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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 37

Capítulo 37.
Madrid, Diciembre de 1.957.

En ninguna parte se siente más la pobreza que en el destierro.
Séneca

Alicia se ajustaba los guantes en sus manos mientras caminaba por el paseo de la Castellana envuelta en su abrigo azul y su echarpe. El frío del mes de Diciembre se notaba de manera especialmente intensa, después de la ola de bajas temperaturas que habían tenido así como la lluvia que había estado cayendo durante toda la mañana. Las calles de Madrid se iban secando mientras el asfalto aún mojado humeaba de frío al paso de los vehículos, tras el aguacero que acababa de caer. El tenue sol del mediodía asomaba tímidamente y la gente se daba prisa en liquidar sus asuntos antes de que la mañana terminara.



Alicia había terminado su jornada en el bufete de Eduardo. Año y medio después del nacimiento de sus hijas, las gemelas Mercedes y Claudia ya estaban casi destetadas, y ella volvía a incorporarse a su trabajo como pasante. Era consciente de que aún necesitaba ganar más experiencia y quien mejor que Eduardo para trabajar junto a él. Tenía ganas de independizarse y empezar por su cuenta, pero la prudencia por un lado, y su marido por otro, le aconsejaron esperar. Eran tiempos difíciles para una mujer abogada en España. Además, había estado fuera del ambiente legal durante mucho tiempo y era consciente que le vendría bien un nuevo reciclaje, así como observar cómo se desenvolvía su jefe por los sútiles vericuetos legales que le dejaban las leyes de la época.

-Algún día tendré mi propio despacho- le decía a su marido.
-Así lo espero yo también. Pero sabes que te van a exigir el doble por ser quien eres.

Álvaro no le mentía un ápice. Poca gente iba a confiar sus cuitas legales a una mujer, en un país donde las mujeres eran consideradas por las leyes como menores de edad. La misma Alicia necesitaría un permiso marital de Álvaro para poder asistir a los defendidos en los juicios.
-Bueno, supongo que será cuestión de tiempo. En el despacho ya me empiezan a conocer los clientes. Y vienen a verme a mí.
Alicia recibía poco a poco la confianza de algunos, los menos, de los clientes que llegaban al bufete a tramitar asuntos. Aunque lo normal era que tras recibir a alguien, el sujeto en cuestión la mirara de arriba abajo, para luego exigir la presencia del “abogado”.

-Yo soy su abogada para éste caso- decía ella.
-No, no, no… quiero ver al “abogado”.

Y armándose de toda la paciencia y resignación del mundo, Alicia llamaba a cualquiera de los muchachos recién licenciados que trabajaban allí con ella, de pasantes, con menos experiencia, pero hombres al fin y al cabo, tal y como pedía el cliente.

-Cuando abra mi despacho, los clientes ya vendrán sabiendo quien soy. Seguramente habrá muy pocos, pero ya saben que les va a abrir la puerta una mujer. Además, podré trabajar en casa. Y ser mi propio jefe.

Álvaro asentía. Aún quedaba tiempo para que la gente confiara en una mujer abogado.

El aire fresco de Diciembre le daba en la cara mientras caminaba hacia la parada de autobús, de vuelta a casa. Llevaba sus carpetas en la mano, para terminar de redactar uno de los contratos que tenía pendientes. Alicia se ajustó la bufanda y cruzó la calle. Al aproximarse a una esquina por poco no se cae al tropezar con una figurilla pequeña.

-¡Ay!
-¡Perdón! ¡Lo siento, señora, no la vi! Disculpe…

Una niña de unos quince años no se atrevía a levantar la mirada del suelo, mientras le pedía que la perdonase.
-No es nada, no te preocupes.

La niña le ayudaba a recoger los papeles que había tirado al suelo. El azoramiento de la pequeña se incrementó al ver todo el maremágnum de sellos que tenían estampados.

