RESERVADOS LOS DERECHOS DE AUTOR.

Capítulos anteriores:


Pincha en este enlace para acceder a la.......

Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 43



Capítulo 43.
Aeropuerto de Barajas.  Madrid, 1.967.

“Se alcanza el éxito convirtiendo
cada paso en una meta
y cada meta en un paso”.








-¡Mira papá! ¡Ya aterriza!

El pequeño Jesús, de cinco años, tenía la nariz pegada a la cristalera de la sala, mientras observaba alucinado las maniobras que realizaba el avión para tomar tierra. Toda la familia estaba allí para recibir a Alicia, de vuelta en el vuelo Varsovia-Madrid. Era la segunda vez que todos pisaban un aeropuerto, la primera fue en el vuelo de salida, y a todos les llamaba la atención  aquello, aunque el único que no hacía nada por disimular su entusiasmo tan desorbitado, era el pequeño.

-¡Mira! ¡La puerta del avión se abre!
-¡Mamá! ¡Mira, mamá!  ¡Ahí está!

Los niños divisaron a su madre, que bajaba por la escalerilla del avión buscando entre todas las caras de las vidrieras cual era la de su familia. Álvaro sonrió al verla y aupó a su hijo pequeño, que no llegaba al pretil.

-¡Mamaaaá!

Alicia saludaba con la mano contestando a los aspavientos de sus hijos.

-¡Ay! ¡Mis niños!

Alicia se fundió en un abrazo con sus hijos, después de tantos días sin verlos. Pedro, ya hecho un hombre. Ana, la hija mayor, a sus quince años, con su pañuelo de flores al cuello. Las gemelas, empezando a despuntar con sus once años. Y el pequeño Jesús, todo un hombrecito, de cinco años.

-¡Cómo os he echado de menos! ¡Jesús! ¿Te has portado bien?
-Sí, mamá, la abuela me ha dicho que soy muy bueno.
-Marcela.
-¿Qué tal el viaje, hija?
-Bien. Aunque un poco largo. ¡Mati!

Alicia y su prima se abrazaron. Álvaro esperaba de pie.
-Me dejas para el final.
-¡Tonto!... ¡ven!

Alicia se fundió en un abrazo con su marido, mientras Pedrito, ya todo un licenciado, cogía las maletas.
-¿Y mis niños, cómo están? ¿OS habéis portado bien? Ana…
-Muy bien, mamá. Sólo nos hemos peleado lo justo. Ya nos conoces.

Mati rió.
-Las niñas, la ropa… ya sabes…

-Venga, vamos, estoy deseando llegar a casa y comer una tortilla española, dios mío… cuando os he echado de menos a todos…- Alicia besaba de nuevo a todos sus hijos, mientras Álvaro cogía detrás las maletas. 


Los Iniesta salieron en tropel de la terminal del aeropuerto, en busca del coche familiar que les llevaría de vuelta a casa. En seguida se acomodaron, con las maletas en el maletero, Pedro delante con su hermano pequeño en brazos, y detrás, Doña Marcela, Mati y Alicia en primera fila de asientos, y sentadas encima de ellas, Ana, Mercedes y Carmina. Eran los tiempos en los que en los coches se metían todos los que podían, si no más, y los Iniesta ya se acoplaban todos perfectamente en los desplazamientos cortos perfectamente embuchados en su SEAT 850, mientras que en los largos, solían despachar a los mayores en el autobús de línea, mientras el resto iba en el coche. De hecho, así fueron a Valencia de vacaciones, ese mismo verano, cuando un buen día, Álvaro llegó a casa diciendo:

-No hemos visto nunca el mar, tan sólo en fotos. ¿Os apetece conocerlo?

Y les apeteció. Álvaro gestionó el alquiler de un apartamento que le había recomendado un colega suyo, en el levante español, que ya estaba siendo visitado por todo tipo de gentes, suecos, holandeses, alemanes, en busca de su sol y sus aguas cálidas. Y tras hacer las maletas, pusieron rumbo a Valencia.


-¿Seguro que vais a saber nadar? ¿O se os ha olvidado?- preguntaba burlón Pedro a sus hermanas, antes de que la emprendieran a almohadazos con él, por chinche. Los niños habían aprendido a nadar en las excursiones estivales que hacían a la sierra madrileña, en el río. Aunque claro, el río no era el mar, y Doña Marcela tenía sus reservas.

-Mira que si los niños no saben salir del agua…

-Mamá… no va a pasar nada malo. Y vamos a disfrutar de las vacaciones.

La familia hizo los preparativos, con los niños emocionados ante dicha perspectiva. Pronto prepararon todos sus bañadores, toallas, sombreros, y para Jesús, el pequeño, el rosco inflable.

Los Iniesta se metían todos en el coche, como sardinas en lata, como hacían tantas y tantas familias de la época. Esa vez fueron más anchos: Pedro fue en tren con unos amigos, serían sus últimas vacaciones de soltero. Así que Doña Marcela ocupó el asiento delantero en toda su amplitud, mientras que en la parte de atrás, se metieron exactamente, Alicia con su hijo pequeño, Mati con una de las gemelas encima, y Ana con la otra. Iban en la gloria, con semejante anchura. Todos aguantaron perfectamente las ocho horas de viaje en coche por las carreteras de los años 60, destacando asimismo que sólo hubieron de detenerse en nueve ocasiones,   exactamente para: que los niños hicieran pis, desayunar, que Doña Marcela estirara las piernas, que Jesús se mareaba y vomitase, que los niños hicieran pis de nuevo, comer, volver a hacer pis (aunque el pequeño Jesús tenía caca), merendar, que Álvaro se fumara un cigarrillo, aunque no fumaba desde hacía veinte años y tuvo que pedírselo al empleado de la gasolinera, quien de buena gana se lo dio sin preguntarle nada, al ver toda la tropa,  y por fin, cuando Álvaro se preguntaba quién les había mandado ir allí con lo a gusto que estaban en Madrid  pasando calor, llegaron a Valencia.


La visión del mar hizo que olvidaran el accidentado viaje en apenas diez segundos Como a muchos españoles que por primera vez en su vida veían aquello, la visión de la inmensidad azul del Mediterráneo les dejó boquiabiertos.

-Y yo que pensaba que me moriría sin ver el mar…- Marcela se emocionaba  ante aquella maravilla, en la inmensidad de la playa de la Malvarrosa.



Los niños se quedaron, sencillamente, sin palabras, mientras que el pequeño Jesús, se dedicó a salir corriendo playa adelante, con su rosco para flotar en la mano, dando gritos de alegría. El pequeño disfrutaría en los días posteriores del mar tanto o más que sus hermanos, mientras aprendía a nadar cogido de las manos de su padre, para después dedicarse a jugar con la arena, lo mismo  a hacer castillos, lo mismo a enterrar a su padre en ella, mientras éste se quedaba dormido al sol sin darse cuenta de nada, para después  despertarse extrañado sacudiéndose la arena, mientras oía las carcajadas de toda la familia.


