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Primera página del relato

AVISO- En el archivo de JULIO he puesto un post de CRONOLOGÍA. En él se hace el resumen de personajes y fechas ordenadas, para poder seguir mejor la historia.

Capítulo 52- últimos capítulos.



Resumen de lo publicado: Alicia, enferma en la cama,  ya ha terminado de contarle a su nieta la historia de su familia.

Capítulo 52.
Casa familiar de los Iniesta. Mayo de 1.989.



Madrid volvía a desperezarse tras la lluvia. 

Semiincorporada en la cama, Alicia miraba a la ventana. El cielo aún gris se empezaba a despejar tras la reciente tormenta de primavera. El tiempo estaba revuelto en ésa época del año, y esa semana los días claros alternaban el paso con descargas de lluvia que hacían que Madrid se escondiese en sus agujeros momentáneamente, como las hormigas que se refugian en el hormiguero, para reaparecer enseguida en cuanto el agua dejaba de caer. Desde su cama, Alicia podía ver el cielo de nubes, pero no veía la calle. Aún así,  podía intuir todo lo que pasaba por el ruido que le iba llegando: las gentes de nuevo reiniciando el tránsito, la terraza sacando sus sillas… ruidos familiares que siempre llegaban periódicamente, año tras año, y que ahora los escuchaba de manera extrañamente lejana, como si se hallara en lo alto de una particular “torre de marfil”, desde la que contemplaba pasar la vida aislada en su interior.



En sus manos, la bufanda de cuadros de Álvaro reposaba formando  pliegues, como queriendo guardar la esencia de todos los recuerdos que había vivido. Si los objetos hablaran, esa bufanda habría contado muchas historias, de amores y de cariños, de ilusiones de niños que se hacen adultos y empiezan a volar lejos del nido, de olores de bebés consolados  en su franela. Alicia estaba con los ojos humedecidos y la bufanda entre sus dedos, dejándose llevar por sensaciones, por recuerdos…

-Abuela…..
Rocío se acercaba con cuidado y susurraba cerca de la cara de Alicia, que abrió los ojos.
-…abuela… ¿estás bien? ¿necesitas algo?...

Rocío se acercaba preocupada.  Su abuela llevaba mucho tiempo quieta, sin hablar ni llamar a nadie. Había vuelto a meterse en la cama y parecía extrañamente alicaída.



-Ay, mi niña… ven aquí…
La sonrisa de Alicia tranquilizó a su nieta. Rocío volvió a hablar.
-Estabas pensando en el abuelo, ¿verdad?

Alicia asintió con la cabeza, despacio, como saboreando sus recuerdos que se resistía a dejarlos ir.
De nuevo el silencio se hizo entre ambas. Rocío no quería dejarse llevar por la pena. Ésta vez no. El recuerdo de su abuelo le hacía saltar las lágrimas, pero se había propuesto mantenerse serena, cosa que le estaba costando conseguir, mientras intentaba apretar el labio que cada vez le temblaba más.

-Rocío….
Su abuela la abrazó mientras ella dejaba escapar las lágrimas. Era difícil aquello.
-No estés triste, mi vida. Debemos de seguir viviendo y mirar hacia adelante, aunque nos cueste mucho, créeme, que sé lo que digo.

Rocío sorbía sus lágrimas, sin poder articular palabra.

-Está bien que te acuerdes de tu abuelo, pero no lo hagas con pena, no, mi niña… yo le recuerdo todos los días, y, ¿sabes una cosa? …hasta hablo con él.
-¿Sí?

-Sí. Y a veces hasta siento que él me contesta. E incluso me mira, mejor dicho, nos mira. Porque él nos está viendo, Rocío.

-¿Sí…?  ¿Y qué te dice?

Alicia sonrió serena.
-Me dice que no quiere que estemos tristes…

Rocío rompió a llorar desconsoladamente. Pensaba que su abuela le decía esas  mentiras  inocentes para consolarla. A su abuelo lo enterraron hacía un año, y ahora la niña empezaba a ser  consciente de que su abuela también se estaba yendo. En la inocencia de sus pocos años, siempre pensó que su abuela se pondría bien, pero ahora estaba cara a cara con el lado más pesimista de la enfermedad cardíaca: el de la aceptación del lo inevitable.

-No, Rocío, mírame… la muerte no es el final, debemos mirarla cara a cara, porque la tenemos cerca, todos iremos allí…

Alicia estaba ahora extrañamente serena, hablándole a su nieta del final de la vida.