-¡Disculpe, señora!...lo siento, de verdad… no la vi…
-No, mujer, no es para tanto, sólo se han manchado un poco, ¿ves?, ya está…
-Perdóneme… lo siento mucho, yo no la vi….
Alicia la miró más despacio. Le impresionó la mirada de la pequeña: reflejaba tristeza, y sobre todo desesperanza.
-Ya está. ¿Ves cómo no ha pasado nada? 

Ella misma sacudió el barro de los documentos. Quería animar a la niña, que parecía esperar una regañina por su parte.
-¿Cómo te llamas, hija?
-Remedios, señora, para servirle a usted.
-Remedios… bonito nombre para una mujer…Remedios. A ver, mírame a la cara… no puede ser… ¡eres Remedios!

Alicia la cogió de la barbilla, obligando a la niña a mirarle a la cara. Había cambiado estos últimos  años, pero no podía haber duda: era ella.
-¡Remedios! ¿No me recuerdas? Dios mío, si te has hecho una mujer…

La niña recordó.
-Doña Alicia… si, la mujer de Don Álvaro, el amigo de mi padre… en la cárcel…
La chiquilla recordó a aquellos señores que vinieron una vez a visitarlos en la casa otra casa. Esos señores que llegaron con un carrito con bebé, y que le trajeron una carta que escribió su padre en la cárcel, antes de que le fusilaran. Remedios era la hija de Diego, el preso que compartió celda con Álvaro en Carabanchel. Ahora, después de casi cuatro años, volvían a encontrarse.

-Déjame que te mire bien… madre mía, ¡que guapísima estás!…
Alicia se sintió en la obligación de animar a esa criatura pálida y delgada que aún no se atrevía a levantar la cabeza. Ya era una mujer, a pesar de su cara pálida y fina.
-¿Cómo está tu madre? ¿Y tu hermano? ¿Estáis todos bien?... dios mío, la de veces que nos hemos acordado de vosotros. 

-Bien, señora, estamos bien…
-Pero no me llames señora, llámame Alicia.
-Como usted diga, señora Alicia.

Alicia sonrió ante la inocencia de la chiquilla.
-¿Dónde vivís ahora? Hemos ido varias veces a buscaros pero nos dijeron que ya nos estábais allí, que os habíais ido al pueblo. Nosotros estuvimos dos años fuera de Madrid, en Salamanca… a mi marido le dieron trabajo allí y nos fuimos. Dios mío, si parece que fue ayer…
-Sí, señora, nos fuimos al pueblo, pero luego volvimos otra vez a la capital.

La niña bajó la cabeza. Alicia intuyó que la suya era una historia de desesperanza y supervivencia. Vio mucha resignación en su mirada.
-Es que en el pueblo no podíamos….-comenzó a decir.

-… mi madre dijo que allí ya no hacíamos nada, y que volvíamos a vivir aquí..y…
Alicia la cogió por la barbilla con dulzura.
-Mírame…. Eres una chica muy guapa.
-Gracias, señora- Remedios sonrió levemente.

Alicia adivinó un poso de amargura en su mirada. No le cupo la menor duda del sufrimiento actual de la familia. Le cogió de las manos sin guantes y se estremeció: la niña tenía las manos heladas.
-Remedios, mi niña… pero si tienes las manos heladas, ven- Alicia se las calentaba cogiéndolas entre las suyas-. Toma, ponte mis guantes.

-No, señora, no se preocupe, si yo ya estoy acostumbrada, las tengo siempre así.
-Hija mía, ¿pero como vas a decir eso?.
-No pasa nada, señora. Es que hoy tocaba colada y llevo todo el día lavando la ropa, ¿sabe? Pero yo ya no lo noto, mi madre dice que estoy hecha al frío.

