida me dio una segunda oportunidad. Apareciste tú. Y yo volví a sentir ilusión por las cosas, a tener ganas de levantarme por las mañanas y a volver a reír con mi hijo todos los días. Y quiero que me digas que si a ti también te llegara a pasar eso…

Alicia le interrumpió poniendo suavemente su dedo en sus labios.
-A mí también me dio la vida otra oportunidad. Me la dio contigo. 

Álvaro besó los dedos de su mujer.
-Pues entonces, otra… yo sólo quiero que seas feliz, sin que mi recuerdo te empañe las cosas buenas que te traiga la vida. 

-ssss….. profesor Iniesta…

Álvaro tuvo un estremecimiento al escuchar a su mujer llamarlo así, y  acordarse como se conocieron, y el trato que se daban el uno al otro en los pasillos de la facultad, los entonces alumna y profesor. Hacía cuarenta años que Alicia no le llamaba así.

-No sería capaz de ser feliz si no te tengo a mi lado…
-Alicia… prométemelo…
-Eso es imposible, y lo sabes.
-No. No me iré tranquilo si no lo haces.
-Hablas como si te fueras a morir mañana. Y aún te queda mucho tiempo, mi vida…
-…por favor….

Alicia quiso cortar la conversación y se le ocurrió la manera de hacerlo.
-Está bien. Te lo prometo, pero con una condición
-…cual…

-promételo tú también a mí.

Álvaro  sonrió. Alicia se salía con la suya una vez más, en ese juego de voluntades  imposibles de domar que tanto le gustaba.

-¿lo ves como no puedes?
-Eso no es así, Alicia. Tú te quedarás más tiempo que yo, y lo sabes.

-¿Por qué dices eso? Nunca se sabe lo que puede pasar. ¿Cómo sabes el tiempo que vas a vivir?
En el otoño de sus vidas, Álvaro miraba la muerte cara a cara, como algo cercano a lo que tenía que ir. No le tenía miedo, simplemente, sufría por cómo quedarían los suyos. Ya les habló a sus hijos cara a cara, cuando murió su abuela: la muerte forma parte de la vida, debemos estar preparados para ella. Es un trance doloroso, pero hay que aprender a mirar hacia adelante.

Alicia le abrazó y se arrebujó en su pecho caliente. Cuarenta años después de casados, todavía le gustaba sentir el calor de su marido velando su sueño, mientras él sentía la caricia de su pelo en su garganta.
-Álvaro…
-Dime…

-Prométeme que siempre, me oyes, siempre…
-..sí…
-…que siempre  estarás conmigo, que no te irás de mi lado.
Entre sueños, Alicia no podía ni imaginar el alcance que iban a  tener esas palabras en el subconsciente de Álvaro.



Abrazándola, Álvaro no pudo evitar pensar  que si de él dependiera,  deseaba con todas sus fuerzas irse ser él el primero que se fuese. No hubiera soportado llorarle a Alicia. Aunque el recuerdo de su primera mujer  era ya muy lejano, no hubiera soportado tener que acudir por segunda vez al cementerio a poner flores en otra tumba. Simplemente no hubiera podido con tanto dolor. Pensaba que si eso ocurría, él no tardaría en irse tras ella. Lo mismo que estaba pensando Alicia en esos momentos, cuando le dijo a su marido, antes de caer rendida entre sus brazos:

-El día que faltes, será el primero en que yo empezaré también a irme.

****************************************

“..Yo sé que continúas tu camino
te arropo en tu viaje por las nubes;
te doy mis besos, te envío mis caricias
en este viento tibio de la tarde”..*



Alicia levantó la vista y miró la butaca, con sus cosas, preparadas para el día siguiente: su camisa, su pantalón, la bufanda de cuadros, las camisas planchadas por ella que no había llegado a colgar…  ropa que se quedaría esperando a su dueño para siempre…

-¿y qué voy a hacer yo ahora?

Todavía un año después, Alicia recordaría el vacío que sintió, de repente, así como una extraña sensación, como si le hubieran amputado un miembro de su cuerpo y le resultase sumamente doloroso notar su ausencia  y sentir el hueco que le había quedado en su ser. Sintió un escalofrío que la recorrió de arriba abajo mientras las sábanas de la cama se le hicieron extrañamente frías.

-no te vayas, amor mío, todavía no… nos quedan tantas cosas por hacer… te tengo tanto que decir… ni siquiera nos hemos despedido…. Tu hijo pequeño está en Japón, bailando…  con la ilusión que le hacía llegar hasta donde ha llegado y no lo has podido ver… mi niño… no sé cómo se lo vamos a decir… Miguel….si sólo tiene diecinueve años…

Alicia lloraba al acordarse de su hijo pequeño, que quedaría  recién estrenado en la orfandad con apenas  veinte años, más o menos, la edad que tenía ella cuando perdió al suyo y quedó sola en Madrid, a cargo de sus tíos.


Alicia lloró en silencio no se sabe por cuánto tiempo, incrédula, ante lo que ya era inevitable. Luego se arrepintió de aquello. Pensó de repente que su marido aún estaba con ella, contemplándola, aunque ella no pudiera verle. Y sintió la necesidad de decirle adiós y que partiera tranquilo.  Debía de dejar a Álvaro seguir su camino, sin ataduras.

-Amor mío… vuela… descansa ya mi, vida… has vivido mucho…has sufrido mucho, y has reído mucho… Te he querido más que a mí, y te seguiré queriendo siempre…porque pronto estaré contigo, Álvaro, te lo prometo…


Mati entró en la habitación, extrañada. Hacía tiempo que los niños habían ido al instituto, y su prima ya debería estar despierta hace rato, al igual que Álvaro. Algo pasaba. Ninguno de los dos había salido como era su costumbre, a desayunar por la mañana, bien temprano, con los primeros periódicos del día.