En Valencia, los Iniesta disfrutaron del verano, el mar y la playa. Apartaron por un tiempo las leyes, legajos y pleitos varios, para dedicarse a tomar el sol como veían hacer allí a los numerosos  turistas. Alicia olvidó todos sus asuntos del bufete que le traían de cabeza últimamente. El verano del 67 en Valencia, fue inolvidable para todos, por muchos motivos que todos recordarían. En la habitación de su apartamento alquilado, Alicia y Álvaro concibieron a su quinto hijo, casi sin darse cuenta, una de tantas noches que se dejaron arrastrar por la pasión mientras la luna de Valencia entraba por la ventana y los sorprendía abrazados. La brisa del mar Mediterráneo afectó positivamente a todos, quienes se relajaron, se broncearon, y dejaron las preocupaciones olvidadas en Madrid para disfrutar ampliamente de unas magníficas vacaciones.

Ahora, dos meses después, metidos en el coche, algo más apretados, los Iniesta abandonaron el aeropuerto mientras Alicia no paraba de contestar a las preguntas de todos sus hijos, en especial los pequeños, que veían como algo increíble que su madre se montara en uno de aquellos cacharros que volaban, y ahora acababa de bajar de uno de ellos. La misma Alicia aguantó la respiración en su primer viaje en avión, cuando el aparato empezó a rodar por la pista para despegar rumbo a Polonia. Alicia cerró los ojos y sintió que el estómago se le subía a la garganta cuando el aparato despegaba, al igual que ahora, cuando aterrizó. Las preguntas de sus hijos y el fresco del aire madrileño la hicieron recuperar el color de la cara. Aún no sabía que estaba embarazada, y achacó su malestar a las turbulencias del aterrizaje.

 ************************

-¿Cómo ha ido todo?- le preguntaría Álvaro con más tranquilidad, ya en la casa, con los niños acostados.

Alicia había estado dos semanas en Varsovia, participando en el Congreso de la FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE MUJERES DE CARRERAS JURÍDICAS, a la que pertenecía desde hacía varios años, desde que se dio de alta en el Colegio de Abogados de Madrid. Esta red europea de mujeres juristas organizaba regularmente encuentros donde mujeres juristas de distintos puntos de Europa informaban y debatían, aportaban ideas, y debatían los temas que había propuesto el país organizador, continuando así el germen del feminismo iniciado varias décadas antes.

-Ha sido fenomenal, Álvaro. Había mujeres de todos los países, de Francia, de Inglaterra, de Italia, de Alemania… polacas, por supuesto… ¡hasta de Estados Unidos!... las ponencias han sido interesantísimas. 

Además de tomar notas, ha servido para intercambiar experiencias, debatir diversas cuestiones, puntos de vista distintos según la legislación de cada país…

Alicia estaba entusiasmada. 

 -Además, me han hecho una propuesta.

-¿Cuál?

-Organizar el próximo Congreso aquí, en España. En Madrid. ¿Te imaginas lo que puede ser eso?

Álvaro sonreía al ver el entusiasmo en la cara de su mujer.

-Lo primero que voy a hacer mañana es llamar a Eduardo- comentó Alicia. Su cabeza ya estaba dando vueltas sobre el tema-. Sí, ya sé que quedan dos años, pero estas cosas hay que empezar a organizarlas con tiempo. Además, he quedado en darles una contestación.

-¿Una contestación?

-Sí,  por supuesto. Yo no he dado un sí definitivo. Lo voy a proponer al Colegio, pero con una serie de condiciones.

-¿…?

-Por supuesto, la primera de ellas es que me garanticen la asistencia de abogadas de todos los países, incluidos los comunistas. Si no es así, no me comprometo a nada. No tendría sentido organizar un encuentro de mujeres juristas si se veta la asistencia a las compañeras de los países del Este. Deben de estar representadas todas.

Y lo iban a estar. En los días siguientes Alicia habló con su antiguo jefe del bufete donde empezó a trabajar de pasante, Eduardo, el mismo abogado que sacó a su marido de la cárcel hacía ya más de diez años. Eduardo ahora se había convertido en el Ilustrísimo Decano del Colegio de Abogados de Madrid.
No hubo ningún problema. Eduardo no solo le garantizó la asistencia, sino que se ofreció a gestionar personalmente la entrada de las Repúblicas Socialistas, les cedió el Salón de Actos del Colegio, y adelantó la cantidad de 10.000 pesetas para la traducción simultánea. El Congreso de Mujeres de Carreras Jurídicas estaba en marcha.


-Además, tengo claro cuál va ser el tema central del Congreso.

-¿Y cuál va a ser?

Alicia respondió sin dudar.

-La mujer.

Fin del capítulo.
Continuará…

Nota: parte del argumento de éste capítulo está basado en hechos reales.






Cronología

Cronología de “Enséñame el camino de vuelta”

Os pongo de forma breve la línea temporal del relato, que iré completando según vaya colgando los capítulos que quedan. Lo hago para guiarnos un poco en el maremagnum de fechas que hay, y seguir la pista a los personajes y las edades que van teniendo en cada momento. 
Asímismo, si teneis alguna pregunta que hacer sobre fechas y lugares, o sugerencia sobre el blog y su orden, la podeis hacer en los comentarios de esta entrada.



-          1.949- Alicia cursa 2º de Derecho. CAP.2

-          Feb. 1951- Muerte de Fernando. Álvaro se va de casa. Álvaro es detenido y conducido a Carabanchel. Alicia pierde a su hijo. CAP. 5 al 12.


-          Marzo 1951- Álvaro sale de la cárcel con fianza. CAP. 12 y ss.

-          Junio-Julio 1951- Alicia se examina de 3º de Derecho en Madrid. Álvaro es cesado en la universidad y expulsado del Colegio de Abogados. Alicia embarazada de su primera hija.  CAP.18-19.


-          Nov.1951- Álvaro ingresa en el penal de Ocaña. CAP.21

-          Marzo 1952- Álvaro sale de prisión. Nace Ana Iniesta, la primera hija del matrimonio. CAP. 22-23.


-          Julio1952- Sep 1954-     Estancia en Salamanca, en la portería del Colegio Mayor. Alicia se licencia en Derecho por la Universidad salmantina.

-          Sep. 1954- Álvaro es repuesto a su cátedra en Madrid. Ruiz-Giménez es Ministro de Educación. CAP. 25-26.


-          1.955- Juicio de Matilde Roldán.  CAP. 29.

-          1955-1956- Curso del 55-56 y acontecimientos en la Universidad.  Asalto al Colegio Estudio. Ceses del Ministro de Educación, Rector y Decano de Derecho. Los Iniesta abandonan Madrid y se refugian en Ávila en Feb de 1956. CAP. 30 al 35.