-Recuerdo cuando murió mi padre. Yo era casi una niña, recién venida a Madrid, sólo tenía dieciocho años. Me sentí tan sola… me harté de llorar, lloraba todos los días, a todas horas, a escondidas, sin que me vieran mis tíos. A veces ni siquiera se enteraba la prima Mati cuando lloraba por la noche, con la cabeza metida en la almohada. Algunas veces iba al cementerio tan sólo para llorar en su tumba  y estar a solas con él. Me sentía tan mal en Madrid que sólo me llegaba a sentir a gusto cuando acudía al cementerio a contarle mis cosas a  mi padre.

Alicia hablaba acariciando el pelo de su nieta, que había dejado caer la cabeza entre las piernas de su abuela, tendida en la cama.



-¿Sabes qué me pasó al cabo del tiempo? Descubrí que mi padre ya no era de éste mundo, y no tenía más remedio que aceptarlo. Y aceptar su recuerdo tal cual venía, sin tristeza. Recordarlo con cariño, y con admiración, pero no con pena, porque en el fondo, sólo se muere aquel que se olvida, y a él no lo olvidaría nunca, Rocío. Mi padre  Joaquín siempre viviría en mi recuerdo.

Rocío seguía derramando lágrimas en silencio, mientras las palabras de su abuela iban penetrando en su cabeza.

-Pasaron tantas cosas los meses siguientes… recuerdo cuando me casé con tu abuelo, un año después. Ése verano nos fuimos a París, de viaje de novios… me gustó tanto pasear por los rincones por donde había paseado de niña con mi padre, volver a recordar todos los gratos momentos…

Ahora Alicia acariciaba de nuevo la bufanda y  recordaba los paseos con Álvaro, por los Campos Elíseos. Recordó incluso cómo la compró a escondidas de su marido en unos grandes almacenes, para luego darle la sorpresa al regalarle la bufanda.

-Cuando vinimos del viaje de novios, en el tren, recuerdo perfectamente la parada en la estación, como nos bajamos, y cogimos las maletas. 



-De repente, se nos acercó una mujer. Era una gitana, y se acercaba a leer la buenaventura a los viajeros. Casi todos la despedían, todos iban con prisas, nadie quería pararse. Pero yo no sé porqué,  me acerqué a ella… Recuerdo que en el tren había comentado con tu abuelo que a nuestra vuelta a Madrid  quería llevarle flores a mi padre en su tumba. Me encontré frente a frente con  esa gitana que  no me conocía de nada, y de repente, me cogió la mano y me miró fijamente, para decirme“Usted ha pasado por una pena muy grande, señora…  ha perdido a alguien muy querido, hace ya varios meses, pero aún lo tiene con usted… porque él  está cuidándola… nunca la ha dejado de cuidar…”

-Yo me quedé helada. ¿Cómo podía esa mujer adivinar aquello?  Yo no iba vestida de luto, ni nada parecido, al contrario. Veníamos de París con la sonrisa en la boca, tras el viaje de novios. Pero aquella mujer me dijo algo que me sobrecogió.

-“A los muertos debemos llorarles lo justo, porque si no, no les dejamos irse”.

-Yo me quedé muda. Tras esto, la mujer me cerró la mano, y ni siquiera quiso que yo le pagara por sus palabras. Se fue, sin más. Aún me acuerdo de su mirada clavada en la mía. Me dijo que tras morir, las personas siguen vinculadas a los sitios, a las personas, y que poco a poco iban rompiendo lazos, hasta que subían para siempre cuando creían haber dejado las cosas en paz con los suyos.
-Por ello, si nos anclamos en su recuerdo, los condenamos a permanecer siempre con nosotros, viéndonos sufrir…

Rocío escuchaba con atención a su abuela. Ahora la niña parecía estar más serena. Alicia prosiguió.

-Al día siguiente, llevé flores a la tumba de mi padre. Fui con tu abuelo, recuerda que estaba recién casada. Y esa vez no fui triste. Fui a contarle todo que me había pasado. Y sé que él estaba feliz por mí. Y también sé que ese día, cuando fui con Álvaro a verle al cementerio, ese día mi padre  partió feliz, en paz.

Rocío sonrió.