-¡Alicia! ¿estáis bien? ¿qué pasa?
Alicia le contestó con un hilo de voz, y la mirada en blanco. Mientras se abrazaba a su cuerpo inerte de Álvaro.
-Mati, avisa a mis hijos…. y diles que su padre ha muerto esta noche mientras dormía…


Fin del Capítulo.
Continuará…


Citas:   Fragmentos de “La muere cuando esperas vida”, de Rosa Zaragoza


Capítulo 50

Resumen de lo publicado: en el capítulo anterior, Alicia descubre el cuadro de “SUSANA Y LOS VIEJOS” escondido en el cuarto de su nieta Rocío. Ésta le cuenta porqué su abuelo lo mantuvo escondido y no le dijo nada a ella en todos estos años. El cuadro se queda guardado en su rollo en una esquina del dormitorio de Alicia. Al poco rato llama al portero automático Enrique, un compañero de estudios de Rocío.  Animada por su abuela, Rocío baja a la calle a dar un paseo con él.

Capítulo 50.
Madrid. Mayo de 1.989.


-¿Y qué ha pasado? Cuéntamelo…
-Ainsss.. abuela… nada, qué quieres que pase...
-Venga… ¡cuéntame dónde fuisteis!... ¿Al cine?
-aayyyy…., no abuela, no fuimos al cine, no daba tiempo. Nos fuimos a dar un paseo por el parque. Y luego nos sentamos en un banco.
-Aahhhh…. ¡os sentásteis los dos en un banco!... ¿y qué más?...
-….ay….abuela….
Ana observaba la puerta entreabierta y miraba a su madre y a su hija hablando en voz baja, la una al lado de la otra. Rocío se había echado en el suelo sentada, a los pies de Alicia, que estaba sentada en la butaca con una manta en sus rodillas. Ambas cuchicheaban como dos adolescentes.


 
-¿Qué se traerán entre manos?- pensó un poco escamada.

De repente, sonó el timbre de la puerta.  Ana se puso en guardia. Hacía tiempo que no oía tocar el timbre de esa manera tan peculiar, más exactamente, un año y cinco meses, el tiempo que llevaba su hermano pequeño Miguel fuera de casa. El timbre volvió a sonar con insistencia, con  un sonido familiar, de alguien que  anuncia su llegada sabiendo que va a ser bien recibido. Seguramente se habría encontrado el portal de la calle abierto, porque ya estaba arriba, en la puerta del piso. No podía ser él, si no lo esperaban hasta el día siguiente. Ella misma iba a ir con su marido a recogerle al aeropuerto.

Ana se asomó por la mirilla, y enseguida abrió la puerta, visiblemente emocionada.
-¡AAAYYY! ¿Pero cómo no has avisado para que fuéramos a recogerte? ¡Ven aquí!

En la puerta, con dos maletas impresionantes, un joven de unos veinte años y porte noble y elegante, se fundió en un abrazo con su hermana mayor.
-¡MAMÁ! ¡Mira quién ha venido! ¡Ha venido desde Holanda! ¡Ya está aquí! - Ana gritaba mientras ayudaba a su hermano a meter las maletas, y éste avanzaba por el pasillo, para abrir la puerta del dormitorio y correr a abrazar a su madre. Al verlo, a Alicia se le iluminó la cara y se levantó como impulsada por un resorte, mientras las lágrimas de emoción acudían a su cara.

-¡¡MIGUEL!! ¡¡AY, Miguel, mi niño!!...


***************************
Madrid, 1.968.


Miguel vino al mundo  una mañana de primavera del año 1.968. Cuando ya nadie le esperaba, cuando sus hermanos estaban grandes, y su madre guardaba contenta las cosas de bebé, las cunas y la ropita de recién nacido,  con la satisfacción del deber cumplido y   la ilusión de que sirvieran para los nietos que seguramente llegarían, mientras  su hermanos preparaban su boda el uno, y aprendía a leer el otro,  y sus hermanas  crecían y se convertían en mujeres. 

Miguel desplegó con fuerza sus pulmones, como quien dice aquí estoy yo, he nacido, aunque no os lo creáis.
La primera sorpresa se la llevó su madre, cuando recibió la noticia. Iba acompañada de su prima Matilde, en su revisión rutinaria al médico.

-Últimamente noto unas molestias,  unos desarreglos… no sé… será menopausia…
-¿Qué cosas dices, Alicia! No lo creo. ¿Cómo va a ser menopausia?  Si eres muy joven. A lo mejor es que estás embarazada.

-¿Embarazada? ¡Qué cosas dices, jaja! ¡A estas alturas de la vida! Ya no tengo edad para cambiar pañales, y menos, para alumbrar a otra criatura. Ya he tenido cuatro hijos. Y ya tengo 38 años.
-¿Y qué? Llegará un momento en el que será normal ver a una mujer de más de cuarenta años quedarse embarazada.

Era evidente que la prima Mati tenía el don de la clarividencia, cosa que ella desconocía.

-Seguro que son nervios. Últimamente no descanso bien, con los preparativos del dichoso Congreso.
Alicia se hallaba organizando todo lo necesario para la celebración del CONGRESO INTERNACIONAL DE MUJERES JURISTAS, que tendría lugar al año siguiente. Pero la noticia llegó por sorpresa. No era menopausia. Ni nervios. Otra criatura venía en camino. La sorpresa de la futura mamá era directamente proporcional a la guasa de su prima, que no paraba de carcajearse.