-          Marzo 1956- Nacen las gemelas Mercedes y Claudia Iniesta.

-          1959- Muerte de Regina Caballero, tía de Alicia. CAP. 38.


-          1.960- Alicia deja de trabajar de pasante y abre despacho propio. CAP. 39.

-          1.962- Matilde Roldán, prima de Alicia, sale de la cárcel. CAP. 40.


-          1.962- Nace Jesús Iniesta, cuarto hijo común del matrimonio, y primer hijo varón de Alicia.

-          1964- Visita al Padre Ángel y a Sole, en el Pozo del Tío Raimundo. CAP. 41.

-          1967- Los Iniesta veranean en Valencia. Alicia asiste al Congreso de Mujeres Juristas, en Varsovia. CAP. 43.


-           1968- se casa PEdro Iniesta, el hijo mayor de Álvaro. Nace Miguel Iniesta, quinto hijo del matrimonio.

-     1969- Se celebra en Madrid el CONGRESO DE MUJERES DE LAS CARRERAS JURÍDICAS, en cuyo comité organizador se encuentra Alicia. Camilo le dedica su libro. CAP. 44.

-     1970- Se casa Ana Iniesta, la primera hija de Alicia. Ana y su marido empiezan la carrera de Medicina. CAP. 47.

-     1971- Nace Rocío, la primera hija de Ana, y primera nieta de Alicia. CAP. 47.

-      1979- Muere Doña Marcela, de nuerte natural, en su casa. Alicia y su prima Matilde acuden al depósito a identificar los restos de su primo Carlos. Alicia piensa que no es él. CAP. 49.

-      1.987- Miguel Iniesta, es detenido por su intervención en actividades de insumisión militar. Posteriormente es admitido como bailarín por la Nerderland Dans Theatre. (CAP. 50)


-           Mayo de 1.988- Muere Álvaro.

-     Mayo de 1.989- Alicia está enferma. CAP. 1.


Capítulo 42





Capítulo 42.
Madrid, Mayo de 1.989.


“El reto de una generación
 es contradecir a la de sus padres”.

Rocío empuñaba la aguja de coser con dudosa destreza, intentando reparar el desaguisado que ella misma había provocado al querer destripar al oso de peluche. La niña imaginó que los folios que su abuelo guardó en un peluche aquella noche de Febrero del  56 en la que la familia tuvo que huir a Ávila, estaban ahí, tal y como su abuela Alicia le había relatado. Pero no, el osito “Pepe” sólo guardaba en su barriga la borra polvorienta de muchos años.
                                                   


-Desde luego, con la de cosas que tengo que hacer, vaya trabajo que me das…- murmuraba hablando sola. Ya tenía la tripa del oso casi cosida.

-Tanto coser y descoser, para nada. En fin, ¡hala, oso, ya estás presentable de nuevo!
Rocío cortaba el hilo y levantaba al osito, que parecía  sonreir  después de haber sido recompuesto a  la normalidad. Si los peluches pensaran, éste estaría contento de haberse librado del cubo de la basura.

-Le preguntaré a la abuela qué pasó con las hojas que faltan del libraco ese… el que me encontré en el armario. ¿Dónde está? Se lo di al tío Pedro y se lo quedó él… se lo pediré. No me lo ha devuelto, y lo estaba leyendo yo. Lo mismo se cree que no me entero de lo que pone, habrase visto…

Rocío pensaba en voz alta mientras guardaba el costurero y recogía sus cosas. Colocó al oso en su cama.
-Bueno, vámonos a ver qué hace   la abuela.

Rocío se dirigió al dormitorio de su abuela. Alicia estaba sentada en la butaca, dormitando, tal vez pensando,  ensimismada.

-…abuela… -susurró la niña con cuidado, por si estaba dormida.
-Pasa, estoy despierta. Ven, ponte aquí que te vea.
Rocío entró. Veía a su abuela bien, como si nada le ocurriera. Seguramente se restablecería y pronto estaría de pie con ellos, paseando por el Retiro.
-Rocío…
-Dime, abuela.

-¿Habéis cambiado hoy al canario?

Rocío asintió con la cabeza. Ella se estaba ocupando del animal desde hacía varios días, tomando el relevo de su abuela, cuando se puso enferma. Era el canario de Álvaro, y desde su muerte el animal parecía que aún esperaba que apareciese su antiguo cuidador a ponerle su bizcocho, como Álvaro hizo todas las tardes hasta el día que murió.
-Sí, abuela. Lo he limpiado, le he puesto el agua limpia para que se bañe, y le he puesto una hojita de lechuga y un trozo de manzana.



Alicia sonrió.
-¿Y bizcocho? ¿Le has puesto bizcocho?

-Aha. Y se ha tirado en plancha a comérselo. Es un glotón. Come más que yo.

Alicia rió. 

-Jajaja…., es que se acuerda  de cuando el abuelo se lo ponía, ya lo sabes, el animal lo echa de menos.

Abuela y nieta se quedaron en silencio. El animal no era el único que se acordaba de Álvaro.
-Yo también….

A Rocío se le humedecieron los ojos.
-Yo también echo de menos al abuelo.

Tras unos segundos, ambas se miraron.
-No estés triste, Rocío. El abuelo esta my feliz donde está.

Rocío se enjugó disimuladamente una lágrima, al acordarse de su abuelo. Ya iba a hacer un año, desde entonces.
-Anda, mi niña, cuéntame qué vas a hacer hoy- Alicia cambió de tema dando un beso en la mejilla de su nieta.

-Nada importante, abuela. Ya he terminado de estudiar. Ahora he quedado con Tere.
-¿Tu amiga?
-Sí. Nos vamos juntas a la agencia.
-¿A la agencia?
-La agencia de modelos. Han aceptado las fotos que les mandé y me quieren hacer un reportaje.
-¿Un qué?....

Y es que desde hacía una semana y dos días, Rocío estaba empeñada en ser modelo. 

-Voy esta tarde, abuela. Me han dicho que vaya con ropa de todo tipo, vaqueros, y bañador. Me tienen que hacer fotos en todas las posiciones. No, bañador no. Con biquini.

Alicia hizo como que no se asustaba, para no perder la confianza que de forma totalmente inocente, Rocío le estaba contando todo aquello. Después de lidiar con gente de todo tipo, le aterraba ver el mundo donde se iba a meter su nieta con toda su candidez.
-Y dime …¿con quién vas?

-Iba a venir conmigo Teresa, mi amiga, pero su madre no la ha dejado. Pero no pasa nada, abuela, sé donde es,  conozco el camino.
-¿Y qué dice tu madre, Rocío?

La niña tragó saliva. Ahí estaba el último escollo a salvar.
-Mmmm… se lo tengo que decir.
-¿Cómo? ¿Aún no se lo has dicho?
-Bueno, abuela, es que no la he visto todavía. Hoy tenía guardia en el hospital.