-Anda, no llores, mi niña… 

Rocío se incorporó para que su abuela le diera un beso.
-Abuela…
-Mi niña… cómo te pareces a tu madre cuando era pequeña… 

Alicia recordó la infancia de su hija Ana, de pequeña, en Salamanca. Ella y Rocío a la misma edad eran un calco exacto la una de la otra. Por extensión, Rocío se parecía a su abuela, cuando tenía su edad. Era como era Alicia con dieciséis años, aunque con el pelo largo y recogido en una cola de caballo y un poco de flequillo. Rocío miró la foto suya que su abuela tenía encima de la cómoda. La abuela tenía razón: ella y su madre, de bebés, eran iguales. Los mismos ojos vivos. El mismo genio de niña espabilada.



-¿Qué estás haciendo? ¿Has terminado ya tus deberes?
Alicia quería cambiar de tema, para aligerar el ambiente. La abuela notaba que su nieta Rocío se había levantado con el pie izquierdo, ese día. La niña estaba como el tiempo: variable y alicaída.

-Sí, abuela, ya hemos terminado.
-¿Habéis terminado? ¿quién? ¿Es ése chico?

Alicia se refería a Enrique, el chico que últimamente llamaba por teléfono a Rocío día sí, día también. Eran compañeros de estudios.

-Sí, abuela. Enrique ya se ha ido. Ha venido a estudiar conmigo. Hemos hecho el trabajo  juntos.
De nuevo Rocío se sonrojaba hasta las orejas al sentir la mirada picarona de su abuela sobre ella.
-¿Y …de qué era el trabajo?

A Alicia le divertía la zozobra de su nieta cuando la conversación viraba hacia el terreno sentimental.

-Era un trabajo de Geografía, sobre el reparto de la población mundial, los recursos naturales, la riqueza… todo eso, abuela…. Lo acabo de terminar, hace un rato.

-¡Anda! ¡Qué interesante! Es muy bonito ese tema.
-No, abuela, no es nada bonito. ¡¡Es una mierda!!

-Rocío…. ¿pero por qué dices eso?

-Porque es verdad abuela. Es un asco de trabajo, lo he pasado fatal haciéndolo.
-Anda, no digas eso y tráelo aquí, a lo mejor te puedo ayudar.

-No abuela, si no tengo ninguna duda. ¡Es que “paso” de todo! Es un asco. El mundo entero es un asco. Todo está lleno de pobreza, la gente no tiene recursos, y unos pocos acaparan casi toda la riqueza. 

-¡Acabáramos…!

Rocío no se quejaba por la elaboración del trabajo, sino por el contenido que había tenido que trabajar.

-¿Sabes la cantidad de países pobres que hay, abuela? ¿Sabes en cuantos países no tienen agua potable? ¿Y sabes cómo viven las mujeres y los niños en esos países? Y mientras, sus gobernantes, ¿qué hacen? Pues “pasar olímpicamente” de su pueblo y hacerse millonarios…

Alicia acariciaba el pelo de Rocío mientras ésta se desahogaba. Su nieta acababa de descubrir las injusticias del mundo moderno. Para alguien que hace dos días sólo pensaba en hacerse modelo, no estaba nada mal. Rocío continuaba.

-… ¿cuántos se enriquecen con el tráfico de droga? ¿y con el tráfico de armas? Y mientras, su pueblo se muere de hambre y se matan los unos a los otros…. todo es un asco, abuela, que porquería de mundo…

-Sí, Rocío, el mundo es tremendamente injusto.

-…¿y sabes que con lo que me da mi madre de paga semanal, puede comer una familia entera en otro  país? ¡Eso sí que es fuerte!  Yo, gastándomelo en caprichos, mientras otros se están muriendo de hambre en la otra punta del mundo. No es justo, abuela, no debería de ser así…

Rocío pensó en las 10.000 pts. (unos 60€, al cambio actual), que le habían estafado en sus pretensiones por ser modelo, y se avergonzaba de haber sido tan crédula, y sobre todo, de haber tirado el dinero de ésa manera.

-…¿por qué es el mundo así? Ahora mismo hay niños que se mueren de sed, o de una simple diarrea, y mientras estamos aquí, cruzados de brazos… ¿Sabes que los países más pobres son los que más recursos naturales tienen? ¿Y si tienen tantas materias primas, por qué son pobres? Pues porque el primer mundo les explota, no les deja sacar la cabeza. En definitiva: ¡¡esto es una mierda!! 