 -¡Ja, ja, ja…Anda que menuda sorpresa…! -Mati se reía durante todo el trayecto.
-No tiene gracia, Mati. Esto no me lo esperaba. No me puedo creer, lo que me ha hecho mi marido…

-¿Qué no te lo esperabas? Jaja.  Pues tú sabrás lo que has hecho, prima.
-Mira que me dijo que tendría cuidado. Esto ha sido el aire de Valencia, tanta playa y tanto mar… dios mío…  y qué voy a hacer yo ahora, con lo que se me viene encima…
Alicia cavilaba en voz alta mientras Mati a su lado se hartaba de reír imaginando la situación.

-¿Qué le vas a decir a Álvaro?
-No se lo voy a decir. Se la voy a cortar, directamente.
-¡Ja, ja, ja…!

Y las dos primas entraban en el portal, mientras se cruzaban con la vecina del  3º, la viuda del falangista, que las miraba como un cuervo ávido de cotilleos. Seguramente la buena mujer se escandalizaría cuando volviera a ver a Alicia con un nuevo embarazo.

Mientras, el marido de Alicia y futuro padre de la criatura estaba en casa ajeno a todo, metido hasta las orejas en su último artículo, para presentarlo en el próximo curso que tenía que dar. Eso fue hasta que vino su mujer a darle la buena noticia:

-Cariño…¿estás aquí…? Ven, siéntate en esta silla…
-¿qué?
-Que vengas aquí, que te tengo que decir una cosa…

Y Mati desaparecía por el pasillo con cara de guasa, mientras Álvaro escuchaba con la boca abierta lo que le iba a decir su mujer:
-No es menopausia. Estoy embarazada. Vamos a tener otro hijo. Tú sabrás qué comes últimamente, que no paras de embarazarme…


********************************


Y Miguel vino al mundo de pie. Como si el destino le quisiera marcar desde el nacimiento, el niño pequeño, el adorado por todos, al que siempre le salieron las cosas bien. Fue la primera sorpresa que les dio cuando Lucía, la matrona, daba la noticia, a una Alicia que le era imposible parirlo acostada y se tuvo que poner de pie para hacerlo, sostenida por Álvaro. En apenas un parto de dos horas, Miguel ya estaba en el mundo.

-Dios mío… los pies, vienen los pies por delante, pasadme una toalla… éste niño va a nacer de pie.

Y cogiéndolo liado en la toalla para que no se les escurriera, Miguel vino al mundo de pie, como tantas y tantas veces caería así en el resto de su vida. Miguel nació en casa, a pesar de todas las voces que  le  dijeron a Alicia que fuera a un hospital, empezando por la de su hija, la futura médico.

-Mamá… que ya no tienes veinte años. ¿Y si pasa cualquier cosa? Es mejor para ambos que vayáis al Hospital. Ya nacen todos los niños en los hospitales. Nadie da a luz en casa.

-Anda ésta… Pero si os he parido a todos aquí, en esta casa, en esta cama. Bastante difícil fue tu parto, y aquí estás. Y el de tus hermanas, que fueron las dos seguidas. Todos habéis nacido en casa, no veo por qué me voy a ir al hospital con éste. Además, Carmencita fue al hospital y dice que no le gustó nada. Y mira a Manolita, lo que le pasó con su hijo.

-Ay, mamá, pero eso son casos contados….
Alicia le tenía pánico a irse a un hospital, y menos para parir. Y más pánico a que le pasara cualquier cosa, o  le cambiaran a la criatura como ya le pasó a Manolita, la tabernera de la Plaza de los Frutos. Miguel vino al mundo en casa, asistido por la misma comadrona de sus otros partos, y ayudada por su prima Matilde. Doña Marcela, la abuela, que ya empezaba a tener la vista un poco  deteriorada, aún tuvo arrestos para darle su primer baño, como ha había hecho con el resto de sus nietos.

-¡Ay mi niño, quién me  iba a decir a mí que viviría para ver esto…!
Y también, como el resto de sus hermanos, Miguel recibió el primer pañal de su orgullosa abuela, que le vistió con una toquilla de punto con lazos blancos.



Al día siguiente, una Alicia muy recuperada insistió en ser ella quien le cortara personalmente las uñas al niño, que había venido al mundo no con uñas, sino con garras, como decía  la tía Mati.
-¡No, se las corto yo! Las primeras uñas se las corto yo, que soy su madre! ¡ dejadme! 

Y Alicia se fue con su hijo y las tijeras detrás de la puerta de la casa, ante el asombro de los presentes,  suegra, prima e hija, que creían que se había vuelto loca.

-Reíros, pero me han dicho que si la madre le corta las primeras uñas a su criatura detrás de la puerta de tu casa, el niño tendrá una “vena artística”. Así que por mí que no quede.

Y Alicia, muy digna sorteó las carcajadas de Mati, de su marido, de su hija mayor, y hasta del gato de la vecina, que sostenían que eran suposiciones sin fundamento científico alguno. Cuánto más científica era la hija, más etérea se volvía la madre.


Y Miguel creció en Madrid, entre los arrullos de su abuela, los paseos de su tía, y los mimos de sus hermanos y hermanas, que se lo pasaban de brazo en brazo como si fuera un muñeco. Por las noches lo mecía su padre, después de darle el pecho su madre, que insistió en no darle biberón, a pesar de las recomendaciones médicas.
-Dicen que los niños de biberón se crían más gordos.
-Tonterías… en tal caso, las mujeres habríamos nacido con biberones bajo el sujetador. Mira lo bien que os habéis criado todos vosotros. Hasta las gemelas estuvieron con  leche hasta los trece meses, en  que se empezaron a destetar.
Y Doña Marcela asentía calladamente. Para la bisabuela, estos inventos modernos eran obra del diablo, biberón incluido.