Alicia aparentó no alarmarse. Si preguntaba, aumentaría la desconfianza de la niña y se cerraría en banda.
-Oye, Rocío…
-dime, abuela…
-Te voy a hacer una pregunta muy personal, y quiero que me contestes con sinceridad.

Rocío contuvo la respiración. Intuía tema delicado, o lo que es lo mismo, sermón familiar.

-Esa agencia… ¿quién la lleva? ¿Dónde está?
-Me han dicho que es en un piso, abuela.
-¿Tiene teléfono?
-Si, pero no viene en la guía. Lo tengo yo..no se lo dan a todo el mundo, no te creas….
-¡¡AH!!
-Y dime…

El sonido de la cerradura de la puerta les cortó la conversación. Ana entraba en casa, después de venir del hospital, tras su jornada laboral correspondiente, y lo primero que hizo al entrar fue comprobar cómo estaba su madre.
-Hola mamá. ¿estás mejor?
Rocío se escurría por la puerta, para evitar a su madre.
-Rocío, ¿te vas?- le preguntó- ¿has terminado tus estudios?
-Sí, mamá.  He quedado con Teresa- Rocío se cuidó de que su abuela no la oyera. Dentro del dormitorio, Alicia hizo una seña a su  hija Ana para que no la dejara ir.

-¿Dónde vas?- insistió Ana.
-¡Ay, mamá!… Te he dicho que con Teresa.
-No te he preguntado con quien, sino donde.
-¡Pfffff…..!  que no me dejáis ni respirar.
-Rocío, como te pongas así, mal empezamos.
-¡¡Oju!!… que no voy a hacer nada malo, sólo voy a la agencia.
-¿A la agencia?
-La agencia de modelos, mamá, ya te lo dije el otro día.
-¿Cúando me has dicho qué? ¿Qué agencia? Primera noticia que tengo.
-Ay, mamá… la agencia de la que te hablé hace unos días. Les mandé mis fotos, y ahora me han dicho que vaya con ellos.

-¡AH! ¿Y a qué se supone que te vas a ir a esa agencia de modelos?
-Pues a trabajar, mamá, de modelo. ¿A qué va a ser si no?

Ana lidiaba con la simpleza de las réplicas adolescentes de Rocío.
-A ver… ven aquí… siéntate aquí y explícame eso más despacio…
Rocío vio que no se podía escapar tan fácilmente, y optó por mostrarse más dócil.

-EL señor que vino a vernos al instituto, mamá, no es nada malo. Van a hacernos fotos.
-¿A quién?
-Pues a mí.
-¿A ti sola? ¿No era también a Teresa?
-Bueno…no… es que… 
-Si quieres llamo a su madre y se lo pregunto.

Rocío torció el gesto. Como su madre hiciera eso y descubriera el percal, se podía liar parda.
-No, mamá, no hace falta. Teresa iba a venir, pero al final no ha podido, tiene que estudiar. Pero voy yo sola, no pasa nada.
-¡AH! ¿Que te vas tú sola a qué?
-¡Ay, mamá…! que ya te lo he dicho…

Sentada en su dormitorio, Alicia asistía al cuarto grado entre su hija y su nieta, mientras pensaba que Rocío tenía poco futuro delante de un abogado vehemente, y que Ana podía haber sido una buena abogada.

-Pues a trabajar de modelo, a qué va a ser.
-¿Ah, sí? ¿Con el permiso de quien? Para trabajar necesitas el permiso de tus padres. Te recuerdo que eres menos de edad.
-No, mamá, que ya tengo dieciséis años, puedo trabajar perfectamente.
-¡Anda!  ¡Mira que bien se lo sabe!… Y la lección de mañana, ¿te la sabes igual?
-Que sí, mamaaaá….. que llevo toda la tarde estudiando…. Pffffff
Cuando la adolescente se quedaba sin argumentos, le daba por resoplar.
-Bien. Pues coge tus cosas y nos vamos.

-¿Cómo?
-Que nos vamos.
-¿Cómo que nos vamos?
-Que me voy contigo, A ver si te crees que te vas a ir sola a un sitio que ni siquiera conoces,  a hacerte fotos delante del primer desconocido que te dice ojos verdes tienes.
-¡Ay, mamá!… ¡que no!…. ¿Cómo voy a aparecer por allí contigo al lado?

LA puerta crujió. En el momento más interesante de la discusión madre-hija, Pedro entró por la puerta, con su juego de llaves
-O voy yo contigo, o no vas de ninguna manera, elije.

Ana le daba un ultimátum a su hija. Rocío lloriqueaba.
-Pero mamá….no me puedes hacer esto.. ¡Voy a parecer la Pantoja con su madre!
Pedro entraba mirando el duelo de titanes generacional, mientras daba un beso a Alicia, la cual le hizo una seña.
-Vamos las dos, ahora mismo, que  todavía no me he quitado los zapatos.
-¡Ay, mamá, que no….!
-Déjala- interrumpió Pedro.
-¿Cómo?
-¿Lo ves, mamá? Vas a hacer el ridículo si vienes conmigo.
-Pedro, haz el favor, no te metas.
-No, no. Lo digo en serio. Ponte las zapatillas, Ana, te quedas en casa.

Rocío hizo una mueca de satisfacción. Se iba a salir con la suya gracias al tío Pedro.
-Voy a ser yo el que la acompañe.





La mueca de satisfacción de Rocío se tornó en fastidio.
-¡¡JJJooooo!!!!    ¡¡¡Me tratáis como una niña!!!
-Es que aún eres una niña- apostilló su madre.
-¡No hay derecho! ¡Con el tío al lado, no me va a  contratar nadie!
-Ah, pues menuda agencia, que se fija en el talento- apostilló Pedro.

Alicia hacía un gesto de alivio, una pequeña mueca de triunfo, apenas perceptible.
-Elige. O vas con tu tío o te quedas en casa y te olvidas de eso de los modelos para lo que te queda de vida. Tú misma.
-¡¡¡¡Ojuuuu!!!!   ¡¡¡¡Valeeeee!!!!
Rocío cogió sus cosas con un mohín de fastidio, para salir por la puerta delante de su tío sin decir ni adiós. Pedro fue tras ella cerrando la puerta de la calle, no sin antes echar una mirada cómplice a su hermana.

Ana se volvió hacia donde estaba su madre.
-Habéis hecho bien en no dejarla ir sola. No me ha hecho ni pizca de gracia el sitio ese. Puede que sea serio, o puede que sea algún espabilado de esos que tú ya sabes- dijo Alicia desde la butaca.

-Lo sé, mamá. A mí tampoco me ha gustado nada. Y ahora nos hemos enterado, pero temo que en otra ocasión me oculte las cosas y no nos demos cuenta hasta que sea demasiado tarde. Y Rocío todavía es una niña, aunque ella diga que no.