Alicia sonrió con orgullo maternal al escuchar a su nieta, y verse reflejada en ella y en su inconformismo adolescente.  Ella, a sus años,  pensaba que la juventud actual, la que se había criado en democracia,  ya tenía muchas cosas resueltas  y no tenía motivo alguno de queja. Pero su nieta se rebelaba contra las injusticias del mundo en general y Alicia descubrió esa noche que todas las generaciones tienen su reto pendiente. Al fin y al cabo, la juventud de ahora serían los hombres y mujeres del mañana, y su rebeldía e inconformismo sería el motor que movería el mundo. Ahora era el turno de Rocío y su generación.

-Rocío, puedes hacer algo por ellos…

-¿El qué abuela? ¿Qué se puede hacer? Vale, puedo mandarles mi paga de un mes, o dinero, o ropa, pero ¿esa es la solución? Así arreglas una parte, pero es imposible que cambien las cosas. Para eso tendrían que cambiar los gobernantes, y cambiar la organización entera del mundo. No se puede hacer nada si no hay un cambio a nivel global, abuela. ¿De qué sirve una pequeñísima ayuda si tienen  unas leyes y una organización social que no les permite crecer, que les asfixia económicamente? Dios… ¡ojalá fuera yo presidente de Europa…!  ¡qué digo de Europa!… ¡del mundo entero! ¡Verás como arreglaba todo…!


Alicia se reprimió el primer impulso de soltar una carcajada ante la ingenuidad de su nieta, mezcla de idealismo recién formado y de la inocencia y falta de malicia de sus pocos años. A ratos, la nieta hablaba con una sorprendente madurez de quien empieza a ser consciente de la situación real del mundo en el que vivía,  y a ratos esa misma ingenuidad le llevaba a formular propuestas por entero absurdas, pero no por ello menos voluntariosas. La cabeza de Rocío bullía a toda velocidad. Alicia se sintió rejuvenecer al escucharla. Así era ella a su edad, exactamente así.


-Mi niña… tienes razón… el mundo es tremendamente injusto…

-Abuela, mira.. ¿qué hubiera pasado si yo en vez de nacer en Madrid, hubiera nacido en una familia de esos países? ¿Estaría ahora estudiando? ¿Estaría mi madre preocupada por mis notas? ¡No! Porque tendría que caminar kilómetros y kilómetros para ir a por agua, para luego ni siquiera tener comida en la mesa. Y quien sabe, si lo mismo no me hubiese muerto de pequeña…  ¡No es justo, abuela! ¿Por qué unos niños pueden ser felices y otros no, sólo por haber nacido en otro sitio?


-Rocío…  Claro que puedes cambiar las cosas… aunque sólo seas una gota en mitad del océano, aunque te creas que no puedes hacer nada… sí que puedes.

-¿Ah, sí? Pues dime como… como no haga un golpe de estado y me ponga de presidenta del mundo…

-Ay, mi nieta… jajaja… las cosas que tiene. Ven aquí… te voy a decir una cosa…
Rocío se acercó al hombro de su abuela.

-Cuando yo tenía tu edad pensaba igual que tú. El mundo era también tremendamente injusto. En España había muchas injusticias, como tú muy bien sabes…

Rocío recordó toda la historia familiar que acababa de escuchar de boca de su abuela, el legado oral que le había transmitido Alicia en esos días. La cárcel que sufrió su abuelo, las penalidades de las familias, las injusticias de la dictadura… Alicia prosiguió.

-Con el tiempo aprendí que no se cambia el mundo a golpe de “revolución”, sino desde lo que puede hacer cada uno. ¿Por qué te crees que me hice abogada? No me hice bogada para poner las cosas patas arriba, ni para dirigir algaradas, ni revoluciones. Me hice abogada para contribuir a que al menos, una parte del mundo, viviera un poco mejor. Cada defendido que yo tenía, lo consideraba una parte de esa injusticia de la que tú hablas. Y ayudando a ellos,  estaba también ayudando a que el mundo fuera un poco menos malo, y menos injusto.

-Pero abuela… ayudar a una persona sola no es nada….

-¿Cómo que no es nada? ¿Y si esa persona fueras tú? ¿Y si fueras tú la que necesitaras ayuda? ¿Te gustaría que alguien rechazara ayudarte, con ése argumento, que “no eres nada”?
-no abuela,…a ver…. Que no quiero decir eso… pero una persona sola no es capaz de hacer nada…

-¿cómo que una persona sola no puede hacer nada? Una persona sola tiene la fuerza de un millón, Rocío. Mira… ¿recuerdas cuando tu abuelo estuvo en la cárcel? ¿En Carabanchel? Lo mal que lo pasó, pobre….