El caso es que no se sabe muy bien si fue por las uñas que le cortó su madre al nacer, o fue porque el niño vino así de fábrica, pero Miguel pronto comenzó a mostrar interés por cosas que a sus hermanos ni siquiera les llamaron la atención. El niño tenía unas sorprendentes aptitudes para el ritmo, una gran flexibilidad y un espíritu exhibicionista que le llevaban a mostrar sus habilidades a todo el que entrase por la puerta. Pronto se hizo protagonista de todas las funciones escolares, y se quedaba hipnotizado los viernes por la noche, viendo en la segunda cadena  a los bailarines del programa “LA DANZA”,  al terminar el programa favorito de su padre,  “LA CLAVE”,  para luego ser llevado en brazos hasta su cama rendido de sueño. Al día siguiente ya estaba Miguel dando por el pasillo los mismos volatines y piruetas que había visto en el programa el día anterior, o por lo menos, su intento.

-¡Mira abuela! ¡Ya giro sobre un pie!
-Ay, que este niño se nos mata… ten cuidado hijo…

Y Miguel se montaba él solo sus propios números de baile, sin necesidad más que de una cinta con música para ser feliz. Cuando llegaban sus sobrinos, los hijos de Pedro, casi de su misma edad, y  querían jugar a la pelota,  Miguel sólo quería bailar, así que después de arduas negociaciones infantiles en las que Miguel se adueñaba del balón de fútbol y no lo soltaba, los niños acababan  mirándole hacer giros a Miguel, que estaba en su salsa teniendo un público tan entregado. La cosa se encauzó cuando su profesora de gimnasia mandó una nota para citar a los padres. Alarmados, Alicia y Álvaro acudieron a la cita.

-No sé si se han percatado pero su hijo tiene unas fantásticas cualidades para la danza. Deberían potenciarlas. Hay una academia muy buena en la calle….

Y medio en serio medio en broma, Miguel fue admitido en la Academia de baile.  Alicia no pudo por menos que sonreírse pensando en las uñas que le cortó cuando nació. Pronto Miguel  se enfundó unas mallas, avanzó, asimiló nuevos pasos, nuevas coreografías, nuevos conocimientos, y fue  avanzando de clase en clase, dejando atrás a alumnas con mucha más experiencia que él.



-Soy el único niño de mi clase, mamá- le decía a Alicia. Hoy nos ha tocado bailar “EL LAGO DE LOS CISNES”.

-Muy bien, mi niño. ¿Te gusta bailar?
-Sí mamá. Mucho.





El hijo menor de los Iniesta pronto demostró un sorprendente aplomo para sacudirse situaciones embarazosas. Un día llegó a casa con un ojo morado. Pero se negó a decir qué le  había pasado.
-¡Ay, mi niño! ¿Pero quién ha sido el que te ha hecho eso? - la abuela Marcela estaba asustadísima.

-Miguel… qué es lo que ha pasado.
-Nada, que me he caído.
-Miguel… no me mientas. Que papá está a punto de llegar.
-Nada, mamá. Que los niños de la plaza me decían que era “mariquita”, por hacer baile clásico. Pero me he asegurado de que no me lo vuelvan a decir.

Y Alicia no podía  evitar que asomara el orgullo materno. Si ya ella tuvo dificultades por ser mujer, en un ambiente eminentemente masculino, ahora era su hijo el que las tenía como hombre, en un ambiente mayoritariamente femenino. Los consejos que les dio a sus hermanas mayores volvían a repetirse, pero esta vez en sentido inverso.
-No les hagas ni caso. Cuando vean que lo que te dicen no te afecta,  verás cómo no te lo dicen más.


Y Miguel se crió entre los mimos de la abuela,  la tía MAti y sus hermanas, mientras su madre cambiaba leyes, iba a congresos y asistía a juicios.  Pronto Miguel cambió de academia. Y luego otra. Y otra. Vinieron nuevos primos, nació Rocío.
Y el pequeño Miguel, el último de la serie, se crió codo con codo con sus sobrinos, los hijos de Pedro, y su sobrinita  Rocío, la hija de Ana. El pequeño, con dos años, era aupado por su padre al borde de la cuna donde dormía la niña, y se quedaba mirándola con curiosidad, mientras ella succionaba con ganas su chupete. Miguel y Rocío se criaron prácticamente juntos, en la misma casa, y por las mismas manos de Doña Marcela y la tía Mati que los bajaban juntos a la plaza, a solazarse.


Y mientras los primos hacían el bachiller y se preparaban para estudiar una carrera, Miguel empezaba  a plantearse su futuro.
-Es que no quiero ser abogado. Ni médico, ni arquitecto, ni… yo sólo quiero seguir bailando, es lo que más me gusta.
Y Alicia, miraba a su hijo y no sabía muy bien qué pensar. En una familia de abogados, médicos y arquitectos, Miguel ponía la nota exótica en aquel ambiente.

El niño les dio la sorpresa  un día, cuando a la hora de la comida, por poco su padre no tira la sopa.

-No voy a ir voluntario a la mili, papá.
-Es lo mejor, si quieres elegir destino, y quieres estar cerca de Madrid para poder bailar.

-Es que no voy a hacer la mili. Me voy a hacer objetor de conciencia, o insumiso. Es una lata. Ahora que estoy en mi mejor momento físico, que estoy progresando como nunca, ahora tengo que chuparme dos años de mili.

Su padre por poco no tira la sopa de la boca, al oírlo.

-No, mejor te lo piensas.
-Está pensado, papá.
-Miguel, escucha a tu padre. Es muy sensato- apostillaba Alicia.

-Mejor pide prórroga. El tema de la objeción aún está muy verde y no se sabe cómo va a terminar. 

-¿Y si me lesiono? ¿Y si pierdo la forma física? Por no hablar de la flexibilidad, que se me va a ir al carajo. No, y no. No quiero ser militar. Además, ¿para qué sirve la mili, sino para hacerte perder el tiempo?