Alicia sonrió.
-A mí me estaba contando más cosas. Aún es muy inocente para mentirle a su abuela.
-A ver si se le pasa pronto esta locura que ha cogido, con lo de la agencia de modelos.
-Eso espero. Aunque no sé de qué te extraña. A alguien le tiene que salir.

-¡Mamá!

-¿Y aún me lo preguntas? ¿Has olvidado como eras tú a su edad?
-Mamá, no tiene nada que ver. Yo no quería ser modelo.

-¡Uy, si…! Tú ibas a ser médico. Toda la vida soñando con ser médico y luego decidiste que   ibas a cambiar el mundo vestida con collares de margaritas. Claro que también hay que comer, pagar recibos, en fin…. todas esas menudencias. Pero eso no  suponía un problema para ti. Si mal no recuerdo, ibas a vender pulseritas de cuero en un mercadillo callejero. 

-¡Mamá…!  No me vengas ahora con eso. No tiene nada que ver. Yo  tenía  claro que iba a ser médico. Pero Rocío hará COU el año que viene y aún tiene la cabeza llena de pájaros. Sólo faltaba esto. Me pregunto quién le habrá metido estas cosas en la cabeza, ahora que está a punto de terminar el curso.

-Ay, hija… si viviera tu abuela Marcela, te diría lo mismo que te estoy diciendo yo ahora.  Tu niña quiere empezar a volar, y a ti se te hace cuesta arriba. Los padres os creéis que los pollitos van a estar siempre debajo de vuestras alas, pero no, hay que empezar a soltar la cuerda, porque un buen día el pollito ya tiene todas las plumas y está cacareando. Eso mismo me dijo tu abuela, que en paz descanse, cuando tú tenías su edad. O eras un poco más grande, qué más da eso...

-No, mamá, no tiene nada que ver, no me confundas. Nadie en su sano juicio va a dejar que su hija se vaya a un sitio desconocido para que le hagan fotos en bikini unos extraños. Y Rocío debe hacer lo que  le conviene: hincarse de codos y sacar su curso. Ya tendrá tiempo para tonterías cuando sea mayor de edad y se independice. Mientras esté bajo este techo hará lo que sus padres digan.

-Ay, mi niña… ¿ha olvidado lo que tú me dijiste, hace exactamente ahora diecisiete años?

Ana se detuvo. Como para no olvidarlo, el día que llegó a la casa anunciando que estaba embarazada, que se iba con su novio a ganarse la vida haciendo artesanía, y que su carrera de Medicina quedaba en suspenso. En el fondo, Alicia tenía razón. El deber de los hijos es rebelarse contra sus padres, ya fuera en los años 70 o en los 90. Con dictadura o en democracia. Llega un momento en que el vástago se planta y dice me voy. Y la rama madre no tiene más remedio que desprenderse dolorosamente de su brote, para dejarlo crecer libre, lejos de ella, y echar sus propias raíces. Era   ley de  vida. Inexorable.

-¿Tú sabes el disgusto que le diste a tu padre? Esa noche ni durmió. Al día siguiente no logró dar pie con bola en la facultad. Por no hablar de mí, claro, eso mejor me lo reservo. Con todo el trabajo que tenía encima, en el despacho, en plena comisión para la revisión de las leyes, y mi hija mayor me viene con semejantes cosas. Me dieron ganas de atarte a la pata de la cama y dejarte encerrada en casa. Si ríete ahora, pero lo hubiera hecho sin dudarlo.

Ana sonrió pensativa. Claro que se acordaba.
-Bueno, mamá, pero al final no hice ninguna locura. 

-Claro, porque entraste en razón y nos hiciste caso. Pero nuestro trabajo nos costó. Aunque si le llamas no hacer ninguna locura a dejar en el aire una prometedora carrera de médico, para irte embarazada de una niña, al piso de mala muerte donde os queríais ir, lejos de la familia, tú me dirás.

Ana recordó, con una sonrisa.

-Lo sé mamá. NO sé cómo me dio por ahí, la verdad. Supongo que era el ambiente, la moda… Todo el mundo hacía eso, en plan hippy, que ilusos éramos, queríamos cambiar el mundo con collares de margaritas puestos…

-Lo mismo que quiere hacer ahora tu hija, no lo olvides. Y una cosa te digo: no le cortes la ilusión de cambiar el mundo, porque no la va a volver a tener.

Ana se quedó pensativa, mientras su madre se dirigía hacia la cama.

-Déjala, déjala que vuele. Ella misma es quien debe de aprender a aterrizar, ya es grande. Eso sí, tú a su lado, ojo avizor, que no se te haga la niña vendedora ambulante de pulseras de cuero en cuanto te descuides…

-¡¡Mamá!!....  ¡desde luego!…

El canario las miraba a ambas, con la boca llena de bizcocho. Ana se metía dentro de la cocina, en el otro extremo del salón. Alicia se metió en la cama en su dormitorio, mientras hablaba en voz baja.

-¿Lo ves? El mundo da siempre las mismas vueltas. Parece que fue ayer, y fue hace diecisiete años, cuando estábamos con una discusión parecida con tu hija…

-Mamá… ¿me estás diciendo algo? preguntó Ana desde el salón al oir a su madre.

-Nada, hija… cosas mías…. Voy a descansar un rato.


Ana sacudió la cabeza, extrañada. Allí no había nadie más. Estaban solas. Tan sólo el canario se quedaba mirando al sillón grande, como hacía todas las tardes desde hacía un año.








Fin del Capítulo.
Continuará…


Fotos:

http://www.bellezayalma.com/wp-content/uploads/2010/07/canario.jpg 
http://criaderofaunashop.com/wp-content/uploads/Canario_Amarillo_49cb90fda1e44.jpg 
http://www.mueblesmiralles.com/files/2083 
Capturas personales- Sacha.

Capítulo 41





Capítulo 41.
Madrid, 1.964.
Pozo del Tío Raimundo.








-¿Y no habéis vuelto a saber nada de él?

Mati miraba suplicante al padre Ángel, quien era rotundo en su negativa. Ni una noticia desde hacía meses, nada, ni siquiera por comentarios de terceras personas.
-Lo siento, Matilde. Tal vez esté fuera de Madrid y por eso nadie sabe nada.
-No lo creo….

Matilde pensativa miraba al horizonte que se dejaba ver entre las chabolas. Desde que salió de la cárcel no había dejado de buscar a su hermano. Su primera visita fue para la tumba de su madre, en el cementerio. La segunda fue con su prima, siempre indagando, en cárceles, hospitales, pensiones de mala muerte… siempre siguiendo el rastro de algo que les condujera hasta su hermano. Pero las noticias eran siempre las mismas: “…detenido por escándalo público, varios días en el calabozo, peleas, borracheras, asuntos de juego, ajustes de cuentas…”. Carlos parecía que se les escurría de entre los dedos, a pesar de los esfuerzos de Alicia, que ya tenía sus buenos contactos en los ambientes más deprimidos del Madrid de la época. Siempre había algún defendido de oficio que le estaba agradecido, y le quería devolver el favor. A veces ellos se lo contaban sin decirle nada…

-He escuchado cosas de su primo, abogada- le decían de vez en cuando.