Alicia bajó la mirada al recordar aquel episodio pasado de sus vidas.

-¿Recuerdas a Francisco, el compañero que le ayudó en la celda de aislamiento? Y Mauricio,  el médico que lo curó… y Diego, su compañero de celda, al que fusilaron,  y su familia…

Rocío asintió con la cabeza.

-Fíjate lo que son las cosas… Francisco ayudó a tu abuelo, y luego el destino hizo que los caminos de ambos se volviesen a cruzar al salir de la cárcel. Tu abuelo ayudó a Francisco cuando él no tenía donde ir. Ése fue un  gesto aparentemente insignificante, pero… luego  Francisco ayudó a que tuviéramos trabajo, en Salamanca. Fue él el que recomendó a tu abuelo para que trabajase en el Colegio Mayor de portero.  Y fue Francisco el que  me mandó dinero para que yo pudiera matricularme de 4º de Derecho. Gracias a él pude continuar con mis estudios, y hacerme abogada. Y cuando me hice abogada, pude defender a la tía Mati, cuando estuvo en la cárcel. Si no nos hubiéramos cruzado en su camino, seguramente yo no sería abogada, quien sabe, y Mati probablemente no estaría aquí… y todo lo que sigue después… ¿qué habría pasado con los hijos de Diego, si no les ayudamos a seguir adelante? ¿Y qué más habría pasado si…?

Rocío bajó la cabeza. Su abuela tenía razón una vez más, en su lección sobre la vida.

-Un  gesto aparentemente insignificante como ayudar a un compañero, mira en lo que se convirtió después… yo me hice abogada, Mati está con nosotros, Remedios, la hija de Diego,  es enfermera, y Fermín, su hijo, es abogado… ¿a cuanta gente han ayudado ellos? Todo lo que siembras, se cosecha, Rocío. Una semilla es aparentemente insignificante, pero cuando crece, se convierte en un árbol gigantesco que da sombra a muchos y fructifica y le salen muchas ramas… ¿Sabes a cuantos buenos abogados ha dado clase tu abuelo?  ¿sabes cuantos profesionales del Derecho son lo que son, en parte, gracias a él?

Rocío levantó la mirada y buscó la de Alicia.

-…tu abuelo solía leer mucho…¿sabes?  Una vez me contó una historia que había leído en uno de sus libros… trataba sobre un joven, un joven filósofo que quería cambiar el mundo… ¿la quieres escuchar?

-¡Sí! Cuéntamela!

-Bien. El joven filósofo recorrió países y montañas, predicando su verdad, y vio que el mundo no cambiaba.

-¿Y qué hizo, abuela?

-Como era difícil cambiar el mundo,  trató de cambiar su país. Cuando se dio cuenta de  que no podía cambiar el país, empezó  a concentrarme en su ciudad. Cómo no podía cambiar la ciudad  y como ya era un hombre mayor, intentó cambiar a su familia. Ahora, ya como un anciano, se dio  cuenta de que  lo único que podía  cambiar era a mí mismo.  Y de repente se dio cuenta de que si hace tiempo se hubiera cambiado a sí mismo,  podría haber hecho un impacto en su familia. Y entonces su familia y él podrían haber hecho un impacto en su ciudad. Y su impacto podría haber cambiado la nación y que de hecho podría haber cambiado el mundo.



Rocío escuchaba atenta las palabras de su abuela, sin entender muy bien el gran significado que encerraban. Asentía con la cabeza, mientras su abuela le iba relatando la historia.

-Para cambiar el mundo no hace falta dar una revolución, Rocío. Podemos hacerlo nosotros, en nuestra vida más cercana.

-Vale, abuela… pero no sé cómo.

Alicia sonrió.
-Rocío, déjate llevar por lo que te traiga la vida. Ella se encargará sola de ponerte delante las situaciones a las que te debes enfrentar. Y recuerda: ahora siembras. Luego cosecharás lo que hs sembrado.

Abuela y nieta se quedaron un rato en silencio, la una recordando lo que las palabras le traían a su mente; la otra, asimilando lo que acababa de oír.


De repente, la puerta del dormitorio se abrió con sumo cuidado. Ana entraba con un montón de ropa doblada en la mano. Se dirigió al armario de sus padres, y no puedo evitar estremecerse al abrir sus puertas y encontrarse ante sus ojos las camisas de su padre, intactas, como el día que se las dejó colgadas.  Alicia no quiso que nadie tocara las cosas de Álvaro cuando éste murió. Todo estaba como él se lo dejó.