******************************

Madrid, 1.987.
Calabozos de la Dirección General de Seguridad. Puerta del Sol.


-¡Familiares de MIGUEL INIESTA PEÑA!
-¡Aquí!- Pedro y Mercedes se levantaron a dúo.

-¿Es usted su abogada?
Mercedes enseñó su identificación.
-Somos los dos- contestó mientras señalaba a  su hermano Pedro.

Tras unos minutos de espera, no tardó en aparecer Miguel, detrás del policía que había ido a buscarlo  al calabozo. Con los hombros caídos, ojeras violáceas bajo sus ojos y cara de pocos amigos.
-¡Miguel!... ¿Estás bien?

Miguel asintió cabizbajo, sin decir palabra.
-Vamos…

Tras firmar los documentos de rigor y recoger sus pertenencias, Pedro cogía a su hermano pequeño por el brazo y se apresuraba a sacarlo de allí.
Ya en el coche, el pequeño de los Iniesta empezaba a reponerse de la impresión, aunque lo que más le preocupaba era otra cosa más peregrina.

-¿Se lo vais a contar a papá?
-¡¡La madre que te trajo!! ¡que es la misma que la mía…!- contestaba su hermana Mercedes al volante-. ¿Tú sabes dónde te habías metido? ¡Hemos tenido que hacer “encaje de bolillos” legal para sacarte! ¡Y todo por asistir a una manifestación en contra de la “mili”!

-Desde luego, hermano, es para darte dos tortas.  Con lo que pasó papá en la cárcel, y tú vas a encerrarte por no querer vestirte de caqui… anda que…
-No tiene gracia, Pedro. No quiero ir a la mili…

-¿Y por eso te metes en líos? Si no quieres ir a la mili, pues coges los impresos y pides prórroga por estudios.

-Pero es que no estoy estudiando nada, Pedro. Los estudios de danza ni siquiera están reconocidos de forma oficial. Dicen que van a equipararse a una licenciatura, con la nueva ley, pero todavía queda mucho para eso, y…
-Pues te matriculas de algo… qué sé yo… Derecho, Traductores,….y con eso pides prórroga. Y así vas ganando tiempo.
-Vale, me matriculo de algo y pido prórroga. ¿Y luego qué? Porque  eso sólo es una solución temporal, un parche. Y yo  no quiero ir a la mili nunca, ni ahora ni dentro de unos años.

-Anda éste… cómo si yo hubiera querido… ahora te pides prórroga, y dentro de unos años ya se verá dónde estamos…
-¡Pero si es que yo no quiero..!

-¿Pero no entiendes que si te meten en el calabozo, ni mili, ni baile, ni ná de ná, alma de cántaro?- le decía la hermana Mercedes, al hermano idealista.-Miguel, esto no es un juego, ahora ya tienes antecedentes, y la próxima vez no será tan fácil sacarte. Déjate de líos de insumiso y haz lo que te decimos.

Miguel guardó silencio. Tendría que pasar por el aro. A pesar de eso, se resistía con todas sus fuerzas.
-Pero yo no quiero ir a la mili……¿no se lo contareis a papá, ¿no?
Pedro le dio un pescozón.

-Anda, tira… no, no se lo vamos a contar a papá, ni a mamá, no están ahora para disgustos. Pero a ver si te crees que son tontos, Miguel. Se van a terminar enterando. Le hemos dicho que has pasado estas dos noches en casa de un amigo, pero la mentira tiene las patas muy cortas, te lo aseguro, y ninguno de los dos se chupa el dedo.

En efecto. Alicia sólo tuvo que ver aparecer por la puerta a su hijo pequeño para intuir que no venía de coger flores del campo ni mucho menos, de quedarse a dormir en casa de un amigo, como le habían dicho sus hijos mayores. Era difícil engañar a alguien que había estado tantos años en el turno de oficio.

-¿Pero…. me quiere explicar alguien que ha pasado aquí y por qué nadie me ha dicho nada…?

Para alivio de todos, los ánimos se fueron calmando, y Miguel hizo lo más sensato y lo que le recomendaron todos los abogados de la familia, desde su padre, hasta su hermana Mercedes: pedir prórroga. Y al poco, vino la buena noticia: Miguel acababa de audicionar para el “Nederlans Dans Theatre”, y lo habían admitido con una beca. El muchacho prometía, a pesar de su juventud.

-¡MAMÁ! ¡Me voy a Holanda! ¡Con una compañía holandesa, aunque el coreógrafo es español. Me ha visto en una audición y le he gustado. Se llama Ignacio. Ignacio  Duato, aunque todos le llaman “Nacho”! Voy a ser el más joven de la compañía. Bailo en la última fila, pero no importa, soy muy joven y aún tengo mucho que aprender,  voy a estar en el mejor sitio para ello y me va a ir de maravilla para mi currículum y para coger experiencia. Es uno de los mejores coreógrafos que…




Alicia se alegró por él, pero no pudo evitar las lágrimas. Su hijo pequeño se iba tan lejos… No tenía ni diecinueve años, y se iría a vivir solo a Amsterdan, para luego irse de gira por medio mundo. La alegría de Miguel quedó pronto empañada por una noticia que no se la esperaba nadie. A los cinco meses de aquello, y mientras Miguel bailaba en Tokio con la compañía,  recibió un telegrama urgente comunicándole una triste noticia: su padre había fallecido. La lejanía hizo que Miguel recibiera el aviso cuando ya era tarde, y a pesar de los esfuerzos de todos, no le dio tiempo a llegar siquiera al entierro. Miguel aterrizó en Madrid al día siguiente y lo único que pudo hacer por él fue llevarle un ramo de rosas blancas a su tumba, acompañado de su hermano Pedro. Miguel siempre se lamentó para sus adentros no haberse podido despedir de su padre. “Has hecho lo que has podido, Miguel”, le decía su hermana mayor, “ni siquiera nosotros hemos podido decirle adios. Al menos no ha sufrido, ha fallecido tranquilo y sereno”,  le decían todos. Pero a Miguel le servían de poco consuelo esas palabras, a pesar de que Ana tenía razón. La muerte de Álvaro fue una sorpresa para todos los hermanos. Miguel cogió una de las rosas del ramo que le llevó a su tumba. La llevaría siempre consigo, en su camerino de artista del mundo.