Remedios parecía mostrar con orgullo su resistencia al agua gría.
-¿Cómo que te toca colada?
-En la casa de los señores.
-¿De los señores? ¿Es que estás sirviendo?
-Sí, señora. En casa de los señores de los García Valdecasas. Han sido muy buenos conmigo, me dejaron ir a su casa porque mi madre ya no podía, ¿sabe?

-¿Cómo que no podía?
-No, señora. Es que mi madre tosía, empezó a toser, y mucho, ¿sabe usted?, y le dijeron que no podía quedarse en la casa. Pero me cogieron a mí para que no nos muriéramos de hambre.
Alicia miró a la niña, algo más pequeña que Pedro, y pensaba en su propia hija corriendo la suerte de esa chiquilla.

-¿Y el colegio? ¿Te da tiempo a ir al colegio?
Remedios bajó la cabeza.
-Ya no voy, Doña Alicia, desde que vinimos a Madrid.
Alicia iba modulando el tono de voz, suave, como un arrullo, mientras le hacía dar a la niña los detalles de su intimidad familiar.

-¿Y tu hermano?
-Tampoco va. Y eso que los curas le dijeron que es una pena, que tiene muy buena memoria. Y yo también. Pero ahora tenemos que ayudar en casa, ¿sabe?
-¿Y tu madre? ¿Cómo está tu madre?

Alicia iba penetrando en la vida de Remedios sin que ella apenas lo notara.
-Un poco mejor, señora, ya tose menos, pero apenas sale de casa, está todo el día cosiendo.
-Con la máquina…
-No, señora, ya no tenemos máquina, lo hace a mano- Remedios bajó la mirada ruborizándose.

Alicia se imaginaba el resto de la historia, aunque Remedios no se la contara: ante la falta de perspectivas económicas en Madrid, la familia tuvo que volver al pueblo a la desesperada. Pero a la familia de un preso recién fusilado no se le abrían las puertas así de fácil, ni siquiera en su pueblo. De nuevo, Juana y sus dos hijos tuvieron que regresar a la capital a intentar malvivir. Alicia conoció muchas historias parecidas, desgarros familiares que terminaban hechos jirones en la casa de empeños, para poder pagar la luz o el agua de ese mes. Los estudios de los chicos, sobraba decir que habían quedado en el aire indefinidamente: en casa había que comer. La máquina de coser tampoco corrió mejor suerte. La buena mujer tuvo que empeñar la herramienta que les daba de comer para poder pagar la mísera pensión donde vivían, en uno de los momentos de más apretura económica.

Alicia apretaba las manos de la niña, empeñada en calentárselas, y cambió de tema para animarla un poco.
-Y dime: ¿ a ti qué te gustaría ser de mayor?
-Uy, señora…
-Anda, dímelo…

-Yo no puedo ser nada, señora, seguiré limpiando, como ahora, en casa de los señores.
El “no puedo ser nada” de la niña le sobrecogió.
-A mí me gustaría estudiar para médico, señora, o para enfermera. Pero eso es mucho y no nos lo podemos pagar. Ni siquiera mi hermano, que quería ser abogado. Aunque dice que se va a preparar a una academia cuando ahorre con lo que saca en el mercado.

Alicia miraba aquella chiquilla a la que la vida le estaba truncando las ilusiones antes de empezar a tenerlas.
-A mí también me gustaría ir a una academia por las tarde, Doña Alicia, pero todavía no puede ser, tengo que ayudar a mi madre cuando salgo de servir. ¿Sabe? La señora quiere que me quede interna, está convenciendo a mi madre, dice que me pagará más y que seré una boca menos. Pero mi madre no quiere, dice que soy muy pequeña.

-¿La señora quiere que te quedes interna?
-Si, Doña Alicia. Y el señor también…

A Alicia le traspasó un funesto presentimiento. El fantasma de los abusos sexuales a las chicas que iban a servir planeó sobre su cabeza. Acarició la cara de la niña sin soltar su mano, mientras le hablaba despacio.
-Remedios, tu madre tiene mucha razón. No te quedes interna. Vuelve a dormir a tu casa, aún eres muy pequeña.