Y Alicia escuchaba historias de peleas entre bandas, asuntos sórdidos, altercados en casas de putas,  que deseaba no escuchar con el nombre de su primo metido por medio. Siempre acudía a los sitios donde decían haberlo visto, a veces con Mati, a veces con Álvaro o con Camilo, pensiones, hostales, casas de mala muerte. Su amigo Camilo también le traía información desde la redacción del periódico, aunque no sirvió para nada. Carlos Roldán les llevó siempre la delantera. Nunca llegaron a tiempo de localizarle. Pero las últimas noticias no le gustaron nada.

-Dicen que está trapicheando- le dijo Ángel en un aparte a Alicia, mientras Mati, que se encontraba a lo lejos hablando con Sole,  no les oía.

-Lo poco que me llega es siempre lo mismo: lo han visto en el puente. Pero llega, vende la mercancía y se va. Nadie sabe de dónde sale ni a dónde va.

-¿Él  se droga?- Alicia preguntó a bocajarro. Después de varios años curtiéndose entre la más variada fauna penal, ya no se andaba con medias tintas.

-No lo sé, Alicia. Es verdad que muchos camellos lo hacen, pero no tengo la certeza. A veces pregunto a los chicos, si le han visto pincharse, pero no me dicen nada. Claro que tampoco se puede fiar uno de ellos, ya sabes como vienen algunos…

Alicia bajó la mirada. Tantos yonquis como había asistido en el turno de oficio, y  ahora se enfrentaba a un caso así en su propia familia.

-Mati no pierde la esperanza, ¿sabes? Va a misa todos los domingos y pide por él, le tiene una vela encendida. A veces cuando pasea por la calle se vuelve y  cree verlo a lo lejos, pero no es él. Esto es una tortura, padre.

-Lo sé. A propósito,  ¿cómo está tu prima? Se la ve muy recuperada.

Después de siete años entre humedades y penurias, la vida cómoda y los potajes de la abuela Marcela hicieron su efecto. Mati había ganado peso tras salir de la cárcel, lo cual  sentó muy bien a su cuerpo castigado por las penalidades.

-Bien, Mati ha respondido mejor de lo que yo pensaba. Incluso cuando nació mi hijo Jesús, pensé que se vendría abajo, pero no fue así. Si prácticamente me lo ha  criado ella, mientras yo trabajaba.

A los dos meses de salir Mati de la cárcel, Alicia dio a luz a su primer hijo varón, Jesús. Mati asistió emocionada al nacimiento del pequeño, y le puso ella misma el segundo pañal. El primero se lo puso, evidentemente, la abuela Doña Marcela, como antes hizo con todos sus nietos. Y el bebé sirvió a MAti para terminar de espantar sus fantasmas y sus malos recuerdos, mientras le mecía por las noches y le cuidaba en ausencia de su madre. Matilde se integró como una más en la familia Iniesta, con el cariño sincero que le ofreció Doña Marcela desde que entró por la puerta, y el ambiente familiar que se respiraba allí,  mientras Ana se hacía adolescente y  las niñas crecían jugando en la plaza.


 -Mati se ha adaptado muy bien, es una más de la familia. Pero a veces se queda mirando por la ventana, con los ojos en blanco. Yo no le digo nada, pero sé en lo que está pensando. Es una tortura no saber nada de Carlos desde hace tanto tiempo. Y estoy segura que él podría localizarnos, cualquiera podía localizar nuestra casa. Lo que no sé es por qué no ha venido. Estoy segura de que pasa penurias. ¿Por qué no acude a nosotros? Le ayudaríamos sin dudarlo. Es mi primo.


Ángel callaba. Podían ser tantos los motivos… por orgullo, por vergüenza, o simplemente, por inercia de quien lleva ya muchos años viviendo al límite. Él sabía por experiencia lo duro que era romper ese círculo vicioso en el que entraban muchos, y que les acababa conduciendo sin remedio a la destrucción personal.
-Estoy seguro de que él sabe que lo buscáis, Alicia. Y seguro que sabe que Mati ya ha salido de la cárcel. Estas noticias corren como la pólvora en el ambiente.


-¿Y entonces? ¿Por qué no viene con nosotros? ¿Acaso no se imagina el sufrimiento de Mati? ¿Y el mío? Mientras nosotros estamos a gusto en casa, él puede estar pasando penurias. No entiendo por qué tiene el remedio al alcance de su mano, y sin embargo, no lo usa.

-¿No lo entiendes, Alicia? ¿De verdad que no lo entiendes?- inquirió Ángel, pensativo.





Alicia miró a los ojos al cura que tenía delante. Vestido  con una sencilla camisa y unos pantalones, nada delataba su estado si no era por la cruz de madera que llevaba en el cuello. Conocía el alcance de la pregunta del padre  Ángel. Demasiado. Estaba harta de ver casos así en su trabajo. Estaba  tan hastiada que conocía las reacciones de los drogadictos de manera mecánica. Sabía lo que iba a pasar antes de que pasara. El “no voy a volver a caer” apenas duraba media hora, el tiempo que tardaban en volver a localizar a su camello y volver a conseguir su dosis. “Ésta será la última, letrada”, le decían, “pero acabo de salir del talego, déjeme celebrarlo. Le prometo que una y ya no más….”. Gente rota por dentro, consumida por la droga,  metidos en la rueda de una vida que les arrastraba hacia el abismo.


-Sólo tienes que decir NO, y buscar ayuda- les solían decir los abogados.

Pero nunca funcionaba. Una vez metidos en la espiral de la destrucción, solo iban hacia el centro, como el agua que cae irremediablemente por un desagüe al quitar el tapón. Y  ahora a Alicia le costaba asimilar que su primo Carlos era el que estaba metido en aquella vorágine que lo devoraría sin remedio, como tantos casos que había presenciado.

-¿Dónde se encuentra con los yonquis?
-Pero Alicia…
-¿Es debajo del puente, verdad?

-Alicia, ni se te ocurra lo que estás pensando. Ni siquiera yo me atrevo  a acercarme allí, y eso que a mí me respetan mucho. ¿Sabes lo que te podría pasar?

-No tengo miedo, Ángel.

-No. Allí acuden en un estado lamentable de desesperación. Incluso a ellos mismos les da miedo acercarse. Todos los días hay algún pinchazo.

Alicia se llevó las manos a la cara, en un gesto de desesperación.

-Ya no sé qué hacer, Ángel. ¿Cómo puedo quedarme cruzada de brazos mientras mi primo está mal?
La abogada se dejó caer en un tronco en el suelo, sirviéndole de improvisado banco. Ángel se sentó a su lado.