Ahora, después de un año de gira por toda Europa, con una de las compañías de danza contemporánea más prestigiosas, Miguel aterrizaba en Madrid, tras el aviso de su hermana Ana.

-Mamá está mal, Miguel. Convendría que estuvieses aquí. No sabemos qué va a pasar en los próximos días.
Y Miguel, que siempre lamentó haber estado fuera cuando su padre murió, no se lo pensó dos veces. Tomó el primer avión Amsterdam-Madrid que pudo encontrar. Y ahora tenía delante a su madre, sentada en la butaca del dormitorio, contenta de verle.

-Déjame que te mire… mi niño…

Apoyada en el respaldo, con una manta en las piernas, Alicia le acariciaba la cara a su hijo, como cuando era pequeño. Su niño grande se había hecho un hombre lejos de ellos, muy lejos.
-Estás más delgado. ¿Es que no comes bien?

Miguel sonrió. La danza  había modelado su cuerpo fibroso y enjuto.




****************************************************

Ya en la cena, Miguel comentaba con Ana, mientras le daba de comer al canario.
-Yo la veo bien. ¿De verdad está tan mal?

-Se ha animado mucho al verte, Miguel. Pero no le durará… A veces parece que está mejor, e incluso se levanta de la cama, pero luego se queda muy cansada y necesita un rato para recuperarse. Ella quiere aparentar que está bien, pero yo sé que le cuesta mucho, y…

Ana se enjugaba un lágrima. 

-… ella misma es la que dice que ya ha vivido todo lo que tenía que vivir, que no quiere seguir más… Miguel, tú no has estado aquí, pero desde que murió papá, mamá ha ido apagándose, ha perdido las ganas de vivir, casi no ha vuelto a sonreír. Las cosas de papá siguen como él las dejó, mamá no permitió que tocásemos nada. A veces se mete en el despacho, a solas, y se pone a revisar libros, a contemplar los álbumes de fotos… es capaz de tirarse las horas muertas allí, pierde la noción del tiempo… Ahora  es Rocío la que le está animando, con su charla, y a mamá le ha dado por contarle toda la historia de la familia…
Miguel tenía un nudo en la garganta que luchaba por disimular, mientras le daba la lechuga al canario.

-Mira el pájaro como pía, como cuando estaba aquí papá, seguro todavía que se acuerda de él. Mira, mira como mira el sillón…



El canario de Álvaro seguía actuando como si él estuviese aún allí. Le esperaba por las tardes, a que le diera su bizcocho vespertino, y si no lo hacía nadie, se quedaba piando hasta que Rocío le metía entre los barrotes su manjar favorito.

-Voy a darle las buenas noches a mamá. Aún está despierta.



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Miguel entró con cuidado en el dormitorio. Alicia ya se había echado y había tomado la  medicina que le dio Ana, para que durmiese tranquila y pudiese respirar. Miguel se le acercó, para darle las buenas noches.

-Mamá…
-Mi niño… estoy muy contenta de que estés aquí, Miguel…

-Mañana hablaremos despacio, mamá. Tengo muchas cosas que contarte. Éste verano actuamos en España, mamá. En Granada, en su Festival de Música, en Julio, dentro de dos meses. Te he reservado un sitio, mamá, para que vengas a verme, en primera fila… aún no me has podido ver bailar. El escenario será único, entre los cipreses de los jardines del Generalife, al aire libre.

Alicia sonrió al ver la ilusión que le hacía a su hijo. Ella sabía que no llegaría tan lejos. No se sentía ni con fuerzas para pensar en el día siguiente. Aún no le había visto actuar como profesional desde que lo contrataron. La ilusión de Miguel era que su padre lo hubiera podido ver bailar en su primera actuación en España, pero lamentablemente, no pudo ser.

-Mamá. Prométeme que vendrás a verme. Te estaré esperando. ¡Te reservaré la mejor butaca de palco!
Alicia le cogió de la cara y le miró a los ojos, como si quisiera quedarse con él en el fondo de su alma. Miguel cerró los ojos cuando su madre le besó en la frente y le dijo:

-Mi niño: te prometo que estés donde estés, estaré contigo, viéndote.



Fin del capítulo.
Continuará…

Capítulo 49



Resumen de lo publicado- Tras morir Regina Caballero (CAP.38) , Alicia se dispone a buscar a su primo Carlos, que está desaparecido. Las noticias que le llegan de él no son nada buenas: Carlos se haya metido en asuntos turbios, drogas, deudas de juego, ajustes de cuentas, etc... Alicia y Mati van a visitar a Ángel y Sole, en las chabolas del Pozo, último lugar del que tienen noticias de su primo Carlos. Pero él no se deja ver, a pesar de los esfuerzos de ambas por encontrarle. (CAP.41).


Capítulo 49.
Madrid. 1979.
Instituto Anatómico-forense.







 La puerta delantera del taxi se abrió, para dejar salir a un hombre alto, con la gabardina en su mano. Con el semblante serio, Álvaro pagó al taxista, cerró la puerta del coche se dirigió con celeridad hacia el interior del recinto. En un santiamén, atravesó la entrada ajardinada y subió de dos en dos las seis escaleras de la entrada del  edificio. Inmediatamente se dirigió al mostrador de información.