-Bueno, ya tengo casi quince años, señora…
-Remedios… hazle caso a tu madre, por favor.

La niña bajó la cabeza. Alicia cambió de tema. Le sorprendió la candidez de la pequeña.
-Pero dime, ¿dónde vivís ahora? Nos gustaría visitaros… dile a tu madre que iremos a verla lo antes posible. Mañana por la mañana tiene clase mi marido. Pero por la tarde está libre. Si, mañana por la tarde iremos…


OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO


-¿Pero cómo hemos podido dejar esto pasar?
Alicia sacudía la cabeza mientras caminaba cogida del brazo de Álvaro por la accidentada calle del suburbio.
-No puedo dejar de pensar que hubiera pasado si no me encuentro a la niña.

Álvaro caminaba en silencio, con cara de circunstancias, mira sujetaba el brazo de su mujer prendido del suyo.

-Álvaro, esa mujer está enferma, no tiene ni fuerzas para coger la costura. Sus hijos tienen la edad de Pedro, y ya tienen que ponerse a trabajar para poder comer. ¿Qué futuro le espera a esa familia? ¿Y la niña? Ella es quien más tiene que perder. Acabará preñada de cualquier señorito que la dejará tirada después de aprovecharse de ella. Eso si no lo han hecho ya. Esa niña no tiene malicia. Y su madre no está con salud para velar por ella. Dios mío, y sólo es diez años mayor que Ana.

Álvaro callaba. El recuerdo de Diego, el que fue su compañero en Carabanchel, le empañaba la mirada. A fuerza de compartir celda, la familia de Diego llegó a sentirla casi como suya, y le dolía ver la situación a la que habían llegado. Él más que nadie sabía los esfuerzos que hizo para localizar a la familia cuando los Iniesta volvieron de Salamanca. Álvaro estuvo haciendo mil pesquisas y visitando varias direcciones, en las que siempre le decían lo mismo: “No, ya no viven aquí. Se tuvieron que ir a…”. Y Álvaro volvía sobre sus pasos, visitando pensión tras pensión sin obtener ningún resultado. Las últimas palabras de Diego aún resonaban en sus recuerdos: “Álvaro, cuida de ellos… se quedan solos…”.

-¿Qué crees que va a pasar?- preguntó Alicia- Es un tema que hay que tratar con mucho tacto. Me pregunto que nos encontraremos…

Después de mucho caminar, los Iniesta llegaron a la destartalada corrala que les había indicado Remedios. Pese a que Alicia, debido a su trabajo, ya se estaba empezando a curtir en todo tipo de ambientes, no dejó de impresionarle lo que veía. La familia vivía realquilada en una corrala de mala muerte, donde las ratas campaban a sus anchas por la letrina del patio a plena luz del día. Álvaro se sorprendió al llamar a la puerta desvencijada. El moho subía por las paredes dejando manchas grotescas y un olor peculiar. Dentro se oía una mujer toser apretando la boca en un pañuelo. La humedad que había los hizo estremecerse.




-¡Pasen! ¡Dios mío!... Don Álvaro, Doña Alicia, por qué se han molestado, yo no sé si debo… tengo mucha tos y puede ser contagioso, ay, dios mío…

Juana recibía a los Iniesta sin disimular su azoramiento, mientras los dos hijos se sentaban en una de las esquinas de la cama, sin pronunciar ni una palabra. Diego, el mayor, era un poco mayor que Pedro, tal vez dos o tres años. Alicia se fijó en los ojos del muchacho: habían perdido la alegría de la mirada que sí tenían los del hijo de Álvaro.