-Al menos le dirás que hemos estado aquí, verdad?

-Siempre lo hago, Alicia. Él lo sabe. Y le dejo todos tus recados. Y vuestras cartas.

Mati le había escrito varias cartas a su hermano. Ángel se las daba a un colega, quien le aseguraba que le llegaban.

-Estoy seguro que él sabe donde estáis. No es tan difícil localizaros. A Álvaro por la universidad y a ti por tu trabajo. Sé que le llegan vuestras noticias. Pero sabes tan bien como yo que elpaso lo tiene que dar él. No se puede curar si él mismo no quiere hacerlo.


Alicia asintió. Por desgracia, lo sabía también como el padre Ángel. Cada uno desde la parte que le tocaba, asistían al desmoronamiento de mucha gente. Ella luchaba por su lado, y él por otro. A menudo decía que trabajaban en equipo: Yo les saco de la cárcel para que tú les pongas en el camino correcto, le decía ella medio en broma. El problema es que muchos acababan de nuevo en el arroyo, y acababan convirtiéndose en clientes fijos de los turnos de guardia de Alicia.


Mati y Sole se acercaban hablando. Las caras de los cuatro no dejaban lugar a dudas.
-Ojalá todo se resuelva, os lo digo de verdad.

Alicia miró a Sole. Los mismos cabellos, con algunas canas ya, pero la misma serenidad en la mirada que cuando la conoció en su negocio de fotografía en la plaza.

-Bueno, y vosotros, ¿cómo os va?- preguntó Alicia a Sole, cambiando de tema.

-Bueno, no nos podemos quejar. Los niños ya están mayores. Y aquí somos muy necesarios. Y tu ayuda es inestimable, Alicia.

Alicia se ocupó personalmente del caso de Ángel, cuando regresó de Roma, y decidió dejar la parroquia que le ofrecían para meterse donde más le necesitaban. Pronto encontró a su compañera de viaje, Sole. Con los niños ya estudiando Bachiller, Sole acompañó a Ángel sin reservas hasta las mismas puertas del mundo, donde la pobreza se masticaba en el aire con la misma intensidad que el orín de rata se sentía en las esquinas. Ángel la aceptó a su lado. Ya habían sido muchos años de negarse sus sentimientos, de tener que elegir.

-¿Quién pone las normas? ¿Los hombres? ¿Por qué no puedo estar con la mujer que amo, que siempre he amado, a la vez que ayudo a los demás?

A Soledad Gálvez, a estas alturas de su vida, le importaba poco el qué dirán. Sólo se vive una vez, se decía, y no podemos andar pendiente de lo que piense la gente. Que bajen al pozo y se enteren de lo que hay, solía decir. Y después, que critiquen. No hacemos nada malo, al contrario. Sólo es amor. No tenían nada que ocultar. Habían sido muchos años de preguntarse el por qué de tanta amargura, de tanta resignación de negarse sentimientos que ambos tenían. En el pozo no había remilgos. Sole y Ángel simplemente eran el cura y su mujer.


Y mientras Ángel ayudaba a traer servicios al barrio, ella se ocupaba de atender la escuela. Mientras Ángel ayudaba con sus propias manos a canalizar las aguas del barrio, ella se ocupaba de enseñar a las mujeres a coser, o a sumar, o enseñarlas a leer. Ángel levantó una parroquia donde se decía misa con cantos de pan duro bendecidos, donde la iglesia se le llenaba ara escucharle los domingos, y Sole preparaba leche con galletas para los niños al salir de la catequesis. Alicia fue quien les llevó muchos asuntos legales relacionados con ello, así como les llevó todo el papeleo al que tuvieron que hacer frente cuando Soledad, viuda, dejó su trabajo en la Curia para seguir a un cura rebelde llamado   Ángel  que había sido amante suyo. Y Ángel  dejó la parroquia que le habían asignado para establecerse por libre en un sitio donde no había llegado ni Dios, como solía decir él. Y en el camino se encontraron a Alicia Peña, ya abogada, que les hacía llegar regularmente noticias, documentos legales necesarios, y colectas varias realizadas en ambientes afines, que fueron mano de santo para pagar fianzas de muchos padres de familia sin recursos que estaban en la cárcel por motivos políticos.


-Estaremos al tanto de noticias sobre tu primo, no te preocupes- le dijo Sole a ambas mujeres.
Alicia agradeció el gesto de Sole.

-¿Y los niños?- dijo por cambiar un poco de tema.

-Bien, muy bien.  Quieren continuar con el negocio de fotografía, ya sabes. Van por las tardes a un taller, de aprendices. Yo Me paso una vez a la semana por allí a echarles una mano.  ¿Y vosotros? ¿Cómo os va?

Alicia sonrió. Parecía que era ayer cuando Serafín era un bebé.

-Pedro está a punto de terminar la carrera. Saca muy buenas notas, a pesar de todos los incidentes que suele haber últimamente en las clases.

-Y Ana, la segunda, ya es casi una mujer.  Quiere estudiar Medicina. Se pasa el día destripando todos los pollos que se compran en la casa- rió Alicia-. Dice que es lo que le gusta, que no quiere hacer otra cosa. Y las gemelas están cada día más guapas, aunque me esté feo decirlo, no es pasión de madre. Y Jesús, el pequeño, cada día más trasto…

Alicia sonrió al recordar a su hijo pequeño, ahora con dos años recién cumplidos. Después de las tres niñas, la llegada del primer varón sorprendió gratamente a todos.


-¿Y tu suegra?

-Bien. Está encantada, con tanto nieto. Decía que tenía ganas de vivir así, rodeada de críos, aunque te confieso que a veces es una locura. Pero de salud está muy bien. 

-¿Cómo pasa el tiempo, verdad?- meditó Sole.

Alicia se levantó.

-Ya es hora de marcharnos, Mati. Se nos va a hacer de noche pronto y debemos coger el autobús.

Sole y Ángel se levantaron.

-Muchas gracias, Alicia.

-Gracias a vosotros. Por favor….-Alicia iba a decirles por enésima vez lo mismo. Si veis a mi primo…

-Descuidad. Lo sabemos.

Las dos primas se subieron al autobús de vuelta a su casa, en el centro de Madrid.

Fin del capítulo.
Continuará…









Capítulo 40

Capítulo 40.

Madrid, 1.962.
Exterior de la prisión de Yeserías.



“Por muy larga que sea la tormenta,
el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”.

 
Khalil Gibran (1883-1931)
Ensayista, novelista y poeta libanés.






-¡Mati… vamos!