-Buenos días, Busco a Alicia. Alicia Peña Caballero…
-Un momento. Perdone, pero no…
-No, no, Roldán Caballero.  Matilde Roldán Caballero.

El encargado miró en su cuadrante. Roldán Caballero era uno de los apellidos que habían entrado en los últimos días.

-¿Carlos Roldán  Caballero? ¿Es familia suya? Al fondo del pasillo, a la derecha.
-Gracias.

Álvaro aceleró el paso mientras atravesaba el oscuro pasillo, para  llegar a la sala de espera del fondo. La figura de Alicia sentada en una de las butacas, le hizo dar un vuelco al corazón. La sala de espera estaba vacía en ese momento. Las paredes blancas e impolutas, y la ausencia de elementos decorativos daban a aquello una extraña asepsia que remarcaba el carácter “forense”  de aquel lugar, y hacían empequeñecer la figura de Alicia. Vestida con una sobria falda de tubo negra, y blusa color marfil, Alicia levantó la vista al ver a Álvaro llegar frente a ella y se dejó abrazar por él. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto.
 



-¡¡ALICIA!! ….¿estás bien?....¿Qué ha pasado?...¿Por qué no me has esperado?- preguntó él.

En silencio, Álvaro espero largo rato que su mujer se tranquilizara mientras ella le iba contando lo ocurrido a retazos, dando respuesta a sus preguntas. 

-Se han presentado las cosas así, de improviso… No había tiempo para esperas. Al fin y al cabo…¿cuánto tiempo llevamos ya esperando?
-¿Has entrado ahí dentro?

Su mujer asintió. Álvaro cerró los ojos y se lamentó para sus adentros de no haber llegado  a tiempo. Le hubiera gustado que no hubiera tenido ella  que pasar por el  trance de identificar el cuerpo de su primo. 

-Hemos entrado las dos, Álvaro. Mati también. Yo le dije que se quedara fuera pero ella insistió en entrar, quería verlo con sus propios ojos, al igual que yo.  Después de tanto tiempo, teníamos que verlo por nosotras mismas. No, no pongas esa cara. Sabes que no es el primer muerto que veo, por desgracia. Ya no me impresiono tan fácilmente como antes.

En calidad de abogada, el depósito de cadáveres no le era desconocido a Alicia, quien ya lo había visitado en varias ocasiones a lo largo de su carrera profesional. No era un trámite que le impresionara mucho, pero aquel sitio le daba grima. Si podía, evitaba tener que ir allí.

-A pesar de eso, me podíais haber esperado, hubiera entrado yo sólo y no hubieseis tenido que pasar por  ese trago…
Alicia sacudía la cabeza.

-No, Álvaro… teníamos que entrar. ¿Cómo no íbamos a entrar, con la de años que llevamos así? ¿Crees que nos  hubiéramos quedado a gusto si no lo vemos con nuestros ojos?

Alicia se enjugó una lágrima mientras Álvaro la volvía a abrazar. Al sentarse ambos en los butacones de la sala de espera, Alicia  sintió la necesidad de arreglar el botón negro que Álvaro llevaba prendido en la solapa de su chaquetón. Desde que hacía cuatro meses   murió su madre,  Álvaro lo llevaba siempre puesto. La misma Alicia, que nunca se puso luto por nadie de su familia, se sorprendió ella misma al sentir  la necesidad de mostrar su dolor por la persona que le había dado su afecto durante todos estos años. No era un luto riguroso para la costumbre que se llevaba en la época, pero sí era obvio que su vestuario se había vuelto más sobrio y austero. Ella nunca creyó que hubiera que manifestar externamente el dolor, ni dejarse llevar por unas normas sociales. Sencillamente, es que no le apetecía vestirse de colores. Su cuerpo no se lo pedía. Ni a su marido tampoco. El vacío de Doña Marcela aún les era extraño. Doña Marcela se fue de este mundo igual que  lo haría su hijo diez años después: en silencio y sin hacer ruido. Todo un ejemplo de mujer, simplemente murió, cuando en su casa todos dormían, y a la mañana siguiente su hijo se acercó a su cuarto  extrañado  de que aún no  hubiera despertado su madre. Alicia ya se temió lo peor cuando vio que Álvaro tardaba más de lo habitual en salir de la habitación.  La muerte de Doña Marcela, cayó como una losa sobre los Iniesta en general, y sobre ella en particular, que volvió a revivir todos sus recuerdos de niña ante la muerte de su madre, primero, y la de su padre, unos años después. Alicia volvió a sentir ese vacío, mitigado ahora por la cercanía de su familia, pero el vacío, al fin y al cabo, que siempre supone la pérdida inesperada de un ser querido. A Alicia se le murió la suegra, la abuela de sus hijos y la mujer que le había ayudado a criarlos.  A Álvaro al menos  le quedó el consuelo de saber que su madre había sido feliz en los últimos años de su vida: había visto llegar la democracia a España. Aún recordaba la mirada de orgullo y satisfacción de su anciana madre cuando vio al fin publicado el primer libro de su hijo, ya entrados los 70, y cuando acompañada de toda la familia y apoyada en el brazo de su hijo y de su nuera, entraba al colegio electoral a depositar su voto en la urna.

-¡Ay, dios mio…! Y pensaba que ya nunca más vería esto…

 La mujer, que apenas veía, derramó lágrimas al votar “sí” a la Constitución, mientras Alicia y Álvaro la sostenían del brazo. La ya bisabuela pasó los últimos meses de su vida atendida por Alicia y Mati, que la ayudaban a vestirse y a sentarse en el sillón mientras los bisnietos se le sentaban en las rodillas y le contaban cosas cerca de ella. Por las tardes, la sacaban a la plaza, a que le diera el aire y a estirar las piernas. Doña Marcela vivió lo suficiente para ver publicados los primeros libros de su hijo Álvaro, los que el Régimen no consintió en permitir, y que ahora verían la luz para formar a futuras generaciones de abogados.