Mientras Alicia hablaba con ella, Álvaro no cesaba de mirar a su alrededor: las dos camas, la mesa y las sillas, más un mueble, como único mobiliario de la habitación, las escasas pertenencias, el montón de ropa para coser, un frasco de jarabe recién terminado…

-El médico me mandó medicinas, ¿sabe?, lo que ocurre es que no siempre las tomo.
“O la comida de sus hijos, o las medicinas”, pensó Alicia para sí, haciendo suyo el dilema de esa madre. Cuando no había dinero para comer, las medicinas eran un lujo inalcanzable para algunos.
-Siento no poder ofrecerles nada,… lo siento mucho…

-Doña Juana, no es necesario que tomemos nada. Venimos a verla y a hablar con usted.
-Sí, pero…

Mientras la mujer se disculpaba, Alicia la miraba. Las penalidades de la vida habían envejecido a Juana prematuramente. Por un momento, Alicia pensó que habría sido de ellos si Álvaro no hubiese encontrado trabajo, hacía ahora casi tres años. Seguramente los Iniesta estarían en la misma situación que la familia rota que tenía ante sí.
-Doña Juana, ¿cómo está usted? 

Alicia la cogió de las manos. La mujer hizo amago de apartarse ante otro ataque de tos. Alicia se apresuró a quitarle importancia.
-No se preocupe por la tos. Veo casos peores todos los días y aquí estoy. Quiero que me escuche, por favor. Juana, se tiene usted que curar. Eso es ahora lo más importante.

Juana la miró.
-Tiene usted que salir de aquí. Este ambiente es insano. En cuanto salga de aquí y tome regularmente las medicinas, empezará a mejorar. Esto es peor que una cárcel.

Juana la miraba preguntándose cómo.
-Se tiene usted que venir con nosotros. No, no me diga que no. Lo primero es curarse, y luego ya veremos lo que viene. Saldrá de aquí. Hay un médico que la atenderá, el doctor Salcedo, ya conoció a su marido en la cárcel. Hemos hablado con él y la recibirá encantado. Y hay una pensión muy limpia en la calle Atocha, ya nos conocen y no tiene ningún inconveniente en recibirles.

-Pero señora…
-No se preocupe por nada. Álvaro lo va a dejar todo solucionado.
Juana los miraba cabizbaja. Semejante visita inesperada la había dejado sin habla. No sabía qué decir, ni cómo reaccionar.
-Pero yo… yo no….

Alicia se hizo cargo de la turbación de la mujer y se agachó junto a ella sin soltarla de las manos.
-Juana, piense en sus hijos. No pueden estar más tiempo así. Ni usted tampoco.
La mención de sus hijos hizo arrancar un sollozo espasmódico a la mujer, que intentó contener sin lograrlo.

-Doña Juana, escúcheme- Alicia le hizo levantar la barbilla. Sus hijos son muy jóvenes para trabajar. Remedios es muy pequeña para estar todo el día metida en una casa extraña. No debe de volver más a esa casa.
Juana los miraba sin saber qué decir. Aquello la estaba desbordando.
-Doña Alicia, yo no puedo aceptar… es demasiado, yo…no les podré pagar nunca…

-Juana, escúcheme.
Alicia volvió a cogerle de las manos, mientras los niños observaban la escena con gravedad.
-Hace varios meses, antes de tener mi primera hija, nosotros no teníamos ni para comer. Si, Álvaro estaba sin trabajo, había sido expulsado de la universidad, y cada noche nos acostábamos sin saber qué comeríamos al día siguiente.

Juana se aceleraba. Sabía lo que era eso.
-Pero alguien nos ayudó. Y nosotros aceptamos su ayuda. Y gracias a eso, mi marido tiene ahora trabajo, y yo me hice abogada. Nunca se sabe lo que nos depara la vida. Déjenos ayudarla a usted. A usted y a sus hijos. Sabe que Diego querría lo mejor para ellos.

-Por favor, quite a la niña de servir. Saque a Remedios de esa casa lo antes posible. ¡Desde hoy mismo! Mañana que no vaya.
Remedios les miraba desde la esquina de la cama.
-¿Y qué les digo a los señores?
-Dígales la verdad: que su hija va a volver a estudiar.