Matilde se volvió para echar el último vistazo. Los muros de la prisión se alzaban a su espalda, gigantescos y monolíticos. Le hizo gracia contemplar aquella parte, la exterior, el lado que nunca conoció y con el que todas las reclusas que estaban dentro soñaban con ver cuando estuvieran fuera. Entre esos muros había pasado siete años de su vida, ni más ni menos. Siete años en los que su juventud, si es que quedaba algo de ella, se había marchitado viendo pasar las nubes entre las rejas de su ventanuco, midiendo el patio dando paseos eternos alrededor de él, contemplando como cambiaban las manchas de humedad de la pared de su celda. Siete años en los que Mati tuvo tiempo de sobra de pensar sobre la vida, sobre los demás, sobre el mundo que se imaginaba fuera. Mati se imaginaba Madrid a través de lo que le contaba su prima Alicia en sus visitas, de las cartas y dibujos que le hacían sus sobrinas, cada vez más crecidas, y de quienes Alicia le traía fotos siempre que podía. Mati recibió las visitas de Álvaro cuando había novedades legales, las visitas de Doña Marcela que también la confortaron, y le hicieron llenar el vacío que sentía cuando no podía venir su prima. Mati recibió la noticia de la muerte de su madre en una de las visitas de su prima, cuando su madre ya estaba enterrada. Ni siquiera le habían dado permiso para asistir al entierro, a pesar de las insistencias de Alicia.

-¿Dónde está mamá?-preguntó ella después de conocer la noticia-. Espero que al menos no esté con … su marido.

Mati no pudo decir “mi padre”. Fue superior a sus fuerzas.

-No, Mati, no está en el panteón de los Roldán.

Alicia le explicó que sin saber muy bien qué hacer, decidió enterrarla junto al nicho de su madre, cerca de donde estaba la familia Caballero. Mati pareció aliviada.

-Alicia, por favor… cuéntame cómo fue, no me ocultes nada, por favor.

Y Alicia le contó lo más suavemente que pudo los últimos momentos de su tía. Mati escuchaba aguantando el nudo en la garganta que luchaba por salir. A Alicia le pareció ver alivio en la mirada de Mati, un poco de consuelo, cuando ella le dijo que murió sedada, sin sufrir, y cogida de su mano. Al menos no murió sola.

-¿Sabes, Alicia? De algún modo yo lo sospechaba. No decía nada, pero sospechaba que mamá no estaba bien, que tenía dificultades económicas. Algunas veces yo le preguntaba, pero ella no decía nada y me insistía en que todo estaba muy bien. Pero no era verdad, lo veía en su mirada y en sus gestos.

-La gente piensa que en la cárcel no nos enteramos de nada, pero nos enteramos de todo lo que pasa fuera. Los familiares muchas veces mienten. Mienten pensando que es lo mejor para nosotros, mienten para no angustiarnos con más preocupaciones, cuando es todo lo contrario. A ellos se les nota cuando no nos dicen la verdad. Y cuando nosotras nos damos cuenta de ello pensamos por qué nos están ocultando cosas. Y pensamos que tal vez haya pasado algo, algo muy gordo, algo que no se puede contar. A veces una verdad a su tiempo hace menos daño que muchos años de mentiras, aunque sea por piedad.

Alicia lo entendía perfectamente. Álvaro sintió lo mismo cuando estuvo preso. La misma sensación de impotencia, la misma congoja que tienen los que están dentro viendo sufrir a los que están fuera, sin poder hacer nada por ellos. Por eso, él también se lo decía a su mujer cuando venía a visitas a Mati.

-Es mejor que le digas la verdad. Por dolorosa que sea, será mejor aceptada. ¿Sabes lo que pasa por la cabeza de un preso cuando se da cuenta de que sus familiares le mienten? ¿Sabes lo difícil que es la zozobra vivida en soledad, sin poder hacer otra cosa nada más que pensar y pensar?

Alicia vivió desde el otro lado de la mesa la soledad compartida de su prima, y sintió como suyo el vacío que le vio en los ojos a Mati sintió cuando perdió a su madre. Ahora era ella la que se quedaba huérfana, la que se quedaba sin nadie en el mundo. Alicia volvió a recordar los momentos vividos hace muchos años atrás, cuando llegó a Madrid y perdió a su padre, y su misma tía estaba duspiesta a meterla en un orfanato. Solo que ahora Mati no estaba sola.

-Mati, nos tienes a nosotros. Somos tu familia- intentaba animarla Alicia, cuando la veía baja de ánimos.

Y Mati sonreía. Sabía lo que quería decir Alicia, pero también Alicia sabía que no era lo mismo. Al perder a su madre, perdía el único vínculo familiar directo que le quedaba. Estaba su hermano Carlos, pero seguían sin tener noticias de él.



Mati puso el pie por primera vez en la calle, despacio, con cautela, como sin terminar de creérselo. Llevaba en sus manos un escaso hatillo: al irse, repartió sus pertenencias entre el resto de las presas, y sólo sacó de allí los recuerdos más personales, cartas y fotos. Al fin y al cabo, ellas necesitarían mucho más las mantas en invierno, y los jerseys, y el abrigo de lana. Los jerseys hechos por Doña Marcela, que tanto le ayudaron a sobrellevar las crudas noches de invierno. Porque Mati aguantó como un junco. No se quebró ni una vez, ni siquiera cuando sus compañeras morían de gripes mal curadas, de pulmonías que no remitían, o de la tan temida tuberculosis. Las mantas que le hacía llegar Alicia le ayudaron, así como los jerseys tejidos por Doña Marcela, que le duraban poco en sus manos.

-Alicia, es que ha llegado una compañera nueva, ¿sabes? Y pasaba frío, y le he tenido que dar la manta que me trajiste el año pasado.

Y Alicia no decía nada, y a la siguiente visita le traía otra. Mati no podía ver a nadie pasar penurias. Daba lo que tenía ella, incluso aunque fuera lo único que tenía.

Mati sintió la calidez del abrazo de Alicia en la puerta de la prisión. El primer abrazo en libertad. LA extraña sensación que tenía al sentir que iniciaba un camino sin retorno, el de los que nunca más volverían a la cárcel, pero con esa extraña mezcla de melancolía por quien ha visto pasar un tercio de su vida allí, compartiendo confidencias e intimidades. Allí se quedaban sus compañeras de penurias, de fríos y de ayunos, que habían sido su otra familia durante siete largos años. Y la mezcla entre qué sería de ellas, cuando las volvería a ver y la tristeza por la separción a pesar de la alegría de la libertad, se agitaban en sus pensamientos.

-Matilde…- Álvaro le dio la mano cortésmente, mientras le cogía el escaso hatillo y les abría la puerta del coche.

-¡Vámonos!- Alicia apremió a su marido, que se acomodaba en el asiento delantero. Álvaro puso el motor en marcha. La cara de Mati estaba muda.

Y Álvaro le dio gas al coche, mientras Mati volvía la cara para contemplar por última vez a través de la ventanilla, el que había sido su hogar durante siete años.





 

Fin del Capítulo.

Continuará…


Fotos:
http://www.memoriaylibertad.org/lascarcelesfotos/yeserias4.jpg