************************************

Álvaro permaneció abrazando a su mujer en silencio, no se sabe por cuánto tiempo. Tan sólo se oía el ronroneo de las máquinas de refrigeración de la sala contigua. Alicia se quedó callada durante un buen rato, para posteriormente, con el gesto hierático, decir sorpresivamente….sin más:
-No era él.
-¿…cómo…?



-Que ese desdichado que hemos identificado no era él.
Álvaro estaba atónito.
-¿Cómo que no era él? ¿Pero lo habéis identificado, o no?

-Sólo es un saco de huesos. ¿Quién va a identificar eso,  Álvaro?  Mati ha reconocido una medalla suya, sí, y tiene su documentación, pero nada más. El forense dice que coincide con sus características antropométricas, pero… no, Álvaro. No es él.

-¿Y.. cómo ha sido… la muerte?

-Dice que no hay signos de violencia, ni huellas de bala, ni de haber sido golpeado. Seguramente murió por causas naturales. Pero algo me dice que ese hombre no es mi primo. Sí, ya sé que no tengo pruebas, pero tampoco las hay de que lo sea, Álvaro.

Álvaro se quedó pensativo. Entendía perfectamente a Alicia, quien se debatía entre lo que le dictaba el corazón, por un lado, y las ganas de localizar a su primo, y por otro, el pensamiento lógico de una  abogada.
-¿Y Matilde, qué dice?

-MAti está deshecha. Pero aliviada, al mismo tiempo. No podía vivir más tiempo con la incertidumbre que hemos tenido, Álvaro, tú lo sabes mejor que nadie. Pero no le ha sentado nada bien mi negativa a identificarlo. Ella dice que sí que es él. La medalla es suya, es una medalla que tenía Carlos desde pequeño. Se la regaló mi tía Regina cuando hizo la comunión. ¿Quién sino él tendría esa medalla? Eso es lo que dice ella. Se ha echado a llorar nada más verla.

-Pero no sé, Álvaro. Todo esto es muy raro. Hacía mucho que le habíamos perdido la pista. Ni siquiera el “Quini” sabía nada. Lo vi la semana pasada, y estoy segura que me hubiera dicho algo.

El “Quini” era uno de los muchos clientes de oficio que tuvo Alicia, y que de vez en cuando le soplaba información sobre los bajos fondos. Ex yonqui, Alicia ya le había conseguido trato de favor y visitas familiares. “Lo hago por tu familia, Quini. Haz el favor de no caer más, que tienes cuatro criaturas en casa”. No abogada, decía él cuando salía. Le prometo que ya estoy desenganchado. No volveré al talego, se lo juro por mis niños. Pero el Quini volvía a dar tirones y robos de poca monta, con tan mala suerte que acababa dando con sus  huesos en la cárcel, y dejando a la mujer a cargo de cuatro criaturas sin padre. Tras cumplir condenas, el Quini la llamaba cuando oía noticias de Carlos Roldán, alias “el Charli”, en el mundillo.

-Dicen que le buscan “los Tocones”, abogada.
-¿Los quién?
-Los “Tocones”. El “Quini” se refería a la última banda relacionada con el tráfico de heroína. 

-Iban a dar un golpe y no pudieron por su culpa. Se la tienen jurada.

Esas son las últimas noticias que Alicia recibió de su primo. Nada sobre desapariciones, y mucho menos, muertes. Noticias, que por supuesto, Alicia se abstuvo de contar a Mati. ¿Para qué preocuparla innecesariamente?


Álvaro siguió hablando.
-¿Y si esa persona no es tu primo Carlos, quién es, entonces?
-Ahí está el quid, Álvaro. ¿Quién es? Posiblemente es algún desgraciado que nadie reclama. Quien sabe el lío en el que anda metido mi primo, que le ha llevado a querer desaparecer del mapa de manera definitiva. …

-¿Y los detectives del caso?... ¿qué dicen de esto?
Alicia se encogió de hombros.

-Les da igual todo. Con las ganas que tenían de dar carpetazo a éste caso, ¿tú crees que teniendo un “cadáver” con las pertenencias que ha reconocido la hermana del difunto, ¿van a investigar? Además, la policía tiene ahora otras prioridades que un yonki con identificación dudosa. Para ellos será un caso cerrado.
A Alicia no le faltaba razón. Con una España en plena transición, la policía tenía otras cuestiones más urgentes que atender que un yonki al que llevaban rastreando pistas falsas desde hacía más de quince años.
-Mati se ha enfadado conmigo. Ella quiere enterrarlo junto a mi tía. Quiere que descanse en paz, de una vez por todas. Quiere tener un sitio a donde llevar flores y recordarlo con serenidad. Mati lleva más de veinte años sufriendo por su hermano. Álvaro, esto no hay cabeza que lo resista.

Alicia continuó hablando.
-Estoy segura que algún día, los medios de identificación de cadáveres serán exactos. Y se podrá exhumar el cuerpo y confirmar definitivamente quién ese infortunado. Y algún día lo  desenterraremos a esa persona y se podrá comprobar con exactitud que no era Carlos.

La puerta se abrió. La figura enlutada de Mati apareció por la puerta, llorosa, portando una bolsa de papel donde llevaba la documentación y objetos personales del cuerpo aparecido, así como la medalla de oro que le había llevado a identificarlo como su hermano. Al verla, Alicia y Álvaro se levantaron y acudieron junto a ella. Alicia la abrazó y la cogió del brazo para salir de allí. Esa tarde sería el velatorio y al día siguiente el entierro.

-Vamos, Mati… Salgamos de aquí…

Fin del capítulo.
Continuará…