Fin del capítulo 37.
Continuará…


http://www.historiademadrid.com/las-corralas-restos-del-pasado/

11 comentarios:

Maria dijo...

CAPÍTULO 37,

Siento la tardanza, pero últimamente no tengo mucho tiempo para escribir. De todas formas, intentaré no demorarme mucho entre capítulos. Ya queda poco para terminar la historia y el tiempo transcurrirá más deprisa.
Disfrutad.

Sacha dijo...

JO...ER, JOER... QUE CAPITULO!!, has conseguido emocionarme, muy bien contado, muy bien estructurado de lo que pasó en esos años,, lo digo por testimonios de personas allegadas a mí que me contaron casos parecidos, yo todavía no estaba aquí en este viaje llamado vida.

Te felicito de corazón, has logrado emocionarme y volver a ver lo dura que fue para algunos ciudadanos de este País la vida aquí..

LOS GARCIA VALDECASAS, BUENOS? Un fascista no puede se bueno con los que considera inferiores,, sino EXPLOTADOR::: Lo siento lo veo así..

GRACIAS MARIA, por este magnifico capitulo, por la dulzura y humanidad que destila..

Maria dijo...

GRacias, SACHA, pero no he pretendido pesonalizar con nadie, simplemente cogí un apellido al azar y lo usé para los señores con quienes REmedios trabajaba, que previamente habían echado a su madre por estar enferma.

La niña, Remedios, acabará el Bahiller y estudiará Enfermería, como ella soñaba. De hecho, es la enfermera que cuida de Alicia en el año 1.989.

El hermano, Diego, estudiará Derecho con PEdrito.

Maria dijo...

Por cierto, que estoy retocando los enlaces de la portada y las páginas, para acceder mejor al capítulo.
Ya me direis si funcionan.

rmveguillas dijo...

Me temo que no voy a ser original pero a mi también me ha llegado la historia de Remedios a la que conocimos en otro capítulo como la enfermera de Alicia si no me equivoco ¿no? Me ha gustado bastante y espero la siguiente entrega, cuando puedas, pero puede pronto ¿vale?

pitirrusqui dijo...

María sé que no me vas a entender...."Lo he pasado fatal y me ha parecido estupendo".

clavemas dijo...

María, terrible! pero la realidad por aquellos tristes años en muchos casos era tal como la describes.

Se me han llenado los ojos de lágrimas, pero lo cuentas y describes estupendamente.

Te pido no tardes tanto entre capítulo y capítulo, aunque se que no tienes tiempo, gracias!!

Isabel dijo...

MARIA magnífico el capítulo también a mí me ha emocionado, sé de casos como el que describes en aquellos tiempos y algunos incluso hoy en día pero leerlo te emociona y te deja el corazón como una pasa de arrugado. Genial.

AZALEA dijo...

María,realmente emocionante el capítulo que tenía tantas ganas de leer. Tremendos aquellos tiempos tan duros,sobre todo para algunos,y magitsralmente narrados.Bravo!
PD. No tardes tanto en publicar el próximo,porfa.

Un grupo de Alvaristas dijo...

María,

Te hemos echado mucho de menos y pensábamos ponernos en contacto contigo, pero no queríamos meterte prisa, aunque estábamos deseando ver la continuación del relato.

En primer lugar, muchas gracias por escribir este capítulo, a pesar de no disponer de mucho tiempo y en segundo lugar nuestra felicitación por esta histotia llena de ternura y humanidad.

Su comportamiento les honra y es muy propio de esta pareja.

Como siempre es un deleite leerte.

Recibe un cariñoso saludo.
Un grupo de Alvaristas

purivilla dijo...

Muy bueno el capítulo María, no había podido leerlo y me ha emocionado mucho, gracias por tu tiempo.