Ana las apartó a un lado para colocar la ropa de su madre que traía doblada. Alicia lanzó un respingo.
-¡Éso no se toca! No, no lo toques….. 

Ana se quedó sorprendida ante la reacción de su madre.

-Tranquila mamá… no lo pensaba tocar. Solo voy a guardar tu ropa. Ya termino. ¿ves?

Ana guardó los jerseys y cerró el armario. Alicia se había quedado algo más tranquila. Madre e hija se quedaron mirando, mientras el canario piaba en el salón. 



-¿Le habéis puesto bizcocho al canario?- preguntó Alicia.

-Sí,  mama, hace un rato. Pero sigue piando. Le pía al sillón de papá, como todas las tardes, ya lo sabes. Pobre animal, aún no se ha dado cuenta de que no volverá a verlo más. 


Madre e hija se quedaron con la mirada en blanco, observadas por su nieta, y escuchando el piar incesante del canario. Ana recordaba la costumbre de su padre, de meterle todas las tardes un trozo de bizcocho entre los barrotes, el bizcocho de la merienda. Y el canario seguía aguardando su comida, todas las tardes, como un reloj, como si Álvaro fuera a aparecer de un momento a otro para dárselo. Sin saber muy bien porqué, Ana musitó para sí en voz baja una pregunta sin esperar ninguna respuesta específica.

-¿Dónde estará papá ahora?

La respuesta de Alicia le dejó boquiabierta.

-Tu padre está aquí mismo, en esta habitación, nos está viendo. Está esperándome a que me vaya con él.



Fin del capítulo.
Continuará…


8 comentarios:

Maria dijo...

GRacias a todas por vuestros comentarios anteriores.
Os dejo el CAPÍTULO 52. Entramos en la recta final del relato.

clavemas dijo...

María, bellísimo, me ha gustado mucho y me ha llegado al alma.

No he podido evitar las lágrimas......

Gracias María!

purivilla dijo...

Muy tierno María el capítulo, Alicia no puede vivir sin Álvaro y yo la entiendo, sobrevivir a un hombre tan maravilloso no debe ser fácil, gracias por continuar con tan hermosa historia.

rodas dijo...

Últimamente no gano para los kleneex/tissues ( como dicen por aqui)con los relatos que se pueden leer en el foro...María de nuevo las lágrimas y eso que no te gusta hacernos de llorar, de tocar la fibra tierna pero lo consigues y el final será sereno y resignado preveo después de tanto llorar, ya lo tengo asumido y haré caso a la gitana: "'-“A los muertos debemos llorarles lo justo, porque si no, no les dejamos irse”.

Sacha dijo...

AY!!!Maríaaa, otra vez con los kleneex en la mano..

Muy bueno el capitulo,, me ha gustado mucho ver que Alicia recuerda a su marido con mucha amor y cariño...

Claro que con hombres así, no es muy difícil...

Azalea dijo...

Precioso y emotivo el capítulo,te ha salido redondo. Las conversaciones abuela nieta me encantan y ésta última particularmente. Eso sí el kleenex en la mano,je je. Y me parece que mejor no lo tiramos,no?

Un Grupo de Alvaristas dijo...

María,

Gracias por este capítulo tan emotivo y lleno de ternura.

Muy bien escrito, ya que nos has llevado a vivir estas circunstancias y de nuevo la tristeza está en nuestro ánimo, al igual que en el capítulo anterior.

Como en la vida real, la esperanza es lo último que se pierde..., una vez más nos dejamos sorprender, pero no seas muy dura.

Recibe un fuerte abrazo

Un Grupo de Alvaristas

Isabel dijo...

MARIA entre las vacaciones y el trabajo tenía pendientes varios capítulos (desde el 48) Hoy por fin he podido leerlos todos seguidos, volveré a leerlos pues siempre me gusta hacerlo dos veces para apreciar más su contenido, ya sé que no es la primera vez que lo digo pero sería estupendo que pudieras publicarlo pues merece la pena, estos últimos capítulos han sido bastante tristes pero muy emotivos y tiernos, her terminado con los ojos húmedos sin apenas ver la pantalla. Gracias por tan hermosa historia que veo ya toca a su fin, echaré de menos leer tus capítulos, aunque tal vez te animes a seguir con la vida de Rocío intentando cambiar su mundo. su mundo.